martes, 5 de abril de 2022

Copo de Nieve un fiel y leal "Esmeraldino"

 


                     (IMAGEN DE LA RED, NO TENGO DERECHOS SOBRE LA IMAGEN)

E N C U E N T R O

Capítulo Nº  1

             El Unimog 426,  serpenteaba con su ruidoso motor y su tóxica  humareda azulada, subiendo  dificultad  la estrecha callejuela hacia el cerro, por un lugar  de muy poco tránsito.

El hábil conductor, sorteaba los hoyos de la empolvada calzada sin pavimentar, y cada salto se transformaba en un violento movimiento de la cabina completa del camión, lo que provocaba que los soldados, apretujados en la parte posterior del vehículo y mal acomodados entre la carga, se afirmara de los fierros de apoyo de la carrocería, exclamando furiosos murmurando entre dientes, uno que otro irreproducible garabato.

            El joven teniente, de aspecto sereno y mirada clara, acompañante del conductor de la cabina principal, oteaba las sucias fachadas de las casas, que a esa temprana hora despedían somnolientos vapores. Desde el cerro “El Ancla”, se asomaban los rayos tímidos  de un tibio sol de enero, esparciendo su calor por el dormido pùerto y despertando  de su letargo las verdes arboledas de la Avenida Brasil.

            El “huaso”  Riveros, sacó un cigarrillo, ofreciéndole uno al teniente, después de vencer la tortuosa subida,  girando el volante hacia la izquierda, tomó  al fin, la Avenida pavimentada de la circunvalación.

            Pasaron cerca del cementerio. En la Portada de entrada,  el “huaso”, avezado conductor de los camiones militares,  se persignó con respeto,  mirando de soslayo  las cruces celestes que se asomaban húmedas de entre sus muros blancos,  por la escarcha nocturna, reflejando el  sol naciente en sus gotas que resbalaban de los esmaltes de pintura, antes de desaparecer y transformarse en etéreos vapores al viento. El teniente Sánchez, sonrió por el gesto religioso del  huaso Riveros, y al cabo de unos minutos, siempre mirando hacia al frente por los cristales del mancha parabrisas e l camión,  ordenó:

¡Detente!..

¡ Un poco más allá!.

- ¿Ves ese cachorro blanco? - a la vez  que bajaba presuroso del camión que aún no detenía su marcha.

 De entre las rocas ubicadas  a la orilla de la calzada del camino, un pequeño cachorro, blanco como la nieve, meneando su corta cola, jugueteaba con una pluma de paloma agarrándola con las patas delanteras,  refregándoselas en su hocico.

            El teniente Sánchez, silbando y gesticulando con los dedos de su mano lo atrajo hacia sí, sintiéndose muy satisfecho y hasta contento, y en poco tiempo lo tomó entre sus brazos, y lo subió al camión, afirmándolo con sus piernas y observándole su contextura perruna  detenidamente,  exclamando después del examen ocular:  

-¡Es un perro!-

            - Debe tener sólo unas semanas  - opinó el huaso Rivero, poniéndose en marcha con su camión y buscando a baja velocidad, la salida norte de la ciudad.

El perro jugaba entre las manos del oficial, y el huaso, a modo de bienvenida, le puso  en el hocico un trozo de queque, de ese mismo que le había quedado en el bolsillo  después de desayunar tan temprano en casa  y despedirse de su esposa, a lo cual el can, olfateando primero y  probando un poco con desconfianza, finalmente comió con extrema avidez.

-¡“Copo de Nieve”!, le pondré- dijo en voz casi imperceptible hablando consigo mismo el teniente, remeciéndose a cada instante y alzando al perro por el aire evitándole algún golpe, por el tema propio de esos camiones militares que  siendo de gran seguridad y estabilidad, tienen unos sistemas  de amortiguación que mantienen el equilibrio pero que remueven toda su estructura. Una batidora mecánica y para los usuarios, un gran sacrificio, en especial  en las cabinas traseras, donde  no se ve el camino, pero se adivina por el zarandeo implacable de esas moles metálicas de dura amortiguación.

La curvas del camino se sucedían unas a otras. Un pensamiento interior le recorría al joven oficial,  y  al acariciar  al cachorro, por su mente transcurrían los días no lejanos de su niñez,  y recordó las tardes veraniegas de su casa junto al viejo “Black”, un quiltro de gran porte, mestizo, cuyo padre era un hermoso pastor alemán. Cerró lo ojos  disfrutando la alegría solitaria de tan íntimo sentimiento, se quedó dormitando en sus agradables recuerdos, embobado, y emocionado de su  hermosa  niñez.

Copo, buscó la comodidad entre las piernas de su protector, se arrellanó en ese tibio lugar, y acomodando su mentón entre las patas, se quedó profundamente dormido.

Transcurrieron bastantes minutos. El huaso siempre silencioso, concentrado en su quehacer, mantenía su vista serena hacia la carretera  y en su  pupilas negras  se reflejaban los espejismos  húmedos kilómetros a kilómetro del paisaje agreste  y la cinta  asfáltica del interminable camino.

De pronto  reaccionaron sobresaltados con el grito de la voz  inconfundible del teniente,  que volvió abruptamente de sus sueños espetó: 

-¡COPOOO-, al mismo tiempo que levantaba con sus manos hacia el aire al pequeño can, para evitarse un mayor daño,  procurando evitar lo ya inevitable. En medio del movimiento vehicular, empeoró la situación, y el tibio orín de Copo, salpicó el limpio uniforme del teniente, humedeció con gotas los sucios cristales del parabrisas, y hasta el huaso sintió correr en su rostro  un  tibio rocío que le hizo pasarse abruptamente sus manos sobre la humedad de su rostro, mezclando el orín con sus sudores y terminando de secarse con su  pañuelo.

- ”Buena la hiciste- eso no más faltaba…

El rostro del bonachón huaso Rivero, también afectado,  se iluminó y rio a carcajadas, y sin descuidar  su mirada hacia el frente, oteaba de soslayo a su acompañante, paseando su pañuelo por sus manos, y oyendo en la voz de su acompañante su legítima queja.

Copo de Nieve, inocente y ajeno a la gravedad del hecho, olfateó el húmedo pantalón y buscó un lugar más seco. Se echó a dormir entre unos trapos de limpieza   colocados entre las palancas de cambio, al lado del conductor.

El “huaso” Rivero, cuyo apodo era de cariño por sus orígenes campesinos, y poseedor de grandes virtudes que lo hacían, más allá de su jerarquía militar entre sus pares, como un gran y servicial amigo y buen camarada.

Provenía de la lejana ciudad de Temuco, y cada vez que alguien preguntaba por su origen o por su tierra, se extasiaba largas horas, en interminables y agradables  charlas, para recordar su lejana tierra. 

Recordaba las faenas del campo con gran orgullo,  y siempre estaban en su mente los imborrables  recuerdos de su niñez vivida con grandes esfuerzos y muchas gotas de sudor. Su padre aún vivía, un huaso de fina estampa, sombrero y manta y espuelas vistosas,  y su madre estaba orgullosa de su hijo soldado. Todos los meses, el huaso les escribía contándoles lo bien que se encontraba y cómo el norte de Chile, desértico y acusado injustamente de inhóspito, se le iba metiendo por las venas, como una enredadera sureña por la piel, trayéndole los verdes recuerdos de su tierra.

Quedaban varias horas de jornada,  entre sandwich y conversa, (de esas marraquetas crujientes que las esposas  regalaban a sus maridos para enfrentar con aceitunas los primeros días del “hambre”),  entre cigarrillos y risas, pasó rauda la mañana y parte importante de la tarde. La distancia podía cubrirse en menos tiempo., pero siempre había un delicado protocolo de velocidad y tiempo de marcha, con sus correspondientes descansos, para evitar cualquier situación de cansancio  o accidente.

En la cabina trasera los soldados, con sus miradas siempre atentas y vigilantes,  tratando de acaparar en sus retinas y memoria los más hermosos  paisajes para las historias del recuerdo, mantenían una agradable conversa. Muchos de ellos no habían viajado mucho por el desierto, y esto sería una experiencia excepcional. Se dirigían como escuadra, a la localidad  de San Pedro de Atacama, en donde participarían en una serie de trabajos menores, destinados a  ayudar a la comunidad. También debían cumplir un período de aclimatación y acostumbramiento a las alturas.

“Copo de Nieve”, o sencillamente “Copo”, era ya parte de la tripulación. El Teniente Sánchez ordenó expresamente que el quiltro seria a partir de ese momento, parte del cargo “fiscal” del que debían responder, en un rol reglamentario, cada uno de los soldados. Èste, ajeno a toda situación, dormitaba profundamente y a veces se quejaba y  lloriqueaba como buscando la tetilla de su perra madre.

El viaje se hizo agradable, y como a las cinco de la tarde, el vehículo rumbeaba por el “Llano de la paciencia”,  en una sepulcral soledad. El calor de enero en esos lugares, junto al viento, que también indica con sus altos remolinos que es parte del patrimonio de la zona, hacen que el cuerpo se amodorre, y la falta absoluta de paisaje empuja a cualquier mortal a un estado de incontrolable letargo. Copo no estaba acostumbrado a tanto viaje, rezongaba dormido  entre los trapos que le servían de amortiguador y de cama improvisada  y el teniente en algunos tramos le ponía en el jarro de su cantimplora, agua fresca para beber.

Los soldados recostados entre la carga, calculaban las horas recorridas y lo que faltaba por llegar. Inútilmente trataban de captar alguna radioemisora en un pequeño radio a transitores, llevado en forma clandestina. Conectaban un alambre sacado del toldo a la salida de “Antena”,  y solamente captaban el chicharreo permanente del motor. Imposible escuchar música con tan mal receptor y en esas condiciones tan duras de esos tiempos. Otros preferían algo de lectura, incómoda por cierto, con los inevitables saltos y otros más audaces, se amarraban con cuerdas a la estructura metálica, poniendo sus almohadas personales en la espalda como amortiguadores,  dormitando a saltos en tan incómodas posiciones, salvo los dos del inicio  de las bancas que  oteaban permanentemente el camino como medida precautoria de seguridad.

El huaso era un buen soldado, un excelente cabo instructor. Le vimos en esas primeras sesiones de instrucción con soldados de Santiago de esa inolvidable Promoción de Infantería  80 - 81,  en los campos de instrucción de Playa Sico (Caleta “Erràzuriz”), instalando  puentes de cuerdas con  estructuras de madera de circunstancias (“Patas de cabra”) entre dos profundas quebradas. ,Poseía una  fuerza casi animal, como su  gruesa contextura. Jalaba a pulso las cuerdas de las pasarelas con mucha soltura y tanta fuerza y precisión, que éstas  quedaban tensas y, sin exagerar, como cuerdas de guitarra, permitiendo el paso por ellas en los ejercicios de instrucción,  de cientos de soldados, armados y con equipo,  sin sufrir ni un centímetro de variación. Un huaso de campo inteligente, bonachón y buen amigo. Tenía virtudes humanas de sobra que lo hacían un ser cálido, responsable y  dueño de un especial sentido del humor. Era además un amante de la naturaleza. Quizás su origen  campesino,  su niñez en la ciudad sureña,  junto  a las actividades agrícolas de su padre, los animales, la ordeña, los perros y hasta los gatos, junto a gratas  horas de cacería en las selvas vírgenes y vecinas, lo habían hecho un hombre integral, un amante respetuoso de la naturaleza y buscador de vidas, siempre descubriendo nuevas emociones y descubriendo en los matices de los cerros o en la suave geografía de las extensas llanuras del desierto,  un encanto artístico.  También amaba el desierto, buscaba  su hermosa desnudez y en los paisajes, sus colores y las largas sombras que le parecían muchas veces fantasmas durmiendo sus siestas de los días, o  en otras, siluetas caminantes en la confusión de las sombras oscuras  e impenetrables de la noche. En todo ello,  recibía siempre  mensajes de paz espiritual, y gran satisfacción para la tranquilidad de su alma. Diría un “místico” que llevaba una procesión silenciosa por dentro, pero que irradiaba alegría y buen humor, siempre convencido que ser soldado era lo mejor que podía ofrecer como vocación  de sincero amor al servicio de su patria.

La majestuosidad de la blancura, y los paisajes azulados de la Cordillera de los Andes al fondo del camino,  que ya mostraban los primeros retazos artísticos de esa pintura de paisaje natural tan de nuestro norte, con mucho colorido y  magnificas alturas de la cordillera de los Andes, junto al tiempo recorrido, le indicaban la proximidad de  su P.T.M. (Punto de término de marcha.)

Tomaron un camino secundario, y en breve se encontraron  en lo que se denomina la “Cordillera de la Sal”,  donde brilla con luz propia, un singular y atractivo  paisaje selenita, producto de la conformación rocosa de las sales; efectivamente, pasaban lentamente por el encantador y silencioso “Valle de la Luna”.

Los soldados exclamando en sus expresivos rostros su  sorpresa, se asomaban extasiados y curiosos por las sucias ventanillas de plástico del toldo protector. El teniente Sánchez, disparaba de vez en cuando el obturador de su pequeña cámara de bolsillo, para estampar como recuerdo el hermoso paisaje.

El Unimog, en  lenta marcha, venció los últimos kilómetros del camino secundario, y al cabo de poco rato estuvieron nuevamente en el camino principal. Mientras comentaban la gratificante experiencia y el asombro,  apareció  casi al final de la quebrada, bajando por esa cordillera de la Sal,  un manchón verde, un vistoso y bello Oasis, y luego de atravesar la  quebrada de Quitor, la reconfortante vista de San Pedro de Atacama.

Entraron en el pueblo por un pequeño puente, montado sobre el lecho del Rio San Pedro, cuyo minúsculo caudal, planteaba la duda si era suficiente su agua, como para sobrevivir allí.

Se dirigieron por una polvorienta y estrecha calle y en breve  estuvieron en la plaza del pueblo. El teniente consultó indagador  su reloj, a la vez que sonriendo indicaba satisfecho:  - Como estaba calculado.-

El vehículo se detuvo algunos metros del  pequeño Retén de Carabineros, y mientras el huaso controlaba los niveles orgánicos del vehículo, los soldados solicitaban permiso para bajar  a estirar las piernas. Autorizado lo último, el teniente se dirigió junto al oficial de mayor rango del  retén, en una actividad menor de protocolo,  para presentar sus respetos y saludos a la Alcaldesa de la localidad, dejando a Copo jugando a los pies de añosos pimientos y regulando la circulación.

Los soldados bebieron agua un tanto salobre desde una manguera colocada en el tazón de uno de los árboles de la hermosa plaza  y Copo levantó su diminuta pata como afirmando el alto pimiento y regó, como una gota, las viejas raíces, descargando así el líquido bebido en el viaje.  Riveros designó un par de centinelas para brindar protección al vehículo y junto a los restantes disponibles, se dirigieron a  media cuadra, donde un edificio de líneas más modernas que las construcciones del  lugar, indicaban en un letrero exterior, la presencia del museo.

Una estatua mediana mostraba la figura del fenecido Rvdo. Padre Gustavo Le Paige, a quien tuvo la oportunidad de conocer en vida, la primera vez que visitó la zona. En el museo, se encontraban como piezas de exposición, el mismo escritorio donde aquella vez el huaso Rivero, después de conversar con el curita y agradecerle su instrucción al darle ese apretón de manos de agradecimiento y felicitación por su labor, le besó con humildad y respeto su mano, en señal de admiración y profundo respeto, lo cual no fue entendido por el sacerdote, mirándole con inquisitiva mirada  y  como la humildad y recato del Sacerdote eran mayor, le había llamado la atención con una fulminante mirada, considerando con eso que no era digno ni merecedor a tan sencillo y sincero homenaje y muestra de respeto. No era sorpresiva la reacción, todos sabían que el huaso a veces disparaba sin medir sus emociones; aparte de todo era muy sensible y religioso.

Allí estaban los libros silenciosos, el polvo y el desorden de un arqueólogo que hizo su vida religiosa de servicio a la investigación en esas soledades conociendo más que nosotros, los propios chilenos, y valorando la cultura de nuestros  antepasados que  nacieron, se criaron, crecieron y vivieron en esos pueblos tan lejanos de nuestra cordillera. Allí estaban  las osamentas históricas de las distintas culturas y entre tantos cráneos y gredas viejas, brillaba el espíritu inquieto y esa gran vocación de servicio del recordado sacerdote belga.

Los soldados reían,  con un poco de temor o vergüenza, mientras miraban en la vitrina del museo, una momia que alguien dijo la llamaban la Miss Chile, por la belleza de sus  bien conservados rasgos y su larga cabellera. Creo - y los entendidos saben mucho de eso-, la encontraban hermosa y de alto valor cultural y patrimonial para la zona. Muchas piezas de origen antiquísimo, hablaban por si  solas del  rico bagaje que se conservaba en ese lugar de gran  valor histórico y turístico. Algunas maquetas indicaban los sitios arqueológicos de los hallazgos y mapas explicativos  daban la explicación clara de los orígenes y el desarrollo de esos pueblos en torno a los salares, con claras indicaciones técnicas para  los turistas visitantes.

El huaso hablaba en esos instantes con el actual encargado del museo, cuando llegó uno de los soldados centinelas indicando que lo necesitaba el teniente Sánchez.

Se despidió amablemente el huaso y salieron tranqueando presurosos a media cuadra hacia la plaza. Antes de abandonar el recinto, el huaso se detuvo un instante y frente a la figura del curita Belga, guardó unos respetuosos segundos de silencio, mientras miraba por última vez  en ese día, ese recreado rincón de lo que alguna vez fue la oficina del Padre Le paige, y se llenó de nostalgias y recuerdos.

Finalmente y en un último esfuerzo y saliendo rápidamente del lugar,  se persignó a la carrera con un sincero sentimiento de congoja en su alma, corriendo hacia el vehículo.  Una vez ubicados, cada uno en sus asientos y por supuesto Copo, como Ayudante del copiloto, poniendo el motor en marcha, reiniciaron su camino,  virando hacia el norte y  buscando el camino hacia la azufrera Vilama.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

“P E R Í O D O    B  Á S I C O”

Capítulo Nº  2

_________________________________________________________________

 

Después de haber  dispuesto lo necesario para levantar algunas carpas al lado de unos abandonados. Viejos y utilizables  galpones, donde se autorizó la instalación del improvisado cuartel, el teniente Sánchez inspeccionó el lugar, y  mientras caminaba, anotaba en su agenda algunas notas referidas a las actividades que debía realizar al día siguiente, siendo la más importante según el “asterisco”  marcado en su agenda,  conseguirse un mástil de mediana altura, para  izar en él la bandera de Chile durante el tiempo que permanecieran en ese lugar acantonados.

Copo había cumplido muy bien su primer viaje y su primera experiencia militar. Los soldados, comentaban entre ellos que Copo debía a partir de ese instante, y  por lo que les habían comentado los “pelaos” más antiguos que se quedaron cuidando el cuartel,  comenzar a disfrutar de lo “agradable” y emotivo que significaba el hacerse soldado y combatiente básico. Ellos mismos lo educarían  para que pudiera cumplir  su Período Básico,  como nuevo recluta de la Escuadra.

Al día siguiente, conforme estaba dispuesto, Copo comenzó su vivencia y  empezó a vivir, en medio de otras tareas más administrativas y de mejoramiento del vivac por parte de los soldados,   su propio “Período Básico”:

 Diana a las 6 de la madrugada,  y sólo por encontrarse en una zona de especial situación climática.  Eso favoreció que la hora de levantarse, no fuera a las 5 hrs., como se hacía normalmente en el cuartel de la guarnición. La comida, solamente la necesaria  y acompañar  a los soldados en todas las tareas del día, corriendo de un lugar a otro, mientras los soldados  reían de sus  juegos y tonteras,   hasta la llegada de la noche y quedar exhausto y cansado como “perro”,  caer  de bruces con su cuatro patas lacias, y quedarse dormido en  el jergón  que le habían asignado  en un rincón de una de las bodegas abandonadas y  notoriamente mejoradas,  al lado del vivac, donde se había instalado también con sui catre de campaña,  el teniente Sánchez.  Sin duda ayudaban en  favor del cansancio,  el insoportable calor  del día y las muchas actividades, y el intenso trabajo que solamente  lograba entender por sus  correrías bajo el calor insoportable y el frío intenso  en la noche. Cada dos días cumplía servicio voluntario de guardia y acompañaba a los centinelas en sus rondas nocturnas. Más le valía  eso, puesto que de esa forma, podía asegurarse una buena presa, dentro de la “sopa misterio”  que acostumbraban a comer los soldados y que en los fondos de un improvisado “Rancho”, entre latones y cielo descubierto,  cocinaba el soldado Marín, al que le gustaba la cocina y en especial, como gran hobby, amasar y  cocinar el pan. Ser amigo de Marín, era asegurarse uno que otro pancito “bajo cuerda”, y por eso nunca le faltaban los ayudantes voluntarios  para la recolección de leña y mantener los bidones con agua.

Marín se entusiasmó tanto con su función de cocinero voluntario, que una tarde, mientras buscaba un tambor vacío de petróleo abandonado, para cortarlo y hacer una batea de amasijo,  llegó con medio tambor, tirado a cuerdas, cargado  con unos ladrillos refractarios de alguna antigua faena de fundición, y  comenzó a pegarlos con barro rojizo de la zona mezclado con paja, en forma circular, sobre una mes  a media altura, construida también de adobes, y en menos de tres días  construyó, el más  hermoso, práctico y  eficiente “Horno de barro” para el pan con su correspondiente batea de tambor  de fierro y un estante para los bidones del agua junto a un cajón donde guardaba el saco de la harina.    

El teniente en forma particular, comenzó a acrecentar los lazos de amistad férrea con Copo. En realidad, desde el primer momento que lo vio jugando en aquellas rocas, cercanas al cementerio en la Avenida Circunvalación de Antofagasta,  decidió tomarlo como su mascota y Copo, pronto entendió esto y comenzó a respetar y a entender la “voz” del amo.

Sus primeras instrucciones de su Período,  tuvieron que ver con la “Higiene y Sanidad en Campaña”.  Aprendió a ocupar su propio rincón. A cavar una fosa y cada vez que era utilizada como letrina, y como buen soldado, la cubría de tierra.

Transcurrieron algunas semanas. Ahora Copo corría y desde temprano acompañaba a los soldados, ya era parte de ellos, sea en los trabajos que éstos realizaban cada día, y también en las instrucciones más técnicas  del contingente, o sencillamente en las noches de fría guardia.

A veces los soldados le hacían algunas bromas pesadas y más de algún baño extra se dio durante alguna fría mañana . Esto hacia que Copo, a pesar de disfrutar con los soldados, comenzara a desconfiar de ellos. A la menor duda, corría a protegerse cerca de su amo, comprendiendo fácilmente y con gran instinto,  donde  buscar autoritaria seguridad.

Se hicieron muchas cosas durante es  largo mes. Muchas referidas a control de vigilancia, ambientación y obras menores de ayuda a la comunidad, limpieza  de pequeños predios, canalización de aguas, levantamiento de techumbres, un poco de limpieza en los canales de regadío,  en especial a los requerimientos y  necesidades de los mismos habitantes cercanos al sector del Vivac, que siempre estaban, además,  preocupados de ofrecer generosa y desinteresadamente apoyo  si había necesidad de alguna ayuda. La gente de San Pedro, era muy cariñosa y afectiva con los soldados y  el contacto  aunque no era diario ni directo,  se percibía en las acciones de ayuda voluntaria y en los  apoyos mutuos en diferentes circunstancias.

Para nada se descuidaban las tareas fundamentales de instrucción, y todos colaboraban al período de instrucción de Copo: “El básico” o “Inicial”.

Se convirtió pronto en un celoso y leal camarada de su amo, y en un fiel centinela para todos, y el teniente constantemente le estaba enseñando a ser un buen soldado y un mejor perro, por supuesto  “un gran perro infante”.

Por su condición de quiltro, Copo era un poco duro en el aprendizaje de buenas costumbres, y de vez en cuando cometía faltas tan graves como no utilizar su letrina y ensuciar la cama de su amo. Varias veces recibió su correspondiente zarandeo o “aplique”, con lo que pronto aprendió, no por las buenas sino por las malas, y dado la lógica de la enseñanza y aprendizaje militar, y ya no volvió a cometer faltas de esa naturaleza.

Enero pasó volando con el viento del desierto.

 Cayó el calendario y febrero se asomaba hace bastantes días, con su mismo  calor y su frio intenso en la noche. Pronto comenzó a variar notablemente el clima.

De la noche a la mañana, comenzó a vivirse un singular fenómeno climático  llamado “Invierno Boliviano”. Aunque la estación que se vivía era  verano,  hubo copiosas lluvias y hasta intensas nevazones. Algunos caminos resultaron con serios daños y por varios días se cortaron las comunicaciones con la ciudad más cercana: Calama y basado en eso, ya el mes de estadía se prolongó a varios otros, fuera de calendario, hasta que  amainara el mal tiempo y se abrieran los nevados caminos.

Todo esta “fiesta de la nieve” por lo novedosa, causaba gran alegría en la tropa y les permitía construir sus propios “monos” de nieve en el desierto, deslizarse desde alguna loma en un depósito de una abandonada carretilla a modo de trineo, pero presentaba un problema administrativo: pronto se acabarían los víveres por el período calculado y para el teniente, sin ser este gran motivo de preocupación, le causaba una leve pero no agotadora inquietud.

Pasó una semanas, tal vez más, hasta que el clima mejoró. Durante los días vividos, se mantuvo la instrucción y fueron agobiadoras las jornadas, pues ese fenómeno significó un aumento inmediato de tareas derivadas en actividades de trabajo social en bien de la comunidad. Lo bueno que el clima no presentaba gran posibilidad de volver  a la arremetida inicial y al parecer se replegaba lentamente hacia el norte, lo que presagiaba que el regreso se cumpliría solamente con algunos días de desfase, de la forma planificada. Ya las comunicaciones se había establecido, y  no existiendo otras formas de comunicación, se habían cursado menajes alusivos al estado  por el teléfono del pueblo hacia la Comandancia de Calama y ésta a a Antofagasta.

Y llegó el último domingo antes de partir de la localidad de San Pedro. Los soldados tenían un animado encuentro deportivo como actividad   de fin de semana, y bajo el pimiento descansaba, al tiempo que hojeaba un libro de Olegario Lazo, el teniente Sánchez.

El Huaso Rivero, siempre preocupado de su vehículo ataba el toldo en la estructura del camión, pues lo había lavado en el canal del río Vilama, ya que èste se había embarrado con las lluvias de la semana recién pasada. Se encontraban en esas actividades cuando recortado en el camino se dibujaron dos siluetas. Una correspondía al “negro” Eladio, un muy buen amigo de la zona, que había cumplido su servicio militar en el Regimiento “Calama”, y el bueno del “chico” Hidalgo, como le llamaban cariñosamente cuando trabajaba como cuidador de la “Hostería” de San Pedro.

Éstos pronto estuvieron en el vivac y Eladio, traía entre sus fuertes y vigorosos hombros, un gran cordero que balaba nervioso de vez en cuando y con eso manifestaba su descontento. EL “Chico” Hidalgo, traía  un gran bolso, con especias y verduras, y como asomándose tímidamente  entre las lechugas, podían verse claramente dos etiquetas y cochos sellados de algún buen vino.

El chico Hidalgo sonreía. Este provenía de Valparaíso y sentía gran admiración y respeto por el Ejército. Algunos fines de semana compartidos con él, nos mostró sus grandes conocimientos de historia de Chile,  en interminables y amenas charlas,  recordando siempre agradecido, de sus experiencias como conscripto en su  “Glorioso” Regimiento Maipo.

¡Bienvenidos! Les digo saludando efusivamente el teniente Sánchez, a la vez que sacando su cámara fotográfica oprimía el click  para dejar estampada en el rollo negativo, la imagen afectiva  de los visitantes.

Eladio amarró el cordero en un árbol y Copo ladraba completamente molesto en “su” territorio, sin comprender la presencia del ovino que en su mirada nos regalaba  una sensación de paz, pero de  hondo sufrimiento.

-Buenos días mi teniente_ saludò Eladio y lo mismo hizo el chico Hidalgo.

- Le traemos este corderito pa despedirnos con un buen asado, como buenos chilenos San Pedrinos: ¿Cómo estamos?

El teniente sonrió y hasta los soldados suspendieron su animado partido.

Después de expresar la alegría por la tan inesperada sorpresa, se formaron algunos equipos tendientes a organizar una reunión muy simple pero emotiva. Un equipo instaló un mesón al lado del árbol donde seria sacrificado el animal; otro preparó el lugar para el fuego y  Marín, el soldado ranchero, que a esa hora estaba haciendo pan,  pensó en lo oportuno que de la tan gentil  invitación.

El huaso Riveros dejó su vehículo y después de saludar a las visitas, se ofreció voluntario para sacrificar al cordero, faena que  hacia siempre en sus asados campestres con corderos, chanchos o lo que fuera para disfrutar  el diente; pero antes, preparó una salsa, con los especies traídas por Hidalgo, con bastante ajo y muchos condimentos en una fuente con aceite y un poco de vinagre.

-¡¡Vamos a comer Ñachi mi teniente – dijo sonriente y solemne.

La mayoría desconocía a qué se refería esea delicia culinaria, y esperaron que el huaso, sabedor de esas recetitas criatureras del campo, haría un buen plato, como él lo denominara: ”ñachi”, y que serviría de “aperitivo” antes de disfrutar las costillas carnudas del cordero asado.

Pronto  se arremangó, y atando las patas del cordero con unas cuerdas a los bordes de la improvisada mesa, procedió a su doloroso  y ciego “sacrificio” en medio de tanto espectador que cerraban sus ojos en señal de  no querer ser  cómplices de tan sangriento y hasta macabro espectáculo.  Cuando sacó de su cinturón un afilado cuchillo “pata e cabra” y cortó el pescuezo del cordero, fue – honestamene-, un sanguinario espectáculo. Mientras manaba la sangre del cordero por el cuello, el huaso puso el bol con los aliños para recibir esa tibia sangre que emanaba del sufriente animal, revolviendo intensamente para que se mezclaran los ajos y las especias, antes de coagularse e indicando con una cucharilla de te repleta de esa pasta,  que comerían en ese momento “el mejor Ñachi de sus vidas”, a la vez que untaba en un pan aun tibio y crujiente,  un poco de esa mas masticando y deshaciendo con sus líquidos salivales esa “prieta” fresca,   con sincera satisfacción.

Dos conscriptos corrieron apurados tras los pocos matorrales existentes a vomitar impresionados. El huaso sonreía satisfecho. Un conscripto lo siguió en su deseo de probar la rica u nutritiva mezcla, y pronto también corrió  apresurado atrás del  matorral. El teniente Sánchez no quiso comer de la “prieta” caliente y el huaso Rivera con el negro Eladio, pronto descueraron al animal. Eladio guardó en una bolsa lo que llamó las menudencias y en menos de treinta minutos estaba ya listo y  adobado el grasoso cordero para ser tirado, trozado, sobre una improvisada parrilla. El aroma vuela rápido por los aires. Se  sumaron como visitas “extras”, algunos perros vagos  que deambulaban por el lugar, y más de alguna boca distante con el rico olor de la grasa caída en las ardientes cenizas de las yaretas y maderas, se hizo “agua”,  con el buen olor a carne. Un buen  final para sellar la experiencia vivida durante más de cuarenta días en San Pedro de Atacama.

Copo debió ser atado pues sus ladridos, que ya denotaban una madurez superior al tiempo de su llegada, no dejaba ni siquiera la posibilidad charlar y  a cada instante se acercaba muy cerca del fuego a oler la buena carne.

Transcurrió toda la tarde agradable y descansada de domingo. El vino no fue nada, solo hubo que conformarse con un sorbo, para no perder la costumbre y no teniendo otra cosa, salvo las traídas por los amigos,  el asado se acompañó con  algunas papas cocidas, alguna ensalada de lechugas y pan amasado  muy caliente.

La noche pronto cayó en el vivac,  y los amigos que tanta gentileza habían  demostrado al despedirlos con tanta amabilidad, debieron retirarse caminando en la oscura noche de San Pedro, a sus lejanos domicilios, acompañados sólo por la luz de las estrellas, que se veían hermosas y esparcidas como perlas  brillantes en esa maravillosa comba nocturna del cielo.

Eladio y el chico Hidalgo, marchaban satisfechos y a pesar de la congoja que se siente al dejar unos buenos amigos,  caminaban contentos y satisfechos, pues pudieron, en un amable gesto, compartir gratos momentos con sus amigos, recordaron que al otro día era lunes y apurando el tranco se perdieron sus siluetas confundidas  con las sombras de la noche. Arriba la cruz del sur, recostada en el cielo y con un cielo sin nubes presagiaban una noche muy helada.

En el vivac el turno correspondiente, daba una ronda y pronto el sueño se apoderó de todos los habitantes  que deambulaban por esos parajes esa noche, con excepción de la guardia, siempre atenta a sus entornos. Copo roncaba también satisfecho y los soldados aun tibias las brasas,  calentaban sus ya fríos y yertos pies.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 R E G R E S O

Capítulo Nº  3

_______________________________________________________________________

            Amaneció el lunes muy húmedo y soleado. Se guardaron los equipos en el camión. Se limpió en detalle la zona ocupada, y tras revisar cada rincón, y cada hombre limpiar un determinado sector, subieron al vehículo en dirección al pueblo.

Copo, que ya pesaba una buena cantidad de kilos y todavía cansado del opíparo asado y huesos lamidos el día anterior, dormitaba entre las palancas de cambio, la cuales ya no le eran tan cómodas. De vez en cuando se molestaba cuando el huaso, en las maniobras  de conducción, le apretaba el cuerpo al pasar algún cambio.

En San Pedro se despidieron de los funcionarios de Carabineros y solicitaron información respecto  al estado del camino. Éstos eran normales pero debía conducirse con precaución pues en algunos tramos del camino secundario, el agua había ocasionado algunos cortes en la vía, pero se habían solucionado con medios Municipales. Además esto era sólo en un corto tramo; pronto se tomaba la carretera principal.

El Unimog pasó por el puente de Rio San Pedro, que esta vez sì llevaba un gran caudal y tomó rumbo al oeste. Atrás los soldados miraban con nostalgia el verde remanso de San Pedro, en donde quedaban grabadas en sus mentes, parte importante de su experiencia como soldados conscriptos.

El viaje  se desarrolló en forma normal. No hubo contratiempos  de ninguna índole. Por lo demás, es natural que después de un tiempo alejado de las comodidades de la vida de cuartel, a las que ofrece el terreno, se sienta indudablemente, una sana alegría de retornar a la normalidad. Así que cada uno con su propia historia cantando en su interior, y cada uno con  su propio buen deseo de llegar sin novedad, recordando con agrado toda la vivencia, retornaban optimistas  y por supuestos satisfechos del deber cumplido.

Copo, que viajaba como siempre en la cabina delantera junto a su amo, jugaba mordiendo los dedos del teniente cariñosamente, y ladrando juguetonamente.

Transcurrieron varias horas de viaje. Éste no resultó en ningún momento monótono y pronto el aire de la costa,  unido al olor salino del puerto, encontró al vehículo y toda la tropa,  marchando por la costanera en dirección al cuartel.

La llegada al cuartel del Regimiento “Esmeralda”, se cumplió en los márgenes aceptables de la hora prevista y el huaso Rivero, una vez registrada su matrícula en la Guardia, para el control correspondiente, se dirigió cerca del Pabellón de Almacenes de Vestuario y Equipo, en donde procedió a la descarga de los equipos y a un aseo minucioso y superficial de las especies utilizadas, apoyado por los soldados,  que lucían sus rostros tostados y sus tenidas empolvadas.

Mientras el teniente Sánchez se presentaba con las novedades pertinentes al Comandante de la Unidad, Copo fue trasladado al módulo de Oficiales solteros, en donde recibió un nuevo y definitivo alojamiento junto  a la cama de su amo. instalando para ello en ese nuevo rincón,  un pequeño jergón traído de San Pedro de Atacama.

Desde ese día, y por circunstancias del destino, el contacto de Copo con la tropa, seria escaso, en cuanto a compartir más íntimamente algunas emociones y actividades directas con el contingente. Ya superado su “Período Básico”,  y también su aclimatación a la montaña, y vencido los obstáculos de su corta vida  de recluta militar, se convirtió entonces, en un soldado de mayor rango, un  mestizo pero orgulloso  “Perro” Oficial.

El hecho de haber sido alojado en la pieza de su amo en el “Módulo de Oficiales”, ya no podría hacer de las suyas,  y debería a partir de ese momento, llevar una vida ordenada, procurando en todo instante ser ejemplo permanente para sus “subalternos”. En todo caso,  éstos se limitaban a sólo unos pocos perros vagos que pululaban cerca del “Rancho de la Tropa”  y que, venidos de las Unidades vecinas al regimiento, buscaban algo en los basurales con qué hincar el diente, además de unos gatos flacos que deambulaban normalmente, para propia tranquilidad, en los tejados de los  casinos.

Copo de Nieve cambió.

 No era ya tan de malos modales y hasta en su andar  se había transformado en un “quiltro” altanero, con levantada de cola y meneo de la misma, dándose esas ínfulas de sentirse diferente y superior, como tantos  que le servían de modelo. 

El teniente Sánchez, procuraba que éste anduviera siempre limpio y muchos soldados de la Compañía de Morteros a su mando, cumplían servicio voluntario para bañarlo. En el casino de soldados,  Copo tenía una cuenta especial  que la pagaba su amo y en donde los conscriptos del turno le compraban el mejor champú, el mejor bálsamo, talco especial anti pulgas especialmente encargado al siempre servicial “Picho” Erices,  y hasta una buena loción. Una peineta y cepillos al mes y dos baños semanales.

Su pelaje creció hermoso. Cuando trotaba  en el patio del “Séptimo de Línea”, lo hacía con tal gallardía y prestancia,  que quienes formábamos la tropa, lo mirábamos con mucha simpatía, aunque se le criticaba su falso orgullo y sus ínfulas  de “piojento renacido”. Pero en realidad en apariencia,  parecía ser un buen oficial.

De las costumbres de quiltro que llevaba impregnada en su sangre, había una que nunca se le pudo quitar. Amigo de dormir en las horas del servicio en el lugar más visible del Regimiento, lo que provocaba descontento general. Después de todo se le respetaba por el rango  de perro que ostentaba.

Era común verlo, cuando el Comandante del Regimiento recibía la tradicional cuenta diaria de toda la Unidad, formada para alguna trascendental ceremonia o para alguna actividad de régimen importante, recostado frente a todo el regimiento, en el centro mismo y siempre a la izquierda y atrás de la máxima autoridad. No se inmutaba. Sentía las fuertes voces de mando de los comandantes de las Compañías, suponiendo los “Honores Militares” para él. Los recibía con toda la indiferencia del mundo y apenas abría somnoliento y con flojera, alguno de sus ojos.

Era en realidad un quiltro irreverente. Se le juzgaba de indisciplinado y vanidoso. Si un oficial de grado superior le llamaba:-¡¡COPOOOO!!, éste corría a tranquito alegre y altanero y  al llegar a él, agachaba su cabeza metiéndola entre sus patas y moviendo agitadamente en círculos su cola y esperaba, por única vez humilde,  alguna caricia o un remolineo de manos olorosas en su rostro, a lo que él contestaba con un ladrido de consentimiento.

Si algún cabo, o algún soldado le llamaba: ¡¡  COPOOOO!!, éste, medio dormido, ni siquiera abría un ojo indagador;  husmeaba con su nariz fría el aire,  y no sintiendo ningún respeto,  hasta se notaba enojado,  continuaba en su siesta al sol indiferente, o reiniciaba su  importante y diario deambular por el mundo  fantástico de sus sueños.

 

Esto también lo tenía desprestigiado entre la tropa.

-Este Copo es un verdadero “chupamedias”- , comentaban los conscriptos.

Sólo obedecía a sus superiores. Nunca escuchaba a sus iguales e ignoraba a sus subalternos. Un “quiltro piojento con ínfulas de ser de raza y levantado de culo”,  espetaban enojados algunos soldados en círculos de conversa diarios.

Varias oportunidades debió se  atado en su pieza. Ya sea porque una Misa importante de campaña debía realizarse en el Patio de Honor, alguna ceremonia especial, de las muchas que se hacen durante el año  o, por último, la visita inspectora de alguna autoridad; pero Copo buscaba la manera de salirse y hasta cortando sus ataduras, se presentaba puntual, a cada vivencia o actividad importante del Cuartel.

Ladraba muy poco en tales circunstancias ceremoniosas. No era vulgar. Pero cuando algún perro ordinario y rasca de otra Unidad merodeaba por los patios de su regimiento “Esmeralda”, corría desaforado y muy cauto, casi cobarde. Desde lejos ladraba reclamando su “territorio”, hasta conseguir la “expulsión” del afuerino.

Copo era el amo y señor de la comarca del cuartel del infantería, los perros “artilleros” o de otras unidades, se asomaban solo de vez en cuando a los basurales.

Pero allí eran correteados por Copo que, a decir verdad no los encaraba. Solamente les ladraba desde lejos y más aún cuando era “observado” por alguna autoridad, con lo que se sentía y se hacía el “importante”…

Fueron muchas sus guardias y trasnochadas. Éstas quedaron grabadas en las paredes silenciosas de la oficina del Oficial de Guardia. Copo les acompañaba en las rondas y sigilosa y traicioneramente se acercaba a los puestos de centinelas para sorprender a algún soldado abandonado en su servicio. Con esto se hacía querer, y después de las rondas, siempre le esperaba un bueno hueso, con harta carne  por supuesto sacado del fondo de comida de los soldados.  Éstos se molestaban. Hacia tan poco y comía como Rey.

Pero las cosas a veces no son lo que parecen. Muchas veces juzgamos por las apariencias exteriores a nuestros camaradas que nos rodean. Y a pesar de todos sus defectos y virtudes, Copo comenzó a anidarse en el corazón de sus subalternos soldados y entre el personal de Planta y  por  supuesto en los Oficiales de todo rango.

Vinieron tiempos mejores.

Ya nadie lo encerraba en la pieza y en cada formación y en cada actividad de la Unidad, Copo asistía silencioso, observante, ubicándose siempre en el lugar de honor: En medio de la tribuna, y bajo el sillón de la autoridad que presidía las ceremonias o reuniones. Disfrutaba de su vida militar y ya era considerado con creces un “Perro Esmeraldino”.

Su cariño y lealtad  por el teniente Sánchez era ejemplar. Transcurrían largas horas echado a su lado y cuando éste debía planificar las actividades de instrucción de su Compañía o inspeccionar el estado de la Cuadra o los vehículos,  armas y hasta  observar el desarrollo de la instrucción, por lógica y sin dudar, a todas asistía como “Ayudante” del Jefe, el  blanco  Copo.

Cuando alguien ejecutaba un mal ejercicio, también el perro protestaba con ladridos acusadores,  de perro acusete con ladridos de enérgico rechazo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

S O L I T A R I O

Capítulo Nº  4

_______________________________________________________________________

            El teniente Sánchez pasaba por un problema  crítico de índole particular, el cual, como todo hombre,  debía afrontar.

No tiene importancia comentarlo en detalle, pero el caso es que se vio obligado a pedir un permiso indefinido sin goce de sueldo,  lo que lo alejaría quien sabe por cuánto tiempo de su trabajo y amada Institución.

Si se toma en cuenta, en nuestra propia mirada o perspectiva profesional o humana,  a todas las cosas a las cuales debemos renunciar y/o sacrificar, para solucionar problemas que  afloran sorpresivos  en medio del camino,  dejando muchas veces lo que tanto amamos y en lo cual hemos puesto el corazón,  y que por circunstancias adversas de la vida debemos abandonarlas en contra de nuestra voluntad, y si consideramos que el camino iniciado lo vislumbramos desde nuestra tierna infancia en nuestros primeros sentidos de vocación,  y midiendo el camino recorrido con esfuerzo y observando que todo eso nos ha permitido un importante caminar en la vida, como un avance personal a nuestras aspiraciones y sueños, solamente así y sólo así se podría comprender la profunda pena y tristezas  que carcome al alma, cuando debemos abandonar el camino que la vida nos trazó y del cual recorrimos muchos kilómetros en busca de soluciones inmediatas o parciales a problemas personales  propios de la vida.

El teniente sintió en su alma, fogueada en la dureza y  el sacrificio de todos los que  alguna vez quisieron servir en forma voluntaria a su patria a través del Ejército,  esa pena profunda y silenciosa que carcome el interior,  y  aunque aparentemente se veía como siempre, sólo su yo interior le lloraba, pues la incertidumbre de volver a su camino y la gran duda de solucionar a corto plazo sus problemas,  le indicaba que este alejamiento era definitivamente sin retorno, aunque muy al interior mantenía una esperanza.

Tenía que, inevitablemente dejar su cuartel, sus amigos y  su fiel amigo Copo de Nieve, que ya era parte suya y del Regimiento.

La noche llegó al cuarto de soltero del teniente y en un tibio rincón, como siempre, agita su corazón y su cuerpo el inquieto y blanco can. De vez en cuando alza sus orejas como presintiendo algo extraño, y controlando con su vista y olfato alrededor,   comprueba la normalidad de la su hora de descanso.

Algunos equipajes a los pies en la mesita de enfrente, nos indican que un viajero se prepara para su marcha al amanecer. Eso no lo altera. Su amo ha viajado muchas veces. Ésta será una de tantas.

Por entre las sábanas de la cama, temeroso de ser sorprendido, el teniente mira a su querido amigo y aunque siente pena de dejarlo, se muerde la lengua con gran esfuerzo para no caer en la debilidad del llanto.  A veces los animalitos, más que las personas,  se hacen dueños del corazón humano; quizás sean el mejor regalo de la vida, pues sus gestos, lealtad y nobleza, son el ejemplo que nos obligan a hacernos más  humanos, más sensibles, muchas veces mejores personas y sentirnos que una de las tantas misiones de la vida es sentirnos   sus protectores y  al decir de San Francisco,  cuidarlos, protegerlos y brindarle cariño, como nuestros amados “hermanos menores”.

Afuera la luna clarea  y enriela sus rayos hacia el patio oscuro  del cuartel, y en el lugar del descanso del módulo  de oficiales solteros, de vez en cuando un ruido de botas marcha acelerado por el pasillo, buscando su aposento.

Antes que salga el sol, el teniente se ha marchado y Copo remolón se queda algunos minutos más en su tibio jergón de paja que  le trajeron desde San Pedro de Atacama.

Juguetea como todos los días por los patios. A la hora de la cuenta diaria,  se posa a la izquierda del 2do Comandante, echado como siempre, y solamente levanta sus orejas cuando siente el sonar del clarín que entona   “Honores de reglamento a la Bandera” desde la guardia,  izando como siempre, en el inicio del día y la jornada, el amado pabellón nacional.

Un nuevo día de actividades. Copo corre por su casa. Su gran casa. Visita la instrucción o se acerca sigiloso al rancho, donde corretea a ladridos a los gatos que indiferentes le miran asoleándose en los tejados del comedor de soldados.

Septiembre, una vez más, florece en las plazas y avenidas de Antofagasta. En la brisa de las playas, muchos niños elevan multicolores volantines por su diáfano cielo y en el Patio del Regimiento, a los sones de la “Banda de Guerra” e “Instrumental”, los soldados se preparan para la tradicional Parada Militar, acto fundamental  de cada  año,  en que se celebra con emoción y respeto, nuestra Independencia nacional.

Voces roncas exigen gallardía y se repiten una y otra vez los ejercicios  tendientes a desarrollar un buen paso regular, mantener las alineaciones, los contactos de codo,  la línea de los fusiles, la mirada a la autoridad y los primeros hombres vista al frente. Toda una secuencia de movimientos que tensan de energía el cuerpo y la concentración  para ejecutar un buen movimiento con prestancia y  hasta elegancia en las ejecuciones marciales. Un equipo se encarga del pintado de los vehículos y otro prepara la pintura para la uniformidad y pintado de los cascos de color ocre. Cada hombre de preocupa de su uniforme,  corte de pelo, y tantos detalles que serían muy largos de enumerar pero que son parte  de todo ese ajetreo que además lleva por inercia a un cúmulo inacabables de actividades.

Hay un ausente: Copo no se ha visto.

Los jóvenes oficiales, destinados hace poco tiempo  al regimiento, le han visto permanentemente recostado en el cuarto vacío del teniente Sánchez.

No come, ni bebe, y en las noches camina a paso cansino y cabizbajo con su nariz pegada al pavimento, siguiendo el rastro perdido de su amo y por más que olfatea, no logra encontrarlo.

Un joven alférez comentó en la tarde de casino, que el teniente Sánchez le ha enviado correspondencia,  en la que pregunta por su fiel amigo Copo. Le encarga a los más jóvenes, que no lo dejen y no descuiden sus baños semanales. Sus problemas continúan y no sabe si regresará.

El Regimiento ha sentido en su alma la ausencia de Copo. Las diarias formaciones no son las mismas. Cada vez  que el 2do. Comandante recibe la cuenta y ordena los Honores a la Bandera,  miradas inquietas buscan ver lleno el vacío lugar de Copo. No quiere formar. Está en los puros huesos  y desfallece enfermo de pena. La moral de la Unidad se  ve resentida cuando afecta a uno de  sus miembros.

Los oficiales de más tiempo y que lo conocen de pequeño, están también preocupados y reuniendo una cuota voluntaria, hacen un fondo para llevarlo a un veterinario particular, pues el del Cuartel General, que trabaja en el Centro Ecuestre, sabe más de caballos y de yeguas, que de perros.

Una vez examinado, es entregada una gran receta que deben adquirirse con el remanente de los fondos reunidos por los mismos oficiales. Comienza la lenta   recuperación de Copo, quien permanece impasible, en un estado de reposo permanente. Muchas vitaminas, alguna dieta y pronto comienza a revivir.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

M E J O R E S  T I E M P OS

Capítulo Nº  5

_______________________________________________________________________

            La Parada Militar fue exitosa en ese año. La ciudad se volcó hacia las calles y en medio del de los multicolores remolinos, globos y banderitas chilenas, se aplaudió el paso gallardo de los soldados de la I División de Ejército, “Vencedores del Desierto” y en especial  del Glorioso e histórico  “SÉPTIMO DE LÍNEA”, enraizado en el corazón de los nortinos.

            Un helicóptero  pasó a muy baja altura, llevando dos soldados con su bandera patria y el desfile se prolongó por más de dos horas en una Interminable columna motorizada. El Regimiento “Esmeralda”, como en sus mejores años, pasó gallardo y los soldados estremecieron el pavimento con su paso regular. Muchos aplausos y muchas emociones compartidas. Copo quedó encerrado en su cuarto aún convaleciente.

 

Hubo un permiso especial para el contingente de un par de semanas como franquicia, para que descansaran junto a sus padres y familias, y se autorizó por turnos una salida a los Oficiales y Cuadro Permanente.

Transcurrieron dos largas semanas, trabajos administrativos y de oficina para los que quedaron esperando su turno de descanso; preparar los períodos correspondientes a la instrucción que se vislumbraban ya para  noviembre con las consabidas “Maniobras Militares” de fin de año, además de revisar niveles orgánicos en vehículos, estado y control de herramientas, neumáticos, y  control del vestuario  y equipo y dejar los niveles administrativos y de cargos en cero.

Mientras tanto, Copo ajeno a todo, se recuperaba lentamente pero en forma brillante lo que auguraba su pronta mejoría en poco tiempo.

Al fin, Copo reapareció nuevamente en las formaciones de la mañana. Fue tal la alegría de la tropa que todos, sin decir palabras, sentían en su interior la alegría que provocaba su presencia. Todos querían saludarle y más de alguno intentó acariciarlo pero algo no se le había quitado al soberbio  Copo: su sentimiento de gran y falso  orgullo y lo “chupamedias” como le decían cariñosamente los soldados. Mantuvo como siempre su demostrada alegría toda vez que lo llamaba un superior y su simpática apatía cuando le llamaba un subalterno en una cariñosa expresión de afecto y amistad :¡¡Copoooo!!

La vida militar volvió a su normalidad. Continuaron las actividades profesionales y octubre sorprendió al regimiento en una nueva formación con motivo del aniversario de su creación. Copo se instaló en la tribuna principal y desde allí  mantuvo incólume e inconmovible al paso de los soldados, que cantaban  con fuerte voz: “Gallardo Séptimo de Línea, tu nombre símbolo estará,  prendido al alma del soldado, para siempre en la guerra y en la paz”…..

Todo se selló con una reunión de camaradería en que alguien recitó este brindis de homenaje al regimiento: ¡Brinda “Esmeraldino”!, con tu pecho emocionado, pon tu mano junto al vibrante corazón, desfile a nuestros ojos el “Séptimo de Línea”, con sus viejos soldados y su hermosa tradición…Que se unan nuestras voces para gritar ¡¡Esmeralda”!! y Dios desde el cielo, ilumine con su luz, se unan corazones, historias y espadas y el “néctar de los dioses” que se beba:¡¡ SALUD”.

Un conjunto folklórico entregó un esquinazo a los miembros de la Unidad y a temprana hora, se dio por finalizada la sobria y emotiva reunión.

Copo dormía aun en la pieza del teniente Sánchez, pero un joven Alférez ocupaba el lugar de la cama; éste había sido comisionado por los más antiguos para preocuparse del perro de los Oficiales del Regimiento y debía responder de él, más  que de sus  propios cargos de inventario. Esto podría sonar a abuso o autoritarismo, pero en la vida militar, las palabras y órdenes del que tiene mayor rango, se cumplen a “toda costa”, sin chistar, teniendo la oportunidad de  reclamar si no ha sido justa la orden, pero después de cumplirla. Es decir: “Cumple la Orden, después reclama”.  Pero gracias a la cultura militar y a la camaradería reinante en estos círculos de amistad y de jerarquías distintas, pero de gran camaradería, nunca es necesario llegar a esos cuestionamientos extremos, se cumplen  con agrado las tareas.

Pronto llegó el esperado y ansiado mes diciembre.

En el patio se construyeron unos stands para atención de los familiares y los comedores se adornaron con ingeniosos adornos navideños. Se preparaba aceleradamente la “Pascua del Soldado” y todo se tornó agradable con la llegada de la navidad.

El comandante del Regimiento dispuso una cena para los conscriptos, los cuales en esas fechas necesitan más que nunca apoyo y comprensión, pues extrañan mucho a sus familias, la que se llevó a efecto el día 24, como a las 19:00 hrs. Y en una improvisada orquesta los miembros de la Banda, amenizaron con sana alegría y camaradería la emotiva cena. Se abrieron regalos y muchas expresiones de  satisfacción se dibujaron en los rostros de los “reclutas” con bastante antigüedad e instrucción y que ya  estaba prácticamente en los últimos meses de su Servicio Militar.

 Copo participó también de esa reunión y captando que era algo diferente con olor a “fiesta”, metido bajo las largas hileras de mesas, se paseaba recibiendo algún trozo de pollo asado que algún soldado cariñosamente le cedía. Antes de engullirse esos trozos de pollo asado,  los olía desconfiado, pero al percatarse de la frescura y el aroma, al final se lo comía.

Pasó la navidad y las fiestas de fin de año.

Muchos oficiales que debían cumplir sus destinaciones, se marcharon nostálgicos a otras Unidades. Antes de irse, encargaron a los que llegaban, la tuición y el cuidado de Copo, el que ya estaba acostumbrándose a ver siempre rostros diferentes. Pero con las mismas estrellas en sus solapas para no sentirse que era degradado, y que cada tiempo eran renovados, sobretodo en esos planes anuales de destinaciones.

Otros oficiales, al cambiar su estado civil de solteros a “casados”, abandonaron  el módulo de solteros y Copo, mucho más repuesto ya era nuevamente el mismo Copo lleno de energía, que acompañaba a los oficiales en las rondas de la Guardia y que seguía siendo el  obediente y disciplinado e incorregible “chupamedias” al llamado de los oficiales y el indiferente o ignorante al llamado de los Clases y soldados. En venganza los “pelaos”  contaban  con sus “malas lenguas”, que el quiltro blanco   que se creía oficial de cuna de oro,  tenía un romance con una perra  “Artillera” más ordinaria y fea que la mentira, que le visitaba algunos domingos en el casino ubicado en la playa.

Más allá de toda opinión que le causara desprestigio, o le dañara su integridad moral, ahora sí que al Copo se le había levantado más la cola y era mucho más altanero o encumbrado  o lo que fuera, pues con tanta ida y venida de oficiales desde el Módulo,  pasó a constituirse en el más antiguo y eso, como una sagrada función o tradición, exigía que todo nuevo oficial, del rango que fuera, debía presentarle sus respetos y compromiso de lealtad, y por las condiciones que mantenía inquebrantable con sus “iguales”, éste siempre se doblegaba con humildad ante su alcanzada jerarquía y con un ladrido y lengüetazo, se hacía querer, pero no permitía que se le desconociera que seguía siendo el más antiguo.

 

Finalizados los períodos de vacaciones y recambios de personal,  la Unidad militar reinició sus actividades, siendo, por supuesto, la más importante, las de instrucción. Un nuevo contingente ocupaba las dependencias del cuartel. Copo participaba activamente en la formación militar de los instruidos. Continuaba su vida de soldado, y fue visto y conocido  por muchas generaciones de soldados y oficiales, que conocían de sus  virtudes y defectos.

El carácter de Copo ya no era tan agresivo, principalmente con los canes que invadían su territorio, y una leva de perros comenzó  a hacer destrozos en el sector de los basurales, y cada vez que la Unidad formaba,  desde todo lugar aparecían perros y más perros.

Resolver su eliminación masiva era cosa delicada.

Existe la creencia popular  en el interior de los cuarteles y de mucho arraigo  para la tropa, que toda vez que en una Unidad militar se  sacrifica un perro, desgracias y más desgracias aparecen por un largo periodo como si por tal acto hubiera alguna divina venganza.

Nadie en realidad quería asumir la responsabilidad  de al acto. Algunos oficiales de Guardia resolvieron llevar los perros lejos del regimiento para salvarles al menos la vida, en interminables viajes secretos nocturnos y si bien esto daba resultados parciales, al cabo de algunas semanas éstos volvían guiados por su natural instinto.

Alguien tomó el toro por las astas y decidió el necesario y doloroso sacrificio de los animales más enfermos o que representaban una mayor amenaza por su carácter de perro bravo, y todo esto porque presentaban un problema de higiene y salud en un recinto donde se cuidan mucho los aspectos que puedan originar focos de enfermedades peligrosas. Asi que para prevenir pestes, rabia y cosas afines,  los encargados de la Sanidad e Higiene ambiental, comenzaron el duro y triste trabajo.

Copo fue encerrado bajo llave, para evitar que cayera  en manos de funcionarios y al poco tiempo  volvió todo a la normalidad.

El patio se veía más limpio, y el orden en el basural era permanente. Los soldados que acostumbran a acompañarse en sus puestos de guardia con estos fieles amigos,  verdaderos fieles compañeros de prolongadas guardias y trasnochadas les extrañaron con mucha tristeza  en un principio, pero siendo el hombre un animal de costumbres, se acostumbraron también a esas obligadas ausencias.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 A C C I D E N T E

Capítulo Nº  6

 

            Copo acostumbraba a presenciar los cambios de la guardia y normalmente, cruzaba la Avenida hacia el casino de oficiales que, ubicado frente al Regimiento y al lado de la playa, le brindaba un agradable lugar de solaz. Algunas veces paseaba por la cocina y siempre había un plato de buena comida para él, sin costo alguno, y por supuesto podía pasear a sus anchas.

Cierto día, pasando una “ronda” por el cuartel, sintió el llamado del apetito y se dio unas vueltas por la pieza de los soldados de la Guardia olfateando si habría alguna posibilidad de un “extra” para calmar el diente. Después de buscar algún hueso, imposible de encontrar en los platos vacíos, se fue  trotando  con su siempre orgullosa estampa de perro agrandado y fino, y con la cola en alto, propio de la ostentación de “su” grado,  al Casino de Oficiales, donde tenía seguro, un plato bien dispuesto.

El centinela de la torre norte de la entrada del cuartel, lo vio salir, detenerse un instante dudoso. Miró hacia atrás y meneando su cola altivo, atravesó osadamente la calzada.

Nadie sabe qué pasó. Pero la curva que precede a la entrada del cuartel, mostró sorpresivamente un vehículo que conducido a gran e irresponsable velocidad golpeó al inocente y distraído Copo, quien voló por el violento impacto, en una interminable carrera hacia lo alto, subiendo herido por los aires.

El conductor irresponsable miró por su espejo retrovisor y exclamó: -¡Ah!, es sólo un quiltro,  y siguió indiferente su loca carrera, disminuyendo la velocidad al pasar frente al Retén de Carabineros de Playa blanca,  y volviendo a acelerar hasta perderse en dirección  al norte por la costanera .

Copo al instante del impacto, solo sintió un fuerte golpe.

Cuando volaba por los aires, recordó aquel lejano enero, cuando el teniente Sánchez le tomó por el aire y éste inocente le orinó su limpio uniforme.

Giró en ese confuso paisaje de  ideas y visiones que lo hacían mirar el cielo azul,  o el pavimento, vio revuelto su entorno y no podía centrar en algún punto fijo su mirada. Veía ahora al guardia de la Torre Norte y se le aparecía de pronto en otro ángulo las olas de la playa, fue un viaje eterno y allí se le vino todo a la mente  en corto tiempo de toda su vida de perro soldado de infantería, hasta finalmente caer al duro y negro pavimento, lanzando solo un pequeño ladrido, como muestra de su noble valentía y quedar con su ojos agitados y su lengua húmeda  con tierra en su hocico aferrándose  con gran  dolor a la vida.

El guardia de la entrada vio con expectación el vuelo y observó que Copo con un mínimo quejido después de su caída, se  quedó largo tiempo mirando hacia el cielo  y tratando de buscar con su mirada la bandera tricolor que flameaba en el mástil en la entrada del cuartel.

Se convulsionó la guardia: ¡¡CABO DE GUARDIAAAAA!... Carreras inútiles a la enfermería, nadie sabía de veterinaria. –¡¡Urgente  un conductor urgente ¡!, gritó al rato el 2do Comandante, alertado del accidente por el oficial de la Guardia….

El Ayudante interrumpió al Comandante del Regimiento y este salió de carrera hacia el lugar de los  hechos.

Curiosamente y por esas cosas que nunca uno nunca sabe el por qué suceden, el “Huaso” Rivero que por circunstancias del destino se encontraba ese día de conductor de servicio, corrió hacia la calle en su vehículo y acomodándose muy cerca del accidentado, mientras los centinelas suspendían el tránsito de la vía  sur. Lo subieron delicadamente evitándole cualquier daño mayor, y llevándolo raudamente a un veterinario lejano en el centro de la ciudad.

El huaso aceleró el Unimog y Copo recordó, metido en la falda de un centinela, aquel primer viaje cuando  en un vehículo como aquel  que llegaba por sus sonidos a su oído  concurrió por primera vez a San Pedro de Atacama a cumplir lo que llamaron sus hermanos  “humanos”, su primer “Período Básico”.

Un pequeño auto seguía la caravana conducido por el teniente Pardo  que sentía en ese momento arrancar con tristezas su atribulado corazón. Él lo había tenido encargado cuando Copo sufrió su enfermedad y aunque era otro Alférez el que hoy lo cuidaba, sentía la misma pena que muchos integrantes de la Unidad.

La espera siempre desespera.

Estaba grave. El médico veterinario civil que  le examinó  poniendo todo lo mejor de sí, aplicó toda su sabiduría y experiencia luchando minuto a minuto por salvarle la vida, Copo aun luchaba y se dejó inyectar calmantes y curación de heridas sin mover ni siquiera sus ojos.

Al día siguiente la cuenta fue normal. Todos sabían los tristes acontecimientos del día anterior y  crecían  por el tiempo transcurrido, las esperanzas.

 Se sabía que aun Copo permanecía grave. Aunque parezca tonto decir, pero muchos Oficiales, Clases y Soldados, hasta rezaron a San Francisco por su  posible y lejana posibilidad de recuperación.

            Se reiniciaba el día con los Honores reglamentarios. Al tocar  el clarín en boca del siempre afinado Cabo Jacob Hernández el toque de Izamiento de la bandera, y recorrer en el mástil de la entrada del cuartel el trapo santo el largo camino hacia la cúspide del asta, un sentimiento de tristeza profunda recorrió el alma de la Unidad. En esos  mismos instantes sonó el teléfono del Ayudante y una voz fría e indiferente de la secretaria dijo: “Vengan a buscar al perro del regimiento y pronto por favor. No aguantó el tratamiento.”

La muerte le venció y deben haber sido sus últimos deseos despedirse con un abrazo cariñoso de todos los integrantes del regimiento, perdón de SU Regimiento “Esmeralda”.

Nadie más habló de él.

 Cada cual lleva en su corazón su propia historia y visión  conforme a su particular experiencia.

El huaso Rivero, voluntariamente  trasladó en su camión esa mañana, los restos del infortunado Copo y junto al teniente Pardo lo enterraron  envuelto en un humilde saco, en el jardín de la derecha, entrando al módulo  de Oficiales Solteros, por la puerta norte.

El mismo oficial Pardo, lleno de pena, prometió pintar un óleo con la carita del “Copo de Nieve” y mantenerla de recuero a la entrada del dormitorio de los oficiales.

Los otros oficiales hablaron de poner un monolito en su recuerdo en el lugar donde están sus restos y los más  solamente guardaron un gran recuerdo por Copo, el Quiltro que se convirtió por gracia y simpatía en el perro de los oficiales  que pasó gallardo y altanero, por el Glorioso “Séptimo de Línea”.

Han transcurrido algunos años.

Varias generaciones de oficiales y soldados ignoran la historia. Solamente  el Personal del Cuadro Permanente, testigo silencioso y observante permanente del cómo se van escribiendo  las páginas del desarrollo diario de la Unidad, guardan con profundo respeto el imborrable recuerdo del “Copo de Nieve”.

Algún día alguien pondrá una placa con la Insripción:  “A UN FIEL Y LEAL ESMERALDINO”  en su jardín.

Cada día y cada noche transcurrida, los más viejos sabemos que Copo se pasea con su cola enhiesta y encumbrada, en interminables rondas por su querido cuartel.

“Alférez, si sientes un  ladrido en tu puerta a medianoche, o rasquetean las pezuñas tu puerta inquietantes, no te asustes. Levántate, abre la puerta y déjalo entrar, que continúa escribiendo desde el más allá su historia.”

 

 

 

 

 

 

 

 

A MODO DE EPÍLOGO

            Esta historia, escrita con muy poca experiencia literaria, por allá por el año 88, hace más de treinta y cuatro años, ha sido hoy para mí, al leerlo nuevamente,  un bálsamo de paz, alegrías y gratos recuerdos de mis caminos recorridos como soldado en el Ejército de Chile,  y al encontrar este escrito, que fue publicado en alguna revista militar y que  con los años se perdió inexplicablemente he querido, aprovechando un ejemplar que por allí encontré en mis cajas,  y que fuera escrito y encuadernado por mi amorosa hermana Yunia del Carmen, ( Q.E.P.D.) gracias al apoyo de sus jefes en la U del Norte, escribirlo nuevamente respetando al máximo lo expresado originalmente pero corrigiendo algunas palabras mal empleadas o  aclarando algunas situaciones un tanto confusas que pudieran llevar a errores de interpretación, de modo que al escribirlo hoy, junto con traer a mi mente los recuerdos de ese tiempo, me ha llevado a la inquietud de  considerar que esta historia,  no debiera quedar en el olvido, por cuanto es  parte de mi propia vida y quizás alguien alguna vez se interese por leerla.

Cuando  este cuento fue publicado en la Revista “Armas y Servicios”, quizás por el año 1988,  por esas cosas que uno nunca espera, recibí  varios saludos de  camaradas que estando en otras guarniciones leyeron la historia y como  habían conocido al “Copo de Nieve”  solidarizaron  con esta humilde publicación, y muchos también me hicieron sanas críticas constructivas  referidas a errores gramaticales cometidos, o  algunas ideas inconclusas además de sus amables saludos y generosas expresiones de amistad.

Dentro de la correspondencia que recibí, una carta muy especial tocó mi corazón. El verdadero protagonista de la historia, el entonces capitán Juan Carlos Sands Ramos, dueño del perro, me expresaba su gratitud y las emociones vividas en su recuerdo,  contándome los pormenores de su vida, lo cual  no le permitieron volver al regimiento pero que, con los años se reintegró como Oficial de Intendencia  en el Regimiento de Infantería Nº 23 “Copiapó” y como corolario final una promesa: “Cuando pase por el Regimiento “Esmeralda”,  mandaremos a confeccionar una placa de mármol y la pondremos en el jardín donde descansa nuestro Copo, con la misma inscripción que dices: “A un fiel y leal “Esmeraldino””, para lo cual apenas se dé la ocasión te avisaré de mi viaje, puesto que en los próximos meses debo concurrir a Iquique a las compras de la Pascua del Soldado para nuestro Regimiento “Copiapó”,  terminaba su misiva.

Esa carta, la tenía como tesoro dentro de uno de los tres ejemplares que me regaló mi hermana. El uno se fue a la revista militar, el otro lo encontré hace un tiempo bastante ajado, y el más importante - el tercero- que contenía en su interior algunos saludos y esa carta tan importante para mí, tuve la mala idea de facilitarla a un amigo compañero de un viaje a Santiago, que me prometió  fotocopiarlo  y enviármelo por correo, apenas lo terminara de leer, intercambiando direcciones, fonos y datos de contacto que con el tiempo se perdieron de mi vista. (De eso hace más de treinta años…)

Por esas cosas que uno nunca termina de entender la vida, o quizás  los designios divinos, pasaron algunos meses, y nunca supe más de lo que habíamos quedado de coordinar con el Capitán Sands.

Una tarde me fui a rezar a la Capilla Militar, cercana al Cuartel General del Regimiento,  y no sè porqué lo hice, si en verdad nunca iba a ese lugar,  puesto que no estaba tan ceca de mi Unidad militar, salvo los domingos que era para mi visita obligada por ser Día de Misa  y  participar de las actividades pastorales o corales  de la capilla.

Cuando  intenté  entrar a la nave principal de la capillita y concentrarme en un instante de recogimiento espiritual y oración, vi una urna, con cuatro candelabros eléctricos encendidos,  con su tapa cubierta y el más absoluto silencio sepulcral en  el solitario lugar. No se encontraba ni siquiera el sacerdote, y allí entonces me senté a rezar, a pedirle a Dios por el alma de esa persona cuyo cuerpo descansaba en ese lugar y que hasta el momento me resultara absolutamente un desconocido.

Rato después, y ya con ese deseo de retirarme por respeto al fallecido y porque en verdad no había nadie en esa soledad de la Capilla, me levanté de mi asiento y toqué la urna, me persigné con respeto,  y  entonces apareció el sacerdote, a quien le pregunté quién era el occiso: ”Es el oficial de Intendencia del Regimiento  Copiapó, que falleció en un accidente vehicular viniendo de la guarnición de Iquique, cerca de la oficina Chacabuco, se volcó y su cuerpo salió eyectado por el aire. Iba de regreso a la Guarnición de Copiapó”.

Levanté la tapa con respeto, y allí estaba descansando para su paso a la Vida Eterna,  el rostro y cuerpo del querido teniente Sands con sus ojos cerrados, su rostro sereno y su  hermosa dentadura  blanca.

¿Qué me llevó a visitar la capilla para rezar esa tarde  siendo algo inusual, puesto que  a la capilla nunca asistía en la semana?

………………………………………………………………………………………………………………………..

Al día siguiente  y  coordinado con el  sacerdote, me señaló la hora que llegaba un vehículo del Copiapó a buscar sus restos.

Estuve allí temprano. Sentía que era mi deber  acompañar al querido teniente en ese momento tan especial y de tanto dolor, en medio de la soledad y la indiferencia de quienes quizás debieron estar allí haciéndole al menos una oración.

Un tosco vehículo, se  aculató a la entrada de la capilla, y  entre varios subimos la urna arriba de un frio camión, ni siquiera adaptado para el traslado de una urna.

Una vez cumplida la tarea,  partió el ruidoso camión y se fue por esa calle que pasa justo frente al regimiento, y yo entonces derramé silencioso unas lágrimas viriles,   y me acordé que por esa misma calle al fondo, donde  pasaba en ese instante, había  también salido eyectado por el golpe, el frágil cuerpo del Copo, y a lo mejor en ese instante, se unieron ambos, por esas cosas que solo Dios entiende, y unidos al fin y al cabo, se fueron a descansar juntos y para siempre,   en algún lugar del cielo.

Han pasado tantos años, pero en verdad no hay oportunidad en que no me acuerde de este oficial amigo y su perro blanco;  cada vez que he ido a lo que queda de nuestro amado Regimiento paso cerca del  “Módulo de oficiales” y a la entrada, entre la tierra y el abandono, sé que descansa el “Copo” y que alguna tarde,   cuando pase la maquinaria  retroexcavadora quizás con qué proyectos, se removerán y  sus huesos y  esta historia quedará solo en la retina y el recuerdo de los que pasamos por  nuestro amado  Regimiento “Esmeralda”, el cual también ha sufrido el injusto e impensado deterioro de su historia, en una idea modernizadora que no solo arrasó con la Gloria y la historia sino que impuso  nuevos sistemas, necesarios por cierto `para los tiempos que vivimos, pero dejando casi en el olvido lo más importante que mueve al soldado y al hombre, su mística y su sano orgullo de ser parte de lo que hoy se extingue en el  fuego y “polvo del olvido”.

La Galería de Comandantes, creada por el Coronel Belarmino López Navarro, célebre comandante del “Esmeralda”, tenía en el interior de  la Comandancia, una placa de madera con letras de bronce cuya frase rezaba: “ESMERALDINO, NO DEJEIS QUE EL POLVO DEL OLVIDO BORRE SU PASO POR ESTA UNIDAD”.

¿Estaremos haciendo  caso omiso a esa verdad implacable?

 

UN CUENTO DEL TIO

6 de enero 2022 Estimados amigos y vecinos de Antofagasta: Hoy, bajando por la Avenida Arturo Pérez Canto, al llegar al semáforo   con A...