Don Caupolicán no fue mi profesor, fue el padre de mi amigo Leonardo, y como nosotros éramos pequeños, compañeros de juegos y estudios, junto a los amigos del barrio, teníamos esas intensas jornadas de conversa y de compartir, en los pocos momentos que Leonardo podía salir, pues su padre era muy responsable en su educación y muy exigente en los tiempos, que sin duda debía cumplir.
Teníamos tardes muy entretenidas, me
gustaba oír a mi amigo de entonces (y de hoy), cantar afinadamente los himnos
de Jonás (Gómez), de Brücher, frente a las inmensas pancartas que se
instalaban en el techo de su casa, pues don Caupolicán era un maestro, profesor
de excelencia, pero jamás ocultaba sus ideas Radicales, y tenía ese convencimiento
de que era la forma de hacer de la política y sus ideas, un mejor mundo para todos. Yo no entendía
mucho de eso, pero el himno era hermoso,
casi marcial: “Brücher” o “Mauras” me suenan cantado en la boca y sonsonete del
“Nano” Gatica, que se emocionaba entonando esos "himnos" que seguramente le enseñaba su padre y como parte de esas
memorables “Campañas” que emprendían los candidatos a Regidores o quizás qué
puestos en la pampa.
Una vez le acompañamos a esa plaza
cercana, la del pueblo, la de la Oficina Salitrera María Elena.
Siempre los profesores reclamaban los temas de justicia social reunidos en un mitin, o en una masiva protesta social o en algunos casos se
juntaban para oír a sus candidatos que
se explayaban en discursos en el odeón
central de la plaza donde tradicionalmente los domingos había retreta con
músicos pampinos, reclamando sus derechos y en esa tarea de exigencia de “derechos”, nunca dejar de cumplir sus “deberes”. Yo
acompañaba a mi amigo con su padre a meternos entre medio de los “grandes”,
para sentir entre el tumulto de profesores, esos saltos marciales de “el que no salta es….”..no sé si dirían “momios” o “lo que fuera”, no me acuerdo, pero era el
ritmo del salto y el golpeteo de sus
zapatos de maestros con suelas duras, y con olor a sacrificio lo que me impactaba, y en medio de mi cerebro,
valorar esa convicción de esos adultos
que gritaban y marchaban haciendo eco de sus justas peticiones, que para mí eran solo un juego, que
disfrutaba acompañando al Maestro, con Nano, mi mejor amigo de la infancia.
Una tarde de esas de juegos, mi
madre vio a Leonardo
que mordía y remordía, y trituraba con su dentadura alba y fuerte, una
hoja de “Guillete”, de esas que usaban nuestros padres para afeitarse, no sé en
qué minuto mi amigo se le ocurrió morder esa hoja que usábamos, tan fina y
efectiva para cualquier corte de algún papel o trabajo manual, sin que se dañara ni siquiera una papilla gustativa de su lengua, pues la trituró
de tal forma, que mi madre, servicial y preocupada, limpió y extrajo prolijamente
de la su boca, una a una, esas minúsculas partículas metálicas que se escondían temerosas y amenazantes entre medio de los dientes y las fuertes y potentes muelas, lo cual constituyó el “tema” de conversa del día, y toda una anécdota.
Una tarde conversando en la esquina de "su" casa, junto al amigo y compañero de curso Enrique Valencia, avecindado en la calle Prat, sobrino de las hermanas Fredes que trabajaban
en la central de teléfonos, (eran
muy pocos los que tenían teléfonos y en casa de Enrique Valencia, nos
facilitaban el casi único fono cercano, con excepción el del Pasaje “Orella”,
que siempre nos autorizaban y en el que oíamos, la operadora que nos decía:
-“¿¿¿¿Númerooo???), y mientras hablábamos
de las tareas del curso y los temas
propios de estudiantes, al parecer “llovió” un minúsculo riachuelo de orina
amarillo de un gato que se explayó con sus presas al aire arrojando ese fétido orín mezclado al
polvo propio de los tejados, canalizándose por una de las vías de la calamina
de zinc y cayendo directamente en la cabeza de nuestro amigo que sorprendido,
sentía el tibio líquido, correr por su cabeza, y quizás hasta
sintiendo una gratificante sensación de
frescura en medio de la tarde calurosa, y que al darse cuenta, tuvo que
correr a su domicilio y por supuesto refregarse el cabello con shampú
“Sinalca” para sacar el mal olor, pero grabando también en nuestras
mentes ese momento jocoso, y de muchas risas,
del “meado” del gato que mojó al querido "Guatón" Valencia.
Aun así, no siendo mi maestro, Don
Caupolicán Gatica, era un ejemplo de docente en la Escuela. A veces le veía por
entre la ventana enrejada de su casa, que tocaba afanosamente el violín y
seguía con su mirada las notas de la partitura, mientras su dulce esposa, la
señora Elba, hacendosa y preocupada de su familia, peinaba su hermosa y larga cabellera. Eran
un matrimonio ejemplar.
En las tardes del crepúsculo, en esa
hora en que los niños ya nos preparábamos para
guardar los cuadernos y dejar todo listo para el día siguiente, don
Caupolicán, paseaba serio y callado, con
ese porte erguido y distinguido que lo caracterizaba, por esa
calle Luis Acevedo hacia la plaza en caminatas de ida y vuelta, y su tierna
y bella esposa, le acompañaba tomándolo del brazo. Era esa actividad, un
religioso paseo por esas tardes pampinas, sobretodo disfrutando de esos
atardeceres que quienes han vivido
en la pampa, saben que son mágicos, distintos,
llenos de colores y con la frescura del
viento del atardecer, levantaban algún polvillo acumulado en los
tejados. Era la hora de la paz, del compartir quizás como pareja, recordando
quizás sus años de juventud, y los inicios de lo que tanto amaban: su familia.
No sé mucho de la forma que tuvo para educarlos, pero
sabiendo de sus capacidades de maestro,
sé que el profesor Caupolicán Gatica, era un tremendo educador y de mucho tino para formar y educar, no solo a
sus alumnos, que quizás le conocieron esa faceta de profesor de excelencia, sino como padre y esposo
ejemplar.
Tener
sus hijos todos educándose, y en una seguidilla de lindas personas como
lo fueron para nuestros ojos de niños
las “hermanas Gatica”, Carmen
que era la mayor, siempre posicionada en
esa escala que nos daban años de diferencia pero admirada por ser la mayor
y la que tenía mejor
educación. La “Checha”, la Guacolda o “Conita”, como le decíamos los
niños de ayer a la morena dulce y hermosa con ese ángel de niña que, como todas
las hermanas, siguieron la línea de ser educadoras de excelencia como su padre;
Margarita un poco mayor también para nosotros y
Miriam, ya más “compinche” con mi
hermana Ana Maria, y nosotros los amigos del barrio, los que tratábamos de aprender
del “Nano” la tremenda capacidad que tenía para estudiar y distinguirse entre
nosotros como buen estudiante y
seguramente bien guiado y con
mucha exigencia de su padre, educador
por sobretodo.
Como éstas pinceladas son recuerdos, con otro buen vecino, Fernando Castillo, a veces mirábamos por
la ventana de la casa de los Gatica y descubríamos
a la madre haciéndole la "tarea", el trabajo de costura que nos ordenaba la profe Uberlinda, cosiendo prolijamente la tela adherida a los tarros de leche “Nido”, para formar una alacena para la guarda de alimentos, cumpliendo el
trabajo manual que teníamos que llevar a
la escuela. Nosotros más abandonados o quizás con otras preocupaciones, nos clavábamos los dedos y presentábamos unos
trabajos mediocres y en eso debo decir que
el Nano se sacaba, a veces con buena ayuda, “puros” siete.
Una
vez tuvimos que hacer una disertación,
de esas que aun odio, esas de TRABAJO DE
GRUPO, (tan mal método ese de los grupos) y entonces estudiamos las propiedades
del agua y dividimos el tema en tres partes, comenzaba Fernando Castillo,
seguía el Leonardo Gatica y remataba
yo….. O sea teníamos toda la estrategia de sacarnos una buena nota pues fuimos muy justos, en dividir las materias, pero no contábamos
con ese poder y emoción tan propia del ADN de Leonardo, para exponer frente al
curso, y comenzar improvisadamente el tema y como contábamos con diez minutos
de exposición, a los nueve minutos de explayarse solito con todo el tema y casi sin nada que decir, nos quedamos Fernando y yo, con muy
pocas propiedades que contar y ni
siquiera sabíamos ya qué parte del texto
estudiado repetir, entonces Fernando se agarró del tema de los estados del
agua: líquido, sólido y gaseoso y dio un buen tema que le permitía
“salvarse” y quedar ambos bien calificados
empleándose y utilizando todo el conocimiento y entendiendo tan bien la
materia, que en mi minuto que quedaba de
disertación, y dado el apuro del profesor, al salir a hacer mi parte
tuve que decir lo único que me quedaba
como recurso: - Lo mismo digo yo - . y por supuesto que ellos se sacaron un merecido “siete”, y el profesor Leoncio González, por
no dañarme, me calificó con un 4,5, lo
cual para mi entender era una nota muy buena, para lo tan poco analizado y
expuesto al curso.
Don Caupolicán y Doña Elba eran muy buenas personas, muy dedicados a su
familia, el Maestro era eso, un distinguido profesor, dedicado a su profesión
de educador, muy serio, responsable y todo una imagen de caballerosidad,
prestancia, y con esa característica virtud de maestro
Normalista que, como todos los que conocimos, nos daban su mejor ejemplo a
través de su impecable presencia.
La Sra. Elba era la dulzura de ese hogar, el
equilibrio perfecto para ser la madre, la esposa, que dedicaba su tiempo
completo a ser madre y educadora de sus
hijos, de allí entonces que fueron todos
los Gatica muy bien formados, con exigencias propias de hogar estricto pero lleno de amor, y diría que el orgullo de sus padres y de toda esa
generación que era mayor que la nuestra, nos permitía mirarnos en ellos como ejemplos de
personas.
Dejamos de vernos como todos los pampinos, en alguna tarde en que tuvimos
que marcharnos para continuar nuestras vidas.
Cada cual logró lo que las circunstancias
pudieron brindarles a través de sus propios esfuerzos, y en su mayoría, todos
los Gatica, fueron y/o son grandes
educadores, heredando esa maravilloso
bagaje de conocimientos de su padre don Caupolicán.
La vida de niños en la pampa, fue para
nosotros la muestra del amor en toda su
expresión y pureza, vida que todos recordamos con agrado y emociones.
Vivir en la pampa nunca fue fácil, todo con su restricción
propia de la zona, difícil en el clima, las penurias económicas pero llenos de
ilusiones, sabiendo que cada cual podría despegar de sus sueños con sus propias
capacidades.
Ya conté una vez que con Leonardo
integramos el “Coro de Niños de María Elena” y participamos como los más
pequeños integrantes en el “Primer Festival de Coros de América”, dirigidos por
el recordado profesor Sergio Montivero Zenteno.
(Cuando viajamos a Viña del Mar, mi mamá le compró un jersey de lana color cake - el más hermoso de
mi vida -, a la Sra. de Fredy Vergara, conductor de la ambulancia.
Esa prenda “usada” pero limpia, me acompañó a esa gira inolvidable a
ese desconocido mundo de Viña el Mar, solo una semana, pero suficientes para guardar
inolvidables recuerdos.
Mi hermana mayor, Ana María fue alumna del Sr. Gatica, y sabe ella de
que el Maestro era eso, todo un maestro, exigente pero humanitario, claro y preciso y disciplinado, pero era su
vocación de servir y formar niños de
bien. Ella me ha contado de muchas virtudes humanitarias del Maestro y me habría gustado conocerlo más en esa, su
vida profesional, pero siempre para mí fue el padre de mi amigo Leonardo.
Cuento esta historia del Sr. Caupolicán
Gatica, porque hoy 20 de Octubre de
2021, se cumplirán 49 años de su partida, y al decir de su hijo; "Inició un caminar por senderos que nos resultan desconocidos", la que lo sorprendió en plena primavera junto a su familia ya
retirado de las aulas de educación con sólo 63 años, disfrutando sus últimos años en la ciudad de
Concepción, dejando este mundo y partiendo
al cielo de su creencia, puesto que
nunca supe en verdad si era o no creyente, dado que su vida la dedicó exclusivamente
a lo mejor que sabía hacer: Educar.
Quizás en estas tardes pampinas, que no distan mucho
de ser diferentes a las que vivimos, porque el paisaje agreste de mi amada Maria
Elena y sus calles se repite ininterrumpidamente cada día, desde el inicio de
la creación, cuando pasen estas restricciones pandémicas, pueda tener la
oportunidad de pasear por mi calle Luis Acevedo, y respirar ese néctar salobre de polvo y trabajo, sudor y sacrificio, sueños
y esperanzas, pero como parte de ese paraíso
que tanto amamos y disfrutamos en la niñez. En tal oportunidad, me acercaré a
la ventana de la casa de los “Gatica”, y a ojos cerrados como en un sueño hecho
realidad, trataré de oír, lleno de
emoción, esas mismas notas del violín afinado del maestro, que le permitían soñar y descansar de su ajetreo académico y laboral
con la música, como parte de su formación, y que le daban
encanto a esas doradas y soleadas tardes pampinas, que perduran en nuestras retinas
y en nuestro corazón.
Un abrazo al cielo distinguido profesor.
(Estas imágenes que se muestran a continuación, han sido extraídas de los archivos de los Grupos de "A TU RECUERDO", "GENERACIONES PAMPINAS", y otras, de la Revista "Pampa", de la colección de mi amigo Héctor Ramos, que ha tenido la gentileza de dedicar tanto tiempo a subirlas a la red, para el recuerdo y que son para la vida de los pampinos historia pura..)