miércoles, 20 de octubre de 2021

Dn. Caupolicàn Gatica…. Un gran Maestro

 Don Caupolicán no fue mi profesor, fue el padre de mi amigo Leonardo, y como nosotros éramos pequeños, compañeros de juegos y  estudios, junto a los amigos del barrio, teníamos esas  intensas jornadas de  conversa y de compartir, en los pocos momentos que  Leonardo podía salir, pues su padre era muy responsable en su educación y muy exigente en los tiempos, que  sin duda debía cumplir.

Teníamos tardes muy entretenidas, me gustaba oír a mi amigo de entonces (y de hoy), cantar afinadamente los himnos de Jonás (Gómez), de Brücher, frente a las inmensas pancartas  que  se instalaban en el techo de su casa, pues don Caupolicán era un maestro, profesor de excelencia, pero jamás ocultaba sus ideas Radicales, y tenía ese convencimiento de que era la forma de hacer de la política y sus ideas,  un mejor mundo para todos. Yo no entendía mucho de eso, pero el himno  era hermoso, casi marcial: “Brücher” o “Mauras” me suenan cantado en la boca y sonsonete del “Nano” Gatica, que  se emocionaba entonando esos "himnos" que seguramente le enseñaba su padre y como parte de esas memorables “Campañas” que emprendían los candidatos a Regidores o quizás qué puestos en la pampa.

Una vez le acompañamos a esa plaza cercana, la del pueblo, la de la Oficina Salitrera María Elena.

Siempre los profesores  reclamaban los temas de justicia social  reunidos en un mitin, o en una masiva  protesta social o en algunos casos se juntaban para oír a sus candidatos  que se explayaban en discursos  en el odeón central de la plaza donde tradicionalmente los domingos había retreta con músicos pampinos, reclamando sus derechos y en esa tarea de exigencia de “derechos”,  nunca dejar de cumplir sus “deberes”. Yo acompañaba a mi amigo con su padre a meternos entre medio de los “grandes”, para sentir entre el tumulto de profesores, esos saltos  marciales de “el que no salta es….”..no sé si dirían “momios” o  “lo que fuera”, no me acuerdo, pero era el ritmo  del salto y el golpeteo de sus zapatos de maestros con suelas duras, y con olor a sacrificio  lo que me impactaba, y en medio de mi cerebro, valorar  esa convicción de esos adultos que  gritaban y marchaban haciendo  eco de sus justas peticiones,  que para mí eran solo un juego, que disfrutaba acompañando al Maestro, con  Nano, mi mejor amigo de la infancia.

Una tarde de esas de juegos, mi madre  vio  a Leonardo   que mordía y remordía, y trituraba con su dentadura alba y fuerte, una hoja de “Guillete”, de esas que usaban nuestros padres para afeitarse, no sé en qué minuto mi amigo se le ocurrió morder esa hoja que usábamos, tan fina y efectiva para cualquier corte de algún papel o trabajo manual, sin que  se dañara ni siquiera  una papilla gustativa de su lengua, pues la trituró de tal forma, que mi madre, servicial y preocupada, limpió y extrajo prolijamente de la su boca, una a una,  esas minúsculas partículas metálicas que  se escondían  temerosas y amenazantes entre medio de los dientes y las fuertes y potentes muelas, lo cual constituyó el “tema”  de conversa del día, y toda una anécdota.

Una tarde  conversando en  la  esquina de "su" casa,  junto al amigo y compañero de curso  Enrique  Valencia, avecindado en la calle Prat,  sobrino de las hermanas Fredes que trabajaban en la  central de teléfonos,  (eran  muy pocos los que tenían teléfonos y en casa de Enrique Valencia, nos facilitaban el casi único fono cercano, con excepción el del Pasaje “Orella”, que siempre nos autorizaban y en el que oíamos, la operadora que nos decía: -“¿¿¿¿Númerooo???),   y mientras hablábamos de las tareas del curso y los  temas propios de estudiantes, al parecer “llovió” un minúsculo riachuelo de orina amarillo de un gato que se explayó con sus presas al aire arrojando ese fétido orín  mezclado al  polvo propio de los tejados, canalizándose por una de las vías de la calamina de zinc y cayendo directamente en la cabeza de nuestro amigo que sorprendido, sentía el  tibio  líquido, correr por su cabeza, y quizás hasta sintiendo una gratificante  sensación de frescura en medio de la tarde calurosa, y que al darse cuenta, tuvo que correr  a su domicilio y  por supuesto refregarse el cabello con shampú “Sinalca” para sacar el mal olor, pero grabando también en nuestras mentes  ese momento jocoso, y de muchas risas, del  “meado” del gato que mojó al querido "Guatón"  Valencia.

Aun así, no siendo mi maestro, Don Caupolicán Gatica, era un ejemplo de docente en la Escuela. A veces le veía por entre la ventana enrejada de su casa, que tocaba afanosamente el violín y seguía con su mirada las notas de la partitura, mientras su dulce esposa, la señora Elba, hacendosa y preocupada de su familia,   peinaba su hermosa y larga cabellera. Eran un matrimonio ejemplar.

En las tardes del crepúsculo, en esa hora en que los niños ya nos preparábamos para  guardar los cuadernos y dejar todo listo para el día siguiente, don Caupolicán,  paseaba serio y callado, con ese porte  erguido y  distinguido que lo caracterizaba, por esa calle Luis Acevedo hacia la plaza en caminatas de ida y vuelta, y su  tierna y bella esposa, le acompañaba tomándolo del brazo. Era esa actividad, un religioso paseo por esas tardes pampinas, sobretodo disfrutando de esos atardeceres que  quienes han vivido en  la pampa, saben que son mágicos, distintos, llenos de colores y  con la frescura del viento  del atardecer,  levantaban algún polvillo acumulado en los tejados. Era la hora de la paz, del compartir quizás como pareja, recordando quizás sus años de juventud, y los inicios de lo que tanto amaban: su familia.

No sé mucho de  la forma que tuvo para educarlos, pero sabiendo de sus capacidades de maestro,   sé que el profesor Caupolicán Gatica, era  un tremendo educador y  de mucho tino para formar y educar, no solo a sus alumnos, que quizás le conocieron esa faceta de profesor  de excelencia, sino como padre y esposo ejemplar.

Tener  sus hijos todos educándose, y en una seguidilla de lindas personas como lo fueron para nuestros ojos de niños  las “hermanas Gatica”,   Carmen que era la mayor, siempre  posicionada en esa escala  que nos daban años  de diferencia pero admirada por ser la mayor y la que  tenía  mejor  educación. La “Checha”, la Guacolda o “Conita”, como le decíamos los niños de ayer a la morena dulce y hermosa con ese ángel de niña que, como todas las hermanas, siguieron la línea de ser educadoras de excelencia como su padre; Margarita un poco mayor también para nosotros y  Miriam,  ya más “compinche” con mi hermana Ana Maria, y nosotros los amigos del barrio, los que tratábamos de aprender del “Nano” la tremenda capacidad que tenía para estudiar y distinguirse entre nosotros como buen estudiante y  seguramente bien guiado y  con mucha exigencia de su padre, educador  por sobretodo.

    Como éstas pinceladas son recuerdos, con otro buen vecino, Fernando Castillo, a veces mirábamos por la ventana de la casa de los Gatica y   descubríamos a la madre  haciéndole la "tarea",  el trabajo de costura que nos ordenaba la profe Uberlinda,  cosiendo prolijamente la tela adherida a los tarros de leche “Nido”, para formar una alacena para la guarda de alimentos, cumpliendo el trabajo manual  que teníamos que llevar a la escuela. Nosotros más abandonados o quizás con otras preocupaciones,  nos clavábamos los dedos y presentábamos unos trabajos mediocres y en eso debo decir que  el Nano se sacaba, a veces con buena ayuda, “puros” siete.

 Una vez tuvimos que hacer una  disertación, de esas que  aun odio, esas de TRABAJO DE GRUPO, (tan mal método ese de los grupos) y entonces estudiamos las propiedades del agua y dividimos el tema en tres partes, comenzaba Fernando Castillo, seguía el Leonardo  Gatica y remataba yo….. O sea teníamos toda la estrategia de sacarnos una buena nota pues  fuimos muy justos,  en dividir las materias, pero no contábamos con ese poder y emoción tan propia del ADN de Leonardo, para exponer frente al curso, y comenzar improvisadamente el tema y como contábamos con diez minutos de exposición,  a los nueve minutos de explayarse solito con todo el tema y casi sin nada que decir, nos quedamos Fernando y yo, con muy pocas propiedades que contar y  ni siquiera sabíamos  ya qué parte del texto estudiado repetir, entonces Fernando se agarró del tema de los estados del agua:  líquido, sólido y  gaseoso y dio un buen tema que le permitía “salvarse”  y quedar ambos bien calificados empleándose y utilizando todo el conocimiento y entendiendo tan bien la materia, que en mi minuto que quedaba de  disertación, y dado el apuro del profesor, al salir a hacer mi parte tuve que decir lo único que me  quedaba como recurso: - Lo mismo digo yo - . y por supuesto  que ellos se sacaron un merecido  “siete”, y el profesor Leoncio González, por no dañarme, me calificó con un 4,5,  lo cual para mi entender era una nota muy buena, para lo tan poco analizado y expuesto al curso.

Don Caupolicán y Doña Elba eran  muy buenas personas, muy dedicados a su familia, el Maestro era eso, un distinguido profesor, dedicado a su profesión de educador, muy serio, responsable y todo una imagen de caballerosidad, prestancia,  y  con esa característica virtud de maestro Normalista que, como todos los que conocimos, nos daban su mejor ejemplo a través de su impecable presencia.

 La Sra. Elba era la dulzura de ese hogar, el equilibrio perfecto para ser la madre, la esposa, que dedicaba su tiempo completo a ser madre y educadora de  sus hijos, de allí entonces que  fueron todos los Gatica muy bien formados, con exigencias  propias de hogar estricto pero lleno de amor,  y diría que el orgullo de sus padres y de toda esa generación que era mayor que la nuestra,  nos  permitía mirarnos en ellos como ejemplos de personas.

Dejamos de vernos como todos los pampinos, en  alguna tarde en  que  tuvimos que marcharnos para continuar nuestras vidas.

Cada cual logró lo que las circunstancias pudieron brindarles a través de sus propios esfuerzos, y en su mayoría,   todos los Gatica, fueron y/o son  grandes educadores,  heredando esa maravilloso bagaje de conocimientos de su padre don Caupolicán.

La vida de niños en la pampa, fue para nosotros la muestra del amor  en toda su expresión y pureza, vida que todos recordamos con agrado y emociones.

Vivir en la pampa  nunca fue fácil, todo con su restricción propia de la zona, difícil en el clima, las penurias económicas pero llenos de ilusiones, sabiendo que cada cual podría despegar de sus sueños con sus propias capacidades.

Ya conté una vez que con Leonardo integramos el “Coro de Niños de María Elena” y participamos como los más pequeños integrantes en el “Primer Festival de Coros de América”, dirigidos por el recordado profesor Sergio Montivero Zenteno.

(Cuando viajamos a Viña del Mar,  mi mamá le compró un  jersey de lana color cake - el más hermoso de mi vida -, a  la Sra.  de Fredy Vergara, conductor de la ambulancia. Esa prenda  “usada” pero  limpia, me acompañó a esa gira inolvidable a ese desconocido mundo de Viña el Mar, solo una semana, pero suficientes para guardar inolvidables recuerdos.

Mi hermana mayor, Ana María  fue alumna del Sr. Gatica, y sabe ella de que el Maestro era eso, todo un maestro, exigente pero humanitario,  claro y preciso y disciplinado, pero era su vocación  de servir y formar niños de bien. Ella me ha contado de muchas virtudes humanitarias del Maestro y  me habría gustado conocerlo más en esa, su vida profesional, pero siempre para mí fue el padre de mi amigo Leonardo.

Cuento esta historia del Sr. Caupolicán Gatica,  porque hoy 20 de Octubre de 2021, se cumplirán 49 años de su partida,  y al decir de su hijo; "Inició  un caminar por senderos que nos resultan desconocidos", la que lo sorprendió  en plena primavera junto a su familia ya retirado de las aulas de educación con sólo 63 años,  disfrutando sus últimos años en la ciudad de Concepción, dejando este mundo  y partiendo al  cielo de su creencia, puesto que nunca supe en verdad si era o no creyente, dado que su vida la dedicó exclusivamente a lo mejor que sabía hacer: Educar.

 Quizás  en estas tardes pampinas, que no distan mucho de ser diferentes a las que vivimos, porque el paisaje agreste de mi amada Maria Elena y sus calles se repite ininterrumpidamente cada día, desde el inicio de la creación, cuando pasen estas restricciones pandémicas, pueda tener la oportunidad de pasear por mi calle Luis Acevedo, y respirar ese néctar salobre  de polvo y trabajo, sudor y sacrificio, sueños y esperanzas,  pero como parte de ese paraíso que tanto amamos y disfrutamos en la niñez. En tal oportunidad, me acercaré a la ventana de la casa de los “Gatica”, y a ojos cerrados como en un sueño hecho realidad, trataré de oír,  lleno de emoción, esas mismas notas del violín afinado del maestro, que le permitían soñar  y descansar de su ajetreo académico y laboral  con la música,  como parte de su formación, y que le daban encanto a esas doradas y soleadas tardes pampinas, que perduran en nuestras retinas y en nuestro corazón.

Un abrazo al cielo distinguido profesor.

 

(Estas imágenes que se muestran a continuación, han sido extraídas de los  archivos de los Grupos de "A TU RECUERDO",  "GENERACIONES PAMPINAS",  y otras, de la Revista "Pampa", de la colección de mi amigo Héctor Ramos,  que ha tenido la gentileza de dedicar tanto tiempo a subirlas a la red,  para el recuerdo y que son para la vida de los pampinos historia pura..) 















 

 

 


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