viernes, 23 de diciembre de 2022

Recordando al "Picarón López"

 

  

                                                             FOTO DE LA GALERIA DE SOMs.

La vida y sus vueltas nos sorprenden con lo pequeño que es el mundo. A veces viajamos con alguien obligadamente como compañero (a) de ruta, y lo hacemos en tal estado, que  nos interesa solo saber de nuestro boleto, del equipaje, de la hora de llegada, de las coordinaciones que nos preocupan,  la ubicación del baño,  ideal que nos toque al “lado” de la ventana, para tener el paisaje a nuestro haber, y sentir el dominio de la mirada de la soberbia sobre ese espacio que también lo sentimos “nuestro” y aunque nos duela el cuello de tanto mirar el aire, la tierra o las nubes, estamos empeñados en hacer de ese momento,  algo  solamente para nosotros,  muy nuestro, muy personal y es el momento que casi esperábamos tanto tiempo para sentarnos a recorrer las hojas del libro amarillento que comenzamos a leer hace varias tardes pero que se quedó olvidado en el estante  donde hay muchos otros textos sin abrir, pero que  “ya tendremos tiempo”, como ahora en el viaje,  para abrir y recorrer con la mirada  eso que nos apasiona y que quedó  marcado con un doblez  en el vértice de la hoja y que, de tanto tiempo transcurrido,  ya pasó a ser parte natural del libro, por lo que hay que  recorrer todas las páginas en un  acción parecida  a ir soltando  las hojas como acordeón y descubrir cual es la que nos señalaba la página en que quedamos, si es que  “de algo” nos acordamos o de “qué se trataba”.

No nos damos el tiempo de mirar para el lado, porque no nos gusta conversar o no queremos terminar con el cuello adolorido para “el otro lado”. Al menos estar del lado de la  ventana, nos permite dormitar en el viaje, acomodarnos con un almohadón hecho con la misma parka o jersey de lana bien doblado a propósito,  y   acomodar  los músculos del cuello suavemente para no terminar acalambrados o con tortícolis, mientras que los pies, ya comienzan a sentir el sufrimiento de estar metidos  abajo, entre medio de esos incómodos fierros y chocando con los bolsos que a veces la gente del lado delantero  pone bajo su asiento, para asegurarse que  tener todo “a mano”, y listo para bajarse del transporte en el más breve tiempo,  aunque éste aun ni siquiera  acelere o encienda sus motores para partir.

Y así somos y caemos, como en los viajes, con las personas que conocemos y que  van con  nosotros en la misma ruta, en el mismo camino, en el mismo sentir, en la misma “parada”; es decir  estamos juntos pero no nos conocemos, vamos para allá mismo,  pero desconocemos hasta sus nombres, nos saludamos todos los domingos en la “Misa” a la distancia, pero  nadie nos dice quién eres, cómo te llamas  o con quien andas, no interesa tampoco conocerte, pues  nuestro tema del viaje es tan personal  y  “nuestro”, que no queremos perder ese precioso tiempo que a veces nos  cambiaría la vida, la personalidad, los sentimientos y  “perder” ese tiempo  nos haría crecer como personas, pues  ya veremos en el otro no a un peregrino o viajero que te acompaña circunstancialmente, sino a quien   quisiéramos conocer, o saber más  o sencillamente  ahondar un poco  en la profundidad de su corazón y darnos cuenta que  a veces tenemos muchas cosas en común que nos unen, más que las que nos separan, y  basta que nos demos cuenta de quien era el otro o la otra para rectificar el rumbo y    ya sin poder volver atrás quedarnos con la amargura de no haber sabido más del otro.

Una tarde, de esas de tertulia de soldados, un viejo  camarada militar, en esos recuerdos  entrañables que florecen siempre a la luz de un vaso de un buen y tibio vino generoso y lleno de recuerdos, me decía que  cuando comenzó su vida militar,  lo hizo como soldado conscripto cumpliendo la Ley del Servicio Militar entonces vigente, y que al llegar a  su hoy “querido” Regimiento, después de pasar los primeros tres duros meses de acondicionamiento  físico e intelectual, como combatiente básico, le tocó entonces trabajar, en la distribución de los soldados que ayudarían a tareas menores en  algunas oficinas  específicas,  y que a él lo habían seleccionado para trabajar de ayudante  en la Sastrería, quedando muy agradado de no tener que andar madrugando para  preparar los desayunos, o lavando los fondos inmensos con restos de comida en el Rancho de la tropa , o tener que estar interminables horas  apostado en los puestos claves de la Guardia del cuartel, sometido a las inclemencias del clima, el sueño,  cansancio y sometido al control  frecuente de oficiales y suboficiales de guardia,   para no ser sorprendido tratando de  escapar a la responsabilidad y no tener que caer exhausto en algún rincón dormido de cansancio. Lo que me contaba mi amigo,  es que  eso para él fue un regalo: Trabajar en la sastrería con un  viejo suboficial, casi un padre para él, y recibir las orientaciones de un buen amigo sin escatimar esfuerzos en sus consejos para hablarle de la “vida”, y tener la dicha de “perder tiempo” en  conversar largas horas y trabajar juntos en la entrega  y costura de los duros parches y  grados militares que a más de alguno les significó en sus hogares, un pinchazo de aguja en los dedos,  pero que en la tertulia del trabajo, entre telas plomas y  tijeras y el “traqueteo” de la máquina mecánica de coser, a la que había que a veces cambiarle la correa, fue creciendo en su  madurez de soldado y aprendiendo tanto de su viejo suboficial, con quien entonces cultivó más que una jerarquía,  propia de un lugar donde la disciplina hace que los hombres se establezcan en un lugar donde les corresponda sin sobrepasar ni para arriba ni para abajo, cada cual haciendo lo que le corresponde y “bien,”  y mantenerse en la línea del humilde servicio, lo cual significó para él toda una enseñanza de vida,  y fue muy doloroso vivir el tiempo en que su querido maestro Sastre, el “viejo” suboficial, debió irse a retiro por tiempo cumplido y dejarlo solo a cargo  de algunas tareas menores, mientras se presentaba algún otro postulante de mayor conocimiento y experiencia, (muy escaso por lo demás),  a cumplir ese puesto disponible de sastre del regimiento.

Todo lo aprendido le sirvió para la vida;  no hubo tarde en que no recordó a su viejo instructor y soldado de ayer, y fue tanto el entusiasmo adquirido por la vida militar que entonces abrazó la misma vocación y el mismo amor al uniforme, que tantas veces ayudó a “costurear” o a aplanchar, que pronto entonces estuvo con sus papeles y documentos  de postulación de “voluntario” a los cuadros de personal permanente  y  después de una exhaustiva preparación física e intelectual, someterse a los exámenes de rigor y finalmente, ser aceptado como le había aconsejado tanto el ”viejo”,  y formar parte en ese entonces de los cabos alumnos del antiguo cuartel de la Escuela de Artillería en Linares, lugar entonces al que  llegó con la experiencia de soldado y con todas las enseñanzas que alguna tarde captó como esponja absorbente de su viejo amigo que ya nunca más vio ni supo de él.

Pero las noticias, (sobre todo las malas),  siempre vuelan, y aunque para mi amigo ya habían pasado más de 35 años de ese inicio,  con su vida hecha y habiendo cumplido su período también de vida útil en la institución y haber alcanzado la máxima graduación que un  joven Cabo aspira desde muy joven, como lo es llegar a Suboficial Mayor, mi apreciado  camarada me contó la tristeza que le invadía en esos días, y que se referían a que se había enterado que el viejo soldado que tanto quiso y del que recibió tantos consejos de amigo y padre,  había fallecido y que  curiosamente residía en su misma ciudad y que estaba a no más de diez o quince minutos para ir alguna tarde a saludarlo, lo cual nunca hizo.

Y allí viene ese mensaje profundo del sentirse arrepentido por haber tenido tantos espacios disponibles, pero que fueron dedicados a las tareas de su trabajo y situaciones propias de familia, y trabajar con tanto esfuerzo en sus obligaciones, que no se dio el tiempo necesario, que no quiso ahondar más en la vida del otro y  se quedó solo con el recuerdo, y quizás si hubiera visto un momento a su viejo amigo, en esta hora de su partida, habría enfrentado ese instante, con muchas paz, mucha tranquilidad y también con una  cuota de legitimas emoción.

“NO” hubo tiempo….Nunca hay tiempo…Se nos acaba el tiempo.

Se nos va entonces la vida, no hay mucho tiempo para el hogar, la familia, ni siquiera  para la paz y la tranquilidad, ni siquiera para el estudio, pues no estamos nunca dispuestos  a perder esas horas inútilmente,  tratando de conocer a quienes nos rodean o con quienes tratamos y compartimos y ¡vaya que nos cambiaría la vida! si supiéramos qué  es lo que hace el “vecino”, qué parentesco  hay,  que esté quizás cercano a nosotros y nuestras puertas y corazones no estarían cerrados con la “tranca” del candado de la indiferencia y podríamos entonces saber más de los otros y querer más a los otros, y hasta cambiaríamos el barrio, el trabajo, la Escuela, la Iglesia,  la Comunidad y hasta  el tema que nos afecta a todos: la familia, porque “familia” es la palabra que más nos retrata cuando queremos sentirnos unidos  y hasta protegidos por alguien, pero que en la práctica, salvo honorosas excepciones,  a veces es la misma familia la que más soledad despliega, muchas veces se pierde el contacto, y entonces las circunstancias, hacen que en los momentos más importantes y en la mayor necesidad , es la misma familia la que te regala la peor indiferencia con su olvido.

Hace más de treinta años, también  comencé mi vida militar, en un Regimiento al que llevo en lo más profundo de mi corazón mi “Escuela y Templo del Saber” como lo fue y es el histórico y Glorioso Regimiento de Infantería N° 7 “Esmeralda”, cautivado en mis años de juventud por la lectura de los textos de la historia y por las novelas de Inostrosa como fue el “Adiós al Séptimo de Línea” y, en  tal sentido,  después de cumplir con mi servicio militar y ser  despachado a la reserva, surgió entonces esa necesidad interior de amor al uniforme y al trabajo militar y nació en mi eso que se llama “vocación” y que no solo se siente con el servicio a la patria, pues la vocación es un llamado interior que todos vivimos y cada cual lo canaliza en lo que más le hace feliz.

Allí conocí, en mis primeros años de joven Cabo 2do, inepto, ignorante, inútil y artesano aprendiz, a varios “viejos” y “cuadrados” Suboficiales, y entre ellos, al llegar a servir a la Comandancia del Regimiento, al querido y recordado “Picarón” López, (proveniente de otra Unidad de Infantería como lo fue el Regimiento de Infantería N° 15 “Calama”). Llegaba siempre en las mañanas lleno de optimismo. Por cierto era muy serio como buen Suboficial Infante,  pero con la  talla a flor de labios, casi siempre con un paquete oculto entre sus manos,  con algún delicioso queque con manjar, que compartía generosamente  desde el Comandante del Regimiento, hasta el último soldado  que trabajábamos cercano a  él,  y no había nadie en ese Segundo Piso”  de la Comandancia del “Esmeralda”, que no disfrutara alguna mañana de un dulce al paladar en medio de las amarguras de las tareas diarias.

A veces llegaba cantando, y lo hacía con una hermosa voz. Tenía esa voz recia de cantante y de tono grave, nos hablaba fuerte como  soldado y nos hacía tiritar las piernas al correr cuando nos llamaba, aunque a veces fuera solo para brindarnos un saludo cariñoso o saber de cómo nos encontrábamos. Era naturalmente muy paternal.

Lo recordamos también con su gran figura  de soldado, alto, fornido, enérgico, lleno de vida, y con libreta en mano tomando apuntes y notas,  pues se desempeñó también como Ayudante del Comandante, puesto y honor que  no muchas personas tienen y que él manejó con sabiduría, humildad y grandeza de corazón.

Después de mucho tiempo de compartir las tareas propias de soldados,  y conocer juntos el rigor de ser militares, de infantería por supuesto y  saber de las fortalezas y debilidades, o ser mutuamente comprensivos cuando nos sentimos  mal por una llamada de atención,  nuestro viejo camarada, al que apodábamos con el cariño y respeto tan propio de hombres de armas como el “Picarón” López, le tocó ese tiempo que nunca queremos que llegue, el tener que irnos por tiempo cumplido, a continuar con nuestros sueños y esperanzas en la vida civil. Lo admirábamos por su temple, y porte o  “postura”  militar, y su recio espíritu de buen soldado de infantería.

Lo tuvimos cercano también, en las reuniones propias de Suboficiales en Retiro, cuando teníamos los actos de celebración del Día del Arma de Infantería y   entonces compartíamos el mismo “rancho” de soldado, sencillo y sin mayores lujos, pero con la conversa agradable y esa necesidad de “perder el tiempo” en seguir conociéndonos, y continuar su siempre permanente labor educativa, hablando de la experiencia de su propia vida. En eso tuve la suerte personal de hablar mucho con grandes soldados como éste, que no pasaron inadvertidos por nuestra vida y que nos enseñaron el arte de la vida,  el arte de obeceder y también en el futuro, el de “mandar”. Fue siempre un ejemplo  de entrega, decisión , vocación y espíritu de sacrificio. Dulce pero estricto,  amable pero exigente,  caballero pero veraz en las irregularidades.

Fue un gran soldado y un buen consejero y amigo.

Quizás el mayor defecto y propio de la vocación: Dedicarse como todos los militares de vocación enteramente al trabajo, agotador y esclavizante, sólo atribuible al sentido de comprensión que nos da el tener que responder por una familia, que siempre va en silencio al lado del soldado, pero que nunca llevamos al ámbito del trabajo, pues nuestra mayor motivación y entrega está en ellos, nuestras esposas, e hijos a quienes criamos y educamos con cariño y a cuenta  de nuestros mutuos sacrificio  en el que no está ausente el espíritu de la gran esposa del soldado.

En esos tiempos ser militar era de verdad, toda una odisea,  siempre admiraré esa entrega y generosidad de esos viejos  “Robles” que nos guiaron en nuestra vida militar.

Había que estar siempre disponibles  en esos interminables turnos o jornadas que hoy llaman de 7 x 24, con la diferencia que  esos trabajos extraordinarios no tenían ni una regalía ni menos  un incentivo de orden económico todo lo contrarios, todo era por “amor al servicio” y   en esa jornadas largas e interminables, de muchas  noches y semanas ausentes dejando a nuestras esposas a cargo de los hijos, porque la obligación era mucho más importante como parte del deber,  y había que estar siempre dispuestos a todo lo que fuera entregar, sin saber  las condiciones ni menos el resultado de alguna dificultad que pudiéramos enfrentar. Siete por veinticuatro todo el año y toda la vida.

El querido amigo, SUBOFICIAL MAYOR CARLOS ENRIQUE LOPEZ MORALES, lo vi y tuve el gusto de saludarle varias veces, con su hermosa esposa, Fresia Ahumada.  en sus paseos por la ciudad o ya inserto en la vida civil.

“Chechita”,  una dama que  en esos tiempos de servicio  interminables, también se daba el tiempo de dedicar, dejando de lado su  justo   descanso y tiempo a su familia,  para ayudar al prójimo en las funciones del “Voluntariado Femenino”,  especialmente algunos días específicos de la semana,  compartiendo  tardes completas con sus inseparables amigas y “comadres”  de ese entonces, (me recuerdo de la esposa del SOM. Méndez, que también venía del Calama y con quien me unen grandes lazos de amistad especialmente con su hija Adela  y su yerno Joaquín), en  sus visitas a soldados enfermos, los que muchas veces estaban en situación precaria, alejados de sus familia y estas nobles señoras llamadas en ese tiempo las “Damas de Gris”, (de la cual Fresia  fue también “Socia Fundadora”,), concurrían todas las semanas a brindar apoyo   al contingente, muchas veces dotándolos de  elementos necesarios para su aseo personal, y repartiendo   golosinas e implementos,  y hasta ropa cómoda para cambiarse en las enfermerías regimentarias que a veces adolecían de muchos insumos, pero que ellas lo procuraban muchas veces de su propio esfuerzo económico y  solamente con ese único afán natural de amar y de servir y compartir la tarea vocacional de sus propios esposos.

Las  “Damas de Gris” marcaron una bella época de entrega  y sacrificio a los soldados del Regimiento y yo puedo decir con mucho orgullo que fui testigo de su trabajo anónimo, servicial y lleno de vocación, que muchas veces obligó también a ellas, mismas organizar sus hogares y   programar sus horarios para cumplir todas estas tareas “extras”,   de madres y esposas, con gran desprendimiento de sus tiempos y  que hablan mucho de la nobleza de sus almas.

Cuando supe esa tarde del accidente de “mi” SOM.  López, concurrí a la clínica a visitarlo. Me siento agradecido de Dios que no quedé con mi inquietud en el alma de no haber podido ir a saludarlo, como le pasó a mi amigo señalado más arriba.  Lo vi en su lecho de enfermo, (siempre sonriente), animado y optimista, lleno de una increíble vitalidad, pero profundamente golpeado y con los moretones visibles de una involuntaria caída accidental.

Fue la última vez que lo vi, y nos despedimos como era siempre su costumbre: alegre, optimista lleno de historias y  un ser grande, tan noble, tan sencillo, tan buen esposo y también padre, pero sobre todo un extraordinario y orgulloso soldado de Infantería del Glorioso Ejército de Chile.

No tuve tiempo de conocer en ese tiempo a sus hijos, pero estaban siempre en sus preocupaciones y conversas diarias. Sé que habrá pasado, como yo también lo pasé en años posteriores, en esas soledades y preocupaciones económicas, esas dificultades que tenemos todos los sodados y que solamente nosotros conocemos, porque  hay que “haber estado allí” para conocer la realidad dolorosa que debemos vivir, y más  en esos tiempos   en que servir al ejército  no tenía ninguna garantía, ni menos alguna aspiración económica,  material o de cualquier tipo. Nuestro mundo, y más el de nuestros viejos soldados de ayer, era solamente trabajar y cumplir el reglamento militar que decía claramente que: “El militar se declarará conforme con su sueldo”…Si lo recibía, bien. Y si no había “Haberes”, también, puesto que muchas veces en las boletas de descuentos anexadas a la colilla principal, se adjuntaban una serie de notas de descuentos, principalmente porque a veces, había que abastecerse de mercaderías al “crédito”, como en la pulperías pampinas, pero que se hacían por intermedio de los “Casinos Militares” donde algunas tardes que no podías ir a tu casa por actividades del servicio, debías comer, o pasar largas horas,  “arranchándote” en las dependencias militares, pero que nunca, nunca fueron comida  gratis;  Todo, pero todo se pagaba, no había pan gratis, ni comida gratis, ni tiempo gratis. Por eso que a veces los Haberes económicos se reducían al extremo, porque de alguna forma el casino militar, te salvaba de la emergencia de no terminar el mes, pero que se devolvía todo su favor en las cuentas del próximo mes, lo que hacía muchas veces una cadena con mucho tiempo para recuperarse y dejar de vivir al “Vale”. (Crédito).

 

Y así es esta historia simple que quería compartir.

Hace algunos días, conocí a Evelyn López, y que después de muchas casualidades, descubrí que era hija de nuestro “Picarón” López.

Le compartí esta historia, puesto que  cruzamos muchas veces nuestros pasos y camino, y nunca nos dijimos ni una palabra, por aquello que decía anteriormente que no nos damos tiempo de conocernos, pues cada cual vive en su propia burbuja.

Y entonces, nos hemos encontrado en actividades religiosas, hermanados y unidos por el Amor a María, y la vida del Santuario; las oraciones, la amistad, el canto,  la necesidad de crecer cada día,  y conmueve o  quizás sorprende, que estando tan cerca de las personas, a veces estamos tan lejos.

Su padre, fue un amigo común. Para mí un excelente y gran soldado, y para ella un padre ejemplar, y conservo el recuerdo grato inolvidable de su prestancia y caballerosidad, pero también su rectitud, honorabilidad y seriedad de la cual quizás yo también heredé como formación al trabajar ocasionalmente juntos, por lo que  a veces sigo siendo, en muchas circunstancias de la vida, más militar que civil, pero no por eso mala persona.

Y así es la vida.

Algunas veces es bueno detenerse y conversar, hasta “perder ese tiempo”, es bueno, para saber del otro,  y así entonces descubrimos cosas comunes que nos unen y no  frágiles y poco importantes diferencias que nos separan.

Es el arte de vivir feliz hoy y sembrar para cosechar frutos para el mañana.

 




Nota:

 Estimada Sra. Evelyn López: Me atreví  a escribir esta nota en recuerdo de su padre, la tenía guardada hace varias semanas . La comparto hoy, pues el mañana es incierto. Nunca se sabe el "día ni la hora". Un abrazo fraterno.

 

UN CUENTO DEL TIO

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