Una taza de té…..
A las 5 de la tarde, invierno o verano, a la hora de los "ingleses", no podía, no puede ni debe faltar, obligadamente en la casa de los que fuimos criados en la pampa salitrera, ese té de hojas de Ceylán, aromatizado con "Hierba Luisa", puede ser también con cascaritas de naranja o "Cedrón", o quizás un "palito" de canela, como sea, el sólo pensar, hace que se nos haga "agua la boca" y entonces, después de remojar un rato con el agua hirviendo echada de golpe a la tetera chica, fluye de su pico hacia el tacho, jarro o taza, ese líquido oscuro, con gusto y olor a té "cargado", bien caliente, con hojitas que escapan al filtro de la tetera chica aconchándose en el fondo del recipiente, y comienzas a beber, endulzado o no, con esa quemazón de los frágiles labios que te obligan a algunas impropias expresiones, pero poco a poco nacen de esa lengua ardiente de sabores, la conversa, la larga y armoniosa conversa, el más grato y bello intercambio de palabras, y vienen las historias, los cuentos, lo "pelambres" de los callejones y los remolinos, a invadir esa mesa generosa de pampino acalorado, afectuoso y quizás pobre pero también muy rico, simple y sencillo, y no importa que no haya mucho que comer, el pan tostado o marraqueta fría y "chiclosa" con la infaltable mantequilla, o gotas de aceite y sal, son un deleite para el paladar, y más y más té, y descubres que en esa cultura del té compartido, están las más grandes emociones de la verdadera amistad, y tal vez por eso en nuestras casas, (la gran mayoría) solo vivíamos para el desayuno rápido, un buen almuerzo de granos para las proteínas, y esperar ansiosos la tarde para esa “hora del té”. Solamente el té y más y más té, casi nunca cena, porque en el té estaban los encantos de la vida, los cuentos de la noche, las historias de fantasmas, las soluciones a los problemas pequeños o grandes de la vida.
Yo recuerdo con nostalgias, esas tardes ardientes de calor, cuando tu cuerpo a esa hora bramaba por refrescarse de esa agua cristalina enfriada en esos estanques redondos de hojalatas forrados con arpillera de sacos "paperos" y colocados a la corriente del aire de las ventanas, que conservaban en medio del calor el agua agradable y fría, y al sentarnos sedientos después de la "pichanga" del barrio, junto a la vieja mesa de madera forrada en pegajoso hule, mi mamá nos servía, acalorada como todos, el té y esa bebida humeante, que subía y esparcía sus aromáticos vapores por las pequeñas dependencias del comedor o la cocina, nos quitaba el hambre, la sed, el dolor, la pena o la alegría, y cuántas veces se alargaban las conversas hasta pasarnos de tiempo y ser testigos del nacimiento de la noche, siguiendo nuestros cuentos del té, mirando las estrellas que se encendían en los cielos, con el jarro que se llenaba a cada instante, humedeciendo el ambiente y los rostros, porque allí estaba la magia, el amor, el consuelo, y mientras los carros de la estación "cabalgaban" a toda hora llevando el caliche para la faena o el salitre blanco y granulado como la nieve para el ensacado o el embarque, nosotros volábamos en los sueños por tantas aventuras que también se escribían con la tinta oscura de esas hojas negras del té que llegaba en grandes cajas de madera terciada forradas con papel de aluminio a la pulpería, y que de tanto estrujar para sacarles el jugo, cuando ya no tenían reserva ni color que regalarnos, se vaciaban a los maceteros de tarros o madera de la calle, para terminar su vida útil humedeciendo la poca tierra cultivable de los pequeños y simples jardines, y en sus últimos estertores de vida “te”rrenal, refrescando las raíces ardientes de los pequeños pimientos que comenzaban a crecer esperanzados para tener la oportunidad de cobijarnos alguna vez bajo su sombra. ¡Qué tardes más bellas y que se repiten todos los días y tardes de la vida!!
Cuando llegue la tarde última de mi vida, quiero que se sienten los amigos o los que nunca quisieron serlo, a la mesa del amor y la amistad fraterna a tomar el té. Y sea la misma risa que nos acompañe como cuando ella afloraba en la sonrisas e invadía los ambientes de las pequeñas casas de la oficina salitrera, recorriendo de historias y de cuentos cada rincón y cada centímetro de sales ardientes, con ese brebaje que nunca, pero nunca dejará de ser la mejor compañía, la mejor medicina la más leal de las hojas amigas que se diluyen entre el agua hirviendo y el azúcar, para recordarnos que la vida es corta y simple como el té, pero que cada día, una taza es una nueva historia, un nuevo recuerdo y un recomenzar para vivir cargados de amor por nuestras raíces pampinas, y descubrir que en la simpleza de una sencilla taza de té, está el mejor elixir de la juventud, del amor y de la riqueza, tan necesarias para vivir felices, con lo poco o con lo nada, sin complicaciones, pero disfrutando del trabajo, del crecer, de vivir, de esperar o de morir y nunca dejar de soñar para construir siempre mejores esperanzas, mejores formas de vida y mejores mañanas, con una buena, delicada y ojalá ardiente y azucarada o no pero rica taza o tacho de té.
¡¡Salud pampinos por la vida!!
A las 5 de la tarde, invierno o verano, a la hora de los "ingleses", no podía, no puede ni debe faltar, obligadamente en la casa de los que fuimos criados en la pampa salitrera, ese té de hojas de Ceylán, aromatizado con "Hierba Luisa", puede ser también con cascaritas de naranja o "Cedrón", o quizás un "palito" de canela, como sea, el sólo pensar, hace que se nos haga "agua la boca" y entonces, después de remojar un rato con el agua hirviendo echada de golpe a la tetera chica, fluye de su pico hacia el tacho, jarro o taza, ese líquido oscuro, con gusto y olor a té "cargado", bien caliente, con hojitas que escapan al filtro de la tetera chica aconchándose en el fondo del recipiente, y comienzas a beber, endulzado o no, con esa quemazón de los frágiles labios que te obligan a algunas impropias expresiones, pero poco a poco nacen de esa lengua ardiente de sabores, la conversa, la larga y armoniosa conversa, el más grato y bello intercambio de palabras, y vienen las historias, los cuentos, lo "pelambres" de los callejones y los remolinos, a invadir esa mesa generosa de pampino acalorado, afectuoso y quizás pobre pero también muy rico, simple y sencillo, y no importa que no haya mucho que comer, el pan tostado o marraqueta fría y "chiclosa" con la infaltable mantequilla, o gotas de aceite y sal, son un deleite para el paladar, y más y más té, y descubres que en esa cultura del té compartido, están las más grandes emociones de la verdadera amistad, y tal vez por eso en nuestras casas, (la gran mayoría) solo vivíamos para el desayuno rápido, un buen almuerzo de granos para las proteínas, y esperar ansiosos la tarde para esa “hora del té”. Solamente el té y más y más té, casi nunca cena, porque en el té estaban los encantos de la vida, los cuentos de la noche, las historias de fantasmas, las soluciones a los problemas pequeños o grandes de la vida.
Yo recuerdo con nostalgias, esas tardes ardientes de calor, cuando tu cuerpo a esa hora bramaba por refrescarse de esa agua cristalina enfriada en esos estanques redondos de hojalatas forrados con arpillera de sacos "paperos" y colocados a la corriente del aire de las ventanas, que conservaban en medio del calor el agua agradable y fría, y al sentarnos sedientos después de la "pichanga" del barrio, junto a la vieja mesa de madera forrada en pegajoso hule, mi mamá nos servía, acalorada como todos, el té y esa bebida humeante, que subía y esparcía sus aromáticos vapores por las pequeñas dependencias del comedor o la cocina, nos quitaba el hambre, la sed, el dolor, la pena o la alegría, y cuántas veces se alargaban las conversas hasta pasarnos de tiempo y ser testigos del nacimiento de la noche, siguiendo nuestros cuentos del té, mirando las estrellas que se encendían en los cielos, con el jarro que se llenaba a cada instante, humedeciendo el ambiente y los rostros, porque allí estaba la magia, el amor, el consuelo, y mientras los carros de la estación "cabalgaban" a toda hora llevando el caliche para la faena o el salitre blanco y granulado como la nieve para el ensacado o el embarque, nosotros volábamos en los sueños por tantas aventuras que también se escribían con la tinta oscura de esas hojas negras del té que llegaba en grandes cajas de madera terciada forradas con papel de aluminio a la pulpería, y que de tanto estrujar para sacarles el jugo, cuando ya no tenían reserva ni color que regalarnos, se vaciaban a los maceteros de tarros o madera de la calle, para terminar su vida útil humedeciendo la poca tierra cultivable de los pequeños y simples jardines, y en sus últimos estertores de vida “te”rrenal, refrescando las raíces ardientes de los pequeños pimientos que comenzaban a crecer esperanzados para tener la oportunidad de cobijarnos alguna vez bajo su sombra. ¡Qué tardes más bellas y que se repiten todos los días y tardes de la vida!!
Cuando llegue la tarde última de mi vida, quiero que se sienten los amigos o los que nunca quisieron serlo, a la mesa del amor y la amistad fraterna a tomar el té. Y sea la misma risa que nos acompañe como cuando ella afloraba en la sonrisas e invadía los ambientes de las pequeñas casas de la oficina salitrera, recorriendo de historias y de cuentos cada rincón y cada centímetro de sales ardientes, con ese brebaje que nunca, pero nunca dejará de ser la mejor compañía, la mejor medicina la más leal de las hojas amigas que se diluyen entre el agua hirviendo y el azúcar, para recordarnos que la vida es corta y simple como el té, pero que cada día, una taza es una nueva historia, un nuevo recuerdo y un recomenzar para vivir cargados de amor por nuestras raíces pampinas, y descubrir que en la simpleza de una sencilla taza de té, está el mejor elixir de la juventud, del amor y de la riqueza, tan necesarias para vivir felices, con lo poco o con lo nada, sin complicaciones, pero disfrutando del trabajo, del crecer, de vivir, de esperar o de morir y nunca dejar de soñar para construir siempre mejores esperanzas, mejores formas de vida y mejores mañanas, con una buena, delicada y ojalá ardiente y azucarada o no pero rica taza o tacho de té.
¡¡Salud pampinos por la vida!!