miércoles, 8 de enero de 2025

MAYONESA CASERA

Un homenaje a  nuestra mamá.








 Carlos Garcia Banda

MAYONESA CASERA....
Era frecuente en los días de escuela de la pampa, a la que concurríamos los de cursos más pequeños solamente en las tardes, que estuviéramos con mamá toda la mañana, acompañándola en las rabietas del día y obligadamente ayudándola en los quehaceres de la casa.
Nadie estaba exento en nuestra casa de trabajar, en lo que fuera, para el bien de todos. Siempre nuestra madre fue muy exigente, al menos con los que éramos los hermanos mayores.
Mientras ella cocinaba o picaba la cebolla, nosotros corríamos las sillas que se usaban en ese entonces en lo que llamábamos la “Sala” principal a la entrada de la pequeña vivienda.
Con mi respetada “hermana mayor”, Ana Maria “jugábamos” a pasar el “chancho” con una virutilla bajo el peso de ese armatoste de fierro que tenía apernado un escobillón a veces muy gastado, y que servía para sacarle brillo, después del encerado, al piso entablado. Nos entreteníamos desplazándonos como campesino en el arado, arrastrando el pesado “chancho” sobre las tablas, que ennegrecidas por la cera acumulada en sus hendijas y porosidades al transcurrir de las semana, se tornaban opacas y oscuras. A veces en los pocos días libres que tenía mi padre, él hacia su gimnasia de piernas tipo "boxeril", desplazándose a dos piernas y sacando como verdadera escofina con las mallas del acero de la virutilla, toda esa grasa de la cera pegada y oscura, y con ese ejercicio, iba floreciendo la madera viva, llena de hermosas vetas, entonces nos alegrábamos de esa limpieza que con tanta efectividad realizaba en un juego de colaboración permanente a mi madre, y que nosotros en sus ausencias laborales, imitábamos, con ese mismo entusiasmo con el pesado “chancho”, pero con un gran interés, puesto que después de hecho aquello, tendríamos el “permiso” y los “setenta pesos” correspondientes al valor de la entrada, para arrancar alguna tarde a sentarnos a ver una película en nuestro Teatro de Maria Elena. Debo ser sincero, yo me ganaba los setenta pesos, ese billete azul con el rostro de OHiggins y esas dos monedas blancas para mi entrada a la “Galería”; pero mi hermana, más fina y no tan de pueblo como yo, había que darle el doble, porque ella se sentaba en la platea que tenía sillones cubiertos y blandos en cambio nosotros los de abajo, sillones con tablas bien moldeadas para las sentaderas pero por cierto más duras. Los de “arriba” en la platea, los de “abajo” en la galería.
En el trabajo del “Chancho” nuestro, y en el de la cocina el picadillo de las cebollas para los tallarines con salsa, oíamos a veces a mi madre llorar de vez en cuando y la sorprendíamos cantando, mirando un papel con la letra escrita de la canción a lápiz grafito sobre su mesa de trabajo de cocina, muy afinada como era ella, entre lágrimas de la cebolla o quizás de algún personal recuerdo, entonando: “Era un triángulo, triángulo, triángulo (había allí una pausa: tatata - tan) y proseguía alargando el final del verso, “Nuestro quereeeer…”. Sus lágrimas entonces corrían por su hermosa y tostada mejilla, la suponíamos siempre, por causa de la fuerte esencia de la cebolla, no por algún sentimiento que le recordaba quizás un secreto triángulo de esos tan comunes que se leían mucho en las revistas de “Fotonovelas”, o “Cine Amor”, o en esos libros como “Pampa Desnuda” que en esas largas horas de biblioteca escribiera el Sr. Sánchez y que con los años vendía en las esquinas de la ciudad de Antofagasta o Santiago, con tanta ilusión y con un casco de minero, que algunos lo tildaban de loco, aunque fuera para honor de los pampinos, uno de los primeros y originales escritores reales de nuestra pampa.
Para alegría nuestra, el olor a cebolla no nos alcanzaba en la faena de limpieza, arando con el chancho, puesto que los olores se disipaban rápidamente, aprovechando la corriente de aire que entraba de la mosquitero de la puerta hacia la calle Luis Acevedo, y que se llevaba los olores de la cebolla y las notas de las canciones, por una hermosa “Claraboya”, que mi papito con ingenio y ayuda de unos maestros de la carpintería, había construido en el tejado, con ventanales que se abrían tirando con una cuerda desde abajo, y que más allá de la utilidad práctica que muchos luego tuvieron en sus casa, nosotros como niños, creíamos que eran ventanales o puertas que nos llevaban al cielo.
En realidad los tejados estaban siempre cubiertos de gruesas capas de tierra y elementos de desecho, cajas vacías con botellas que alguna vez fueron de la cantina de nuestros queridos vecinos del “Rancho Chuqui”, algunas alpargatas abandonadas o tiradas al techo a propósito, pelotas de trapo ajadas por el sol inclemente, o juguetes de lata de sardinas, que eran nuestras mejores entretenciones.
Una vez fueron los maestros “plomeros” a instalar una chimenea para la cocina a leña del patio de mi casa, subieron al tejado a la faena desde muy temprano en la mañana, y al parecer era solo perforar el zinc del tejado, poner la prolongación del tubo metálico y sellarlo con brea y/o algo de felástica con pintura, una sencilla tarea; sin embargo, aparte de la brea caliente, que fundían en un tarro con leños en la calzada de la casa, seguramente alguno de los maestros de la “cuadrilla”, subió al remate final con su botellón de vino oculto, y ya muy tarde casi noche, sentimos los ruidos en el tejado - pensando que era un gato- y sorprendiéndonos los gritos del buen hombre nos pedía "la escalera".
Seguramente se durmió cansado y asoleado toda la tarde tapando el orificio con brea y esperando que se secara con su buen botellón de vino. Hubo que llamar por teléfono desde el Pasaje “Orella”, a la “Oficina de Casas” para traer una escala y nuestro buen trabajador, se fue con una sonrisa en los labios, descansado de la “mona” y feliz con el resultado óptimo de su eficiente trabajo.
Yo me subía muy seguido al techo, por el palo del asta de la bandera, con esforzada destreza y cuidado, y entonces les decía a mis hermanas que allí había un mundo de muñecas y que era todo hermoso, en especial sentirse como en las nubes pampinas que a veces eran muy escasas en las tardes calurosas, pero que nos pintaban el cielo de crepúsculos arrebolados multicolores en esos inolvidables atardeceres en su caída hacia el oeste de “nuestro sol” pampino que se retiraba a dormir en alguna cama del lejano océano en las noches.
El tejado era otro mundo y cuando estábamos en la sala pasando el chancho mi hermana menor me preguntaba que como sería subirse al cielo por esa ventana y cabalgar en las nubes, esas que yo le hablaba que abundaban en ese espacio y que soñaba con conocer ese mundo de cuentos y acunar alguna bellezas de "carey".
Limpiar con el famoso y pesado escobillón de fierro, era toda una odisea de movimiento en espacio tan pequeño: corríamos las sillas que eran de madera noble y fina, como casi todos los muebles de los pampinos, construidos en la misma carpintería de la empresa, con esas perforaciones en su maderas de la sentadera como bizcochos de naipe y muy barnizadas con un cubre sillas de género para evitar que se destiñeran y que mi mamá confeccionaba con algún cortinaje o tela barata adquirida en nuestra pulpería, para proteger de la tierra nuestros humildes pero útiles muebles.
Después de terminar la sala, venían los dormitorios, cada cual debía hacer “su” cama, y allí trabajábamos toda la mañana sin antes terminar mi jornada, subiéndome a una silla y alcanzando la alta tabla de aplanchar y mojar con una escobilla con té, mis pantalones cortos café para ir en la tarde a la Escuela, pues mi madre nos daba a todos pequeñas misiones y debíamos limpiar y barrer toda la casa y en mi caso eso era especial, me gustaba aplanchar mis pantalones cortos de la escuela. Así ayudábamos los habitantes del pequeño hogar mientras ella asumía mayores obligaciones mientras se paseaba afanosa y diligente con su barriga “siempre llena”, esperando una cuarta o quinta niña. No creo haya sido fácil para ella asumir tanto con esos pampinos pequeños y buenos para comer, jugar y hacernos cumplir las tareas escolares o dejarnos después de cumplidas nuestras obligaciones, recostarnos a descansar en las camas recién estiradas con un libro de lectura o una revista de aventuras disfrutando algunas veces del fresco aire que entraba en poca cantidad, pero fresco al fin, por las ventanas enrejadas.
Llegaba la hora de terminar el almuerzo y allí sí que mi mamá se tornaba una mujer casi religiosa, nos dejaba mirarla en silencio absoluto en su tarea que reiniciaría pronto, si queríamos permanecer en ella como espectadores, o nos dejaba salir a la calle a jugar para no entorpecer más el urgente trabajo del día.
Antes de ello inspeccionaba el aseo, secaba sus lágrimas de la cebolla, lavaba sus manos y entonces se sentaba después de poner la mesa con las cucharas, tenedores, cuchillos y las servilletas de género que ella, al igual que las tibias sábanas de invierno, confeccionaba con la tela de los sacos de harina que se hacían pocos para tanta población, comprados clandestinamente a algún panadero de la pulpería, siempre albas y limpias y que antes de confeccionar servilletas o sus paños de cocina o bolsas para el pan, remojaba con agua y jabón gringo rallado y mezclado con “Agua de Cuba” , en agua hirviendo, dentro de unos tarros cuadrados metálicos, donde se envasaba la manteca, a fuego lento pero intenso del carbón de nuestra amada cocina a leña de nuestro pequeño patio. Y en ese ambiente de tranquilidad y mientras calculaba la hora para el “pito” de la “Una y cuarto”, que anunciaba la hora del almuerzo, se sentaba en la esquina de la mesa, más tranquila, lavada sus manos, todo revisado y acorde a lo que le gustaba el orden y la limpieza, y empezaba su maravillosa tarea, la última de la mañana antes del almuerzo: su artística, ceremoniosa, llena de oraciones y buenos pensamientos: “Su” apreciada y deliciosa “mayonesa”.
Dos yemas de huevos, un plato hondo blanco de esos de loza que se usaban en la pampa, medio limón cortado listo para exprimir su jugo, un poco de ajo picado y el salero a mano. Nos decía que para éxito de esa mezcla, debía estar sola y tranquila y entonces nos dejaba elegir: permanecíamos mirando para aprender silenciosos y sin hablar sin mirar el plato por temor a que nuestra vista le hiciera “ojo” a su manjar, o salir arrancando a jugar a la calle. Más preferíamos la calle, pero alguna vez me quedé allí para aprender la obra de su manos.
La más rica y sabrosa mayonesa que hayamos comido como niños de la pampa, y hasta hoy como adultos, la confeccionaba en casa mi mamá, y como ella muchas mamitas de nuestra querida “oficina salitrera”.
Comenzaba con un tenedor engañando a las yemas, dándole vueltas lentamente y con la otra mano, tomaba su botella tradicional de aceite, que comprábamos por litro y a granel”, en la pulpería y lentamente, mirando siempre al centro, casi sin respirar, con un sentimiento casi de retiro espiritual, le daba vueltas y vueltas a las yemas de huevo y poco a poco vertía muy sutilmente el aceite mezclando y tomando esa consistencia que después de mucho rato, de girar incansable y constante, recién comenzaba a tornarse cremosa y firme dándole todo su cariño y concentración a esa delicia aceitosa casera que le había enseñado a hacer nuestra adoptiva abuela Anita, que tanto la quería, y que le enseñó a cocinar, a hacer queques, a confeccionar el pan y hasta a coser sus propias cortinas.
Entonces el tenedor danzaba la ronda interminable de la vueltas de la vida y ella concentrada, casi absorta, sin bulla, sin niños, sin ollas que mirar, sin camas que estirar, sin el “chancho” que limpiar, aprovechaba ese silencio para sus Rosarios diarios, dándole vueltas y observando los círculos y óvalos que dibujaba con su tenedor entre la yema y el aceite, imaginando galaxias amarillas, estrellas y nebulosas que agitadas se movían en el firmamento de sus sueños y de su mano, dándole a esa arremolinada mezcla, sabores de polvos de estrellas y caminos de lunas, que cantaba balbuceando casi en sordina, y tarareando silenciosamente para no despertar los crueles demonios de las yemas que al verse descubiertas destruían su danza armónica cremosa y cambiaban sus esencias a débiles y aguachentas espumas aceitosas. A veces el cansancio la hacía agitar sus hombros para no acalambrarse, y no se daba cuenta que la mirábamos oculto desde la ventana y captábamos la melancolía de su mirada , que entre giros de tenedor y aceite, dejaban escapar alguna lágrima pequeña sin saber si de alegría o de tristeza, pero que la llevaban en sus recuerdos a su dura, sacrificada, pero feliz infancia, y a las nostalgias de su familia y madre ausente y lejana allá en la capital, limpiándose las lágrimas cuidadosamente con un gran pañuelo de seda, para no mezclarlas con el aceite y entre tantas vueltas, recuerdos, galaxias y nubarrones celestiales, en menos de media hora, el volumen del plato sobrepasaba el círculo verde que marcaba su máxima capacidad y lentamente iba deteniendo su impulso, y dejando de a poco su constante girar, hasta detener silenciosamente su trabajo y comenzaba la tarea lenta del ajo, la sal y el limón, girando ya más tranquila y relajada la ya cremosa materia, con esa paz que le daba hacer su buena, y su “mejor” mayonesa.
En otras ocasiones, en medio de la bulla de nuestros juegos, ella nos hacía callar, y entre tanto girar la mezcla, de pronto se detenía abruptamente y gritaba impotente y enojada:
- ¡¡ Se me cortó la mayonesa. Ustedes tienen la culpa!!”
Y nosotros que ignorábamos esos lenguajes de cocina, y para ser conciliadores buscábamos los trozos de la mayonesa que suponíamos cortada a pedazos entre medio de las sillas y entonces nos lanzaba con un nuevo grito a que fuéramos a jugar un rato a la calle, y volvía a comenzar con nuevos ingredientes una nueva mayonesa, hasta cuando ya tenía su mezcla casi lista, volvía lentamente a echar sobre aquella, esa espumosa mezcla de mayonesa cortada, así entonces iba salvando la vieja mayonesa y convirtiendo todo en un mágico bálsamo amarillo, sonriendo, al final, satisfecha de su ingenio de cocinera.
Terminada su tarea, nos convocaba a la mesa del almuerzo.
Algunas veces papá podía estar con nosotros, otras no. Cuando así era, compartíamos las crujientes marraquetas pampinas, cortadas en la panera, las que con gusto y satisfacción, nos llenaban la boca de deliciosos y aromáticos jugos cremosos de la rica mayonesa, hasta hacíamos un sorteo: El primero que se comiera su plato de comida, limpiaba el plato de la mayonesa con deliciosas migas de pan, dejándolo reluciente y limpio, sin quedar en él partículas de aceite, huevos, limón o sal y ajo. Daba gusto rezar esos días, la oración del Padrenuestro, pidiendo que “el pan nuestro de cada día”, fuera siempre así: crujiente y con esa rica mayonesa.
¡Ah!, ni decir de lo delicioso, hasta hoy, las papas cocidas o fritas con mayonesa. Los “locos” traídos desde el puerto de Tocopilla con mayonesa; Perejil y salsa verde, con mayonesa. Huevos duros con mayonesa, y siempre había esa mezcla para regalarnos esos sabores tan de sus manos que nos acompañaron en las mejores y humildes comidas, porque pareciera que esa crema mejoraba todo, las sopas de lenteja, las sopas de porotos, la sopas de garbanzo, el puré de papas, el pan del té de las 5 en punto, la ”once”, con pan con aceitunas….y mayonesa..o el resto del pollo fiambre, molido, con un poco de sal….y mayonesa…¡¡Ay Dios!!
Cuántas cosas nos alimentaron con esa fresca y refrescante crema de los dioses que mamá (y las madres de los niños pampinos) nos preparaba, y jamás nadie se enfermó de “salmonella” ni nadie tuvo que correr de carreritas al baño, porque la que ella hacia estaba llena de amor, de caridad, de oraciones, y hasta parecía nuestra comunión del almuerzo pues con tantos padrenuestros y aves marías no había mejor sabor que esa exquisita mayonesa.
Mañana celebramos el Día de las Madres, de todas esa esforzadas mujeres y madres pampinas que nos regalaron tanto amor y tanta vida.
Estaremos unidos los mismos de ayer en cada hogar, a pesar de la pandemia, deseosos de compartir un pan, una taza de té pampino y una tertulia de conversa y de recuerdos.
Mañana será propicio en la sencillez de los encierros de la “Cuarentena” obligada, aprovisionarse de algunas marraquetas crujientes, un buen plato de aceitunas, quizás unos canapés de huevos”, o de “paté de ternera”, adornados con trozos cuadrados de zanahorias cocidas y ojalá, como un homenaje a nuestras esforzadas madres, sentarnos en la tranquilidad de la tarde, con la televisión apagada, para dibujar en círculos o en elipses, las dos sagradas yemas, vertiendo el aceite lentamente, hasta conformar esa pasta maravillosa, llena de estrellas , nebulosas o galaxias amarillas, y que nos traerán el sabor de nuestra amada infancia, que fue tan simple, tan delicada y tan noble, como esa rica y amarilla masa de crema de sueños que confeccionó mi madre, sus madres, y nuestras amadas madres: la más rica, única, verdadera y deliciosa mayonesa.

lunes, 6 de enero de 2025

UN CUENTO DEL TIO

6 de enero 2022

Estimados amigos y vecinos de Antofagasta:

Hoy, bajando por la Avenida Arturo Pérez Canto, al llegar al semáforo  con Avda. Pedro Aguirre Cerda,  justo en el momento de dar la vuelta hacia el norte, un individuo moreno,  me hizo una seña hacia el neumático delantero derecho, indicándome que  “bailaba” con el movimiento y a  “punto de salirse la rueda”. Por supuesto que el pánico de sufrir un accidente me hizo detenerme de inmediato, peligrosamente en medio  de esa calle  que aún está en reparación con el correspondiente “pitear” de las bocinas, de otros intransigentes conductores,  me bajé y  vi nada anormal. Seguí lentamente y a mitad de cuadra, otra persona me señaló lo mismo, que la “rueda” se estaba saliendo, así que ya dos personas  distintas a distancia prudente y ambas en actividad como si iban cruzando la calle, me hizo detenerme por segunda vez  en la esquina de semáforo de la Calle Juan Pablo II, casi al llegar a la casa de Retiro San José y de allí bajar a la calle pavimentada donde un tercer individuo de buzo  de trabajo de mecánico, me dijo: “Jefe, se le está saliendo la rueda”,   y me mostró y pasó un trozo de resorte quebrado, un tanto  brilloso que no me convenció, pero me dijo: “Tuvo suerte, yo soy el  “boliviano” tengo mi taller a la vuelta y   vamos para echarle una revisada, Yo  lo voy a AYUDAR”….

Por supuesto que agradecido y  aún  impactado por la situación “accidental”, y porque en ese momento iba muy urgentemente al “centro”  a tareas familiares, me dijo: “A la vuelta tengo mi taller,” y al dar la vuelta, en contra del tránsito, me dijo: ”Mire estaciónese allí frente al ómnibus, justo donde venden huevos en un kiosko móvil.” Mientras tanto llamó por teléfono y le dijo a otro individuo: “Llévame la cajita de herramientas por favor  al frente del ómnibus”, y precisamente allí estaba la cajita con otro ciudadano boliviano que me saludó muy amablemente y me dijo  si yo había ido alguna vez a Bolivia, que era muy lindo….

A todo esto, mi mente más calmada se acordó que en algunos años atrás leí en las redes un “MODUS OPERANDI” similar para otro caso en la Avenida Rendic o Salvador Allende….

El  buen mecánico, me dijo: “Suba al coche, corra el motor, pero NO PUEDE SOLTAR EL FRENO……”

Y entonces con esa “táctica”  de no dejar de frenar me dijo: “Espere, Aguante, “..…. y sentí unos grandes golpes en el  carro con mucho movimiento inusual y luego me dijo: “VENGA, deje allí el freno, el auto corriendo siempre…”.Y  me  mostró un eje, quebrado, con las piezas deterioradas diciéndome: “Usted tuvo suerte de no accidentarse o  volcarse,   hay que cambiar urgente este repuesto”.

Ya se imaginarán, solo sin saber que hacer, pero con mi ojo agudizante  le dije…

“Muchas gracias “amigo”, se pasó de buena voluntad; Pero ¿Cómo cambiamos la pieza?

“Páseme diez lucas para ir en micro a ver el repuesto. Nosotros tenemos una concesionaria y allí podemos conseguir el repuesto, en todo caso si usted quiere yo llamo y viene la secretaria y lo trae”.

El otro “compañero” me decía sarcástico: “La secretaria es muy bonita es venezolanita y muy  buena moza jajajja”,  a la vez que  trataba de hacerme entender que  quizás yo como viejo califa pudiera sentir algún atractivo especial por tan distinguida dama, a las cuales por naturaleza respeto.

Así que  le dije: “No, no tengo ni un peso, ni para la bencina.” A lo que el  buen mecánico,  me dijo: ”Entonces iré  a averiguar el repuesto. Claro que lo ideal sería cambiar “los dos lados” de la dirección, porque seguirá peligroso”.

Al rato el hombre se fue, supuestamente  a “averiguar” el repuesto y el que se quedó conmigo me  hablaba maravillas de Bolivia y me dijo  si usted quiere anote mi número para que le podamos cambiar las dos piezas más adelante”.

Le dije: “¿Sabe? No tengo ni para agua, así que deme su  número, y lo  contacto y lo tendré en mis memorias del celular….”

Al rato llegó un “tercer individuo” (pero sin secretaria,)  con una bolsa de repuestos NUEVA 0(NUEVECITA DE PAQUETE) , y unos fierros cruditos forrados con  nylon y me dijo: “Don CHARLY, aquí le traigo el repuesto , me mandó el dueño    y me dijo que  es el único que le queda para su modelo de auto.”

Mmmm- le dije- ¿ Y cuánto  vale?

Bueno en realidad este puro eje  es la mitad de la pieza le vale 150, pero como completo sale sobre 300, con las “gomas nuevas”.

Insistí: “Pero yo no tengo ni un peso”

“Pero mire - me dijo-  la otra opción es se lo cambiamos y  vamos al “cajero”,  usted nos hace la transferencia y listo”.

Nuevamente dije: “Pero si yo no tengo  cajero  y si no tengo lucas menos tengo en  tarjetas. No me manejo en esas tecnologías de  tarjetas”.

“Pero algo debe tener”. “Sabe- insistió- ”El dueño de la casa de repuestos no sabe que traje las dos piezas. Deme 150, lo cambiamos y quedamos como amigos”.

“NO tengo plata amigo estoy  MUY AGRADECIDO DE LA TREMENDA BONDAD DE USTEDES AL DARSE LA MOLESTIA DE AYUDARME EN ESTE CASO TAN DESGRACIADO….

Pero quiero que sepan además que yo “SOY MUY DESCONFIADO”,  Y entonces enojado me dijo el hombre del repuesto:  “Ah es desconfiado?  Entonces no podemos hacer negocios…”

“Precisamente- le respondí, no podemos hacer negocios, aparte que esta "cagá" de auto no es ni mío me lo prestaron recién y no voy a estar pagando repuestos que debe pagar el dueño (“mentirita” piadoso mía).

Mmmm entonces sabe?  No hagamos nada y quédese con el auto malo…

El otro, el “mecánico bueno”  me  dijo, sabe? Le armaré la misma pieza pero debe levarlo al mecánico.

Me llamó la atención todos de buzo de trabajo de mecánico.

El de la “cajita de herramientas” estaba parado en esa esquina con la cajita vacía y seguro adentro tenía el repuesto malo que me mostraron…

El tercer hombre era más violento, convencido que yo le pagaría.

Al irme le dije: “¿Sabe? estoy muy agradecido pero debo ir a ver a mi madre “enferma:” Si yo tuviera diez “lucas”, se las regalo por toda su “molestia”.

“Si. me dijo-  le agradezco también, “el mundo está tan malo hoy” que es natural ser desconfiado”.

Le pregunté: “¿Cree usted que llegaré a casa con el auto así de malo?

“Si - me dijo - Vaya tranquilo lo “DEJÉ BIEN AJUSTADO”

Así que me vine despacito a mi casa, guardé el auto, y al pasar por ese templo evangélico frente a la Panadería Sissy, antes de llegar a Pérez Canto sentado en sus escalas de acceso al templo,  estaban tres de los protagonistas, conversando y echando en una bolsa el repuesto nuevo, quizás masticándose la mala cueva de  no haberme hecho caer, con  el “cuento del Tío”.

Punto aparte:

Debo reconocer: ¡¡Excelentes actores!! Protagonistas principales y un  gran reparto, gran producción y casi me convencieron que me habrían desarmado el auto en tres minutos y me mostraran la pieza dañada.

Para que tengan cuidado.....

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


jueves, 2 de enero de 2025

¡.Alo, Aló! Alooo...¿Hablo con el jefe del cielo?

 ¡.Alo, Aló! Alooo...¿Hablo con el jefe del cielo? ¿SIIII? ¡Ahh! queremos saber de "ella". ¡¡Seguro está por allí dando vueltas esa señora, buena para reírse y hacer bromas.¡¡jajajjaaj!! Mmmm, no nos cabe dudas que es la "Matriarca" y que tenía una puntería seca para la "chancla". Mmm sigue siendo "NO" LA ROSA "BANDA", sino la ROSA "MANDA"....¡¡Bueno ella era así, pero creemos que merece un rinconcito en ese cielo...(¡Click!...Tu- tu-tu-tu.. (asi sonaba el "teléfono" cuando se cortaba la comunicación..¡¡USTEDES "CABROS" DE AHORA, NO SABEN NADA, DE NADA... (jajaja)







MAYONESA CASERA

Un homenaje a  nuestra mamá.   Carlos Garcia Banda p n e o t r s S d o 3 a 9 m o f 1 a 0 a 6 2 u 3 0 2 m 5 8 2 d e 0 f   i 2 c h h 2 c 4 h 1...