(Fotografía personal tomada por el ex Soldado Rubén Toro Pozo)
Me informan
desde Ovalle, los ex soldados y grandes camaradas y amigos de hoy, Rubén Toro y Manuel Rivera, (que
hicieron su servicio militar en el Glorioso “Esmeralda”), la infausta noticia de la partida de este
mundo a los cuarteles celestiales, siendo las 15:15 hrs. de hoy 19 de Febrero
del año 2024, del recordado superior y
amigo, camarada “Esmeraldino” de siempre, SUBOFICIAL DN. MARIO CÁCERES LÓPEZ,
que estaba radicado en la IV Región desde hace un tiempo y del cual guardamos, todos
quienes fuimos sus camaradas y
subalternos, grandes recuerdos, por su lealtad, su trabajo, su característica sonrisa, y esas largas tardes de arreglos de uniformes y tenidas en su oficio
que lo hizo único en el cuartel, en ese rinconcito de la Sastrería, donde nos
contaba tantas historias militares, de sus cursos de “Rangers” y de sus
viajes de instructor a otros países.
Fuimos vecinos de dependencias durante un par de años durante el mando del
coronel Luis Garfias Cabrera, y cada mañana se iniciaba la labor del trabajo
de las tijeras, la máquina y los
arreglos de tenidas, con la buena música que conectaba el inolvidable
“Gato Cáceres”, a las ondas de su gran
gusto musical, en su radio “regalona” que mantenía como principal adorno en unos de sus abultados
estantes, llenos de hilos, parches,
retazos de telas de uniformes, y una gran cantidad de “herramientas” para su trabajo, como escuadras de madera,
modelos lineales de pantalones y ese
gran número de cosas que se usaban en esas sastrerías militares de
antaño, colgadores, tenidas listas para entregar, otras por confeccionar y
otras por reparar, con la infaltable plancha gigante de fierro para lograr
aplanchar en un alto mesón cubierto con frazadas y telas de especies de cama de
“baja”, las texturas perfectamente
alisadas con pulcritud extrema, en ese
arduo y casi desconocido trabajo, en que las exigencias venían casi siempre de
las “altas esferas” del mando, donde no había
posibilidad de error ni menos de equivocaciones, y en las que el “Gato”
Cáceres, daba lo mejor de sí, para
cumplir con profesional dedicación al
arreglo o acondicionamiento de los uniformes y tenidas que siempre debían estar
aplanchados, con sus botones brillantes, sus corbatines inmaculados, y que
hablaban lo bien de su abnegado y desconocido oficio.
De la música que le gustaba: las
rancheras, las cumbias y estar siempre informado en esos antiguos noticieros
“horarios”.
Los que teníamos la suerte de
trabajar cercanos en esas dependencias separadas por débiles y circunstanciales
muros, en los cuales no había posibilidad de no enterarse de las conversas y
acciones que se desarrollaban al “otro lado”, en medio del trabajo silencioso,
disfrutábamos de esas ondas radiales que nos alegraban el día, en las pocas
oportunidades que debíamos cumplir trabajos administrativos. En mi caso el
Almacén de Ayudas de Instrucción y mi banco de dibujo para los proyectos de
construcción del Comandante: Planos de proyectos de construcción, arreglos del
frontis con las torres aledañas, dibujos
a escalas de los patios de formación, planos del Regimiento, estudios de
modificación del “Arco de Entrada” del Cuartel, Proyecto “Altar de los Héroes”
del Séptimo de Línea y muchos otros planos que eran visados y aprobados por
conocidos arquitectos colaboradores de la Unidad, y muchas obras que se
cumplían con profesionalismo y que no
todos tenían la oportunidad de ejecutar, por las múltiples funciones a que
estamos siempre sometidos los soldados y que nos obligan ser ”Buenos para Todo”
y “Malos para nada”.
Costaba subir a ese segundo piso de
ese pabelln, por lo estrecho de la escala de caracol hecha de circunstancias
con tablones sueltos y envejecidos por el uso, pero que nos “avisaba” a gritos, con sus débiles y ruidosos peldaños, la cercanía o
presencia de algún “jefe” o alguien que se aproximaba al área, ante cual
abríamos los ojos, los oídos y estábamos siempre “atentos a la maniobra” para
no ser sorprendidos tomando un té de media mañana, o “Pan de 10”, tan necesario
para recuperar fuerzas.
Cercanos estaban las dependencias del
“Almacén de Deportes”, la oficina del
SG1. Adolfo Duarte, que llevaba allí los roles de la Compañía de Morteros que
ocupaba el pabellón, y en el piso inferior, otras dependencias de la Compañía
de Fusileros y hacia el patio los almacenes de Material de Guerra.
Por esos ventanales que daban al
patio principal, estábamos siempre
atentos al trabajo de los instructores
con sus escuadras o en esas “Revistas” de la tarde en que se inspeccionaban los
vehículos y el material a pleno sol, y
con mucho trabajo de quienes cumplían esas tareas de tanto sacrificio,
duplicadas y hasta triplicadas por nuestros camaradas, por ausencia de
personal, pero que eran el mejor testigo
de la vocación de quienes abrazaron esa vocación de ser soldados y ponerse al servicio de las
obras de todo lo que significaba la gran responsabilidad de mantener y
ejecutar las tareas diarias.
El “Gato” Cáceres era el Sastre, del
“Parche” distintivo celeste, o sea de
los “Servicios”, pero no fue solamente ese su trabajo.
Trabajó en muchas oportunidades como
instructor en esos tiempos en que habían muy pocas vocaciones para cumplir esas
tareas, y los regimientos estaban sometidos a la falencia de personal y
ausencia de medios que lo hacían casi Unidades extremadamente pobres en
recursos, y esos viejos soldados, nuestros grandes instructores, estaban
prácticamente en todas: En el terreno era el “Ranchero”, en la Campaña era el “Sirviente
de Pieza”, en los reconocimientos era el conductor del camión, en las
actividades de protección del Cuartel el
Centinela o el Comandante de Relevos o eL Comandante de la Guardia,
todos servicios distintos pero de gran sacrificio, sobre todo en esas largas
noches de constante paseo y control de
dependencias de las cuales no se podían dejar de mantener control por la alta
sensibilidad de los pertrechos militares.
Una vez les conté que con el entonces Sargento Cáceres, compartimos un período de instrucción en Portezuelo, en tiempos del mando del Coronel
Don Belarmino López Navarro; Él era nuestro instructor y nosotros sus soldados y
habíamos cumplido todas las metas del ejercicio en cuestión, por lo tanto nos
quedaba la última noche, antes de volver a guarnición a nuestras Unidades.
En ese recordado “Circo de Campaña”, los soldados que en esas actividades se daban un tiempo de
esparcimiento personal y colectivo, desarrollando
otras capacidades de tipo artísticas y de música, con grandes cantores o cuenta
chistes para alegrar la tropa, los soldados de la Compañía de Plana Mayor y Logística,
en ese instante a cargo del “Gato” Cáceres, hicieron en el corolario del circo
de campaña, una danza “Machitún” con bidones de plástico a modo de cultrunes,
danzando acompasados en medio de la fogata nocturna, en una cálida noche
estrellada, de mucha luminosidad por lo
alto y claro de la luna, acto que se realizó con el mayor respeto por ser una
tradición de nuestros ancestros, y terminamos muy tarde y motivados y
agradecidos por esa experiencia cultural de “invocación a la lluvia”, cosa que era casi
“risible” en la aridez del desierto, pero que nos sirvió para educarnos de esas
ceremonias ancestrales.
Pueden creerlo o no. Pero como a las
tres de la madrugada, mientras en el Vivac dormitaba la tropa, custodiados por
la Guardia de turno, de pronto se
oscureció completamente el cielo de la pampa de Portezuelo, la noche se puso negra y amenazante y
mientras los soldados cubrían con sus mantas el delicado armamento,
comenzó a caer la lluvia incesante en el sector, y ya para nadie fue un misterio
que el cielo respondió con generosidad y
un caos calculado, al llamado de la lluvia de esa inolvidable campaña.
Con el Suboficial Cáceres siempre
recordábamos esa anécdota y él la contaba con “pelos” y señales y nos sentíamos
privilegiados de haber estado allí en esa tiempo y circunstancia.
Con motivo de su ascenso al grado e
Sub oficial, junto a sus congéneres de esa época, Saturnino Mariqueo, Rosauro Moroso y Guillermo Córdova, fui uno de los
privilegiados a quien invitaron gratuitamente a compartir una cena de festejos en un reconocido restaurant céntrico
de la ciudad, disfrutando de ese momento
tan de “ellos” hasta altas horas de la
madrugada. Siempre sentí agradecimiento por esa generosa muestra de afecto de
“mis suboficiales” más antiguos, que invitaron a este joven cabo a compartir
esa alegría, que con los años también tuve la dicha de vivir en otro tiempo.
Estos
relatos simples, retratan el alma de un gran soldado , como muchos que han
partido y como otros que vencieron las
más grandes dificultades para salir
adelante con su trabajo y vocación al servicio de la Patria.
Por prudencia, respeto y delicadeza,
solamente diré que el Suboficial Mario
Cáceres López, era también un gran padre de familia. Muy amado por su esposa la
Sra. Atractiva Aravena y sus hijos. (Dos damas y un varón). Siempre preocupado
de su bienestar y de todo lo atingente al hogar y subsistencia. Eran una familia
de mucho esfuerzo pero muy generosos. En su casa, recibían a muchos soldados
conscriptos que en los fines de semana no tenían lugar ni familia donde
pernoctar o disfrutar de una cena de
casa o simplemente permanecer en un ambiente distinto al del cuartel. Sabido es
del gran cariño que sentía la familia en general y que cobijó a tantos jóvenes
soldados que cumplieron su servicio militar en el “Esmeralda”, y que guardan de
él muy gratos recuerdos.
De hecho, en Ovalle, donde hay un
gran contingente de ex soldados “Esmeraldinos”, muchos le han reconocido y agradecido
su generosidad y entrega y estuvieron cercanos también en el devenir de su
enfermedad, en especial a quienes me comunicaron hoy esta lamentable noticia:
nuestros amigos Rubén Toro y Manuel Rivera.
Tengo la suerte de mantener
comunicación con ellos y precisamente en esa línea de confianza y amistad
profesional que mantenemos por muchos años, me han tenido al tanto de los
detalles de esta partida de nuestro querido viejo roble “Esmeraldino”, que descansa hoy en paz y que
seguirá con su amplia y franca sonrisa sirviendo en esos parajes celestiales
donde se juntarán alguna tarde en una tertulia de amistad, para brindar por los
buenos tiempos brindando con muchos de los que se fueron, y con las sillas vacías que nos esperan para cuando
nos toque la partida y el clarín nos anuncie
la llegada a ese cuartel, o la sentida despedida que seguramente se le brindará al distinguido soldado, a quien recordamos en esta líneas con cariño.
Nuestras condolencias a su familia y
a quienes le sobreviven.
(Fotos enviadas por Rubén Toro Pozo desde Ovalle. (Üna de las últimas visitas al Regimiento.)