Encuentros que nos llenan de alegrías y recuerdos….
Siempre
se transforma en una sensación gratificante de alegría encontrarnos con
nuestros “hermanos” soldados o cualquier
apreciado “camarada” , en distintas circunstancias, después de habernos dejado ver
durante tanto tiempo, ya sea por la infame pandemia que aún persiste o porque hemos tomado otros rumbos y/o tareas,
después de emigrar de nuestros cuarteles, en los que dejamos tantos años de esa
“invencible” juventud y entonces “larga” vida, ya superada esa larga y recordada
etapa, cada cual, con su propio equipaje de preocupaciones , marchamos por distintos senderos, con la
misma mochila cargada de sentimientos y recuerdos, el mismo entusiasmo de jóvenes de ayer, y con la misma vocación con que abrazamos
nuestra profesión de las armas en nuestros mejores años de juventud, siguiendo
los cursos naturales que nos ofrece la
vida, con otras preocupaciones, enfrentándonos a las enfermedades y dolencias, a los cansancios temporales del cuerpo, que en un
tiempo pasado fue aguerrido e
“inmortal”, casi de acero, venciendo tantos obstáculos y activando nuestros
jóvenes músculos en esas carreras
matutinas de largo aliento por la costanera hacia Coloso, o venciendo la “Mesa Irlandesa” y trepando por las
gruesas cuerdas de la cancha de obstáculos, con esa agilidad propia de jóvenes impetuosos, con una fuerza comparable
solamente a la empleada por los
gatos, escapando de los perros hacia
la zona segura del tejado del Rancho de la tropa, en su propio circuito de pentatlón.
Esa cancha que a
todos nos dejó exhaustos, fue construida por nosotros y para nosotros, con
el concursos de diestros soldadores como
Héctor Núñez o Flavio Becerra y
tantos otros integrantes de los equipos de construcción del regimiento que
siempre, pero siempre lo hicieron todo
sin tener nada, empleándose con palas y picotas y apoyados por esos sudorosos
soldados que en todo tiempo han sido mano de obra, cavando fosas y zigzagueantes pasos de obstáculos, en la
subida más difícil del cuartel, colindante con el “Exploradores”, y de la cual, una vez terminada la obra, se “gloriaba” inflado de orgullo y soberbia, (tan natural y necesaria para la figura de líder),
el “Negro”, que se jactaba risueño de ser
el “Primer Pentatleta de Chile”, mientras de camisa gris y/o polera corta, formaba frente al Regimiento
pidiendo cuentas, y se reía con no
oculta ironía de nuestras tenidas invernales o de nuestros dientes que
castañeaban de frío mirando la cruz de la “Coviefi” allá en el cerro, en esos amaneceres que todos conocimos y en
los cuales se jactaba él mismo tras
sus lentes ópticos antiguos, de sus poderes y capacidades corporales. No
digo que sea o haya sido un mal ejemplo, todo lo contrario, un hombre distinto,
y convencido de su liderazgo, y de quien no hay nadie que no tenga algún grato
o ingrato recuerdo. Pero las personas somos todas distintas y la línea del
respeto permanece siempre en los justos lindes
de la tolerancia.
Hoy, para todos los que fuimos o
estuvimos allí, son otras nuestras misiones
y preocupaciones relacionadas con la subsistencia, y todas ligadas
principalmente a la familia la cual sobrevivió valiente y llena de entereza, guiada
por nuestras compañeras silenciosas y esforzadas de la senda, en
nuestras largas ausencias en las que
vimos crecer lejanamente a nuestros hijos. Es el sacrificio de servir, y estar dispuestos
siempre al trabajo que nunca se acaba.
Ya
no son nuestros hijos nuestros motivos de preocupaciones actuales: Ahora son
nuestros nietos;
Ya no es la “revista” de la Inspectoría o la partida a “Campaña” o el oficial de
semana que se entretenía con libreta y listado en mano pasando detalladas
revistas al “Almacén”.
Ya no es la preocupación de tener que
vestir a las escuadras de soldados y cortarles el pelo en largas tertulias
nocturnas con la única máquina de cortar
pelo “a mano” de propiedad de la Compañía,
haciendo turnos para que los instructores de mayor rango terminaran su
tareas y nos dejaran a los más “huaipes”,
en los peores horarios pero igual llenos de entusiasmo , facilitándonos las
grasientas máquinas que cortaban los
mechones y desvelaban los cuellos
morenos de soldados agotados, llenos de cansancio y sueño, los cuales antes de dormir, debían presentarse con las
botas bien lustradas. No en vano a la mañana siguiente la Diana sería más temprano que de costumbre, el tacho
hirviente de café que quemaba los labios como desayuno y en el mínimo de tiempo
prestos y listos para las actividades de Revistas, Efemérides y/o desfiles.
Hay días que se cruzan fugaces, pero reales por nuestra mente, esos momentos que
hoy podemos decir que eran extremadamente “felices”, en medio de las tormentas
del trabajo y responsabilidades, sobretodo esos
esperados y ansiados “San Viernes” de
camaradería, con aromas de cervezas destapadas con el ruido de tapas
cayendo al piso en la barra de la cantina del Casino, o esperando con el diente
largo y las glándulas salivales ansiosas, esos “perniles” humeantes y aromáticos, ricamente condimentados y aun
con huellas de pepitas blancas en medio
de la pasta roja del ají chileno, rebosante y resbaloso que corría como crema por la piel ardiente, de
ese pedazo de cerdo que nos hacía “agua la boca”, y esas papas cocidas y
calientes cocinadas en los grandes fondos junto a esos fogones encendidos todo
el día, donde la Señora María, la Virginia, o la
“Esmeraldina” Eva, dejaban todos sus esfuerzos y empeños del agotador día para que untando con
pan y pebre , darnos el gusto a esos paladares hambrientos y sedientos que
buscaban , escapar un poco de la exigencia y/ o la monotonía, o sentirse acogidos después de un prolongado período de
aislamiento en las soledades
cordilleranas, para dejar en cada término de comisión los fusiles bien guardados en los almacenes, y “todos los
niveles en cero”, para permitirnos esa
otra cara de la moneda del soldado honesto con su trabajo, pero ser humano
cariñoso y lleno de bondades, al que después de sus tareas le gustaba cantar
nuestros amados himnos militares, golpeando con los tazones de vidrio duro y resistente, los mesones de
la cantina donde cada cual contaba sus historias y en donde de vez en cuando emergían
las improvisadas voces de “cantores” ocasionales, como el querido y recordado
“Mono” Hernández”, entonando con
afinación o sin ella, melodías del rankings de la época y volando las notas de
su canto por el aire contaminado de
humos de cigarros, vapores corporales y alientos de cerveza, imitando a Neil
Diamon con su “Song Sung Blue” que aún me parece oír como si fuera hoy :
“Song sung blue,
Weeping like a willow. Song sung blue, Sleeping
on my pillow”
(Y que traducida
al español dice¨:
“Canción cantada
tristemente, Llorando como un sauce, Canción
cantada tristemente, Durmiendo en mi almohada”…)
Pero que a decir verdad, nadie, pero nadie, ni yo mismo supe ni entendía la traducción, pero ¡¡¡Puchas, qué
emocionaban esas canciones!!
En el otro rincón de la “Barra”, la voz del inolvidable y siempre sonriente Jaime“Quilo”. Su característica canción, de Joaquín Sabina:
“Fue en un
pueblo con bar, una noche, después de un concierto, tu reinabas detrás de la
barra del único bar que encontramos abierto…..” y que en el estribillo coral se explayaban todos los presentes con
el consabido: ”Y nos dieron las dos y las tres, las
cuatro, las cinco y la seis…. .” golpeando los vasos unos con
otros y alegres cantando al aire un alegre
¡¡“SALUD”!!
Era
bueno, pero muy bueno para la vida de
ese entonces, tener esas instancias de
camaradería, de cantos, de comidas y de cervezas, tan propias de amigos distintos
en jerarquía y grados de amistad, pero a
los cuales les unían el mismo sentimiento de vocación y amor a nuestros valores y tradiciones
heredados de una común historia y de un pasado Glorioso y lleno de heroísmo, de una Institución tan
amada por nosotros como era, lo es y será siempre, el Glorioso Ejército de Chile.
Por eso que encontrarnos de vez en
cuando, como lo fue el magnífico momento que vivimos en el “Parque
“Esmeraldino” el pasado 4 de Diciembre
del año recién pasado, aun con mascarillas, gel y cuidados extremos, o tener la
grata ocasión de encontrarnos en nuestras tareas que emprendemos cada cual en
las calles de la ciudad donde vivimos,
despiertan en nosotros esos recuerdos que jamás se duermen, por que
viven en el cada día de lo que nos queda por vivir y que son la fuera necesaria
para seguir optimistas y sin bajar nunca la motivación de lo que somos, seguir recordando y abrazándonos en cada
encuentro con los recuerdos y nostalgias de un pasado que es presente, y que
llevaremos por siempre en el alma y corazón, sobretodo de quienes nos sentimos por siempre y para siempre “Esmeraldinos”.
Un fraternal
abrazo.