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E N C U E N T R O
Capítulo Nº 1
El hábil conductor, sorteaba los
hoyos de la empolvada calzada sin pavimentar, y cada salto se transformaba en
un violento movimiento de la cabina completa del camión, lo que provocaba que
los soldados, apretujados en la parte posterior del vehículo y mal acomodados
entre la carga, se afirmara de los fierros de apoyo de la carrocería,
exclamando furiosos murmurando entre dientes, uno que otro irreproducible garabato.
El joven
teniente, de aspecto sereno y mirada clara, acompañante del conductor de la
cabina principal, oteaba las sucias fachadas de las casas, que a esa temprana
hora despedían somnolientos vapores. Desde el cerro “El Ancla”, se asomaban los
rayos tímidos de un tibio sol de enero,
esparciendo su calor por el dormido pùerto y despertando de su letargo las verdes arboledas de la
Avenida Brasil.
El
“huaso” Riveros, sacó un cigarrillo,
ofreciéndole uno al teniente, después de vencer la tortuosa subida, girando el volante hacia la izquierda,
tomó al fin, la Avenida pavimentada de
la circunvalación.
Pasaron
cerca del cementerio. En la Portada de entrada,
el “huaso”, avezado conductor de los camiones militares, se persignó con respeto, mirando de soslayo las cruces celestes que se asomaban húmedas
de entre sus muros blancos, por la
escarcha nocturna, reflejando el sol
naciente en sus gotas que resbalaban de los esmaltes de pintura, antes de
desaparecer y transformarse en etéreos vapores al viento. El teniente Sánchez,
sonrió por el gesto religioso del huaso
Riveros, y al cabo de unos minutos, siempre mirando hacia al frente por los
cristales del mancha parabrisas e l camión, ordenó:
¡Detente!..
¡ Un poco más allá!.
- ¿Ves ese cachorro blanco? - a la
vez que bajaba presuroso del camión que
aún no detenía su marcha.
De entre las rocas ubicadas a la orilla de la calzada del camino, un
pequeño cachorro, blanco como la nieve, meneando su corta cola, jugueteaba con
una pluma de paloma agarrándola con las patas delanteras, refregándoselas en su hocico.
El teniente
Sánchez, silbando y gesticulando con los dedos de su mano lo atrajo hacia sí, sintiéndose
muy satisfecho y hasta contento, y en poco tiempo lo tomó entre sus brazos, y
lo subió al camión, afirmándolo con sus piernas y observándole su contextura
perruna detenidamente, exclamando después del examen ocular:
-¡Es un perro!-
- Debe tener
sólo unas semanas - opinó el huaso
Rivero, poniéndose en marcha con su camión y buscando a baja velocidad, la
salida norte de la ciudad.
El perro jugaba entre las manos del
oficial, y el huaso, a modo de bienvenida, le puso en el hocico un trozo de queque, de ese mismo
que le había quedado en el bolsillo
después de desayunar tan temprano en casa y despedirse de su esposa, a lo cual el can,
olfateando primero y probando un poco
con desconfianza, finalmente comió con extrema avidez.
-¡“Copo de Nieve”!, le pondré- dijo en
voz casi imperceptible hablando consigo mismo el teniente, remeciéndose a cada
instante y alzando al perro por el aire evitándole algún golpe, por el tema
propio de esos camiones militares que
siendo de gran seguridad y estabilidad, tienen unos sistemas de amortiguación que mantienen el equilibrio
pero que remueven toda su estructura. Una batidora mecánica y para los
usuarios, un gran sacrificio, en especial
en las cabinas traseras, donde no
se ve el camino, pero se adivina por el zarandeo implacable de esas moles metálicas
de dura amortiguación.
La curvas del camino se sucedían unas
a otras. Un pensamiento interior le recorría al joven oficial, y al
acariciar al cachorro, por su mente
transcurrían los días no lejanos de su niñez,
y recordó las tardes veraniegas de su casa junto al viejo “Black”, un
quiltro de gran porte, mestizo, cuyo padre era un hermoso pastor alemán. Cerró
lo ojos disfrutando la alegría solitaria
de tan íntimo sentimiento, se quedó dormitando en sus agradables recuerdos,
embobado, y emocionado de su
hermosa niñez.
Copo, buscó la comodidad entre las
piernas de su protector, se arrellanó en ese tibio lugar, y acomodando su
mentón entre las patas, se quedó profundamente dormido.
Transcurrieron bastantes minutos. El
huaso siempre silencioso, concentrado en su quehacer, mantenía su vista serena
hacia la carretera y en su pupilas negras se reflejaban los espejismos húmedos kilómetros a kilómetro del paisaje
agreste y la cinta asfáltica del interminable camino.
De pronto reaccionaron sobresaltados con el grito de la
voz inconfundible del teniente, que volvió abruptamente de sus sueños
espetó:
-¡COPOOO-, al mismo tiempo que levantaba
con sus manos hacia el aire al pequeño can, para evitarse un mayor daño, procurando evitar lo ya inevitable. En medio
del movimiento vehicular, empeoró la situación, y el tibio orín de Copo,
salpicó el limpio uniforme del teniente, humedeció con gotas los sucios
cristales del parabrisas, y hasta el huaso sintió correr en su rostro un
tibio rocío que le hizo pasarse abruptamente sus manos sobre la humedad
de su rostro, mezclando el orín con sus sudores y terminando de secarse con
su pañuelo.
- ”Buena la hiciste- eso no más
faltaba…
El rostro del bonachón huaso Rivero,
también afectado, se iluminó y rio a
carcajadas, y sin descuidar su mirada
hacia el frente, oteaba de soslayo a su acompañante, paseando su pañuelo por
sus manos, y oyendo en la voz de su acompañante su legítima queja.
Copo de Nieve, inocente y ajeno a la
gravedad del hecho, olfateó el húmedo pantalón y buscó un lugar más seco. Se
echó a dormir entre unos trapos de limpieza colocados
entre las palancas de cambio, al lado del conductor.
El “huaso” Rivero, cuyo apodo era de
cariño por sus orígenes campesinos, y poseedor de grandes virtudes que lo
hacían, más allá de su jerarquía militar entre sus pares, como un gran y servicial
amigo y buen camarada.
Provenía de la lejana ciudad de
Temuco, y cada vez que alguien preguntaba por su origen o por su tierra, se
extasiaba largas horas, en interminables y agradables charlas, para recordar su lejana tierra.
Recordaba las faenas del campo con
gran orgullo, y siempre estaban en su
mente los imborrables recuerdos de su
niñez vivida con grandes esfuerzos y muchas gotas de sudor. Su padre aún vivía,
un huaso de fina estampa, sombrero y manta y espuelas vistosas, y su madre estaba orgullosa de su hijo
soldado. Todos los meses, el huaso les escribía contándoles lo bien que se encontraba
y cómo el norte de Chile, desértico y acusado injustamente de inhóspito, se le
iba metiendo por las venas, como una enredadera sureña por la piel, trayéndole los
verdes recuerdos de su tierra.
Quedaban varias horas de jornada, entre sandwich y conversa, (de esas
marraquetas crujientes que las esposas
regalaban a sus maridos para enfrentar con aceitunas los primeros días
del “hambre”), entre cigarrillos y
risas, pasó rauda la mañana y parte importante de la tarde. La distancia podía
cubrirse en menos tiempo., pero siempre había un delicado protocolo de
velocidad y tiempo de marcha, con sus correspondientes descansos, para evitar
cualquier situación de cansancio o
accidente.
En la cabina trasera los soldados,
con sus miradas siempre atentas y vigilantes, tratando de acaparar en sus retinas y memoria
los más hermosos paisajes para las
historias del recuerdo, mantenían una agradable conversa. Muchos de ellos no
habían viajado mucho por el desierto, y esto sería una experiencia excepcional.
Se dirigían como escuadra, a la localidad
de San Pedro de Atacama, en donde participarían en una serie de trabajos
menores, destinados a ayudar a la
comunidad. También debían cumplir un período de aclimatación y acostumbramiento
a las alturas.
“Copo de Nieve”, o sencillamente “Copo”,
era ya parte de la tripulación. El Teniente Sánchez ordenó expresamente que el
quiltro seria a partir de ese momento, parte del cargo “fiscal” del que debían
responder, en un rol reglamentario, cada uno de los soldados. Èste, ajeno a
toda situación, dormitaba profundamente y a veces se quejaba y lloriqueaba como buscando la tetilla de su
perra madre.
El viaje se hizo agradable, y como a
las cinco de la tarde, el vehículo rumbeaba por el “Llano de la paciencia”, en una sepulcral soledad. El calor de enero en
esos lugares, junto al viento, que también indica con sus altos remolinos que
es parte del patrimonio de la zona, hacen que el cuerpo se amodorre, y la falta
absoluta de paisaje empuja a cualquier mortal a un estado de incontrolable letargo.
Copo no estaba acostumbrado a tanto viaje, rezongaba dormido entre los trapos que le servían de
amortiguador y de cama improvisada y el
teniente en algunos tramos le ponía en el jarro de su cantimplora, agua fresca
para beber.
Los soldados recostados entre la
carga, calculaban las horas recorridas y lo que faltaba por llegar. Inútilmente
trataban de captar alguna radioemisora en un pequeño radio a transitores,
llevado en forma clandestina. Conectaban un alambre sacado del toldo a la
salida de “Antena”, y solamente captaban
el chicharreo permanente del motor. Imposible escuchar música con tan mal
receptor y en esas condiciones tan duras de esos tiempos. Otros preferían algo
de lectura, incómoda por cierto, con los inevitables saltos y otros más
audaces, se amarraban con cuerdas a la estructura metálica, poniendo sus
almohadas personales en la espalda como amortiguadores, dormitando a saltos en tan incómodas
posiciones, salvo los dos del inicio de
las bancas que oteaban permanentemente
el camino como medida precautoria de seguridad.
El huaso era un buen soldado, un
excelente cabo instructor. Le vimos en esas primeras sesiones de instrucción
con soldados de Santiago de esa inolvidable Promoción de Infantería 80 - 81, en los campos de instrucción de Playa Sico
(Caleta “Erràzuriz”), instalando puentes
de cuerdas con estructuras de madera de
circunstancias (“Patas de cabra”) entre dos profundas quebradas. ,Poseía
una fuerza casi animal, como su gruesa contextura. Jalaba a pulso las cuerdas
de las pasarelas con mucha soltura y tanta fuerza y precisión, que éstas quedaban tensas y, sin exagerar, como cuerdas
de guitarra, permitiendo el paso por ellas en los ejercicios de
instrucción, de cientos de soldados,
armados y con equipo, sin sufrir ni un
centímetro de variación. Un huaso de campo inteligente, bonachón y buen amigo.
Tenía virtudes humanas de sobra que lo hacían un ser cálido, responsable y dueño de un especial sentido del humor. Era
además un amante de la naturaleza. Quizás su origen campesino,
su niñez en la ciudad sureña,
junto a las actividades agrícolas
de su padre, los animales, la ordeña, los perros y hasta los gatos, junto a
gratas horas de cacería en las selvas
vírgenes y vecinas, lo habían hecho un hombre integral, un amante respetuoso de
la naturaleza y buscador de vidas, siempre descubriendo nuevas emociones y descubriendo
en los matices de los cerros o en la suave geografía de las extensas llanuras
del desierto, un encanto artístico. También amaba el desierto, buscaba su hermosa desnudez y en los paisajes, sus
colores y las largas sombras que le parecían muchas veces fantasmas durmiendo sus
siestas de los días, o en otras, siluetas
caminantes en la confusión de las sombras oscuras e impenetrables de la noche. En todo
ello, recibía siempre mensajes de paz espiritual, y gran satisfacción
para la tranquilidad de su alma. Diría un “místico” que llevaba una procesión
silenciosa por dentro, pero que irradiaba alegría y buen humor, siempre
convencido que ser soldado era lo mejor que podía ofrecer como vocación de sincero amor al servicio de su patria.
La majestuosidad de la blancura, y
los paisajes azulados de la Cordillera de los Andes al fondo del camino, que ya mostraban los primeros retazos artísticos
de esa pintura de paisaje natural tan de nuestro norte, con mucho colorido y magnificas alturas de la cordillera de los
Andes, junto al tiempo recorrido, le indicaban la proximidad de su P.T.M. (Punto de término de marcha.)
Tomaron un camino secundario, y en
breve se encontraron en lo que se
denomina la “Cordillera de la Sal”,
donde brilla con luz propia, un singular y atractivo paisaje selenita, producto de la conformación
rocosa de las sales; efectivamente, pasaban lentamente por el encantador y
silencioso “Valle de la Luna”.
Los soldados exclamando en sus
expresivos rostros su sorpresa, se
asomaban extasiados y curiosos por las sucias ventanillas de plástico del toldo
protector. El teniente Sánchez, disparaba de vez en cuando el obturador de su
pequeña cámara de bolsillo, para estampar como recuerdo el hermoso paisaje.
El Unimog, en lenta marcha, venció los últimos kilómetros
del camino secundario, y al cabo de poco rato estuvieron nuevamente en el
camino principal. Mientras comentaban la gratificante experiencia y el asombro,
apareció casi al final de la quebrada, bajando por esa
cordillera de la Sal, un manchón verde,
un vistoso y bello Oasis, y luego de atravesar la quebrada de Quitor, la reconfortante vista de
San Pedro de Atacama.
Entraron en el pueblo por un pequeño
puente, montado sobre el lecho del Rio San Pedro, cuyo minúsculo caudal, planteaba
la duda si era suficiente su agua, como para sobrevivir allí.
Se dirigieron por una polvorienta y
estrecha calle y en breve estuvieron en
la plaza del pueblo. El teniente consultó indagador su reloj, a la vez que sonriendo indicaba
satisfecho: - Como estaba calculado.-
El vehículo se detuvo algunos metros
del pequeño Retén de Carabineros, y mientras
el huaso controlaba los niveles orgánicos del vehículo, los soldados
solicitaban permiso para bajar a estirar
las piernas. Autorizado lo último, el teniente se dirigió junto al oficial de
mayor rango del retén, en una actividad
menor de protocolo, para presentar sus
respetos y saludos a la Alcaldesa de la localidad, dejando a Copo jugando a los
pies de añosos pimientos y regulando la circulación.
Los soldados bebieron agua un tanto salobre
desde una manguera colocada en el tazón de uno de los árboles de la hermosa
plaza y Copo levantó su diminuta pata
como afirmando el alto pimiento y regó, como una gota, las viejas raíces,
descargando así el líquido bebido en el viaje. Riveros designó un par de centinelas para
brindar protección al vehículo y junto a los restantes disponibles, se
dirigieron a media cuadra, donde un
edificio de líneas más modernas que las construcciones del lugar, indicaban en un letrero exterior, la
presencia del museo.
Una estatua mediana mostraba la
figura del fenecido Rvdo. Padre Gustavo Le Paige, a quien tuvo la oportunidad
de conocer en vida, la primera vez que visitó la zona. En el museo, se encontraban
como piezas de exposición, el mismo escritorio donde aquella vez el huaso Rivero,
después de conversar con el curita y agradecerle su instrucción al darle ese
apretón de manos de agradecimiento y felicitación por su labor, le besó con
humildad y respeto su mano, en señal de admiración y profundo respeto, lo cual
no fue entendido por el sacerdote, mirándole con inquisitiva mirada y como
la humildad y recato del Sacerdote eran mayor, le había llamado la atención con
una fulminante mirada, considerando con eso que no era digno ni merecedor a tan
sencillo y sincero homenaje y muestra de respeto. No era sorpresiva la
reacción, todos sabían que el huaso a veces disparaba sin medir sus emociones;
aparte de todo era muy sensible y religioso.
Allí estaban los libros silenciosos,
el polvo y el desorden de un arqueólogo que hizo su vida religiosa de servicio
a la investigación en esas soledades conociendo más que nosotros, los propios
chilenos, y valorando la cultura de nuestros antepasados que nacieron, se criaron, crecieron y vivieron en
esos pueblos tan lejanos de nuestra cordillera. Allí estaban las osamentas históricas de las distintas
culturas y entre tantos cráneos y gredas viejas, brillaba el espíritu inquieto
y esa gran vocación de servicio del recordado sacerdote belga.
Los soldados reían, con un poco de temor o vergüenza, mientras
miraban en la vitrina del museo, una momia que alguien dijo la llamaban la Miss
Chile, por la belleza de sus bien
conservados rasgos y su larga cabellera. Creo - y los entendidos saben mucho de
eso-, la encontraban hermosa y de alto valor cultural y patrimonial para la
zona. Muchas piezas de origen antiquísimo, hablaban por si solas del
rico bagaje que se conservaba en ese lugar de gran valor histórico y turístico. Algunas maquetas
indicaban los sitios arqueológicos de los hallazgos y mapas explicativos daban la explicación clara de los orígenes y
el desarrollo de esos pueblos en torno a los salares, con claras indicaciones técnicas
para los turistas visitantes.
El huaso hablaba en esos instantes con
el actual encargado del museo, cuando llegó uno de los soldados centinelas
indicando que lo necesitaba el teniente Sánchez.
Se despidió amablemente el huaso y
salieron tranqueando presurosos a media cuadra hacia la plaza. Antes de abandonar
el recinto, el huaso se detuvo un instante y frente a la figura del curita
Belga, guardó unos respetuosos segundos de silencio, mientras miraba por última
vez en ese día, ese recreado rincón de
lo que alguna vez fue la oficina del Padre Le paige, y se llenó de nostalgias y
recuerdos.
Finalmente y en un último esfuerzo y
saliendo rápidamente del lugar, se
persignó a la carrera con un sincero sentimiento de congoja en su alma, corriendo
hacia el vehículo. Una vez ubicados,
cada uno en sus asientos y por supuesto Copo, como Ayudante del copiloto,
poniendo el motor en marcha, reiniciaron su camino, virando hacia el norte y buscando el camino hacia la azufrera Vilama.
“P E R Í O D O B Á
S I C O”
Capítulo Nº 2
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Después de haber dispuesto lo necesario para levantar algunas
carpas al lado de unos abandonados. Viejos y utilizables galpones, donde se autorizó la instalación del
improvisado cuartel, el teniente Sánchez inspeccionó el lugar, y mientras caminaba, anotaba en su agenda
algunas notas referidas a las actividades que debía realizar al día siguiente,
siendo la más importante según el “asterisco”
marcado en su agenda, conseguirse
un mástil de mediana altura, para izar
en él la bandera de Chile durante el tiempo que permanecieran en ese lugar
acantonados.
Copo había cumplido muy bien su
primer viaje y su primera experiencia militar. Los soldados, comentaban entre
ellos que Copo debía a partir de ese instante, y por lo que les habían comentado los “pelaos”
más antiguos que se quedaron cuidando el cuartel, comenzar a disfrutar de lo “agradable” y
emotivo que significaba el hacerse soldado y combatiente básico. Ellos mismos
lo educarían para que pudiera cumplir su Período Básico, como nuevo recluta de la Escuadra.
Al día siguiente, conforme estaba
dispuesto, Copo comenzó su vivencia y
empezó a vivir, en medio de otras tareas más administrativas y de
mejoramiento del vivac por parte de los soldados, su propio
“Período Básico”:
Diana a las 6 de la madrugada, y sólo por encontrarse en una zona de especial
situación climática. Eso favoreció que
la hora de levantarse, no fuera a las 5 hrs., como se hacía normalmente en el
cuartel de la guarnición. La comida, solamente la necesaria y acompañar
a los soldados en todas las tareas del día, corriendo de un lugar a
otro, mientras los soldados reían de sus juegos y tonteras, hasta la llegada de la noche y quedar
exhausto y cansado como “perro”,
caer de bruces con su cuatro
patas lacias, y quedarse dormido en el
jergón que le habían asignado en un rincón de una de las bodegas abandonadas
y notoriamente mejoradas, al lado del vivac, donde se había instalado
también con sui catre de campaña, el
teniente Sánchez. Sin duda ayudaban en favor del cansancio, el insoportable calor del día y las muchas actividades, y el
intenso trabajo que solamente lograba
entender por sus correrías bajo el calor
insoportable y el frío intenso en la noche.
Cada dos días cumplía servicio voluntario de guardia y acompañaba a los
centinelas en sus rondas nocturnas. Más le valía eso, puesto que de esa forma, podía asegurarse
una buena presa, dentro de la “sopa misterio”
que acostumbraban a comer los soldados y que en los fondos de un
improvisado “Rancho”, entre latones y cielo descubierto, cocinaba el soldado Marín, al que le gustaba
la cocina y en especial, como gran hobby, amasar y cocinar el pan. Ser amigo de Marín, era
asegurarse uno que otro pancito “bajo cuerda”, y por eso nunca le faltaban los
ayudantes voluntarios para la
recolección de leña y mantener los bidones con agua.
Marín se entusiasmó tanto con su función
de cocinero voluntario, que una tarde, mientras buscaba un tambor vacío de
petróleo abandonado, para cortarlo y hacer una batea de amasijo, llegó con medio tambor, tirado a cuerdas,
cargado con unos ladrillos refractarios
de alguna antigua faena de fundición, y
comenzó a pegarlos con barro rojizo de la zona mezclado con paja, en
forma circular, sobre una mes a media
altura, construida también de adobes, y en menos de tres días construyó, el más hermoso, práctico y eficiente “Horno de barro” para el pan con su
correspondiente batea de tambor de
fierro y un estante para los bidones del agua junto a un cajón donde guardaba
el saco de la harina.
El teniente en forma particular,
comenzó a acrecentar los lazos de amistad férrea con Copo. En realidad, desde
el primer momento que lo vio jugando en aquellas rocas, cercanas al cementerio
en la Avenida Circunvalación de Antofagasta,
decidió tomarlo como su mascota y Copo, pronto entendió esto y comenzó a
respetar y a entender la “voz” del amo.
Sus primeras instrucciones de su
Período, tuvieron que ver con la “Higiene
y Sanidad en Campaña”. Aprendió a ocupar
su propio rincón. A cavar una fosa y cada vez que era utilizada como letrina, y
como buen soldado, la cubría de tierra.
Transcurrieron algunas semanas. Ahora
Copo corría y desde temprano acompañaba a los soldados, ya era parte de ellos, sea
en los trabajos que éstos realizaban cada día, y también en las instrucciones
más técnicas del contingente, o
sencillamente en las noches de fría guardia.
A veces los soldados le hacían
algunas bromas pesadas y más de algún baño extra se dio durante alguna fría
mañana . Esto hacia que Copo, a pesar de disfrutar con los soldados, comenzara
a desconfiar de ellos. A la menor duda, corría a protegerse cerca de su amo,
comprendiendo fácilmente y con gran instinto, donde
buscar autoritaria seguridad.
Se hicieron muchas cosas durante es largo mes. Muchas referidas a control de
vigilancia, ambientación y obras menores de ayuda a la comunidad, limpieza de pequeños predios, canalización de aguas,
levantamiento de techumbres, un poco de limpieza en los canales de
regadío, en especial a los requerimientos
y necesidades de los mismos habitantes
cercanos al sector del Vivac, que siempre estaban, además, preocupados de ofrecer generosa y
desinteresadamente apoyo si había
necesidad de alguna ayuda. La gente de San Pedro, era muy cariñosa y afectiva
con los soldados y el contacto aunque no era diario ni directo, se percibía en las acciones de ayuda
voluntaria y en los apoyos mutuos en
diferentes circunstancias.
Para nada se descuidaban las tareas
fundamentales de instrucción, y todos colaboraban al período de instrucción de
Copo: “El básico” o “Inicial”.
Se convirtió pronto en un celoso y
leal camarada de su amo, y en un fiel centinela para todos, y el teniente constantemente
le estaba enseñando a ser un buen soldado y un mejor perro, por supuesto “un gran perro infante”.
Por su condición de quiltro, Copo era
un poco duro en el aprendizaje de buenas costumbres, y de vez en cuando cometía
faltas tan graves como no utilizar su letrina y ensuciar la cama de su amo.
Varias veces recibió su correspondiente zarandeo o “aplique”, con lo que pronto
aprendió, no por las buenas sino por las malas, y dado la lógica de la
enseñanza y aprendizaje militar, y ya no volvió a cometer faltas de esa
naturaleza.
Enero pasó volando con el viento del
desierto.
Cayó el calendario y febrero se asomaba hace
bastantes días, con su mismo calor y su
frio intenso en la noche. Pronto comenzó a variar notablemente el clima.
De la noche a la mañana, comenzó a
vivirse un singular fenómeno climático
llamado “Invierno Boliviano”. Aunque la estación que se vivía era verano,
hubo copiosas lluvias y hasta intensas nevazones. Algunos caminos
resultaron con serios daños y por varios días se cortaron las comunicaciones con
la ciudad más cercana: Calama y basado en eso, ya el mes de estadía se prolongó
a varios otros, fuera de calendario, hasta que
amainara el mal tiempo y se abrieran los nevados caminos.
Todo esta “fiesta de la nieve” por lo
novedosa, causaba gran alegría en la tropa y les permitía construir sus propios
“monos” de nieve en el desierto, deslizarse desde alguna loma en un depósito de
una abandonada carretilla a modo de trineo, pero presentaba un problema
administrativo: pronto se acabarían los víveres por el período calculado y para
el teniente, sin ser este gran motivo de preocupación, le causaba una leve pero
no agotadora inquietud.
Pasó una semanas, tal vez más, hasta
que el clima mejoró. Durante los días vividos, se mantuvo la instrucción y fueron
agobiadoras las jornadas, pues ese fenómeno significó un aumento inmediato de tareas
derivadas en actividades de trabajo social en bien de la comunidad. Lo bueno
que el clima no presentaba gran posibilidad de volver a la arremetida inicial y al parecer se replegaba
lentamente hacia el norte, lo que presagiaba que el regreso se cumpliría
solamente con algunos días de desfase, de la forma planificada. Ya las
comunicaciones se había establecido, y
no existiendo otras formas de comunicación, se habían cursado menajes
alusivos al estado por el teléfono del
pueblo hacia la Comandancia de Calama y ésta a a Antofagasta.
Y llegó el último domingo antes de
partir de la localidad de San Pedro. Los soldados tenían un animado encuentro
deportivo como actividad de fin de
semana, y bajo el pimiento descansaba, al tiempo que hojeaba un libro de
Olegario Lazo, el teniente Sánchez.
El Huaso Rivero, siempre preocupado
de su vehículo ataba el toldo en la estructura del camión, pues lo había lavado
en el canal del río Vilama, ya que èste se había embarrado con las lluvias de
la semana recién pasada. Se encontraban en esas actividades cuando recortado en
el camino se dibujaron dos siluetas. Una correspondía al “negro” Eladio, un muy
buen amigo de la zona, que había cumplido su servicio militar en el Regimiento
“Calama”, y el bueno del “chico” Hidalgo, como le llamaban cariñosamente cuando
trabajaba como cuidador de la “Hostería” de San Pedro.
Éstos pronto estuvieron en el vivac y
Eladio, traía entre sus fuertes y vigorosos hombros, un gran cordero que balaba
nervioso de vez en cuando y con eso manifestaba su descontento. EL “Chico”
Hidalgo, traía un gran bolso, con
especias y verduras, y como asomándose tímidamente entre las lechugas, podían verse claramente
dos etiquetas y cochos sellados de algún buen vino.
El chico Hidalgo sonreía. Este provenía
de Valparaíso y sentía gran admiración y respeto por el Ejército. Algunos fines
de semana compartidos con él, nos mostró sus grandes conocimientos de historia
de Chile, en interminables y amenas
charlas, recordando siempre agradecido, de
sus experiencias como conscripto en su
“Glorioso” Regimiento Maipo.
¡Bienvenidos! Les digo saludando
efusivamente el teniente Sánchez, a la vez que sacando su cámara fotográfica
oprimía el click para dejar estampada en
el rollo negativo, la imagen afectiva de
los visitantes.
Eladio amarró el cordero en un árbol
y Copo ladraba completamente molesto en “su” territorio, sin comprender la
presencia del ovino que en su mirada nos regalaba una sensación de paz, pero de hondo sufrimiento.
-Buenos días mi teniente_ saludò
Eladio y lo mismo hizo el chico Hidalgo.
- Le traemos este corderito pa
despedirnos con un buen asado, como buenos chilenos San Pedrinos: ¿Cómo estamos?
El teniente sonrió y hasta los
soldados suspendieron su animado partido.
Después de expresar la alegría por la
tan inesperada sorpresa, se formaron algunos equipos tendientes a organizar una
reunión muy simple pero emotiva. Un equipo instaló un mesón al lado del árbol
donde seria sacrificado el animal; otro preparó el lugar para el fuego y Marín, el soldado ranchero, que a esa hora
estaba haciendo pan, pensó en lo oportuno
que de la tan gentil invitación.
El huaso Riveros dejó su vehículo y
después de saludar a las visitas, se ofreció voluntario para sacrificar al
cordero, faena que hacia siempre en sus
asados campestres con corderos, chanchos o lo que fuera para disfrutar el diente; pero antes, preparó una salsa, con
los especies traídas por Hidalgo, con bastante ajo y muchos condimentos en una
fuente con aceite y un poco de vinagre.
-¡¡Vamos a comer Ñachi mi teniente – dijo sonriente y
solemne.
La mayoría desconocía a qué se refería
esea delicia culinaria, y esperaron que el huaso, sabedor de esas recetitas
criatureras del campo, haría un buen plato, como él lo denominara: ”ñachi”, y
que serviría de “aperitivo” antes de disfrutar las costillas carnudas del
cordero asado.
Pronto se arremangó, y atando las patas del cordero
con unas cuerdas a los bordes de la improvisada mesa, procedió a su doloroso y ciego “sacrificio” en medio de tanto
espectador que cerraban sus ojos en señal de
no querer ser cómplices de tan
sangriento y hasta macabro espectáculo. Cuando sacó de su cinturón un afilado cuchillo
“pata e cabra” y cortó el pescuezo del cordero, fue – honestamene-, un
sanguinario espectáculo. Mientras manaba la sangre del cordero por el cuello, el
huaso puso el bol con los aliños para recibir esa tibia sangre que emanaba del
sufriente animal, revolviendo intensamente para que se mezclaran los ajos y las
especias, antes de coagularse e indicando con una cucharilla de te repleta de
esa pasta, que comerían en ese momento “el
mejor Ñachi de sus vidas”, a la vez que untaba en un pan aun tibio y
crujiente, un poco de esa mas masticando
y deshaciendo con sus líquidos salivales esa “prieta” fresca, con sincera satisfacción.
Dos conscriptos corrieron apurados
tras los pocos matorrales existentes a vomitar impresionados. El huaso sonreía
satisfecho. Un conscripto lo siguió en su deseo de probar la rica u nutritiva
mezcla, y pronto también corrió apresurado
atrás del matorral. El teniente Sánchez
no quiso comer de la “prieta” caliente y el huaso Rivera con el negro Eladio,
pronto descueraron al animal. Eladio guardó en una bolsa lo que llamó las menudencias
y en menos de treinta minutos estaba ya listo y
adobado el grasoso cordero para ser tirado, trozado, sobre una improvisada
parrilla. El aroma vuela rápido por los aires. Se sumaron como visitas “extras”, algunos perros
vagos que deambulaban por el lugar, y más
de alguna boca distante con el rico olor de la grasa caída en las ardientes
cenizas de las yaretas y maderas, se hizo “agua”, con el buen olor a carne. Un buen final para sellar la experiencia vivida
durante más de cuarenta días en San Pedro de Atacama.
Copo debió ser atado pues sus
ladridos, que ya denotaban una madurez superior al tiempo de su llegada, no
dejaba ni siquiera la posibilidad charlar y a cada instante se acercaba muy cerca del
fuego a oler la buena carne.
Transcurrió toda la tarde agradable y
descansada de domingo. El vino no fue nada, solo hubo que conformarse con un
sorbo, para no perder la costumbre y no teniendo otra cosa, salvo las traídas
por los amigos, el asado se acompañó
con algunas papas cocidas, alguna
ensalada de lechugas y pan amasado muy
caliente.
La noche pronto cayó en el
vivac, y los amigos que tanta gentileza
habían demostrado al despedirlos con
tanta amabilidad, debieron retirarse caminando en la oscura noche de San Pedro,
a sus lejanos domicilios, acompañados sólo por la luz de las estrellas, que se
veían hermosas y esparcidas como perlas
brillantes en esa maravillosa comba nocturna del cielo.
Eladio y el chico Hidalgo, marchaban
satisfechos y a pesar de la congoja que se siente al dejar unos buenos
amigos, caminaban contentos y satisfechos,
pues pudieron, en un amable gesto, compartir gratos momentos con sus amigos, recordaron
que al otro día era lunes y apurando el tranco se perdieron sus siluetas confundidas con las sombras de la noche. Arriba la cruz
del sur, recostada en el cielo y con un cielo sin nubes presagiaban una noche
muy helada.
En el vivac el turno correspondiente,
daba una ronda y pronto el sueño se apoderó de todos los habitantes que deambulaban por esos parajes esa noche,
con excepción de la guardia, siempre atenta a sus entornos. Copo roncaba
también satisfecho y los soldados aun tibias las brasas, calentaban sus ya fríos y yertos pies.
R E G R E S O
Capítulo Nº 3
_______________________________________________________________________
Amaneció el
lunes muy húmedo y soleado. Se guardaron los equipos en el camión. Se limpió en
detalle la zona ocupada, y tras revisar cada rincón, y cada hombre limpiar un
determinado sector, subieron al vehículo en dirección al pueblo.
Copo, que ya pesaba una buena
cantidad de kilos y todavía cansado del opíparo asado y huesos lamidos el día
anterior, dormitaba entre las palancas de cambio, la cuales ya no le eran tan cómodas.
De vez en cuando se molestaba cuando el huaso, en las maniobras de conducción, le apretaba el cuerpo al pasar
algún cambio.
En San Pedro se despidieron de los
funcionarios de Carabineros y solicitaron información respecto al estado del camino. Éstos eran normales
pero debía conducirse con precaución pues en algunos tramos del camino
secundario, el agua había ocasionado algunos cortes en la vía, pero se habían
solucionado con medios Municipales. Además esto era sólo en un corto tramo;
pronto se tomaba la carretera principal.
El Unimog pasó por el puente de Rio San
Pedro, que esta vez sì llevaba un gran caudal y tomó rumbo al oeste. Atrás los
soldados miraban con nostalgia el verde remanso de San Pedro, en donde quedaban
grabadas en sus mentes, parte importante de su experiencia como soldados conscriptos.
El viaje se desarrolló en forma normal. No hubo contratiempos de ninguna índole. Por lo demás, es natural
que después de un tiempo alejado de las comodidades de la vida de cuartel, a
las que ofrece el terreno, se sienta indudablemente, una sana alegría de retornar
a la normalidad. Así que cada uno con su propia historia cantando en su
interior, y cada uno con su propio buen
deseo de llegar sin novedad, recordando con agrado toda la vivencia, retornaban
optimistas y por supuestos satisfechos
del deber cumplido.
Copo, que viajaba como siempre en la
cabina delantera junto a su amo, jugaba mordiendo los dedos del teniente
cariñosamente, y ladrando juguetonamente.
Transcurrieron varias horas de viaje.
Éste no resultó en ningún momento monótono y pronto el aire de la costa, unido al olor salino del puerto, encontró al
vehículo y toda la tropa, marchando por
la costanera en dirección al cuartel.
La llegada al cuartel del Regimiento
“Esmeralda”, se cumplió en los márgenes aceptables de la hora prevista y el
huaso Rivero, una vez registrada su matrícula en la Guardia, para el control
correspondiente, se dirigió cerca del Pabellón de Almacenes de Vestuario y
Equipo, en donde procedió a la descarga de los equipos y a un aseo minucioso y
superficial de las especies utilizadas, apoyado por los soldados, que lucían sus rostros tostados y sus tenidas
empolvadas.
Mientras el teniente Sánchez se
presentaba con las novedades pertinentes al Comandante de la Unidad, Copo fue trasladado
al módulo de Oficiales solteros, en donde recibió un nuevo y definitivo
alojamiento junto a la cama de su amo.
instalando para ello en ese nuevo rincón, un pequeño jergón traído de San Pedro de
Atacama.
Desde ese día, y por circunstancias
del destino, el contacto de Copo con la tropa, seria escaso, en cuanto a
compartir más íntimamente algunas emociones y actividades directas con el
contingente. Ya superado su “Período Básico”, y también su aclimatación a la montaña, y
vencido los obstáculos de su corta vida
de recluta militar, se convirtió entonces, en un soldado de mayor rango,
un mestizo pero orgulloso “Perro” Oficial.
El hecho de haber sido alojado en la
pieza de su amo en el “Módulo de Oficiales”, ya no podría hacer de las
suyas, y debería a partir de ese
momento, llevar una vida ordenada, procurando en todo instante ser ejemplo
permanente para sus “subalternos”. En todo caso, éstos se limitaban a sólo unos pocos perros
vagos que pululaban cerca del “Rancho de la Tropa” y que, venidos de las Unidades vecinas al regimiento,
buscaban algo en los basurales con qué hincar el diente, además de unos gatos
flacos que deambulaban normalmente, para propia tranquilidad, en los tejados de
los casinos.
Copo de Nieve cambió.
No era ya tan de malos modales y hasta en su
andar se había transformado en un
“quiltro” altanero, con levantada de cola y meneo de la misma, dándose esas
ínfulas de sentirse diferente y superior, como tantos que le servían de modelo.
El teniente Sánchez, procuraba que
éste anduviera siempre limpio y muchos soldados de la Compañía de Morteros a su
mando, cumplían servicio voluntario para bañarlo. En el casino de
soldados, Copo tenía una cuenta
especial que la pagaba su amo y en donde
los conscriptos del turno le compraban el mejor champú, el mejor bálsamo, talco
especial anti pulgas especialmente encargado al siempre servicial “Picho”
Erices, y hasta una buena loción. Una
peineta y cepillos al mes y dos baños semanales.
Su pelaje creció hermoso. Cuando
trotaba en el patio del “Séptimo de
Línea”, lo hacía con tal gallardía y prestancia, que quienes formábamos la tropa, lo mirábamos
con mucha simpatía, aunque se le criticaba su falso orgullo y sus ínfulas de “piojento renacido”. Pero en realidad en
apariencia, parecía ser un buen oficial.
De las costumbres de quiltro que
llevaba impregnada en su sangre, había una que nunca se le pudo quitar. Amigo
de dormir en las horas del servicio en el lugar más visible del Regimiento, lo
que provocaba descontento general. Después de todo se le respetaba por el
rango de perro que ostentaba.
Era común verlo, cuando el Comandante
del Regimiento recibía la tradicional cuenta diaria de toda la Unidad, formada
para alguna trascendental ceremonia o para alguna actividad de régimen
importante, recostado frente a todo el regimiento, en el centro mismo y siempre
a la izquierda y atrás de la máxima autoridad. No se inmutaba. Sentía las
fuertes voces de mando de los comandantes de las Compañías, suponiendo los “Honores
Militares” para él. Los recibía con toda la indiferencia del mundo y apenas
abría somnoliento y con flojera, alguno de sus ojos.
Era en realidad un quiltro
irreverente. Se le juzgaba de indisciplinado y vanidoso. Si un oficial de grado
superior le llamaba:-¡¡COPOOOO!!, éste corría a tranquito alegre y altanero
y al llegar a él, agachaba su cabeza
metiéndola entre sus patas y moviendo agitadamente en círculos su cola y
esperaba, por única vez humilde, alguna
caricia o un remolineo de manos olorosas en su rostro, a lo que él contestaba
con un ladrido de consentimiento.
Si algún cabo, o algún soldado le
llamaba: ¡¡ COPOOOO!!, éste, medio
dormido, ni siquiera abría un ojo indagador;
husmeaba con su nariz fría el aire,
y no sintiendo ningún respeto, hasta se notaba enojado, continuaba en su siesta al sol indiferente, o
reiniciaba su importante y diario deambular
por el mundo fantástico de sus sueños.
Esto también lo tenía desprestigiado
entre la tropa.
-Este Copo es un verdadero
“chupamedias”- , comentaban los conscriptos.
Sólo obedecía a sus superiores. Nunca
escuchaba a sus iguales e ignoraba a sus subalternos. Un “quiltro piojento con ínfulas
de ser de raza y levantado de culo”,
espetaban enojados algunos soldados en círculos de conversa diarios.
Varias oportunidades debió se atado en su pieza. Ya sea porque una Misa
importante de campaña debía realizarse en el Patio de Honor, alguna ceremonia
especial, de las muchas que se hacen durante el año o, por último, la visita inspectora de alguna
autoridad; pero Copo buscaba la manera de salirse y hasta cortando sus
ataduras, se presentaba puntual, a cada vivencia o actividad importante del
Cuartel.
Ladraba muy poco en tales
circunstancias ceremoniosas. No era vulgar. Pero cuando algún perro ordinario y
rasca de otra Unidad merodeaba por los patios de su regimiento “Esmeralda”,
corría desaforado y muy cauto, casi cobarde. Desde lejos ladraba reclamando su “territorio”,
hasta conseguir la “expulsión” del afuerino.
Copo era el amo y señor de la comarca
del cuartel del infantería, los perros “artilleros” o de otras unidades, se
asomaban solo de vez en cuando a los basurales.
Pero allí eran correteados por Copo que,
a decir verdad no los encaraba. Solamente les ladraba desde lejos y más aún
cuando era “observado” por alguna autoridad, con lo que se sentía y se hacía el
“importante”…
Fueron muchas sus guardias y
trasnochadas. Éstas quedaron grabadas en las paredes silenciosas de la oficina
del Oficial de Guardia. Copo les acompañaba en las rondas y sigilosa y
traicioneramente se acercaba a los puestos de centinelas para sorprender a
algún soldado abandonado en su servicio. Con esto se hacía querer, y después de
las rondas, siempre le esperaba un bueno hueso, con harta carne por supuesto sacado del fondo de comida de
los soldados. Éstos se molestaban. Hacia
tan poco y comía como Rey.
Pero las cosas a veces no son lo que
parecen. Muchas veces juzgamos por las apariencias exteriores a nuestros
camaradas que nos rodean. Y a pesar de todos sus defectos y virtudes, Copo
comenzó a anidarse en el corazón de sus subalternos soldados y entre el
personal de Planta y por supuesto en los Oficiales de todo rango.
Vinieron tiempos mejores.
Ya nadie lo encerraba en la pieza y
en cada formación y en cada actividad de la Unidad, Copo asistía silencioso,
observante, ubicándose siempre en el lugar de honor: En medio de la tribuna, y
bajo el sillón de la autoridad que presidía las ceremonias o reuniones. Disfrutaba
de su vida militar y ya era considerado con creces un “Perro Esmeraldino”.
Su cariño y lealtad por el teniente Sánchez era ejemplar.
Transcurrían largas horas echado a su lado y cuando éste debía planificar las
actividades de instrucción de su Compañía o inspeccionar el estado de la Cuadra
o los vehículos, armas y hasta observar el desarrollo de la instrucción, por
lógica y sin dudar, a todas asistía como “Ayudante” del Jefe, el blanco Copo.
Cuando alguien ejecutaba un mal
ejercicio, también el perro protestaba con ladridos acusadores, de perro acusete con ladridos de enérgico
rechazo.
S O L I T A R I O
Capítulo Nº 4
_______________________________________________________________________
El teniente
Sánchez pasaba por un problema crítico de
índole particular, el cual, como todo hombre,
debía afrontar.
No tiene importancia comentarlo en
detalle, pero el caso es que se vio obligado a pedir un permiso indefinido sin
goce de sueldo, lo que lo alejaría quien
sabe por cuánto tiempo de su trabajo y amada Institución.
Si se toma en cuenta, en nuestra
propia mirada o perspectiva profesional o humana, a todas las cosas a las cuales debemos
renunciar y/o sacrificar, para solucionar problemas que afloran sorpresivos en medio del camino, dejando muchas veces lo que tanto amamos y en
lo cual hemos puesto el corazón, y que
por circunstancias adversas de la vida debemos abandonarlas en contra de
nuestra voluntad, y si consideramos que el camino iniciado lo vislumbramos
desde nuestra tierna infancia en nuestros primeros sentidos de vocación, y midiendo el camino recorrido con esfuerzo y
observando que todo eso nos ha permitido un importante caminar en la vida, como
un avance personal a nuestras aspiraciones y sueños, solamente así y sólo así
se podría comprender la profunda pena y tristezas que carcome al alma, cuando debemos abandonar
el camino que la vida nos trazó y del cual recorrimos muchos kilómetros en
busca de soluciones inmediatas o parciales a problemas personales propios de la vida.
El teniente sintió en su alma,
fogueada en la dureza y el sacrificio de
todos los que alguna vez quisieron
servir en forma voluntaria a su patria a través del Ejército, esa pena profunda y silenciosa que carcome el
interior, y aunque aparentemente se veía como siempre,
sólo su yo interior le lloraba, pues la incertidumbre de volver a su camino y
la gran duda de solucionar a corto plazo sus problemas, le indicaba que este alejamiento era
definitivamente sin retorno, aunque muy al interior mantenía una esperanza.
Tenía que, inevitablemente dejar su
cuartel, sus amigos y su fiel amigo Copo
de Nieve, que ya era parte suya y del Regimiento.
La noche llegó al cuarto de soltero
del teniente y en un tibio rincón, como siempre, agita su corazón y su cuerpo
el inquieto y blanco can. De vez en cuando alza sus orejas como presintiendo algo
extraño, y controlando con su vista y olfato alrededor, comprueba la normalidad de la su hora de
descanso.
Algunos equipajes a los pies en la
mesita de enfrente, nos indican que un viajero se prepara para su marcha al
amanecer. Eso no lo altera. Su amo ha viajado muchas veces. Ésta será una de
tantas.
Por entre las sábanas de la cama,
temeroso de ser sorprendido, el teniente mira a su querido amigo y aunque
siente pena de dejarlo, se muerde la lengua con gran esfuerzo para no caer en
la debilidad del llanto. A veces los
animalitos, más que las personas, se
hacen dueños del corazón humano; quizás sean el mejor regalo de la vida, pues
sus gestos, lealtad y nobleza, son el ejemplo que nos obligan a hacernos
más humanos, más sensibles, muchas veces
mejores personas y sentirnos que una de las tantas misiones de la vida es
sentirnos sus protectores y al decir de San Francisco, cuidarlos, protegerlos y brindarle cariño,
como nuestros amados “hermanos menores”.
Afuera la luna clarea y enriela sus rayos hacia el patio oscuro del cuartel, y en el lugar del descanso del
módulo de oficiales solteros, de vez en
cuando un ruido de botas marcha acelerado por el pasillo, buscando su aposento.
Antes que salga el sol, el teniente
se ha marchado y Copo remolón se queda algunos minutos más en su tibio jergón
de paja que le trajeron desde San Pedro
de Atacama.
Juguetea como todos los días por los
patios. A la hora de la cuenta diaria, se posa a la izquierda del 2do Comandante,
echado como siempre, y solamente levanta sus orejas cuando siente el sonar del
clarín que entona “Honores de
reglamento a la Bandera” desde la guardia,
izando como siempre, en el inicio del día y la jornada, el amado pabellón
nacional.
Un nuevo día de actividades. Copo
corre por su casa. Su gran casa. Visita la instrucción o se acerca sigiloso al
rancho, donde corretea a ladridos a los gatos que indiferentes le miran
asoleándose en los tejados del comedor de soldados.
Septiembre, una vez más, florece en
las plazas y avenidas de Antofagasta. En la brisa de las playas, muchos niños elevan
multicolores volantines por su diáfano cielo y en el Patio del Regimiento, a
los sones de la “Banda de Guerra” e “Instrumental”, los soldados se preparan
para la tradicional Parada Militar, acto fundamental de cada
año, en que se celebra con
emoción y respeto, nuestra Independencia nacional.
Voces roncas exigen gallardía y se
repiten una y otra vez los ejercicios
tendientes a desarrollar un buen paso regular, mantener las alineaciones,
los contactos de codo, la línea de los
fusiles, la mirada a la autoridad y los primeros hombres vista al frente. Toda
una secuencia de movimientos que tensan de energía el cuerpo y la
concentración para ejecutar un buen movimiento
con prestancia y hasta elegancia en las
ejecuciones marciales. Un equipo se encarga del pintado de los vehículos y otro
prepara la pintura para la uniformidad y pintado de los cascos de color ocre.
Cada hombre de preocupa de su uniforme,
corte de pelo, y tantos detalles que serían muy largos de enumerar pero
que son parte de todo ese ajetreo que
además lleva por inercia a un cúmulo inacabables de actividades.
Hay un ausente: Copo no se ha visto.
Los jóvenes oficiales, destinados
hace poco tiempo al regimiento, le han
visto permanentemente recostado en el cuarto vacío del teniente Sánchez.
No come, ni bebe, y en las noches
camina a paso cansino y cabizbajo con su nariz pegada al pavimento, siguiendo
el rastro perdido de su amo y por más que olfatea, no logra encontrarlo.
Un joven alférez comentó en la tarde
de casino, que el teniente Sánchez le ha enviado correspondencia, en la que pregunta por su fiel amigo Copo. Le
encarga a los más jóvenes, que no lo dejen y no descuiden sus baños semanales.
Sus problemas continúan y no sabe si regresará.
El Regimiento ha sentido en su alma
la ausencia de Copo. Las diarias formaciones no son las mismas. Cada vez que el 2do. Comandante recibe la cuenta y
ordena los Honores a la Bandera, miradas
inquietas buscan ver lleno el vacío lugar de Copo. No quiere formar. Está en
los puros huesos y desfallece enfermo de
pena. La moral de la Unidad se ve
resentida cuando afecta a uno de sus
miembros.
Los oficiales de más tiempo y que lo
conocen de pequeño, están también preocupados y reuniendo una cuota voluntaria,
hacen un fondo para llevarlo a un veterinario particular, pues el del Cuartel
General, que trabaja en el Centro Ecuestre, sabe más de caballos y de yeguas,
que de perros.
Una vez examinado, es entregada una
gran receta que deben adquirirse con el remanente de los fondos reunidos por
los mismos oficiales. Comienza la lenta
recuperación de Copo, quien permanece impasible, en un estado de reposo permanente.
Muchas vitaminas, alguna dieta y pronto comienza a revivir.
M E J O R E S T I E M
P OS
Capítulo Nº 5
_______________________________________________________________________
La Parada
Militar fue exitosa en ese año. La ciudad se volcó hacia las calles y en medio
del de los multicolores remolinos, globos y banderitas chilenas, se aplaudió el
paso gallardo de los soldados de la I División de Ejército, “Vencedores del
Desierto” y en especial del Glorioso e histórico
“SÉPTIMO DE LÍNEA”, enraizado en el
corazón de los nortinos.
Un
helicóptero pasó a muy baja altura,
llevando dos soldados con su bandera patria y el desfile se prolongó por más de
dos horas en una Interminable columna motorizada. El Regimiento “Esmeralda”,
como en sus mejores años, pasó gallardo y los soldados estremecieron el
pavimento con su paso regular. Muchos aplausos y muchas emociones compartidas.
Copo quedó encerrado en su cuarto aún convaleciente.
Hubo un permiso especial para el contingente
de un par de semanas como franquicia, para que descansaran junto a sus padres y
familias, y se autorizó por turnos una salida a los Oficiales y Cuadro
Permanente.
Transcurrieron dos largas semanas,
trabajos administrativos y de oficina para los que quedaron esperando su turno
de descanso; preparar los períodos correspondientes a la instrucción que se
vislumbraban ya para noviembre con las
consabidas “Maniobras Militares” de fin de año, además de revisar niveles
orgánicos en vehículos, estado y control de herramientas, neumáticos, y control del vestuario y equipo y dejar los niveles administrativos y
de cargos en cero.
Mientras tanto, Copo ajeno a todo, se
recuperaba lentamente pero en forma brillante lo que auguraba su pronta mejoría
en poco tiempo.
Al fin, Copo reapareció nuevamente en
las formaciones de la mañana. Fue tal la alegría de la tropa que todos, sin
decir palabras, sentían en su interior la alegría que provocaba su presencia.
Todos querían saludarle y más de alguno intentó acariciarlo pero algo no se le había
quitado al soberbio Copo: su sentimiento
de gran y falso orgullo y lo “chupamedias”
como le decían cariñosamente los soldados. Mantuvo como siempre su demostrada
alegría toda vez que lo llamaba un superior y su simpática apatía cuando le
llamaba un subalterno en una cariñosa expresión de afecto y amistad :¡¡Copoooo!!
La vida militar volvió a su
normalidad. Continuaron las actividades profesionales y octubre sorprendió al
regimiento en una nueva formación con motivo del aniversario de su creación.
Copo se instaló en la tribuna principal y desde allí mantuvo incólume e inconmovible al paso de
los soldados, que cantaban con fuerte
voz: “Gallardo
Séptimo de Línea, tu nombre símbolo estará, prendido al alma del soldado, para siempre en
la guerra y en la paz”…..
Todo se selló con una reunión de
camaradería en que alguien recitó este brindis de homenaje al regimiento: ¡Brinda “Esmeraldino”!, con tu pecho
emocionado, pon tu mano junto al vibrante corazón, desfile a nuestros ojos el “Séptimo
de Línea”, con sus viejos soldados y su hermosa tradición…Que se unan nuestras
voces para gritar ¡¡Esmeralda”!! y Dios desde el cielo, ilumine con su luz, se
unan corazones, historias y espadas y el “néctar de los dioses” que se beba:¡¡ SALUD”.
Un conjunto folklórico entregó un
esquinazo a los miembros de la Unidad y a temprana hora, se dio por finalizada
la sobria y emotiva reunión.
Copo dormía aun en la pieza del
teniente Sánchez, pero un joven Alférez ocupaba el lugar de la cama; éste había
sido comisionado por los más antiguos para preocuparse del perro de los
Oficiales del Regimiento y debía responder de él, más que de sus
propios cargos de inventario. Esto podría sonar a abuso o autoritarismo,
pero en la vida militar, las palabras y órdenes del que tiene mayor rango, se
cumplen a “toda costa”, sin chistar, teniendo la oportunidad de reclamar si no ha sido justa la orden, pero
después de cumplirla. Es decir: “Cumple la Orden, después reclama”. Pero gracias a la cultura militar y a la
camaradería reinante en estos círculos de amistad y de jerarquías distintas,
pero de gran camaradería, nunca es necesario llegar a esos cuestionamientos extremos,
se cumplen con agrado las tareas.
Pronto llegó el esperado y ansiado
mes diciembre.
En el patio se construyeron unos
stands para atención de los familiares y los comedores se adornaron con
ingeniosos adornos navideños. Se preparaba aceleradamente la “Pascua del
Soldado” y todo se tornó agradable con la llegada de la navidad.
El comandante del Regimiento dispuso una
cena para los conscriptos, los cuales en esas fechas necesitan más que nunca
apoyo y comprensión, pues extrañan mucho a sus familias, la que se llevó a
efecto el día 24, como a las 19:00 hrs. Y en una improvisada orquesta los miembros
de la Banda, amenizaron con sana alegría y camaradería la emotiva cena. Se
abrieron regalos y muchas expresiones de
satisfacción se dibujaron en los rostros de los “reclutas” con bastante
antigüedad e instrucción y que ya estaba
prácticamente en los últimos meses de su Servicio Militar.
Copo participó también de esa reunión y captando
que era algo diferente con olor a “fiesta”, metido bajo las largas hileras de mesas,
se paseaba recibiendo algún trozo de pollo asado que algún soldado
cariñosamente le cedía. Antes de engullirse esos trozos de pollo asado, los olía desconfiado, pero al percatarse de
la frescura y el aroma, al final se lo comía.
Pasó la navidad y las fiestas de fin
de año.
Muchos oficiales que debían cumplir sus
destinaciones, se marcharon nostálgicos a otras Unidades. Antes de irse,
encargaron a los que llegaban, la tuición y el cuidado de Copo, el que ya
estaba acostumbrándose a ver siempre rostros diferentes. Pero con las mismas
estrellas en sus solapas para no sentirse que era degradado, y que cada tiempo
eran renovados, sobretodo en esos planes anuales de destinaciones.
Otros oficiales, al cambiar su estado
civil de solteros a “casados”, abandonaron el módulo de solteros y Copo, mucho más repuesto
ya era nuevamente el mismo Copo lleno de energía, que acompañaba a los
oficiales en las rondas de la Guardia y que seguía siendo el obediente y disciplinado e incorregible
“chupamedias” al llamado de los oficiales y el indiferente o ignorante al llamado
de los Clases y soldados. En venganza los “pelaos” contaban
con sus “malas lenguas”, que el quiltro blanco que se creía oficial de cuna de oro, tenía un romance con una perra “Artillera” más ordinaria y fea que la
mentira, que le visitaba algunos domingos en el casino ubicado en la playa.
Más allá de toda opinión que le
causara desprestigio, o le dañara su integridad moral, ahora sí que al Copo se
le había levantado más la cola y era mucho más altanero o encumbrado o lo que fuera, pues con tanta ida y venida
de oficiales desde el Módulo, pasó a
constituirse en el más antiguo y eso, como una sagrada función o tradición,
exigía que todo nuevo oficial, del rango que fuera, debía presentarle sus
respetos y compromiso de lealtad, y por las condiciones que mantenía
inquebrantable con sus “iguales”, éste siempre se doblegaba con humildad ante
su alcanzada jerarquía y con un ladrido y lengüetazo, se hacía querer, pero no
permitía que se le desconociera que seguía siendo el más antiguo.
Finalizados los períodos de vacaciones
y recambios de personal, la Unidad
militar reinició sus actividades, siendo, por supuesto, la más importante, las
de instrucción. Un nuevo contingente ocupaba las dependencias del cuartel. Copo
participaba activamente en la formación militar de los instruidos. Continuaba
su vida de soldado, y fue visto y conocido
por muchas generaciones de soldados y oficiales, que conocían de
sus virtudes y defectos.
El carácter de Copo ya no era tan
agresivo, principalmente con los canes que invadían su territorio, y una leva
de perros comenzó a hacer destrozos en
el sector de los basurales, y cada vez que la Unidad formaba, desde todo lugar aparecían perros y más
perros.
Resolver su eliminación masiva era
cosa delicada.
Existe la creencia popular en el interior de los cuarteles y de mucho
arraigo para la tropa, que toda vez que en
una Unidad militar se sacrifica un
perro, desgracias y más desgracias aparecen por un largo periodo como si por
tal acto hubiera alguna divina venganza.
Nadie en realidad quería asumir la
responsabilidad de al acto. Algunos
oficiales de Guardia resolvieron llevar los perros lejos del regimiento para salvarles
al menos la vida, en interminables viajes secretos nocturnos y si bien esto
daba resultados parciales, al cabo de algunas semanas éstos volvían guiados por
su natural instinto.
Alguien tomó el toro por las astas y
decidió el necesario y doloroso sacrificio de los animales más enfermos o que
representaban una mayor amenaza por su carácter de perro bravo, y todo esto
porque presentaban un problema de higiene y salud en un recinto donde se cuidan
mucho los aspectos que puedan originar focos de enfermedades peligrosas. Asi que
para prevenir pestes, rabia y cosas afines,
los encargados de la Sanidad e Higiene ambiental, comenzaron el duro y
triste trabajo.
Copo fue encerrado bajo llave, para
evitar que cayera en manos de
funcionarios y al poco tiempo volvió todo
a la normalidad.
El patio se veía más limpio, y el orden
en el basural era permanente. Los soldados que acostumbran a acompañarse en sus
puestos de guardia con estos fieles amigos,
verdaderos fieles compañeros de prolongadas guardias y trasnochadas les
extrañaron con mucha tristeza en un
principio, pero siendo el hombre un animal de costumbres, se acostumbraron
también a esas obligadas ausencias.
A C C I D E N T E
Capítulo Nº 6
Copo acostumbraba
a presenciar los cambios de la guardia y normalmente, cruzaba la Avenida hacia
el casino de oficiales que, ubicado frente al Regimiento y al lado de la playa,
le brindaba un agradable lugar de solaz. Algunas veces paseaba por la cocina y
siempre había un plato de buena comida para él, sin costo alguno, y por
supuesto podía pasear a sus anchas.
Cierto día, pasando una “ronda” por
el cuartel, sintió el llamado del apetito y se dio unas vueltas por la pieza de
los soldados de la Guardia olfateando si habría alguna posibilidad de un
“extra” para calmar el diente. Después de buscar algún hueso, imposible de encontrar
en los platos vacíos, se fue trotando con su siempre orgullosa estampa de perro
agrandado y fino, y con la cola en alto, propio de la ostentación de “su” grado, al Casino de Oficiales, donde tenía seguro,
un plato bien dispuesto.
El centinela de la torre norte de la
entrada del cuartel, lo vio salir, detenerse un instante dudoso. Miró hacia atrás
y meneando su cola altivo, atravesó osadamente la calzada.
Nadie sabe qué pasó. Pero la curva
que precede a la entrada del cuartel, mostró sorpresivamente un vehículo que conducido
a gran e irresponsable velocidad golpeó al inocente y distraído Copo, quien voló
por el violento impacto, en una interminable carrera hacia lo alto, subiendo
herido por los aires.
El conductor irresponsable miró por
su espejo retrovisor y exclamó: -¡Ah!, es sólo un quiltro, y siguió indiferente su loca carrera,
disminuyendo la velocidad al pasar frente al Retén de Carabineros de Playa
blanca, y volviendo a acelerar hasta
perderse en dirección al norte por la
costanera .
Copo al instante del impacto, solo
sintió un fuerte golpe.
Cuando volaba por los aires, recordó
aquel lejano enero, cuando el teniente Sánchez le tomó por el aire y éste
inocente le orinó su limpio uniforme.
Giró en ese confuso paisaje de ideas y visiones que lo hacían mirar el cielo
azul, o el pavimento, vio revuelto su
entorno y no podía centrar en algún punto fijo su mirada. Veía ahora al guardia
de la Torre Norte y se le aparecía de pronto en otro ángulo las olas de la
playa, fue un viaje eterno y allí se le vino todo a la mente en corto tiempo de toda su vida de perro
soldado de infantería, hasta finalmente caer al duro y negro pavimento,
lanzando solo un pequeño ladrido, como muestra de su noble valentía y quedar
con su ojos agitados y su lengua húmeda
con tierra en su hocico aferrándose
con gran dolor a la vida.
El guardia de la entrada vio con
expectación el vuelo y observó que Copo con un mínimo quejido después de su
caída, se quedó largo tiempo mirando
hacia el cielo y tratando de buscar con
su mirada la bandera tricolor que flameaba en el mástil en la entrada del cuartel.
Se convulsionó la guardia: ¡¡CABO DE
GUARDIAAAAA!... Carreras inútiles a la enfermería, nadie sabía de veterinaria. –¡¡Urgente un conductor urgente ¡!, gritó al rato el 2do
Comandante, alertado del accidente por el oficial de la Guardia….
El Ayudante interrumpió al Comandante
del Regimiento y este salió de carrera hacia el lugar de los hechos.
Curiosamente y por esas cosas que
nunca uno nunca sabe el por qué suceden, el “Huaso” Rivero que por
circunstancias del destino se encontraba ese día de conductor de servicio,
corrió hacia la calle en su vehículo y acomodándose muy cerca del accidentado,
mientras los centinelas suspendían el tránsito de la vía sur. Lo subieron delicadamente evitándole
cualquier daño mayor, y llevándolo raudamente a un veterinario lejano en el
centro de la ciudad.
El huaso aceleró el Unimog y Copo
recordó, metido en la falda de un centinela, aquel primer viaje cuando en un vehículo como aquel que llegaba por sus sonidos a su oído concurrió por primera vez a San Pedro de
Atacama a cumplir lo que llamaron sus hermanos “humanos”, su primer “Período Básico”.
Un pequeño auto seguía la caravana
conducido por el teniente Pardo que
sentía en ese momento arrancar con tristezas su atribulado corazón. Él lo había
tenido encargado cuando Copo sufrió su enfermedad y aunque era otro Alférez el
que hoy lo cuidaba, sentía la misma pena que muchos integrantes de la Unidad.
La espera siempre desespera.
Estaba grave. El médico veterinario
civil que le examinó poniendo todo lo mejor de sí, aplicó toda su
sabiduría y experiencia luchando minuto a minuto por salvarle la vida, Copo aun
luchaba y se dejó inyectar calmantes y curación de heridas sin mover ni
siquiera sus ojos.
Al día siguiente la cuenta fue normal.
Todos sabían los tristes acontecimientos del día anterior y crecían
por el tiempo transcurrido, las esperanzas.
Se sabía que aun Copo permanecía grave. Aunque
parezca tonto decir, pero muchos Oficiales, Clases y Soldados, hasta rezaron a
San Francisco por su posible y lejana posibilidad
de recuperación.
Se
reiniciaba el día con los Honores reglamentarios. Al tocar el clarín en boca del siempre afinado Cabo
Jacob Hernández el toque de Izamiento de la bandera, y recorrer en el mástil de
la entrada del cuartel el trapo santo el largo camino hacia la cúspide del
asta, un sentimiento de tristeza profunda recorrió el alma de la Unidad. En
esos mismos instantes sonó el teléfono
del Ayudante y una voz fría e indiferente de la secretaria dijo: “Vengan a
buscar al perro del regimiento y pronto por favor. No aguantó el tratamiento.”
La muerte le venció y deben haber
sido sus últimos deseos despedirse con un abrazo cariñoso de todos los
integrantes del regimiento, perdón de SU Regimiento “Esmeralda”.
Nadie más habló de él.
Cada cual lleva en su corazón su propia
historia y visión conforme a su particular
experiencia.
El huaso Rivero, voluntariamente trasladó en su camión esa mañana, los restos
del infortunado Copo y junto al teniente Pardo lo enterraron envuelto en un humilde saco, en el jardín de
la derecha, entrando al módulo de Oficiales
Solteros, por la puerta norte.
El mismo oficial Pardo, lleno de
pena, prometió pintar un óleo con la carita del “Copo de Nieve” y mantenerla de
recuero a la entrada del dormitorio de los oficiales.
Los otros oficiales hablaron de poner
un monolito en su recuerdo en el lugar donde están sus restos y los más solamente guardaron un gran recuerdo por Copo,
el Quiltro que se convirtió por gracia y simpatía en el perro de los
oficiales que pasó gallardo y altanero,
por el Glorioso “Séptimo de Línea”.
Han transcurrido algunos años.
Varias generaciones de oficiales y
soldados ignoran la historia. Solamente
el Personal del Cuadro Permanente, testigo silencioso y observante
permanente del cómo se van escribiendo
las páginas del desarrollo diario de la Unidad, guardan con profundo
respeto el imborrable recuerdo del “Copo de Nieve”.
Algún día alguien pondrá una placa
con la Insripción: “A UN FIEL Y LEAL
ESMERALDINO” en su jardín.
Cada día y cada noche transcurrida,
los más viejos sabemos que Copo se pasea con su cola enhiesta y encumbrada, en
interminables rondas por su querido cuartel.
“Alférez, si sientes un ladrido en tu puerta a medianoche, o rasquetean
las pezuñas tu puerta inquietantes, no te asustes. Levántate, abre la puerta y
déjalo entrar, que continúa escribiendo desde el más allá su historia.”
A MODO DE EPÍLOGO
Esta
historia, escrita con muy poca experiencia literaria, por allá por el año 88,
hace más de treinta y cuatro años, ha sido hoy para mí, al leerlo nuevamente, un bálsamo de paz, alegrías y gratos recuerdos
de mis caminos recorridos como soldado en el Ejército de Chile, y al encontrar este escrito, que fue publicado
en alguna revista militar y que con los
años se perdió inexplicablemente he querido, aprovechando un ejemplar que por
allí encontré en mis cajas, y que fuera
escrito y encuadernado por mi amorosa hermana Yunia del Carmen, ( Q.E.P.D.)
gracias al apoyo de sus jefes en la U del Norte, escribirlo nuevamente
respetando al máximo lo expresado originalmente pero corrigiendo algunas
palabras mal empleadas o aclarando
algunas situaciones un tanto confusas que pudieran llevar a errores de interpretación,
de modo que al escribirlo hoy, junto con traer a mi mente los recuerdos de ese
tiempo, me ha llevado a la inquietud de
considerar que esta historia, no
debiera quedar en el olvido, por cuanto es
parte de mi propia vida y quizás alguien alguna vez se interese por leerla.
Cuando este cuento fue publicado en la Revista “Armas
y Servicios”, quizás por el año 1988,
por esas cosas que uno nunca espera, recibí varios saludos de camaradas que estando en otras guarniciones
leyeron la historia y como habían
conocido al “Copo de Nieve”
solidarizaron con esta humilde
publicación, y muchos también me hicieron sanas críticas constructivas referidas a errores gramaticales cometidos,
o algunas ideas inconclusas además de
sus amables saludos y generosas expresiones de amistad.
Dentro de la correspondencia que
recibí, una carta muy especial tocó mi corazón. El verdadero protagonista de la
historia, el entonces capitán Juan Carlos Sands Ramos, dueño del perro, me
expresaba su gratitud y las emociones vividas en su recuerdo, contándome los pormenores de su vida, lo
cual no le permitieron volver al
regimiento pero que, con los años se reintegró como Oficial de Intendencia en el Regimiento de Infantería Nº 23
“Copiapó” y como corolario final una promesa: “Cuando pase por el Regimiento
“Esmeralda”, mandaremos a confeccionar
una placa de mármol y la pondremos en el jardín donde descansa nuestro Copo,
con la misma inscripción que dices: “A un fiel y leal “Esmeraldino””, para lo
cual apenas se dé la ocasión te avisaré de mi viaje, puesto que en los próximos
meses debo concurrir a Iquique a las compras de la Pascua del Soldado para
nuestro Regimiento “Copiapó”, terminaba su misiva.
Esa carta, la tenía como tesoro
dentro de uno de los tres ejemplares que me regaló mi hermana. El uno se fue a
la revista militar, el otro lo encontré hace un tiempo bastante ajado, y el más
importante - el tercero- que contenía en su interior algunos saludos y esa
carta tan importante para mí, tuve la mala idea de facilitarla a un amigo
compañero de un viaje a Santiago, que me prometió fotocopiarlo
y enviármelo por correo, apenas lo terminara de leer, intercambiando
direcciones, fonos y datos de contacto que con el tiempo se perdieron de mi
vista. (De eso hace más de treinta años…)
Por esas cosas que uno nunca termina
de entender la vida, o quizás los
designios divinos, pasaron algunos meses, y nunca supe más de lo que habíamos
quedado de coordinar con el Capitán Sands.
Una tarde me fui a rezar a la Capilla
Militar, cercana al Cuartel General del Regimiento, y no sè porqué lo hice, si en verdad nunca
iba a ese lugar, puesto que no estaba
tan ceca de mi Unidad militar, salvo los domingos que era para mi visita
obligada por ser Día de Misa y participar de las actividades pastorales o
corales de la capilla.
Cuando intenté
entrar a la nave principal de la capillita y concentrarme en un instante
de recogimiento espiritual y oración, vi una urna, con cuatro candelabros
eléctricos encendidos, con su tapa
cubierta y el más absoluto silencio sepulcral en el solitario lugar. No se encontraba ni
siquiera el sacerdote, y allí entonces me senté a rezar, a pedirle a Dios por el
alma de esa persona cuyo cuerpo descansaba en ese lugar y que hasta el momento
me resultara absolutamente un desconocido.
Rato después, y ya con ese deseo de
retirarme por respeto al fallecido y porque en verdad no había nadie en esa
soledad de la Capilla, me levanté de mi asiento y toqué la urna, me persigné
con respeto, y entonces apareció el sacerdote, a quien le pregunté
quién era el occiso: ”Es el oficial de
Intendencia del Regimiento Copiapó, que
falleció en un accidente vehicular viniendo de la guarnición de Iquique, cerca
de la oficina Chacabuco, se volcó y su cuerpo salió eyectado por el aire. Iba
de regreso a la Guarnición de Copiapó”.
Levanté la tapa con respeto, y allí
estaba descansando para su paso a la Vida Eterna, el rostro y cuerpo del querido teniente Sands
con sus ojos cerrados, su rostro sereno y su
hermosa dentadura blanca.
¿Qué me llevó a visitar la capilla
para rezar esa tarde siendo algo
inusual, puesto que a la capilla nunca asistía
en la semana?
………………………………………………………………………………………………………………………..
Al día siguiente y
coordinado con el sacerdote, me
señaló la hora que llegaba un vehículo del Copiapó a buscar sus restos.
Estuve allí temprano. Sentía que era
mi deber acompañar al querido teniente
en ese momento tan especial y de tanto dolor, en medio de la soledad y la
indiferencia de quienes quizás debieron estar allí haciéndole al menos una
oración.
Un tosco vehículo, se aculató a la entrada de la capilla, y entre varios subimos la urna arriba de un
frio camión, ni siquiera adaptado para el traslado de una urna.
Una vez cumplida la tarea, partió el ruidoso camión y se fue por esa
calle que pasa justo frente al regimiento, y yo entonces derramé silencioso unas
lágrimas viriles, y me acordé que por
esa misma calle al fondo, donde pasaba
en ese instante, había también salido eyectado
por el golpe, el frágil cuerpo del Copo, y a lo mejor en ese instante, se
unieron ambos, por esas cosas que solo Dios entiende, y unidos al fin y al
cabo, se fueron a descansar juntos y para siempre, en algún lugar del cielo.
Han pasado tantos años, pero en verdad
no hay oportunidad en que no me acuerde de este oficial amigo y su perro blanco; cada vez que he ido a lo que queda de nuestro
amado Regimiento paso cerca del “Módulo
de oficiales” y a la entrada, entre la tierra y el abandono, sé que descansa el
“Copo” y que alguna tarde, cuando pase
la maquinaria retroexcavadora quizás con
qué proyectos, se removerán y sus huesos
y esta historia quedará solo en la retina
y el recuerdo de los que pasamos por nuestro amado Regimiento “Esmeralda”, el cual también ha
sufrido el injusto e impensado deterioro de su historia, en una idea
modernizadora que no solo arrasó con la Gloria y la historia sino que impuso nuevos sistemas, necesarios por cierto `para
los tiempos que vivimos, pero dejando casi en el olvido lo más importante que
mueve al soldado y al hombre, su mística y su sano orgullo de ser parte de lo
que hoy se extingue en el fuego y “polvo
del olvido”.
La Galería de Comandantes, creada por
el Coronel Belarmino López Navarro, célebre comandante del “Esmeralda”, tenía
en el interior de la Comandancia, una placa
de madera con letras de bronce cuya frase rezaba: “ESMERALDINO, NO DEJEIS QUE
EL POLVO DEL OLVIDO BORRE SU PASO POR ESTA UNIDAD”.
¿Estaremos haciendo caso omiso a esa verdad implacable?