viernes, 23 de diciembre de 2022

Recordando al "Picarón López"

 

  

                                                             FOTO DE LA GALERIA DE SOMs.

La vida y sus vueltas nos sorprenden con lo pequeño que es el mundo. A veces viajamos con alguien obligadamente como compañero (a) de ruta, y lo hacemos en tal estado, que  nos interesa solo saber de nuestro boleto, del equipaje, de la hora de llegada, de las coordinaciones que nos preocupan,  la ubicación del baño,  ideal que nos toque al “lado” de la ventana, para tener el paisaje a nuestro haber, y sentir el dominio de la mirada de la soberbia sobre ese espacio que también lo sentimos “nuestro” y aunque nos duela el cuello de tanto mirar el aire, la tierra o las nubes, estamos empeñados en hacer de ese momento,  algo  solamente para nosotros,  muy nuestro, muy personal y es el momento que casi esperábamos tanto tiempo para sentarnos a recorrer las hojas del libro amarillento que comenzamos a leer hace varias tardes pero que se quedó olvidado en el estante  donde hay muchos otros textos sin abrir, pero que  “ya tendremos tiempo”, como ahora en el viaje,  para abrir y recorrer con la mirada  eso que nos apasiona y que quedó  marcado con un doblez  en el vértice de la hoja y que, de tanto tiempo transcurrido,  ya pasó a ser parte natural del libro, por lo que hay que  recorrer todas las páginas en un  acción parecida  a ir soltando  las hojas como acordeón y descubrir cual es la que nos señalaba la página en que quedamos, si es que  “de algo” nos acordamos o de “qué se trataba”.

No nos damos el tiempo de mirar para el lado, porque no nos gusta conversar o no queremos terminar con el cuello adolorido para “el otro lado”. Al menos estar del lado de la  ventana, nos permite dormitar en el viaje, acomodarnos con un almohadón hecho con la misma parka o jersey de lana bien doblado a propósito,  y   acomodar  los músculos del cuello suavemente para no terminar acalambrados o con tortícolis, mientras que los pies, ya comienzan a sentir el sufrimiento de estar metidos  abajo, entre medio de esos incómodos fierros y chocando con los bolsos que a veces la gente del lado delantero  pone bajo su asiento, para asegurarse que  tener todo “a mano”, y listo para bajarse del transporte en el más breve tiempo,  aunque éste aun ni siquiera  acelere o encienda sus motores para partir.

Y así somos y caemos, como en los viajes, con las personas que conocemos y que  van con  nosotros en la misma ruta, en el mismo camino, en el mismo sentir, en la misma “parada”; es decir  estamos juntos pero no nos conocemos, vamos para allá mismo,  pero desconocemos hasta sus nombres, nos saludamos todos los domingos en la “Misa” a la distancia, pero  nadie nos dice quién eres, cómo te llamas  o con quien andas, no interesa tampoco conocerte, pues  nuestro tema del viaje es tan personal  y  “nuestro”, que no queremos perder ese precioso tiempo que a veces nos  cambiaría la vida, la personalidad, los sentimientos y  “perder” ese tiempo  nos haría crecer como personas, pues  ya veremos en el otro no a un peregrino o viajero que te acompaña circunstancialmente, sino a quien   quisiéramos conocer, o saber más  o sencillamente  ahondar un poco  en la profundidad de su corazón y darnos cuenta que  a veces tenemos muchas cosas en común que nos unen, más que las que nos separan, y  basta que nos demos cuenta de quien era el otro o la otra para rectificar el rumbo y    ya sin poder volver atrás quedarnos con la amargura de no haber sabido más del otro.

Una tarde, de esas de tertulia de soldados, un viejo  camarada militar, en esos recuerdos  entrañables que florecen siempre a la luz de un vaso de un buen y tibio vino generoso y lleno de recuerdos, me decía que  cuando comenzó su vida militar,  lo hizo como soldado conscripto cumpliendo la Ley del Servicio Militar entonces vigente, y que al llegar a  su hoy “querido” Regimiento, después de pasar los primeros tres duros meses de acondicionamiento  físico e intelectual, como combatiente básico, le tocó entonces trabajar, en la distribución de los soldados que ayudarían a tareas menores en  algunas oficinas  específicas,  y que a él lo habían seleccionado para trabajar de ayudante  en la Sastrería, quedando muy agradado de no tener que andar madrugando para  preparar los desayunos, o lavando los fondos inmensos con restos de comida en el Rancho de la tropa , o tener que estar interminables horas  apostado en los puestos claves de la Guardia del cuartel, sometido a las inclemencias del clima, el sueño,  cansancio y sometido al control  frecuente de oficiales y suboficiales de guardia,   para no ser sorprendido tratando de  escapar a la responsabilidad y no tener que caer exhausto en algún rincón dormido de cansancio. Lo que me contaba mi amigo,  es que  eso para él fue un regalo: Trabajar en la sastrería con un  viejo suboficial, casi un padre para él, y recibir las orientaciones de un buen amigo sin escatimar esfuerzos en sus consejos para hablarle de la “vida”, y tener la dicha de “perder tiempo” en  conversar largas horas y trabajar juntos en la entrega  y costura de los duros parches y  grados militares que a más de alguno les significó en sus hogares, un pinchazo de aguja en los dedos,  pero que en la tertulia del trabajo, entre telas plomas y  tijeras y el “traqueteo” de la máquina mecánica de coser, a la que había que a veces cambiarle la correa, fue creciendo en su  madurez de soldado y aprendiendo tanto de su viejo suboficial, con quien entonces cultivó más que una jerarquía,  propia de un lugar donde la disciplina hace que los hombres se establezcan en un lugar donde les corresponda sin sobrepasar ni para arriba ni para abajo, cada cual haciendo lo que le corresponde y “bien,”  y mantenerse en la línea del humilde servicio, lo cual significó para él toda una enseñanza de vida,  y fue muy doloroso vivir el tiempo en que su querido maestro Sastre, el “viejo” suboficial, debió irse a retiro por tiempo cumplido y dejarlo solo a cargo  de algunas tareas menores, mientras se presentaba algún otro postulante de mayor conocimiento y experiencia, (muy escaso por lo demás),  a cumplir ese puesto disponible de sastre del regimiento.

Todo lo aprendido le sirvió para la vida;  no hubo tarde en que no recordó a su viejo instructor y soldado de ayer, y fue tanto el entusiasmo adquirido por la vida militar que entonces abrazó la misma vocación y el mismo amor al uniforme, que tantas veces ayudó a “costurear” o a aplanchar, que pronto entonces estuvo con sus papeles y documentos  de postulación de “voluntario” a los cuadros de personal permanente  y  después de una exhaustiva preparación física e intelectual, someterse a los exámenes de rigor y finalmente, ser aceptado como le había aconsejado tanto el ”viejo”,  y formar parte en ese entonces de los cabos alumnos del antiguo cuartel de la Escuela de Artillería en Linares, lugar entonces al que  llegó con la experiencia de soldado y con todas las enseñanzas que alguna tarde captó como esponja absorbente de su viejo amigo que ya nunca más vio ni supo de él.

Pero las noticias, (sobre todo las malas),  siempre vuelan, y aunque para mi amigo ya habían pasado más de 35 años de ese inicio,  con su vida hecha y habiendo cumplido su período también de vida útil en la institución y haber alcanzado la máxima graduación que un  joven Cabo aspira desde muy joven, como lo es llegar a Suboficial Mayor, mi apreciado  camarada me contó la tristeza que le invadía en esos días, y que se referían a que se había enterado que el viejo soldado que tanto quiso y del que recibió tantos consejos de amigo y padre,  había fallecido y que  curiosamente residía en su misma ciudad y que estaba a no más de diez o quince minutos para ir alguna tarde a saludarlo, lo cual nunca hizo.

Y allí viene ese mensaje profundo del sentirse arrepentido por haber tenido tantos espacios disponibles, pero que fueron dedicados a las tareas de su trabajo y situaciones propias de familia, y trabajar con tanto esfuerzo en sus obligaciones, que no se dio el tiempo necesario, que no quiso ahondar más en la vida del otro y  se quedó solo con el recuerdo, y quizás si hubiera visto un momento a su viejo amigo, en esta hora de su partida, habría enfrentado ese instante, con muchas paz, mucha tranquilidad y también con una  cuota de legitimas emoción.

“NO” hubo tiempo….Nunca hay tiempo…Se nos acaba el tiempo.

Se nos va entonces la vida, no hay mucho tiempo para el hogar, la familia, ni siquiera  para la paz y la tranquilidad, ni siquiera para el estudio, pues no estamos nunca dispuestos  a perder esas horas inútilmente,  tratando de conocer a quienes nos rodean o con quienes tratamos y compartimos y ¡vaya que nos cambiaría la vida! si supiéramos qué  es lo que hace el “vecino”, qué parentesco  hay,  que esté quizás cercano a nosotros y nuestras puertas y corazones no estarían cerrados con la “tranca” del candado de la indiferencia y podríamos entonces saber más de los otros y querer más a los otros, y hasta cambiaríamos el barrio, el trabajo, la Escuela, la Iglesia,  la Comunidad y hasta  el tema que nos afecta a todos: la familia, porque “familia” es la palabra que más nos retrata cuando queremos sentirnos unidos  y hasta protegidos por alguien, pero que en la práctica, salvo honorosas excepciones,  a veces es la misma familia la que más soledad despliega, muchas veces se pierde el contacto, y entonces las circunstancias, hacen que en los momentos más importantes y en la mayor necesidad , es la misma familia la que te regala la peor indiferencia con su olvido.

Hace más de treinta años, también  comencé mi vida militar, en un Regimiento al que llevo en lo más profundo de mi corazón mi “Escuela y Templo del Saber” como lo fue y es el histórico y Glorioso Regimiento de Infantería N° 7 “Esmeralda”, cautivado en mis años de juventud por la lectura de los textos de la historia y por las novelas de Inostrosa como fue el “Adiós al Séptimo de Línea” y, en  tal sentido,  después de cumplir con mi servicio militar y ser  despachado a la reserva, surgió entonces esa necesidad interior de amor al uniforme y al trabajo militar y nació en mi eso que se llama “vocación” y que no solo se siente con el servicio a la patria, pues la vocación es un llamado interior que todos vivimos y cada cual lo canaliza en lo que más le hace feliz.

Allí conocí, en mis primeros años de joven Cabo 2do, inepto, ignorante, inútil y artesano aprendiz, a varios “viejos” y “cuadrados” Suboficiales, y entre ellos, al llegar a servir a la Comandancia del Regimiento, al querido y recordado “Picarón” López, (proveniente de otra Unidad de Infantería como lo fue el Regimiento de Infantería N° 15 “Calama”). Llegaba siempre en las mañanas lleno de optimismo. Por cierto era muy serio como buen Suboficial Infante,  pero con la  talla a flor de labios, casi siempre con un paquete oculto entre sus manos,  con algún delicioso queque con manjar, que compartía generosamente  desde el Comandante del Regimiento, hasta el último soldado  que trabajábamos cercano a  él,  y no había nadie en ese Segundo Piso”  de la Comandancia del “Esmeralda”, que no disfrutara alguna mañana de un dulce al paladar en medio de las amarguras de las tareas diarias.

A veces llegaba cantando, y lo hacía con una hermosa voz. Tenía esa voz recia de cantante y de tono grave, nos hablaba fuerte como  soldado y nos hacía tiritar las piernas al correr cuando nos llamaba, aunque a veces fuera solo para brindarnos un saludo cariñoso o saber de cómo nos encontrábamos. Era naturalmente muy paternal.

Lo recordamos también con su gran figura  de soldado, alto, fornido, enérgico, lleno de vida, y con libreta en mano tomando apuntes y notas,  pues se desempeñó también como Ayudante del Comandante, puesto y honor que  no muchas personas tienen y que él manejó con sabiduría, humildad y grandeza de corazón.

Después de mucho tiempo de compartir las tareas propias de soldados,  y conocer juntos el rigor de ser militares, de infantería por supuesto y  saber de las fortalezas y debilidades, o ser mutuamente comprensivos cuando nos sentimos  mal por una llamada de atención,  nuestro viejo camarada, al que apodábamos con el cariño y respeto tan propio de hombres de armas como el “Picarón” López, le tocó ese tiempo que nunca queremos que llegue, el tener que irnos por tiempo cumplido, a continuar con nuestros sueños y esperanzas en la vida civil. Lo admirábamos por su temple, y porte o  “postura”  militar, y su recio espíritu de buen soldado de infantería.

Lo tuvimos cercano también, en las reuniones propias de Suboficiales en Retiro, cuando teníamos los actos de celebración del Día del Arma de Infantería y   entonces compartíamos el mismo “rancho” de soldado, sencillo y sin mayores lujos, pero con la conversa agradable y esa necesidad de “perder el tiempo” en seguir conociéndonos, y continuar su siempre permanente labor educativa, hablando de la experiencia de su propia vida. En eso tuve la suerte personal de hablar mucho con grandes soldados como éste, que no pasaron inadvertidos por nuestra vida y que nos enseñaron el arte de la vida,  el arte de obeceder y también en el futuro, el de “mandar”. Fue siempre un ejemplo  de entrega, decisión , vocación y espíritu de sacrificio. Dulce pero estricto,  amable pero exigente,  caballero pero veraz en las irregularidades.

Fue un gran soldado y un buen consejero y amigo.

Quizás el mayor defecto y propio de la vocación: Dedicarse como todos los militares de vocación enteramente al trabajo, agotador y esclavizante, sólo atribuible al sentido de comprensión que nos da el tener que responder por una familia, que siempre va en silencio al lado del soldado, pero que nunca llevamos al ámbito del trabajo, pues nuestra mayor motivación y entrega está en ellos, nuestras esposas, e hijos a quienes criamos y educamos con cariño y a cuenta  de nuestros mutuos sacrificio  en el que no está ausente el espíritu de la gran esposa del soldado.

En esos tiempos ser militar era de verdad, toda una odisea,  siempre admiraré esa entrega y generosidad de esos viejos  “Robles” que nos guiaron en nuestra vida militar.

Había que estar siempre disponibles  en esos interminables turnos o jornadas que hoy llaman de 7 x 24, con la diferencia que  esos trabajos extraordinarios no tenían ni una regalía ni menos  un incentivo de orden económico todo lo contrarios, todo era por “amor al servicio” y   en esa jornadas largas e interminables, de muchas  noches y semanas ausentes dejando a nuestras esposas a cargo de los hijos, porque la obligación era mucho más importante como parte del deber,  y había que estar siempre dispuestos a todo lo que fuera entregar, sin saber  las condiciones ni menos el resultado de alguna dificultad que pudiéramos enfrentar. Siete por veinticuatro todo el año y toda la vida.

El querido amigo, SUBOFICIAL MAYOR CARLOS ENRIQUE LOPEZ MORALES, lo vi y tuve el gusto de saludarle varias veces, con su hermosa esposa, Fresia Ahumada.  en sus paseos por la ciudad o ya inserto en la vida civil.

“Chechita”,  una dama que  en esos tiempos de servicio  interminables, también se daba el tiempo de dedicar, dejando de lado su  justo   descanso y tiempo a su familia,  para ayudar al prójimo en las funciones del “Voluntariado Femenino”,  especialmente algunos días específicos de la semana,  compartiendo  tardes completas con sus inseparables amigas y “comadres”  de ese entonces, (me recuerdo de la esposa del SOM. Méndez, que también venía del Calama y con quien me unen grandes lazos de amistad especialmente con su hija Adela  y su yerno Joaquín), en  sus visitas a soldados enfermos, los que muchas veces estaban en situación precaria, alejados de sus familia y estas nobles señoras llamadas en ese tiempo las “Damas de Gris”, (de la cual Fresia  fue también “Socia Fundadora”,), concurrían todas las semanas a brindar apoyo   al contingente, muchas veces dotándolos de  elementos necesarios para su aseo personal, y repartiendo   golosinas e implementos,  y hasta ropa cómoda para cambiarse en las enfermerías regimentarias que a veces adolecían de muchos insumos, pero que ellas lo procuraban muchas veces de su propio esfuerzo económico y  solamente con ese único afán natural de amar y de servir y compartir la tarea vocacional de sus propios esposos.

Las  “Damas de Gris” marcaron una bella época de entrega  y sacrificio a los soldados del Regimiento y yo puedo decir con mucho orgullo que fui testigo de su trabajo anónimo, servicial y lleno de vocación, que muchas veces obligó también a ellas, mismas organizar sus hogares y   programar sus horarios para cumplir todas estas tareas “extras”,   de madres y esposas, con gran desprendimiento de sus tiempos y  que hablan mucho de la nobleza de sus almas.

Cuando supe esa tarde del accidente de “mi” SOM.  López, concurrí a la clínica a visitarlo. Me siento agradecido de Dios que no quedé con mi inquietud en el alma de no haber podido ir a saludarlo, como le pasó a mi amigo señalado más arriba.  Lo vi en su lecho de enfermo, (siempre sonriente), animado y optimista, lleno de una increíble vitalidad, pero profundamente golpeado y con los moretones visibles de una involuntaria caída accidental.

Fue la última vez que lo vi, y nos despedimos como era siempre su costumbre: alegre, optimista lleno de historias y  un ser grande, tan noble, tan sencillo, tan buen esposo y también padre, pero sobre todo un extraordinario y orgulloso soldado de Infantería del Glorioso Ejército de Chile.

No tuve tiempo de conocer en ese tiempo a sus hijos, pero estaban siempre en sus preocupaciones y conversas diarias. Sé que habrá pasado, como yo también lo pasé en años posteriores, en esas soledades y preocupaciones económicas, esas dificultades que tenemos todos los sodados y que solamente nosotros conocemos, porque  hay que “haber estado allí” para conocer la realidad dolorosa que debemos vivir, y más  en esos tiempos   en que servir al ejército  no tenía ninguna garantía, ni menos alguna aspiración económica,  material o de cualquier tipo. Nuestro mundo, y más el de nuestros viejos soldados de ayer, era solamente trabajar y cumplir el reglamento militar que decía claramente que: “El militar se declarará conforme con su sueldo”…Si lo recibía, bien. Y si no había “Haberes”, también, puesto que muchas veces en las boletas de descuentos anexadas a la colilla principal, se adjuntaban una serie de notas de descuentos, principalmente porque a veces, había que abastecerse de mercaderías al “crédito”, como en la pulperías pampinas, pero que se hacían por intermedio de los “Casinos Militares” donde algunas tardes que no podías ir a tu casa por actividades del servicio, debías comer, o pasar largas horas,  “arranchándote” en las dependencias militares, pero que nunca, nunca fueron comida  gratis;  Todo, pero todo se pagaba, no había pan gratis, ni comida gratis, ni tiempo gratis. Por eso que a veces los Haberes económicos se reducían al extremo, porque de alguna forma el casino militar, te salvaba de la emergencia de no terminar el mes, pero que se devolvía todo su favor en las cuentas del próximo mes, lo que hacía muchas veces una cadena con mucho tiempo para recuperarse y dejar de vivir al “Vale”. (Crédito).

 

Y así es esta historia simple que quería compartir.

Hace algunos días, conocí a Evelyn López, y que después de muchas casualidades, descubrí que era hija de nuestro “Picarón” López.

Le compartí esta historia, puesto que  cruzamos muchas veces nuestros pasos y camino, y nunca nos dijimos ni una palabra, por aquello que decía anteriormente que no nos damos tiempo de conocernos, pues cada cual vive en su propia burbuja.

Y entonces, nos hemos encontrado en actividades religiosas, hermanados y unidos por el Amor a María, y la vida del Santuario; las oraciones, la amistad, el canto,  la necesidad de crecer cada día,  y conmueve o  quizás sorprende, que estando tan cerca de las personas, a veces estamos tan lejos.

Su padre, fue un amigo común. Para mí un excelente y gran soldado, y para ella un padre ejemplar, y conservo el recuerdo grato inolvidable de su prestancia y caballerosidad, pero también su rectitud, honorabilidad y seriedad de la cual quizás yo también heredé como formación al trabajar ocasionalmente juntos, por lo que  a veces sigo siendo, en muchas circunstancias de la vida, más militar que civil, pero no por eso mala persona.

Y así es la vida.

Algunas veces es bueno detenerse y conversar, hasta “perder ese tiempo”, es bueno, para saber del otro,  y así entonces descubrimos cosas comunes que nos unen y no  frágiles y poco importantes diferencias que nos separan.

Es el arte de vivir feliz hoy y sembrar para cosechar frutos para el mañana.

 




Nota:

 Estimada Sra. Evelyn López: Me atreví  a escribir esta nota en recuerdo de su padre, la tenía guardada hace varias semanas . La comparto hoy, pues el mañana es incierto. Nunca se sabe el "día ni la hora". Un abrazo fraterno.

 

miércoles, 22 de junio de 2022

SALUDOS EN EL DIA DEL SUBOFICIAL MAYOR

 

Antofagasta, 22 de Junio 2022

Día del Suboficial Mayor

Hoy, en el Día del Suboficial Mayor, me siento muy agradecido de  Dios, de la vida y del Glorioso Ejército de Chile, por haber tenido la oportunidad de servir, al igual que mis compañeros de distintos grados, en una difícil carrera militar  como parte de los “hijos del rigor”, donde cada cual debió vencer  muchos obstáculos para permanecer, proyectar y alcanzar  los reconocimientos propios de la carrera, que no a todos favorece en el buen sentido de la ecuánime justicia y que en algunos  enciende  inconformidad por los criterios humanos con que se rigen las instituciones y que en  todo tiempo es , fue  y será siempre muy difícil de manejar u ordenar.

Alcanzar un grado más alto o el de la “cúspide”, quizás no sea del puro y merecido mérito personal que todos tenemos, pues esa idea la llevamos muy al interior como desafío personal, en los inicios de nuestra carrera militar. Tal vez sumen a esta posibilidad un poco el factor suerte que es una verdad irrefutable por los riesgos y tantas situaciones de la vida de soldados, mucho esfuerzo personal demostrado en las múltiples funciones en las cuales debemos todos ser de excelencia, no haberse metido por esas casualidades voluntaria o involuntariamente en las “patas de los caballos”, y haber tenido las condiciones muchas veces ideales del medio, para no caer en  los naturales desatinos, buenos o malos criterios, de quienes cumplen la otra función importante e ingrata a la vez, de fiscalización,  muchas veces sometidos a otras mayores exigencias de orden superior donde deben permanecer incólumes en medio del “ojo del huracán”,  o  ser debidamente reconocidos con justicia y veracidad,  por nuestras propias capacidades y esfuerzos en todas las tareas asignadas, que no son pocas y que hacen de nuestra vida militar, una larga e impresionante cadenas de distintas experiencias. Todo ello hace de la vida militar  una entrega en la que todos estamos incluidos y obligados voluntariamente con las mismas posibilidades porque nos une un solo objetivo común: el servir a Chile y sobre todo a esta noble institución el Ejército de Chile, la que nos acogió, nos recibió, nos formó y educó y  a la cual ingresamos con un espíritu personal y voluntario sin jamás buscar  bienestar ni privilegios para ninguno de nosotros, debiendo en el camino asumir y someter a ese llamado de vocación a nuestras propias  familias y darnos cuenta que nuestras propias falencias y necesidades económicas   nos obligarían, muchas veces, a restringir las aspiraciones a los “nuestros”,  sin haber querido jamás   afectarlos por nuestras insuficiencias económicas, por nuestras obligadas y largas ausencias, o por las normas estrictas de este  mal  llamado trabajo, pues es un servicio  de  7 x 24 y al que optamos voluntariamente en lo mejor de nuestra juventud sin mirar futuro, solamente presente que se va dando en el día a día.

Hoy día celebramos a los SOMs, no porque hayan sido los mejores o excepcionalmente super héroes, sino porque representan el reconocimiento que el Ejército les hizo en su oportunidad, con los defectos humanos propios de la vida. Quizás con muchas desigualdades, pero que es necesario resaltar para constituirse en ejemplos y ser los líderes que pusieron todo su esfuerzo en tratar de alcanzar un grado que en el fondo nunca fue lo más importante, pues nadie trabajó con tanto esfuerzo y dedicación para ser o alcanzar ese reconocimiento que sin duda es un premio de honor y gratitud, pero que está sujeto a tantos distintos criterios y a la vida misma de cada cual . Estamos todos unidos por otro valor, el de la entrega y vocación y en eso no hubo jamás   diferencias entre los esfuerzos y las obligaciones. Claro, es verdad que muchos vivieron peores o mejores momentos,  quizás la mano dura injusta les cayó a algunos en forma tajante como guadaña que cae sin miramientos y les afectó a sus aspiraciones personales, y en el recuento final,  no valoraron todo lo que hizo o quiso hacer; pero  nunca nadie trabajó por ser Suboficial Mayor, todos lo hicimos con el único fin de ser buenos soldados, y los que tuvieron esa suerte del destino,  esa  superación  que tampoco estaba exenta de  sacrificios  y de capacidades personales, esos denodados esfuerzos por superar y aprender las lecciones del día y programar los días venideros cada noche  o cada amanecer, merecen por supuesto un buen abrazo un reconocimiento justo y un ejemplo para quienes comienzan esta ardua carrera en la que nunca estarán exentos de riesgos, o situaciones que  vayan en contra de sus propios intereses e ideales.

Por eso que corresponde a un principio de caballerosidad, buena crianza  y respeto, saludar a estos nobles soldados y brindarles nuestro afectuoso saludo.

Tras cada uno de ellos hay familias, hijos, y todo un mundo que cada uno debiera indagar para saber el gran significado espiritual de este reconocimiento institucional.

Pero también está tras esa honrosa designación. la figura anónima de quienes son nuestra principal razón de ser: Los soldados.

Tras cada Suboficial Mayor hay muchos soldados anónimos que ayudaron a su éxito en el trabajo, en esas tareas que siendo de tanto esfuerzo físico, contaron siempre con la juventud y entrega de sus propios instruidos, a quienes ellos debieron también  darle esa formación militar que es tan necesaria para la vida y para la acción de la defensa de chile, con la dureza y  calculada disciplina: están también quienes  han acompañado el crecimiento   en el proceso de la maduración de su propias responsabilidad,  ese soldado de experiencia, sus propios compañeros  de igual grado, o  aquellos que fueron sus superiores inmediatos en el largo camino, incluso algunos muy jóvenes,  quienes recibieron también de sus consejos una buena guía para enfrentar sus propios y disímiles caminos.

Todo esto es el significado real del ser Suboficial Mayor.  Muy bien por ellos, por todos sus buenos ejemplos, bien por los reconocimientos.

 Por eso es que hoy saludamos a todos, los que ostentaron el grado, a los que lo lucen con orgullo y a esos que merecidamente debían llevarlo en sus hombros como presillas doradas por su ejemplo y liderazgo y que por alguna circunstancias, justas o injusta no les fue otorgado ese privilegio. Pero la vida es así y muchas veces se cargan esos dolores de injusticias en todo orden, y quizá nosotros, los soldados, los hijos del rigor debimos aprender mucho más de las obligaciones y de los deberes, y en medio de tanto dar, muchas veces muy poco recibir, la experiencia de cada cual es conocida y nunca es necesario remover esos escombros de tantas dolores y penas que pudimos juntos pasar.

Pero Dios que nos conoce a todos nos regala la tranquilidad para vivir en lo mejor de la vida: la paz.

La vida es para todos nosotros eso:  vida. Pero no todos tenemos la mejor. Muchos factores influyen para sentirnos felices o infelices de vivirla: la salud, los apremios económicos, la crianza, la educación.  Quizás tampoco tuvimos la oportunidad de ser mejores en cuanto a educación por las falencias de nuestros padres, pero ello no nos hace sentir rencor por la falta de oportunidades, todo lo contrarios gracias Dios porque no teniendo nada pudimos vencer, no habiendo tenido los mejores recursos logramos superarnos y vivir, educar, criar, y en medio de las pobrezas o las necesidades de cada cual sobrevivir y encontrarnos hoy vivos y llenos de recuerdos de cosas hermosas que vivimos.

El dulce y el amargo es de cada experiencia personal. En lo dulce: los amigos, las circunstancias, las celebraciones, la amistad profesional, la camaradería, el deporte, el canto, la misa, la emoción de la partida o llegada a campaña, la marcha final de los 65 kilómetros de soledad y aridez en de la “Flor del desierto” o lo que fuera, la marcha a Arica   las fiestas de aniversario, la Pascua del soldado.

En los tragos amargos: las injusticias propias del vivir en  sistemas humanos que nunca son perfectos, (solo Dios es perfecto); quizás la sobrecarga de tareas, esas  guardias, trasnochadas, frio, calor, renunciar a fiestas de familia, por tener que permanecer  cuidando los pertrechos, esos servicios invariables y prolongados, esas prepotencias menores y humillaciones, esos  dolores de cabeza por las revistas del cargo, el armamento,  vestuario,  vehículo, o por el corvo oxidado que una mañana sacó el Comandante en una revista de una vaina  de un soldado de la fila y se transformó en “días” de arresto por descuidar el mantenimiento de su arma,  o esas medidas colectivas de: “todos arrestados, todos adentro, todos mañana a diana,  todos mañana a retreta. todos   a la mierda”.  Uff…..Son tantas cosas de la vida militar y   lo único que podemos decir ante eso es que fue nuestra elección de vida y fuimos todos voluntarios y nadie nos obligó. La puerta ancha siempre estuvo abierta y hoy no es día de malos recuerdos,  sino de alegrías. emociones y de agradecer a quienes nos educaron, enseñaron, a esos viejos soldados o más antiguos que alguna vez nos pusieron ¡firmes! y “gritadito” en pleno patio, pero más que dañarnos con una sanción en una “Hoja de Vida”,  nos dieron lección de enseñanzas y aprendimos a duros golpes, teniendo también en la mente, sin rencor y con límpido perdón  a esos que se ensañaron con hacernos daño y calificarnos de inútiles en tareas en las que tampoco ellos podían ser buenos ejecutantes y cuando en verdad no tuvimos nunca las mismas oportunidades de ponernos codo a codo a comparar nuestras capacidades.

Pero también están los que pudiendo ser violentos o prepotentes, orgullosos o soberbios  por sus grados de alta jerarquía, con grandes capacidades personales de conductores y líderes,  fueron también muy  humildes, serviciales, paternales y nos regalaron sus consejos, su amistad, su guía desinteresada y su natural liderazgo con el cual podíamos elegir libremente en la voluntad del alma  la certeza de  que: “Con éste comandante sí que voy a la guerra”.

En fin, tanto que decir, tanto que agradecer, tanto que aportar, tanto que recordar.

Por eso hoy,  que es día de celebración personal y de íntimos y gratos recuerdos quiero extender mi diestra y brindar mi saludo y un gran  abrazo no solo a quienes ostentan ese grado del cual está prohibido llevarlo con aires de falso orgullo y soberbia, sino más bien con humildad y espíritu de servicio, y saludar también a nuestros camaradas, más o menos antiguos que nos ayudaron con su lealtad, su impulso, su consejo, su obediencia y sus  muchas mejores capacidades demostradas en distintos ámbitos de la vida militar para unirnos como en esas primeras nerviosas noches de Escuela, en medio de las montañas nevadas de La Dehesa, o el lugar que fuere, o en las marchas nocturnas  donde el barro y el agua de las lluvias torrenciales nos entraba por los poros de las telas y  las botas, empapándonos de sudor frio y de  hielos que acuchillaban nuestros pies de sacrificados soldados, y  aun así,  cubríamos con el poco abrigo nuestras armas,  para auto protegernos y para aprender que en la furia de la naturaleza o en las acciones  de la vida contra nosotros mismos, debemos  estar siempre unidos, porque ese fue el camino que emprendimos alguna noche,  por esos campos  de nuestros primeros cuarteles militares,  para muchos quizás olvidados, pero que se refrescan con los recuerdos y que nos traen sonrisas de niños, de muchachos con sueños idealistas de  servir a la Patria y  empaparnos por el amor a Chile, su historia y su Bandera, que es lo que al final nos acompañará a nuestro eterno descanso, cuando el clarín nos llame y el toque de silencio  irrumpa  en los recuerdos  de tantas historias que construimos juntos, y que  nos unirán por toda la vida y hasta después de la muerte.

Feliz día camaradas, amigos, subalternos y gratitud eterna a nuestros superiores.

(ALGUNAS IMÁGENES DE MI VIDA MILITAR  PARA MI RECUERDO  MI "GALERÍA DE SATISFACCIONES", SIN VANIDADES NI SOBERBIA, SOLO AGRADECIMIENTOS)

SOLDADO CONSCRIPTO EN EL "ESMERALDA"


ANTES DE SER SOLDADO











ALUMNO PRIMER AÑO EN LA DEHESA




ALUMNO ESCUELA DE INFANTERIA








EN EL ESMERALDA

















CURSO DE SUBOFICIALES MAYORES Y ASCENSO












MI ESPOSA MÓNICA  E HIJA CAROLINA

MI  FAMILIA

(Mis padres, mis nietos, )







EN EL CUARTEL GENERAL DE LA I. D.E.





 

UN CUENTO DEL TIO

6 de enero 2022 Estimados amigos y vecinos de Antofagasta: Hoy, bajando por la Avenida Arturo Pérez Canto, al llegar al semáforo   con A...