De las cosas importantes y personales de nuestra vida, y que van quedando en los recuerdos del futuro personal y colectivo de las historias pampinas, está esa cosa común que nos une, y que se relaciona con la vida silenciosa y sacrificada de esos hombres y mujeres que se formaron en el crisol del ardiente sol de las salitreras y que heroicamente se entregaron a distintas tareas que les permitieron sembrar en los corazones de su hijos y de sus familias, esos valores tan propios del hombre de bien, y que son nuestra principal herencia como hijos agradecidos de ese tiempo pasado y que conformaron la generación que se va extinguiendo y que perteneció a nuestros amados padres, y esa esencia de ellos mismos, reflejada en las generaciones actuales, nunca podrán cambiar esa riqueza interior del pampino que sigue en la lucha diaria de la vida, aunque sean hoy otros tiempos, otras formas, u otras condiciones, pero que son enfrentadas con nuestra forma de ser, gracias a lo que recibimos de esa “vieja” escuela.
En esa
enseñanza heredada de nuestros padres, aprendimos a enfrentar la vida,
entendiendo siempre que nada en la vida es
gratis, y que la única forma de crecer y ser mejores, es trabajar con esfuerzo, estudiar con
entusiasmo, y vivir la vida
con sencillez y simpleza, para no sentir
nunca la debilidad de las tristezas que puedan opacar nuestra natural
alegría de vivir, y en eso, salvo algunas
excepciones, debemos tener siempre la dicha y gratitud de lo que vivimos
y sentimos, tan nuestro, tan íntimo, tan personal, tan “pampino”, que cada cual
puede sacar sus propias cuentas,
conclusiones y experiencias.
En tal
sentido, siempre debemos honrar al trabajador de todos los tiempos. A ese hombre y mujer que buscó en cada amanecer, en medio de la soledad, del
frío matutino, o el inclemente sol del
desierto, o en la frescura de los
eternos atardeceres, luminosos y crepusculares, el néctar que nunca se acaba, la
esperanza, hermanado con su voluntad de
servir y trabajar, y que también estuvo acompañada de incertidumbres y sufrimientos
como en todo orden de cosas, pero que nos llevaron por diversas sendas, en las cuales pudimos
vencer sin morir, y en medio de las
notas que interpreta la vida en su eterna sinfonía, cantar en el lenguaje
simple, no para encantar sino para hacerlo en medio de todas las
situaciones que nos regaló la vida de la
pampa y que cada cual aprendió superando
tantos dolores o difíciles experiencias.
Hace
pocos días, sentí una emoción muy
personal, ligada al sentimiento natural de hermandad sincera de pampino, pues
mi amigo de la infancia Leonardo Gatica Villarroel, con quien jugamos tardes
interminables en nuestra calle Luis Acevedo, ya ambos maduros, de mucho andar en la vida, con los bagajes de
experiencias abultados como parte de nuestros personales equipajes, sin dejar
de ser ni sentirnos niños como ayer, me
compartió en medio de las tecnologías
que hoy podemos apreciar y disfrutar y en las cuales quedan registro de
importantes testimonios, una nota muy especial que deseo compartir, primero con
estas breves palabras de alegría y emoción, y
también con el significado profundo de lo que ocurrió en este hermoso encuentro de familia en la Capital, y
en el cual se rindió un homenaje de amor, de gratitud y de reencuentro, para
cumplir una promesa hecha por los hijos del querido profesor Caupolicán Gatica y
su amada esposa Elba Villarroel, a quienes
conocimos y disfrutamos como niños pampinos en esas largas tardes que sólo
los que vivimos allí alguna vez conocemos, y que vimos transcurrir en sus polvorientas calles, y entonces se nos vino todo el sentimiento al
alma, y no pareciera justo guardarse
esta historia para sí, pues es historia de todos y quizás muchos se sientan
identificados con lo que continuación
les cuento.
Don
Caupolicán Gatica, el ilustre Maestro y profesor de nuestra Escuela Consolidada
“América”, y del cual alguna vez dediqué una extensa nota de homenaje compartiendo
algunos extractos en este relato para refrescar nuestra memoria, nació y creció
en la ciudad de Illapel. Ligado al mundo del trabajo de su propio padre, que en
medio de los vergeles aromáticos y frescos de la IV Región, se constituyó en su
mejor ejemplo en cuanto al sentido de la responsabilidad laboral, puesto que
era un hombre de esfuerzo, que administraba su propia cervecería, aprendiendo
de él el sentido del deber, el orden y administración. Pero Caupolicán sentía
que ese no era su destino, pudiendo quizás haberlo elegido como proyección,
pero tenía impregnando en él, una silenciosa y fuerte vocación de músico y educador,
muy lejanos a los temas laborales y de subsistencia en los cuales se crió
En esos parajes solitarios de ese campo y de
esas tierras generosas en sus frutos, se formó su carácter de hombre de
esfuerzo, que ya en esa época juvenil era un eximio intérprete de violín. Mantenía
siempre presente en su personalidad, ese ideal profundo y de convicción
interior de servir a la educación tomando con mucho cariño su claro deseo de educar, en especial en esos centros
salitreros de más al norte, que en ese
tiempo obligaban a muchos jóvenes a iniciar a temprana hora su vida
laboral, renunciando a las posibilidades
de buscar otros horizontes, pero
que con una buena formación, una educación estricta y personalizada, les
darían mejores herramientas para enfrentar sus vidas. De allí que, iniciada su
vida de maestro en años posteriores, él mismo ejerció mucha influencia en los jóvenes
pampinos de ese tiempo, a quienes les dedicó gran tiempo de su vocación de
profesor, siendo un artífice fundamental de la Escuela Nocturna, para brindar
otras mejores oportunidades a los jóvenes trabajadores.
No todos
conocen que, además, fue creador y
gestor de la formación de importantes grupos
musicales como lo fueron las
bandas de músicos pampinos del Cuadro Blanco, y las bandas de los Boy Scout, y junto a distinguidos
maestros y músicos locales, integraron una de los primeros Coros, el recordado “Coro Santa Cecilia", ligadas a su genio creador y musical, y que obedecían a su
permanente compromiso de servir en esas instancias educativas, las cuales le
abrieron esas puertas del conocimiento y esas capacidades desarrollaron en él su sentido de educador por excelencia.
La vida
laboral de Don Caupolicán fue, como la de muchos maestros ligados a la pampa,
de brillante y excepcional vocación, calidad y calidez. Fue responsable de la
formación de muchas generaciones que guardan una enorme gratitud a su capacidad
y profesionalismo puestos al servicio de la comunidad en general.
Muchas
veces, en sus tardes de tertulia personal, cuando el crespúsculo anunciaba ya la
hora del justo descanso, después de
pasear junto a su esposa Elba, en esos interminables paseos por la calle Luis
Acevedo hacia la plaza y volver
tranquilamente para nuevamente reiniciar la marcha en la misma dirección,
compartiendo la charla amena con su eterna novia, y disfrutar de los atardeceres maravillosos
pampinos, después de ese sagrado rito casi diario, se iba a su apreciado rincón musical donde le
esperaba con los brazos abiertos su atril, sus
viejas partituras con sus obras preferidas. Respiraba profundo , y
absorbía lo mejor de oxígeno mezclado con el infaltable polvo volátil de
nuestro ambiente pampino, y sentía entonces la magia de la inspiración, y desde
ese lugar, mirando un poco hacia la calle en ese enrejado ventanal de su dormitorio, aun
con leves pinceladas del colorido tiempo que aún se dibujaba en el fondo del paisaje de casas oscuras y
cielo rojizo, tan artístico, casi divino, como se pintan los cielos cuando el sol comienza a caer en el oeste de María Elena, el
violín de Don Caupolicán se entregaba a
la destreza de sus manos y sus ágiles dedos con alguna partícula oculta de la tiza
del aula entre sus uñas, se regalaba para
él y los suyos lo mejor de sus interpretaciones musicales; era su momento de
paz, de sosiego, de descanso en el cual
todo su sentimiento expresaba con tanta pasión y verdadero amor esas melodías que fluían armoniosas por las hendijas de la ventana y
que en medio del bullicio y faena de
los ruidosos molinos cercanos, donde se
volcaban los carros calicheros para la molienda, alcanzaban la vecindad, como
una espuma mágica que nos lavaba el alma y que opacaba suavemente las ruidosas
faenas mineras mezclada también en un paisaje fantasmagórico de densa niebla de
polvos, y las notas fluían serenas,
melancólicas, estridentes o silenciosas,
especialmente hacia nuestra casa, la del número 94, ubicada inmediatamente al frente
de la del número 82 de los Gatica Villarroel, y donde bajando todos los
volúmenes de la radioemisora local, agudizábamos los oídos con extremo cuidado y
delicadeza, para disfrutar también de su concierto solitario y vespertino, que
nos invitaba también a sentir en nuestros propias almas, todas esas maravillosas
sensaciones, que producen el desplazamiento del arco sobre las cuerdas de su
afinado instrumento musical.
Años
después, comentando esa virtud del Maestro con un amigo cercano, mi vecino
Sanfor, me decía que ellos también esperaban ansiosos esas tardes para
empaparse de música, de nostalgias, de emociones, por lo que aun en esa actitud
tan personal, también el profesor educaba indirectamente a sus vecinos, en el
amor a la música clásica y de tradición.
Fueron
muchos años de labor, y la pampa recibió de su generoso aporte y vocación los
frutos que por años se cosecharon con constancia y benevolencia y que
permitieron una mejor vida a los niños y jóvenes de ese lejano ayer.
La
imagen del Maestro estuvo siempre en la retina de sus alumnos como ejemplo. Sin
duda que su porte, su estatura, su seriedad y capacidad pedagógica y docente,
permitían que el aparentemente duro maestro, que muy pocas vimos reír mostrara
lo mejor de sus bondades y que en el ejercicio de su vocación despertaban en él
todos esos humanos sentimientos de hombre de bien. Sabemos que en su corazón
todo eso lo hacía vibrar, y se regalaba hacia sí y los suyos amor en abundancia
y felicidad plena, pues no solo se
trataba de educar, sino de servir como él quiso hacerlo con su vida en la pampa
salitrera, y en eso como maestro, padre, amigo y esposo, también era ejemplar.
Terminado
su largo proceso laboral en la pampa con frutos que alguna vez sus propios
alumnos recordarán con el valor de su
inmensa entrega y amor a su trabajo, y en esas circunstancias que
siempre cuesta enfrentar cuando debemos llegar al final de nuestra vida útil de
trabajo, quedando siempre tantos cuadernos en blanco por escribir, tanto que
hacer, mucho que formar, tanto por crear,
debemos asumir que el tiempo inexorable
y los sistemas que enfrentamos en
la vida en que todos los caminos siempre
tienen principio y final, partió nuestro
querido maestro a radicarse a la ciudad de Concepción, donde después de disfrutar un tiempo de paz, de
unión a su familia, de paseos
para disfrutar del sur de Chile y
de sus tierras australes en ese último e inolvidable viaje que compartió con su
esposa Elba a la ciudad de Punta Arenas,
disfrutando con sus hijos que vivían cercanos en esa ciudad, ya alejado de las aulas y de su verdadera
vocación como lo era la música y la enseñanza, encontró ese tiempo tan suyo que
no solamente dedicaba horas a su pasión
musical, sino que también a la lectura, pues era un ávido lector. Todo lo que
caía a sus manos literalmente lo devoraba con su mirada y lectura, y crecía
siempre en su gran sabiduría y conocimiento; sin duda un hombre que nunca dejó
de enseñar, pero jamás se dio un minuto para no darse el necesario tiempo y
oportunidad en aprender. Todo en su vida fue un permanente aprendizaje.
Después
de ese último viaje del año 1971, con su
esposa, la novia que había conocido en Santiago y con la cual inició su vida matrimonial trasladándose con
su hermosa Elba a esas tierras aparentemente inhóspitas, pero que se meten en
el corazón a fuerza de “ñeque” pampino y al final siempre encantan y conquistan el alma, la familia que
ya sabía que una irremediable enfermedad afectaba su organismo, pero sin saber
él de su mal interior, siguió siempre con
sus inquietudes educativas, con esa fuerza que le caracterizaba,
haciendo honor a su nombre heredado de la historia: “Caupolicán”, y cargó en el
silencio de sus hombros y carácter fuerte, la inquietud, la duda, la
preocupación, intuyendo quizás, por su gran inteligencia que algo no andaba bien. -“La familia nunca
se lo dijo y tuvimos especial cuidado que ningún médico se lo dijera. Fue en
ese viaje, cuyo regreso a Concepción tuvieron que adelantar, que se inició el
principio del fin.”- me comentaba en alguna conversación nuestro amigo
Leonardo.
Don
Caupolicán Gatica, falleció el 20 de octubre de 1972.
Nunca mostró debilidad frente al dolor. Era un
hombre fuerte, se mantenía enhiesto e incólume frente a los acontecimientos, y
hasta el último minuto se dedicó a lo que más le gustaba, aparte de la música y
vocación de educador: Vivir, rodeado del amor de su esposa e hijos y sus inolvidables
recuerdos de la pampa salitrera que lo acogió como a tantos pampinos.
Tiene
que haber aflorado a su memoria en sus minutos finales, sus primeros años de
juventud en Illapel, que forjaron en medio de las aromáticas cebadas y
sembrados, su deseo altruista de
trabajar en educación, alfabetizando a sus compañeros mineros, y siempre
preocupado de ellos por la siempre presente “cuestión social”, un quijote
silencioso y académico , que luchó también con
ideales personales frente a las eventuales injusticias y desórdenes que
dan el siempre complicado sentimiento del poder
y quizás fueron las notas de su compañero eterno, su violín, que le acompañaron como un
dulce bálsamo en ese trance de partida
de este mundo, sin dejar de sentir en la
piel de sus manos y su curtido rostro, el cariño de quienes tuvieron la suerte
de vivir y amarlo siempre, permaneciendo
siempre a su lado.
Dejó este mundo sembrado de flores y
sabiduría, enseñanzas y música, y sus restos mortales fueron dejados en Concepción,
la ciudad de las flores y del clima benigno, en la tierra heroica y húmeda que
dice ser la “Ciudad de la Independencia” y que él tanto amó, en medio de los
aromas del Canelo, Avellanos o Laureles de la muy hermosa ciudad que le brindó
un gran regalo de solaz y descanso al insigne profesor.
De modo
que Don Caupolicán Gatica, después de trabajar años en la pampa y marchar en
ese tiempo que llamamos de jubilación en
el que nunca uno se va contento pues siempre queda tanto por hacer, partió al eterno descanso allí, luego de lo
cual parte de la familia, por buscar mejores perspectivas económicas y nuevas
oportunidades, se trasladó a la ciudad de Santiago, y cada cual de sus hijas a distintos lugares
de Chile, y así fue que sencillamente hace cincuenta años que pasaron raudos como
simples horas y semanas.
Cuando
hay amor, comprensión y ejemplo de familia, los hijos asumen entonces que la
vida continúa y hay que atender entonces a mamá. para acompañarla en el dolor
de su soledad y brindarle lo mejor de la vida, como una obligación personal que
cada hijo se compromete a cumplir. Y en ese caminar de la vida entonces, cuando
ya todo marchaba nuevamente sobre ruedas, la ley de la vida implacable, con los propios designios del destino, se
lleva en el año 2009 a
Doña Elba, que como madre de hijos pampinos, descansa en el lugar digno
en el Cementerio Parque del Recuerdo en Santiago, provocando en ese entonces un innegable dolor en medio de la soledad,
pero cada cual de acuerdo con los valores de su propia educación y el
significado profundo de la vida, en esas circunstancias, sienten que alguna
vez, deben reunir, no tanto allá en la
eternidad como creemos los que somos más creyentes, sino que en la propia reunión de sus restos terrenales
y es allí cuando se inicia esa promesa familiar de alguna vez, con el natural
esfuerzo y sacrificio propio de lo que
significa reunir los restos de Caupolicán, el Ilustre Maestro y su amada y
bella Elba, permitir que ambos descansen
en un mismo lugar, durmiendo el sueño eterno, como en sus mejores años de la pampa, en un lugar de comunión espiritual para la
familia y por supuesto para el eterno descanso
de sus restos mortales, reunidos con invalorable amor y justicia, en un
mismo y sagrado lugar.
Y esa promesa,
a veces dura muchos años, porque no es fácil cumplir todo lo que significa trámites,
traslados, autorizaciones, desvelos, temas económicos de por medio, pero la promesa,
es voluntad, y en eso rescatamos de esta experiencia, en la cual pudimos virtualmente
participar como una generosa ofrenda al
amor y cariño que se tuvieron esos padres,
ser testigos de un homenaje que quedó para el tiempo futuro, no sólo en
la modernidad de las redes, sino en el
corazón de sus hijos los protagonistas de esta historia tan íntima y personal
pero que deseamos con ustedes, francamente compartir.
Ya los
años han pasado, y de verdad muy rápido, los niños de ayer somos abuelos,
algunos bisabuelos, la generación se recambia por que la naturaleza es
implacable en su destino, pero lo que no varía jamás, son los sentimientos, el
deseo, la voluntad y los valores que nos heredaron nuestros padres y que, en la
lucha diaria de la vida, ponemos todos, de una u otra forma, siempre en
práctica, en honor a su recuerdo.
Hace algunos
días, para ser más exactos el 5 de febrero de este año de 2023, en el Cementerio Parque del Recuerdo de Santiago, la familia Gatica
Villarroel, con presencia de Margarita, Myriam y Leonardo, pero junto a ellos,
esos lazos y corazones invisibles que crecen y que se prolongan en sus hijos,
nietos y hasta bisnietos, más la
presencia espiritual de la familia que
de una u otra forma no pudo estar presente, se define al fin, después de 50
años, una promesa que nunca ha sido olvidada y
en un acto sencillo, sobrio, lleno de palabras de gratitud, amor, simbólico en ofrenda de flores y expresiones
de gratitud por el matrimonio nuevamente reunido en un acto de unión perenne, al fin los restos
de Don Caupolicán Gatica y Doña Elba Villarroel, que dieron su vida en tareas educativas en nuestra amada María
Elena, descansan definitivamente en ese lugar sagrado y de recuerdo a sus
memorias, y del cual nos hemos permitido compartir con ustedes, en estas tecnologías modernas que nos
llevan a los canales de difusión digital, y quedar plasmado allí
un sentido homenaje, que de verdad anuda
el alma, y que nos deja con ese gusto a felicidad pampina, porque ese compromiso de amor y de fidelidad, ha
quedado entonces cumplido y sellado, quedando para las generaciones del mañana, este ejemplo de la familia Gatica
Villarroel, que pudo ser el ejemplo de cualquiera de los pampinos que allí vivimos,
los Pérez, García, los Castillo, los
Molina o los Pastenes, los Inostroza o los Aracena, los Dubó, los Molina, los Maldonado,
los Vilches o los Aramayo, y todos esas hermosas familias que se han ido extinguiendo
en la noche de los tiempos, que han dejado en sus propios jardines, niños que
son hoy adultos, adolescentes y jóvenes,
que sin bien no conocieron la vida de la pampa, quizás con la misma energía
espiritual que nunca acaba, pero con las
dificultades que se nos dan en el eterno desgaste del hombre en su paso por la
vida, pero que nunca se olvidan, porque quedan allí, enredados en alegrías, en hermosos
recuerdos, en cruces olvidadas, polvorientas de los cementerios, pero que
despiertan cada amanecer de nuestras vidas
dándonos las fuerzas para seguir luchando, seguir trabajando, seguir
viviendo, y dejando para nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos, lo
único que podemos regalarles: el amor, el cariño, la educación y el ejemplo
noble de ser, de vivir y de permanecer para siempre en nuestros corazones, que brilla
como el fuego de una vela ardiente y luminosa, pero que poco a poco se va
extinguiendo y consumiendo, quedando su brillo en la retina de nuestros mejores
recuerdos y eterno agradecimiento en nuestras almas.
En este
homenaje de la familia Gatica Villarroel a sus padres, y que toca el alma, es
también justo y propicio, junto con
desear que descansen unidos y en la paz eterna, traer también a nuestros amados padres y
amigos, y junto a ellos, que son ejemplo
de unión eterna, a todos los que
lucharon estoicamente por construir un mundo de mejores perspectivas,
más justo, más ecuánime, más solidario, pero siempre ligado al único e indivisible factor de
unión, que nos ha regalado la naturaleza, como lo es la familia.
Pueden
ustedes, compartir y vivir este instante tan especial a través del siguiente
link, resultado del esfuerzo de una nieta, joven, que comienza la vida, con
nuevas tecnologías, con nuevas formas, pero que en su esencia representan el
compromiso eterno e ineludible de conservar por siempre ese valor del que tanto
hemos hablado en esta extensa nota de recuerdo y homenaje, como lo es la
familia.
Con
mucho respeto y tratando de que este homenaje de una conocida familia pampina,
nos llene el alma de recuerdos, les invito entonces a ver el siguiente, link
empleando la misma invitación que me hiciera mi amigo Leonardo a través de las siguientes
palabras:
Muy Querido amigo pampino Eduardo,
Acompaño
video preparado por Camilita, hija de Myriam, que registra la ceremonia
familiar realizada el pasado Domingo 05 de febrero referida a la sepultación de
las cenizas de mi Padre junto a mi Madre, en el Cementerio Parque del Recuerdo
en Santiago, dando cumplimiento al deseo de mi Madre de permanecer juntos, más
allá de la vida. Participamos 3 de los 6 hermanos que pudimos asistir, algunas
nietas y nietos, una bisnieta, entre otros familiares.
Un abrazo,
Firmado Leonardo Gatica Villarroel
Pueden
pichar ese link. (Apretar en su teclado “Control” y pinchar con el Mouse las
letras del link y verán en You Tube este video de homenaje.
Gracias
hermanos pampinos
Fotografías de propiedad de la familia, que han sido
generosamente facilitadas para esta nota por Leonardo Gatica.
El ilustre y querido Maestro Don Caupolicán Gatica |
Don Caupolicán Gatica, su esposa Elba, y sus hijas, las queridas hermanas Gatica: Carmen, Fresia (Chechi) y Guacolda (Connie) en brazos de su madre. |
Carmen y Fresia (Chechi) atrás y Guacolda (Connie) y Margarita, adelante. |
Con profesores de la Escuela Consolidada “América, entre ellos el profesor Dn. Alberto Estay Canihuante, a la derecha. Al centro la profesora Socorro Bascuñán Pavez y a la izquierda el profesor Sr. Claudio Galindo. |
“Mi Padre presidiendo una reunión de la Asamblea Radical de María Elena, en plena campaña presidencial. Aparezco como el único niño de la foto que mira por cierto a cualquier lado.” (Leonardo Gatica).
|
"Mi padre bailando cueca". (Leonardo Gatica
Un homenaje al Profesor más antiguo de la Escuela, Don
Caupolicán Gatica. (Revista Pampa). |
Algún descanso “playero” en medio de las tareas escolares, disfrutando un merecido descanso. |
(Foto señera.) Último viaje de mis Padres, esta vez en Punta Arenas. Año 1971. Mi Madre sabía que mi Padre tenía cáncer. Lo supimos en 1971, pero mi Padre no lo sabía. Creo que al final, mi Padre intuyó la enfermedad que lo aquejaba. La familia nunca se lo dijo y tuvimos especial cuidado que ningún médico se lo dijera. Fue en ese viaje, cuyo regreso a Concepción tuvieron que adelantar que se inició el principio del fin. Mi Padre falleció el 20 de octubre de 1972. (Leonardo Gatica). |
Agradecimientos
a Leonardo Gatica y sus hermanas y familias a quienes recordamos con tanto
cariño, por permitirnos ser parte de esta historia tan de ellos y personal. Sin
duda nos honran con su confianza.
Algunas fotos de lo que fue su domicilio en Luis Acevedo 82, que sin duda muestran el paso de los años. y algunas fotos de la visita rciente en febrero de 2023 a Maria Elena, recorriendo con nostalgias todos esos lugares.
Por esta ventana de la casa de los Gatica, fluían las más hermosas melodías interpretadas en violín que nos acompañaban en esas tardes melancólicas en las casas del frente en nuestra vecindad...