martes, 2 de mayo de 2017
DULCES DE AMOR
DULCES DE AMOR (Carlos Garcia Banda)
La actividad de la Pulpería de Maria Elena, era como siempre efervescente. Las mujeres de delantal y ropa fresca y sencilla, se agolpaban en la fila larga que se formaba en el sector de las carnes y cecinas, y corrían los pequeños hijos, agachándose entre los grandes mesones de mármol, entretenidos y escondiéndose, de pronto, entre las tibias piernas de las jóvenes señoras que entre conversa y risas, o con sus rostros preocupados, esperaban su turno de atención de Miguelito, el carnicero.
A un costado de uno de los grandes portones de entrada, la figura permanente y el rostro serio pero acogedor del “colorín” Pastén, conocido vendedor de dulces, roscas y pasteles, apoyado en los blancos muros pintados de cal, tras su carro barnizado inmaculado, con grandes ruedas con rayos metálicos y gomas con alambre por neumáticos, ingeniosamente adaptados de algún coche antiguo de algún bebé pampino, pulcramente pintadas, con huellas de polvo y chusca, adherida entre los grasientos ejes por los constantes giros de las ruedas entre los tantos traslados del carro dulcero desde y hacia algún lugar mágico del campamento, hacia ese diario punto de venta. Se notaba delicadeza y cuidado de higiene extremos, y los aromáticos y tentadores dulces y roscas nos “aguaban” la boca a los niños de entonces, sintiendo esa fatiga que se nos subía por el estómago en infatigable carrera, para unirse a esos líquidos salivales que nos daban esa sensación de querer paladear y lengüetear las cremas dulces de aceitosos berlines o deliciosos pasteles, o masticar extasiados esas chiclosas masas de las roscas que se estiraban y jugaban en la humedad de nuestras lenguas, especialmente cuando teníamos la oportunidad de pasar por allí, camino a la piscina, o esperando a nuestras madres que compraban, mientras jugábamos acalorados y transpirados, en esos tardes de sol y viento pampinos, corriendo agitadamente entre los bancos y pimientos cercanos de la plaza. El carro era el sabor dulce que mitigaba los sudores y el hambre de los trabajadores que en el turno de las cinco, subían (o bajaban según como se mire), con sus loncheros desde la estación del ferrocarril, por calle Prat, hacia los “buques” o a sus hogares en las calles aledañas o camino hacia los ”ranchos”. Era un espectáculo sencillo de color y sabor, con esos pastelitos deliciosos reunidos en bandejas protegidas por puertas y ventanas de vidrio correderas, mientras el vendedor delicado, agitaba con ahínco y sostenido ritmo, un plumero de tiras de papel periódico, para espantar las abundantes moscas que revoloteaban luchando incansables, hostiles y hasta fatigadas, deseosas de depositar sus huevos en los panales del manjar de los dulces “chilenos” que exhibían lo mejor de sus maquillajes horneados y pintados de crema blanca, amasados con manos cariñosas de alguna mujer, pequeña emprendedora y luchadora por la mejor vida de sus hijos. Quienes compraban, se iban por la calle abriendo el cambucho de papel delgado de envoltorio degustando las ricas masas y cremas y agitando, ya en los últimos conchos, el envoltorio sobre sus bocas, para saborear hasta la última partícula de azúcar flor esparcida por el vendedor sobre las roscas y dulces, con un amarillento tarro agujereado con clavos por la tapa.
¡Qué tardes aquellas!
Pareciera que los recuerdos van y vienen y las escenas fantasmales de esos diminutos momentos llamados de felicidad plena, se han quedado revoloteando en nuestro corazón, y con las imágenes vivas de tantos rostros conocidos que van y vienen como apariciones momentáneas y que hoy son lo que llamamos recuerdos y nostalgias salitreras.
Hoy al desayuno, con un trozo de marraqueta con un poco de manjar, para no abusar de los azúcares en exceso, recordé por un instante a esos pampinos heráldicos y a esas mujeres heroicas y anónimas que nos dieron ese regalo producto de su trabajo ejemplar y abnegado, y son mis recuerdos el respeto a aquellas pampinas que, revolviendo amasijos y horneando en las viejas cocinas de leña de la pampa, convencidas de un mejor futuro para sus hijos, caminaron entusiastas, desenvolviéndose con esperanzas y alegría obrera en esos pequeños habitáculos llamados casas, donde dormían o moraban y donde tantas tardes pasó el sol inclemente besándoles sus mejillas, haciendo la ruta del día, y ayudando con su luz y calor a fortalecer en ellas las esperanzas de sus sueños.
¿Dónde estará el “Rucio” Pastén que nos vendió esos dulces de amor y en especial su madre, la que con sus “brazos de reina” fue una trabajadora incansable, la cual nunca conocimos, pero que nos dejó como herencia el gusto de haber disfrutado con alegría la obra de sus manos generosas y perfectas?
lunes, 1 de mayo de 2017
Activando de nuevo el blog
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