FOTO DE LA GALERIA DE SOMs.
La vida y sus
vueltas nos sorprenden con lo pequeño que es el mundo. A veces viajamos con
alguien obligadamente como compañero (a) de ruta, y lo hacemos en tal estado,
que nos interesa solo saber de nuestro
boleto, del equipaje, de la hora de llegada, de las coordinaciones que nos
preocupan, la ubicación del baño, ideal que nos toque al “lado” de la ventana,
para tener el paisaje a nuestro haber, y sentir el dominio de la mirada de la
soberbia sobre ese espacio que también lo sentimos “nuestro” y aunque nos duela
el cuello de tanto mirar el aire, la tierra o las nubes, estamos empeñados en
hacer de ese momento, algo solamente para nosotros, muy nuestro, muy personal y es el momento que
casi esperábamos tanto tiempo para sentarnos a recorrer las hojas del libro
amarillento que comenzamos a leer hace varias tardes pero que se quedó olvidado
en el estante donde hay muchos otros
textos sin abrir, pero que “ya tendremos
tiempo”, como ahora en el viaje, para
abrir y recorrer con la mirada eso que
nos apasiona y que quedó marcado con un doblez
en el vértice de la hoja y que, de tanto
tiempo transcurrido, ya pasó a ser parte
natural del libro, por lo que hay que recorrer todas las páginas en un acción parecida a ir soltando
las hojas como acordeón y descubrir cual es la que nos señalaba la página
en que quedamos, si es que “de algo” nos
acordamos o de “qué se trataba”.
No nos damos el
tiempo de mirar para el lado, porque no nos gusta conversar o no queremos
terminar con el cuello adolorido para “el otro lado”. Al menos estar del lado
de la ventana, nos permite dormitar en
el viaje, acomodarnos con un almohadón hecho con la misma parka o jersey de
lana bien doblado a propósito, y acomodar los músculos del cuello suavemente para no
terminar acalambrados o con tortícolis, mientras que los pies, ya comienzan a
sentir el sufrimiento de estar metidos
abajo, entre medio de esos incómodos fierros y chocando con los bolsos
que a veces la gente del lado delantero pone bajo su asiento, para asegurarse que tener todo “a mano”, y listo para bajarse del
transporte en el más breve tiempo,
aunque éste aun ni siquiera
acelere o encienda sus motores para partir.
Y así somos y
caemos, como en los viajes, con las personas que conocemos y que van con nosotros en la misma ruta, en el mismo camino,
en el mismo sentir, en la misma “parada”; es decir estamos juntos pero no nos conocemos, vamos
para allá mismo, pero desconocemos hasta
sus nombres, nos saludamos todos los domingos en la “Misa” a la distancia,
pero nadie nos dice quién eres, cómo te
llamas o con quien andas, no interesa
tampoco conocerte, pues nuestro tema del
viaje es tan personal y “nuestro”, que no queremos perder ese
precioso tiempo que a veces nos cambiaría
la vida, la personalidad, los sentimientos y
“perder” ese tiempo nos haría
crecer como personas, pues ya veremos en
el otro no a un peregrino o viajero que te acompaña circunstancialmente, sino a
quien quisiéramos conocer, o saber más o sencillamente ahondar un poco en la profundidad de su corazón y darnos
cuenta que a veces tenemos muchas cosas
en común que nos unen, más que las que nos separan, y basta que nos demos cuenta de quien era el
otro o la otra para rectificar el rumbo y
ya sin poder volver atrás quedarnos con la amargura de no haber sabido más
del otro.
Una tarde, de
esas de tertulia de soldados, un viejo
camarada militar, en esos recuerdos
entrañables que florecen siempre a la luz de un vaso de un buen y tibio vino
generoso y lleno de recuerdos, me decía que
cuando comenzó su vida militar,
lo hizo como soldado conscripto cumpliendo la Ley del Servicio Militar entonces
vigente, y que al llegar a su hoy “querido”
Regimiento, después de pasar los primeros tres duros meses de acondicionamiento
físico e intelectual, como combatiente
básico, le tocó entonces trabajar, en la distribución de los soldados que
ayudarían a tareas menores en algunas
oficinas específicas, y que a él lo habían seleccionado para trabajar
de ayudante en la Sastrería, quedando
muy agradado de no tener que andar madrugando para preparar los desayunos, o lavando los fondos
inmensos con restos de comida en el Rancho de la tropa , o tener que estar
interminables horas apostado en los puestos
claves de la Guardia del cuartel, sometido a las inclemencias del clima, el
sueño, cansancio y sometido al
control frecuente de oficiales y
suboficiales de guardia, para no ser sorprendido tratando de escapar a la responsabilidad y no tener que
caer exhausto en algún rincón dormido de cansancio. Lo que me contaba mi amigo,
es que
eso para él fue un regalo: Trabajar en la sastrería con un viejo suboficial, casi un padre para él, y
recibir las orientaciones de un buen amigo sin escatimar esfuerzos en sus
consejos para hablarle de la “vida”, y tener la dicha de “perder tiempo”
en conversar largas horas y trabajar
juntos en la entrega y costura de los
duros parches y grados militares que a más
de alguno les significó en sus hogares, un pinchazo de aguja en los dedos, pero que en la tertulia del trabajo, entre telas
plomas y tijeras y el “traqueteo” de la
máquina mecánica de coser, a la que había que a veces cambiarle la correa, fue
creciendo en su madurez de soldado y
aprendiendo tanto de su viejo suboficial, con quien entonces cultivó más que
una jerarquía, propia de un lugar donde
la disciplina hace que los hombres se establezcan en un lugar donde les
corresponda sin sobrepasar ni para arriba ni para abajo, cada cual haciendo lo
que le corresponde y “bien,” y
mantenerse en la línea del humilde servicio, lo cual significó para él toda una
enseñanza de vida, y fue muy doloroso vivir
el tiempo en que su querido maestro Sastre, el “viejo” suboficial, debió irse a
retiro por tiempo cumplido y dejarlo solo a cargo de algunas tareas menores, mientras se presentaba
algún otro postulante de mayor conocimiento y experiencia, (muy escaso por lo
demás), a cumplir ese puesto disponible
de sastre del regimiento.
Todo lo aprendido
le sirvió para la vida; no hubo tarde en
que no recordó a su viejo instructor y soldado de ayer, y fue tanto el
entusiasmo adquirido por la vida militar que entonces abrazó la misma vocación
y el mismo amor al uniforme, que tantas veces ayudó a “costurear” o a aplanchar,
que pronto entonces estuvo con sus papeles y documentos de postulación de “voluntario” a los cuadros
de personal permanente y después de una exhaustiva preparación física e
intelectual, someterse a los exámenes de rigor y finalmente, ser aceptado como
le había aconsejado tanto el ”viejo”, y
formar parte en ese entonces de los cabos alumnos del antiguo cuartel de la
Escuela de Artillería en Linares, lugar entonces al que llegó con la experiencia de soldado y con
todas las enseñanzas que alguna tarde captó como esponja absorbente de su viejo
amigo que ya nunca más vio ni supo de él.
Pero las
noticias, (sobre todo las malas), siempre vuelan, y aunque para mi amigo ya
habían pasado más de 35 años de ese inicio,
con su vida hecha y habiendo cumplido su período también de vida útil en
la institución y haber alcanzado la máxima graduación que un joven Cabo aspira desde muy joven, como lo es
llegar a Suboficial Mayor, mi apreciado
camarada me contó la tristeza que le invadía en esos días, y que se
referían a que se había enterado que el viejo soldado que tanto quiso y del que
recibió tantos consejos de amigo y padre,
había fallecido y que
curiosamente residía en su misma ciudad y que estaba a no más de diez o
quince minutos para ir alguna tarde a saludarlo, lo cual nunca hizo.
Y allí viene ese
mensaje profundo del sentirse arrepentido por haber tenido tantos espacios disponibles,
pero que fueron dedicados a las tareas de su trabajo y situaciones propias de
familia, y trabajar con tanto esfuerzo en sus obligaciones, que no se dio el
tiempo necesario, que no quiso ahondar más en la vida del otro y se quedó solo con el recuerdo, y quizás si
hubiera visto un momento a su viejo amigo, en esta hora de su partida, habría enfrentado
ese instante, con muchas paz, mucha tranquilidad y también con una cuota de legitimas emoción.
“NO” hubo tiempo….Nunca
hay tiempo…Se nos acaba el tiempo.
Se nos va
entonces la vida, no hay mucho tiempo para el hogar, la familia, ni
siquiera para la paz y la tranquilidad,
ni siquiera para el estudio, pues no estamos nunca dispuestos a perder esas horas inútilmente, tratando de conocer a quienes nos rodean o
con quienes tratamos y compartimos y ¡vaya que nos cambiaría la vida! si
supiéramos qué es lo que hace el “vecino”,
qué parentesco hay, que esté quizás cercano a nosotros y nuestras
puertas y corazones no estarían cerrados con la “tranca” del candado de la
indiferencia y podríamos entonces saber más de los otros y querer más a los
otros, y hasta cambiaríamos el barrio, el trabajo, la Escuela, la Iglesia, la Comunidad y hasta el tema que nos afecta a todos: la familia, porque
“familia” es la palabra que más nos retrata cuando queremos sentirnos unidos y hasta protegidos por alguien, pero que en la
práctica, salvo honorosas excepciones, a
veces es la misma familia la que más soledad despliega, muchas veces se pierde
el contacto, y entonces las circunstancias, hacen que en los momentos más
importantes y en la mayor necesidad , es la misma familia la que te regala la
peor indiferencia con su olvido.
Hace más de
treinta años, también comencé mi vida
militar, en un Regimiento al que llevo en lo más profundo de mi corazón mi
“Escuela y Templo del Saber” como lo fue y es el histórico y Glorioso
Regimiento de Infantería N° 7 “Esmeralda”, cautivado en mis años de juventud
por la lectura de los textos de la historia y por las novelas de Inostrosa como
fue el “Adiós al Séptimo de Línea” y, en
tal sentido, después de cumplir
con mi servicio militar y ser despachado
a la reserva, surgió entonces esa necesidad interior de amor al uniforme y al
trabajo militar y nació en mi eso que se llama “vocación” y que no solo se
siente con el servicio a la patria, pues la vocación es un llamado interior que
todos vivimos y cada cual lo canaliza en lo que más le hace feliz.
Allí conocí, en
mis primeros años de joven Cabo 2do, inepto, ignorante, inútil y artesano
aprendiz, a varios “viejos” y “cuadrados” Suboficiales, y entre ellos, al
llegar a servir a la Comandancia del Regimiento, al querido y recordado “Picarón”
López, (proveniente de otra Unidad de Infantería como lo fue el Regimiento de
Infantería N° 15 “Calama”). Llegaba siempre en las mañanas lleno de optimismo.
Por cierto era muy serio como buen Suboficial Infante, pero con la
talla a flor de labios, casi siempre con un paquete oculto entre sus
manos, con algún delicioso queque con
manjar, que compartía generosamente
desde el Comandante del Regimiento, hasta el último soldado que trabajábamos cercano a él, y no
había nadie en ese Segundo Piso” de la
Comandancia del “Esmeralda”, que no disfrutara alguna mañana de un dulce al
paladar en medio de las amarguras de las tareas diarias.
A veces llegaba
cantando, y lo hacía con una hermosa voz. Tenía esa voz recia de cantante y de
tono grave, nos hablaba fuerte como soldado y nos hacía tiritar las piernas al
correr cuando nos llamaba, aunque a veces fuera solo para brindarnos un saludo
cariñoso o saber de cómo nos encontrábamos. Era naturalmente muy paternal.
Lo recordamos
también con su gran figura de soldado,
alto, fornido, enérgico, lleno de vida, y con libreta en mano tomando apuntes y
notas, pues se desempeñó también como
Ayudante del Comandante, puesto y honor que
no muchas personas tienen y que él manejó con sabiduría, humildad y
grandeza de corazón.
Después de mucho
tiempo de compartir las tareas propias de soldados, y conocer juntos el rigor de ser militares,
de infantería por supuesto y saber de
las fortalezas y debilidades, o ser mutuamente comprensivos cuando nos
sentimos mal por una llamada de atención, nuestro viejo camarada, al que apodábamos con
el cariño y respeto tan propio de hombres de armas como el “Picarón” López, le
tocó ese tiempo que nunca queremos que llegue, el tener que irnos por tiempo
cumplido, a continuar con nuestros sueños y esperanzas en la vida civil. Lo admirábamos
por su temple, y porte o “postura” militar, y su recio espíritu de buen soldado
de infantería.
Lo tuvimos
cercano también, en las reuniones propias de Suboficiales en Retiro, cuando
teníamos los actos de celebración del Día del Arma de Infantería y entonces compartíamos el mismo “rancho” de
soldado, sencillo y sin mayores lujos, pero con la conversa agradable y esa
necesidad de “perder el tiempo” en seguir conociéndonos, y continuar su siempre
permanente labor educativa, hablando de la experiencia de su propia vida. En
eso tuve la suerte personal de hablar mucho con grandes soldados como éste, que
no pasaron inadvertidos por nuestra vida y que nos enseñaron el arte de la vida, el arte de obeceder y también en el futuro,
el de “mandar”. Fue siempre un ejemplo
de entrega, decisión , vocación y espíritu de sacrificio. Dulce pero
estricto, amable pero exigente, caballero pero veraz en las irregularidades.
Fue un gran
soldado y un buen consejero y amigo.
Quizás el mayor
defecto y propio de la vocación: Dedicarse como todos los militares de vocación
enteramente al trabajo, agotador y esclavizante, sólo atribuible al sentido de comprensión
que nos da el tener que responder por una familia, que siempre va en silencio
al lado del soldado, pero que nunca llevamos al ámbito del trabajo, pues
nuestra mayor motivación y entrega está en ellos, nuestras esposas, e hijos a
quienes criamos y educamos con cariño y a cuenta de nuestros mutuos sacrificio en el que no está ausente el espíritu de la
gran esposa del soldado.
En esos tiempos
ser militar era de verdad, toda una odisea,
siempre admiraré esa entrega y generosidad de esos viejos “Robles” que nos guiaron en nuestra vida
militar.
Había que estar
siempre disponibles en esos interminables
turnos o jornadas que hoy llaman de 7 x 24, con la diferencia que esos trabajos extraordinarios no tenían ni
una regalía ni menos un incentivo de
orden económico todo lo contrarios, todo era por “amor al servicio” y en esa jornadas largas e interminables, de muchas noches y semanas ausentes dejando a nuestras
esposas a cargo de los hijos, porque la obligación era mucho más importante
como parte del deber, y había que estar
siempre dispuestos a todo lo que fuera entregar, sin saber las condiciones ni menos el resultado de
alguna dificultad que pudiéramos enfrentar. Siete por veinticuatro todo el año
y toda la vida.
El querido
amigo, SUBOFICIAL MAYOR CARLOS ENRIQUE LOPEZ MORALES, lo vi y tuve el gusto de
saludarle varias veces, con su hermosa esposa, Fresia Ahumada. en sus paseos por la ciudad o ya inserto en
la vida civil.
“Chechita”, una dama que
en esos tiempos de servicio
interminables, también se daba el tiempo de dedicar, dejando de lado
su justo descanso y tiempo a su familia, para ayudar al prójimo en las funciones del “Voluntariado
Femenino”, especialmente algunos días
específicos de la semana, compartiendo tardes completas con sus inseparables amigas
y “comadres” de ese entonces, (me
recuerdo de la esposa del SOM. Méndez, que también venía del Calama y con quien
me unen grandes lazos de amistad especialmente con su hija Adela y su yerno Joaquín), en sus visitas a soldados enfermos, los que
muchas veces estaban en situación precaria, alejados de sus familia y estas
nobles señoras llamadas en ese tiempo las “Damas de Gris”, (de la cual
Fresia fue también “Socia Fundadora”,),
concurrían todas las semanas a brindar apoyo
al contingente, muchas veces dotándolos de elementos necesarios para su aseo personal, y
repartiendo golosinas e implementos, y hasta ropa cómoda para cambiarse en las
enfermerías regimentarias que a veces adolecían de muchos insumos, pero que
ellas lo procuraban muchas veces de su propio esfuerzo económico y solamente con ese único afán natural de amar
y de servir y compartir la tarea vocacional de sus propios esposos.
Las “Damas de Gris” marcaron una bella época de
entrega y sacrificio a los soldados del
Regimiento y yo puedo decir con mucho orgullo que fui testigo de su trabajo anónimo,
servicial y lleno de vocación, que muchas veces obligó también a ellas, mismas
organizar sus hogares y programar sus
horarios para cumplir todas estas tareas “extras”, de madres y esposas, con gran desprendimiento
de sus tiempos y que hablan mucho de la
nobleza de sus almas.
Cuando supe esa
tarde del accidente de “mi” SOM. López,
concurrí a la clínica a visitarlo. Me siento agradecido de Dios que no quedé
con mi inquietud en el alma de no haber podido ir a saludarlo, como le pasó a
mi amigo señalado más arriba. Lo vi en
su lecho de enfermo, (siempre sonriente), animado y optimista, lleno de una
increíble vitalidad, pero profundamente golpeado y con los moretones visibles
de una involuntaria caída accidental.
Fue la última
vez que lo vi, y nos despedimos como era siempre su costumbre: alegre,
optimista lleno de historias y un ser
grande, tan noble, tan sencillo, tan buen esposo y también padre, pero sobre
todo un extraordinario y orgulloso soldado de Infantería del Glorioso Ejército
de Chile.
No tuve tiempo
de conocer en ese tiempo a sus hijos, pero estaban siempre en sus
preocupaciones y conversas diarias. Sé que habrá pasado, como yo también lo pasé
en años posteriores, en esas soledades y preocupaciones económicas, esas
dificultades que tenemos todos los sodados y que solamente nosotros conocemos,
porque hay que “haber estado allí” para
conocer la realidad dolorosa que debemos vivir, y más en esos tiempos en que servir al ejército no tenía ninguna garantía, ni menos alguna
aspiración económica, material o de
cualquier tipo. Nuestro mundo, y más el de nuestros viejos soldados de ayer,
era solamente trabajar y cumplir el reglamento militar que decía claramente que:
“El militar se declarará conforme con su sueldo”…Si lo recibía, bien. Y
si no había “Haberes”, también, puesto que muchas veces en las boletas de
descuentos anexadas a la colilla principal, se adjuntaban una serie de notas de
descuentos, principalmente porque a veces, había que abastecerse de mercaderías
al “crédito”, como en la pulperías pampinas, pero que se hacían por intermedio
de los “Casinos Militares” donde algunas tardes que no podías ir a tu casa por
actividades del servicio, debías comer, o pasar largas horas, “arranchándote” en las dependencias militares,
pero que nunca, nunca fueron comida
gratis; Todo, pero todo se
pagaba, no había pan gratis, ni comida gratis, ni tiempo gratis. Por eso que a
veces los Haberes económicos se reducían al extremo, porque de alguna forma el casino
militar, te salvaba de la emergencia de no terminar el mes, pero que se
devolvía todo su favor en las cuentas del próximo mes, lo que hacía muchas
veces una cadena con mucho tiempo para recuperarse y dejar de vivir al “Vale”.
(Crédito).
Y así es esta
historia simple que quería compartir.
Hace algunos días,
conocí a Evelyn López, y que después de muchas casualidades, descubrí que era
hija de nuestro “Picarón” López.
Le compartí esta
historia, puesto que cruzamos muchas
veces nuestros pasos y camino, y nunca nos dijimos ni una palabra, por aquello
que decía anteriormente que no nos damos tiempo de conocernos, pues cada cual
vive en su propia burbuja.
Y entonces, nos hemos
encontrado en actividades religiosas, hermanados y unidos por el Amor a María, y
la vida del Santuario; las oraciones, la amistad, el canto, la necesidad de crecer cada día, y conmueve o
quizás sorprende, que estando tan cerca de las personas, a veces estamos
tan lejos.
Su padre, fue un
amigo común. Para mí un excelente y gran soldado, y para ella un padre ejemplar,
y conservo el recuerdo grato inolvidable de su prestancia y caballerosidad,
pero también su rectitud, honorabilidad y seriedad de la cual quizás yo también
heredé como formación al trabajar ocasionalmente juntos, por lo que a veces sigo siendo, en muchas circunstancias
de la vida, más militar que civil, pero no por eso mala persona.
Y así es la vida.
Algunas veces es
bueno detenerse y conversar, hasta “perder ese tiempo”, es bueno, para saber
del otro, y así entonces descubrimos
cosas comunes que nos unen y no frágiles
y poco importantes diferencias que nos separan.
Es el arte de
vivir feliz hoy y sembrar para cosechar frutos para el mañana.
Nota:
Estimada Sra. Evelyn López: Me atreví a escribir esta nota en recuerdo de su padre, la tenía guardada hace varias semanas . La comparto hoy, pues el mañana es incierto. Nunca se sabe el "día ni la hora". Un abrazo fraterno.