(PARA LA CRÓNICA DEL FUTURO Y CUANDO YA NO ESTEMOS…..)
Ser educador o instructor militar en esas aulas incómodas,
donde se aprecia el frío, se hacen
interminables las noches de caminatas en medio de la oscuridad tan necesaria para no ser
sorprendido, y mirando de vez en cuando
la brújula de la estrellas, no es lo mismo que estar sentado en una cómoda sala de colegio o Universidad. Allí, en el
terreno donde se forja el soldado guerrero,
todo transcurre en una realidad
diferente, en una planificación
clara de objetivos y poco a poco esas almas de juventud plena, llenas de
entusiasmo, y de temores naturales como
lo son esos frágiles muchachos que visten
el uniforme en el cumplimiento de su deber de ciudadanos, los que comienzan a moldearse y a entender el
valor más importante como lo es la vida, el amor a la familia, la amistad más
pura y sincera que puede ofrecer una experiencia como el de las “Armas”, y en medio de su preparación, vivir cada centímetro
de la existencia, al borde de la muerte,
cumpliendo o buscando la fórmula exacta
del factor de la sorpresa para ejecutar la acción, empleándose con
todo aquello que alguna vez se
aprendió en circunstancias parecidas,
pero que en esa hora de la verdad,
quedan solo en el recuerdo, pues
la aplicación y la técnica de los conocimientos, la conducción de los
hombres como Comandantes, sin duda que
es una variable que debe ser enfrentada y analizada en cada circunstancias,
haciendo de todo este proceso, un ambiente de imitación de la realidad, pero
con riesgos de verdad.
Se combate con el clima, la incomodidad, el hambre, el
abandono, el olvido y las miles de incomprensiones que hacen de nuestro “ser
militar” un valor de servicio que nadie, pero absolutamente nadie que no lo haya “vivido”, está autorizado a criticar
o cuestionar, ni siquiera los intelectuales de cuello y corbata, que nunca
caminaron con mochila con treinta kilos a la espalda, sintiendo la debilidad del cuerpo, la
ansiedad, la sed, y el dolor, que solo
se puede vencer con voluntad y
sin duda con un espíritu innegable de vencer.
Para
hablar de un soldado, de su vida, de su trabajo, de su grandeza de su renuncia, se debe, al menos, haber
estado una noche allí, o un día allí, o un largo período allí.
Todo aquel que intente abrir la boca, con “consejos”, opiniones o miradas de su propia perspectiva frente a
lo que nosotros tuvimos el privilegio de
vivir y conocer, es mejor que obvie todo comentario, porque todo lo que pueda
creer, todo lo que pueda decir, lo que pueda imaginar sin “haber estado allí”,
resultará siempre lejano, siempre confuso,
siempre falso, siempre mentiroso e irreal, frente a una vida tan distinta como la que enfrentan los
soldados, (hoy hombres y mujeres) de Chile en los largos procesos de formación
e instrucción de las inolvidables campañas vividas en los desiertos o en las frías montañas
cordilleranas, o los valles de toda nuestra geografía, donde siempre se mantuvo y mantiene, el respeto a la historia y a nuestros
símbolos sagrados, que nos hacen sentir
que todo lo que alguna vez pensamos o
hicimos en bien de Chile y su historia, fueron y son proyectar el valor de la verdad, convencidos que fue
nuestro generoso aporte a este país al que tanto amamos, independiente de las
contingencias o de las ideas distintas, pero que nadie tiene derecho a cambiar
o a creer que pueden entre nosotros sembrar semillas de discordia o de dudas de
todo lo que nosotros conocimos y
servimos con ese valor espiritual
de nuestro sentimiento, profundo de amor a Chile, y que constituye nuestra sagrada
vocación.
Y en ese sentido, hoy, en la soledad y el silencio, sin
muchos testigos, y solamente con el alma
emocionada expresada en la ocasión por
los que pudieron estar allí, esos viejos
tercios que dejaron por ese día la
comodidad de su cuarteles de invierno sintiendo la necesidad de estar en esa
última mirada y adiós al amigo, vivieron
la emoción y de un acto solidario, lleno de amor y valor, para que solo el viento interpretara en esas
soledades los sones marciales, paseando
el sonido respetuoso de los clarines
entre las hondas quebradas y recorriendo esas dunas y cerros, por esas
arenas casi olvidadas, llevando en sus
manos la carga de los restos esparcidos al viento, de quien fue un hombre sencillo, como todos
nosotros, que sirvió con amor vocación y servicio, como todos nosotros, a nuestro querido Regimiento, y que ya transformando
en polvo de cenizas sus huesos y su carne terrenales, pero no así su alma que
no puede tampoco sufrir nuestro
olvido, se ha quedado para siempre para seguir construyendo su historia en esos
lugares benditos, al que tanto le debemos
y que también ha sido triste
escenario de aquellos que dejaron su
sangre y su vida, en los lamentables
accidentes que sin ser frecuentes, son parte del riesgo de esa
arriesgada forma de servir.
Por eso que sin haber estado allí presente, pero conociendo el sentir de cada uno de los
protagonistas que se esforzaron para
asistir, podemos sentirnos todos
responsables de este acto de amor inolvidable,
de paz y descanso para la esposa
que se queda sola en su hogar amando sus recuerdos, o el hijo que quizás
nunca entendió el “trabajo” de su padre, pero para los que estamos aún aquí, sabemos perfectamente que se trató de
la vida, (solo la “vida”) de un simple y sencillo hombre, sin riquezas, sin
grandes posesiones materiales, sin ambiciones terrenas, que empleó lo que Dios
le regaló por virtud, sus manos, su mente su corazón y su mirada para enseñar,
para guiar, para educar, para formar, haciéndonos todos parte de la
nostalgia de este compañero que ya nunca más estará con nosotros pero que
seguirá en la eterna guardia del
recuerdo y de la vida difícil que
eligió, y que hoy se traslada a la
eternidad, sin dejar nunca la convicción
de lo que significa ser soldado.
No puedo dejar de agradecer a quienes participaron de este
acto que regaló paz y tranquilidad a la familia de nuestro camarada, debemos decir con humildad gracias a Joaquín
Gutiérrez Palomera, a Ramón Cubillos Fuentes, a nuestro buen amigo y siempre
dispuesto a ayudar a los demás con su carisma de hombre bueno Daniel Avello, y
al silencioso pero servicial Miguel
Montoya, con quien compartimos grandes jornadas en las soledades de Monturaqui
en nuestros mejores años y con el perdón de ustedes, a todos los que no pudieron cumplir su palabra de asistir, y
a todos los que estuvimos ausentes en el silencio de nuestros hogares o tareas,
pensando en este gran acto de
camaradería y grandeza humana.
Tampoco puedo dejar de recordar a nuestros camaradas contemporáneos que han partido en tantas
diferentes circunstancias, y que
seguramente estaban en esos momentos
formando una escuadra de honor, con salvas silenciosas de recuerdos y
que también han partido a eso que llamamos el “Ejército Celestial” , porque
estamos convencidos que en la vida eterna que nos promete el Señor en su
Evangelio, habrá una oportunidad para abrazar a los nuestros y entre ellos con
especial sentimiento de afecto y gratitud a
quienes alguna vez nos recibieron en los inicios de nuestras vidas
militares: Jorge Mena, Rolando López,
Orlando Góngora, Manuel Polanco, Sergio Guerra, Reinaldo Corrotea, Oscar Segundo Araya, Juan Colina Vicencio, Sergio Iván Rebolledo, Roberto Miranda, Pedro Durán Fontecilla, Juan Figueroa Morales, Antonio Vásquez
Acevedo, Carlos Enrique López Morales,
Oscar Arancibia Arancibia,
Apolinio Castillo, Adolfo Duarte
Cerda, Enrique Cuello Diaz, Eduardo Figueroa
Hiche, Vásquez, Valeria, Jorge Rodríguez Jorge Mena, Rolando López,
Orlando Góngora, Manuel Polanco, Sergio Guerra, Reinaldo Corrotea, Oscar Segundo Araya, Juan Colina Vicencio, Sergio Iván Rebolledo, Roberto Miranda, Pedro Durán Fontecilla, Juan Figueroa Morales, Antonio Vásquez
Acevedo, Carlos Enrique López Morales,
Oscar Arancibia Arancibia,
Apolinio Castillo, Adolfo Duarte
Cerda, Enrique Cuello Diaz, Eduardo
Figueroa Hiche, Vásquez, Valeria, Jorge Rodríguez , Manuel Zapata Torres, Guillermo Córdova Guerra, Enrique Mena, Jorge Aburto, Hugo Cortés
Neira, Manuel Leopoldo Rojas Urzúa,
Héctor Vega Pizarro, Luis Marambio Vega, Lozano, Àngel Herrera Rozas, y tantos
otros que se pierden en los recodos de la frágil memoria.
Ya nuestros amigos más
contemporáneos:
Carlos Carvajal, Dante
Hormázabal, Mirto Verdejo, Humberto Escobar, Alejandro Saldías, Alejandro Jerez, Rodrigo Flores, Edgardo
Rosales, Américo Olivares, Gerardo
Neira, Oscar Aguayo, Haroldo Contreras, José Briones, Mario Alarcón, Ernesto
Galleguillos, José Sánchez, Urbano
Balderas Castro, Jorge Maturana, Acevedo, Meza,
Fica Fica, Vejar, Tenorio, Turra, Bustamante, Naveas, Veas, Tobar y
tantos otros que también descansan en paz en el alma de los que somos por
siempre y para siempre : “ESMERALDINOS DE CORAZÖN”.
Ayer se unieron nuestras voces en el silencio del homenaje,
en las palabas que dijera el más antiguo, y en el compás invisible imaginario de las bandas de bronces y en los versos del amado
himno “Adiós al Séptimo de Línea” que resonó en cada corazón y en cada latido
de los presentes y también de los ausentes. Esa es la verdadera camaradería y
el amor a los nuestros.
“Volverán si ser los que partieron, faltarán algunos que
murieron, honrará la patria a todos ellos, para siempre, para siempre, su
memoria guardará.” “Adiòs al Regimiento que se va adiós, adiós…adióssssss”…...
ÁNFORA Y CENIZAS DE NUESTRO AMIGO Y CAMARADA.
QUE DESCANSE EN PAZ Y QUE BRILLE PARA ÈL LA LUZ PERPETUA....
QUE LA FAMILIA SUPERE SU AUSENCIA Y NUNCA OLVIDEMOS LO FRÁGIL DE LA VIDA, Y LO QUE NOS DICE EL EVANGELIO: "POLVO ERES Y EN POLVO TE CONVERTIRÀS".....
UN ABRAZO AL CIELO....
(Fotografías proporcionadas con el respeto y delicadeza propia de esta acto de amistad y camaradería por nuestro camarada Joaquín Gutiérrez. Lamentablemente un video corto, con a la entrega de la Bandera de Chile a la esposa, no fue posible subirlo a este espacio de recuerdo y homenaje.)
Rezar por todos los caídos, nos hace bien. Y recordarlos, trayendo sus rostros a nuestra memoria, nos enorgullece. Que descansen en paz.