Conozco varios personajes que son, al parecer, buenos “Cristianos”, de Misa dominical o diaria, reconciliados semanalmente, muy “intelectuales”, muy estudiosos del Libro Sagrado e intérpretes envidiables de la hermenéutica bíblica (les gusta y les produce mucho placer esa “palabra”), y por supuesto se rodean con toda la curia, toman tecito, corren por las capillas, las hacen “todas” (y no dejan que nadie haga algo porque se sienten “imprescindibles”). Se saben todos los métodos existentes y les une una especial disposición de ponerse siempre adelante, donde todos lo ven y donde se sienten casi admirados, casi “buenos”, casi “santos”. Tienen todo en orden, saben las lecturas del día, el tiempo si es Ordinario o el otro, se conocen el Misal y el Libro de las lecturas como la palma de la mano, van, vienen, suben, bajan, lo hacen todo, son tremendos, leen, cantan, se saben el ritual de cada acto, dan órdenes, miran feo como si algo estuviera saliendo mal, tienen mucho de figurines, y son tremendamente celosos, por un miedo natural a que les “salga competencia,” sin permitir que nadie se meta entremedio de sus designaciones, respaldadas por las consideraciones de quien dicen llenos de orgullo y vanidad: su amigo y casi “compadre” el Párroco.
Se saben de “memoria” toda la dinámica de cualquier celebración sagrada. Saben de memoria la Biblia. De sólo abrirla, saben los Evangelios que se encuentran “a la mitad”, o en los diferentes “cuartos”. Son envidiablemente los mejores feligreses.
Eso está muy bien, no es crítica directa a nadie en especial, por cuanto es generalmente así.
El tema es que no saludan a nadie, se sienten y viven “envueltos” en una burbuja transparente, y miran todo desde arriba de las nubes, cuestionan y sólo ellos “piensan”. No abren los oídos, los ojos ni el corazón a quienes son sus verdaderos hermanos de la comunidad, puesto que llevan tantos años en el “sistema”, que ya pasan a ser parte de una única forma de vida. Son excelentes para asistir a los retiros, van a todas y a cualquiera de las reuniones para ser vistos, y no descansan, hasta portan las banderas. (A veces se comportan como el “perro del hortelano”, que no come y no deja comer).
Son, sin duda, valiosas personas, elementos que están comprometidos con el testimonio que la moral exige para parecer lo que a veces no son o que está muy alejado de su propio ser.
Sin embargo no forman para la vida, no quieren servir para que otros aprendan, no están interesados en mostrar los verdaderos valores para que los “otros” tengan también la misma oportunidad que ellos mismos han tenido, por que más que mal, también se les puede mover el piso, y puede molestar la “competencia”.
Si usted es parte de esos especímenes que estudian tanto y que no aprenden nada, y que muestran sus títulos y diplomas a cada instante porque eso les da “categoría” y que les gusta mostrarse, creyéndose el cuento, mostrando su brillante personalidad "hermenéutica", les tengo una tremenda mala noticia: “No entrarán al Reino de los Cielos”. Les espera una larga agonía, porque vivir para Cristo es otra película, completamente distinta, y que no escribiré ahora porque no soy digno siquiera de “atarle la sandalia” al gran Maestro.