domingo, 26 de febrero de 2023

EL “MONO CURUTA”

 RECORDANDO A SERGIO ESPINOZA MATURANA EL “MONO CURUTA”


Nos cuesta entender, en esta vida plena que llevamos, con dolores, preocupaciones, inquietudes y toda esa “salsa” picante que revuelve los estómagos de la diaria existencia, que la amiga muerte nos espera, irremediablemente en la vuelta de la esquina.
Y la tratamos de evitar, no la queremos aun, por que nuestros ojos desean seguir viendo los amaneceres soleados y hermosos del día a día, o sentir el frío nocturno en esas tertulias largas y nocturnas en que las estrellas nos miran y nos hacen ¡¡ SALUD!!, en medio del humo del asado y la cerveza, y que se van elevando con sus aromas hacia el cielo, llevando nuestras tristezas y transformando la vida en alegría, porque de eso se trata vivir y en ello recuerdo con nostalgia lo que mi padre nos decía siempre: “Cuesta tan poco ser feliz”, y se empinaba el codo para mirar al cielo como agradeciendo a Dios, y tragarse de un sorbo su amada “Caña de Vino Tinto”, porque esa era su ceremonia inicial de cada almuerzo, y cada cena, sin ser beodo ni ebrio, pues también era muy responsable y trabajador, pero en la hora del ¡¡SALUD!!, era ¡¡SALUD!! y ¡¡punto!!
Hoy día 24 de febrero, nos golpea esa noticia que como dice mi amigo, Marro, “la noticia que nunca queremos nombrar”, la partida de un ser querido, del amigo de la juventud, de ese ser que tuvimos la suerte de conocer e identificar en todos los momentos y etapas en busca de nuestra madurez, encontrándonos siempre con su sonrisa, su amistad, su chiste a flor de labios y su “inmadurez” de vivir, porque en eso, SERGIO ESPINOZA MATURANA, (Q.E.P.D.) el querido “MONO” CURUTA, nunca quiso crecer en su mente, pues prefería ser el niño feliz, criado en el barrio de la calle Covadonga, y seguir siempre fiel a sus amigos de la calle, a su cerveza ocasional y a sus infaltables negocios, y eso fue lo que marcó la diferencia entre nosotros, puesto que además de ser brillante en Matemáticas y Física, que eran nuestros difíciles ramos en la época de estudiantes en la U.T.E. él, además, se permitía el lujo de hacernos clases particulares, para entender las dificultades del seno, del coseno y la tangente, y pasaba paciente largas horas agitando el lápiz sobre los viejos y rayados cuadernos de hojas verdes de roneo, ayudándonos a solucionar esos problemas que nos planteaba el “Chino” Pinto y que tenían que ver con la Velocidad Inicial, la velocidad final y los cálculos de la física de los movimientos uniformemente acelerados de los objetos y sus distancias, temas que se enredaban en medio de alguna anécdota y vivencia estudiantil, o un pelambre académico, pues no era “tonto grave”, sino que además de enseñar, amenizaba su pedagogía de hombre de pueblo, con el chiste y la conversa lo que al final, nos permitía calmar los nervios, no aprender nada, pero haber pasado muy bien la larga y pesada noche y llegar muchas veces con las mismas dudas a las pruebas programadas.
Una tarde noche, con alguna dificultad por parte de mi madre, me autorizó que me quedara en la casa del Mono, para esperar el bus q de la U.T.E., que pasaría como a las siete de la mañana por la Avenida Argentina camino a nuestra Gira de Cuarto año de Electricidad a conocer la Planta de Energía de la Central Termoeléctrica de Tocopilla recién inaugurada, o en proceso inicial de operaciones, así que esa noche, con el pequeño bolso con toalla, pasta de dientes y algo de cambio de ropa, nos fuimos a su casa, y mi madre que era delicada de “cutis” y muy aprensiva, me dijo, siéntense en el sillón y no se te ocurra acostarte en una cama que no sea tuya, y entonces como la mamá del Mono la Sra. Clarita, mujer humilde, artista pues hacia unas maravillas manuales con sus manos y decoraba su hermosa casa en navidad con cuadros y motivos navideños que elaboraba con sus manos todo el año, ella siempre hacendosa y noble, nos decía: -Acuéstense un rato en el sillón o sobre las tapas y pongan el despertador para irse mañana temprano a esperar el bus que los lleva a Tocopilla.”
Y entonces como a las dos de la madrugada, estando yo medio dormido encima de las tapas de la cama disponible al lado del mono, de esas camas antiguas con peras de bronce de y esos colchones con malla metálica, sentí una picada muy fuerte en el pecho, y le dije: -“Mono prende la luz”-. y comencé a ver que un bicho, caído quizás del cielo de la casa antigua, se paseaba feliz por mi blanca tez, y el mono gritó: ¡¡WEON ES UN CHINCHE!! y yo no conocía ni las pulgas, así que tuve la mala cueva de ser picado por ese insecto y él lo tomó con un papel y lo hechó en un frasco para “estudiarlo”, y se trajo de la cocina un limón que esparcía con sal en medio de la picada, y de pronto la piel comenzó a hincharse, a elevarse en varias protuberancias y formar en mi pecho un mapa de continentes en relieve que se iban levantando como montañas de carne en medio de los deseos de rascarse y el Mono me decía: ¡¡NO GUEVON. NO TE RASQUES, SOLO ÉCHATE LIMÓN y entonces nos llegó la madrugada y ya de tanto fregar el limón y mojarme el pecho fuimos ambos quedándonos dormidos, calmada la picazón y fue entonces que el reloj sonó como a las 8 de la mañana y vino el otro grito de_ ¡¡ GUEVON NOS QUEDAMOS DORMIDOS… y corrimos con el limón en el pecho con el “Mapamundi” a relieve en mis carnes y como estábamos vestidos, agarramos los bolsos y correr y correr a la Avenida Argentina, rezando y rogando a Dios que la micro aun no hubiera pasado, pero cuando ya llevábamos como una hora viendo el sol muy alto y la picazón del chinche, entonces el Mono me dijo:¡¡Vámonos a dedo..! y nos fuimos caminando por la calle Iquique para soñar que alguien se detendría y nos llevaría a Tocopilla, y además porque yo prefería no ir a mi casa porque mi madre además de sacarse las chalupas y darme la contumelia, me diría otra vez: - WEBÓN TE DIJE QUE NO TE DURMIERAS… Así que en ese intento de ir a Tocopilla, nos dieron como las doce del día, y entonces nos volvimos derrotados a la casa del Mono, pero yo le dije que me iría a casa y en verdad tuve que hacer hora por los aledaños del terminal pesquero como hasta las seis de la tarde, para llegar muerto de la risa con la mentira en los labios de la maravilla que era la central eléctrica de Tocopilla y entonces echarme cremas y poco a poco sentir que la picada se iba deshinchando y la piel volviendo a sus páramos normales, y quedarse con la idea de habernos perdido ese viaje que era la gira de fin de año de nuestro Cuarto Eléctrico.
Estábamos siempre en todas. Éramos como el arroz graneado. En alguna oportunidad un amigo pampino, Ricardo Jorquera de María Elena, que estudiaba el colegio San Luis, nos pidió que le ayudáramos a construir un carro alegórico para la comparsa de su colegio, y nosotros, alumnos de la U.T.E. teníamos bastante por no decir humildemente, mucha experiencia en esas aventuras universitarias de levantar esas bellas obras de arte con armados de estructuras de alambres y flores de papel, y en esas comparsas recorrer las calles de nuestro Antofagasta, brindando la alegría de nuestros aniversarios y fiestas "mechonas" a los ciudadanos en esa calle de siempre, la calle Prat. Así que muy entendidos en esas materias, aunque fuéramos muy jóvenes estudiantes, nos pusimos en manos de nuestro amigo pampino, y construimos, con los estudiantes de su curso y el apoyo de apoderados muy unidos a sus hijos, un gigantesco "Iglú" de papel, pintado blanco, pero con una característica, que anunciaba a través de una gran nevada artificial el crudo invierno del Artico y el sacrificado medio de vida de sus habitantes que para la ocasión vestían con sendos trajes de piel y grandes protectores que cubrían el supuesto frío sobre sus cabezas. Una comparsa de "Esquimales", y hasta focas ambientadas de cartón. Llevábamos unos de los primeros motores generadores que se utilizaron en carros alegóricos y con un gran ventilador, casi gigante adaptado a la "chilena", cuando pasamos por el "Jurado" que evaluaba los trabajos, nuestras manos volteaban sacos de plumavit molida sobre los ventiladores y entonces daba la idea que estaban los "Esquimales", bajo una inmensa "tormenta" de nieve en lejanas y nevadas tierras. No cabe dudas que mi amigo Jorquera estaba feliz, pues su curso obtuvo el "Primer Lugar", donde trabajaron con mucho entusiasmo, pero siempre con el Mono hicimos de serviciales colaboradores y aportando nuestros conocimientos técnicos en el empleo e instalación de los medios eléctricos de alumbrado y motor del Carro Alegórico.
Una noche de esas de inspiración poética, con nuestro amigo Patricio Valenzuela, nos encontramos en mi casa de Prat 970, con el genio creativo y literario del "Pato", y el "chistoso" y agradable mundo del "Mono", escribiendo y adaptando el Libreto de ese Clásico Universitario, que con tanto cariño desarrollamos y que presentamos el 15 de Septiembre de ese año 1972, "Calchilla y el Genio de Aladino", protagonizando un personaje como el "Genio de la lámpara" otro "pedrino" pampino y compañero de la U.T.E. Wilfredo Vilches, empleando la temática de hacer realidad varios deseos del personaje principal, "Calchilla", (personaje absolutamente "Pampino", y que se iban presentando como arte de magia en hermosos e iluminados cuadros en el Estadio Regional de Antofagasta, y que pese a los múltiples ensayos, tuvieron algunas fallas de energía en los momentos más cruciales que de alguna forma afectaron su éxito total, pero que contó con la comprensión del público. Ese libreto lo trabajamos en su parte final junto al Pato y al Mono, toda una larga noche. Éramos expertos en trasnochadas, sanas y "académicas" de trabajo para cumplir nuestras tareas y compromisos estudiantiles. Este clásico, bastante diferente pero con una misma línea temática, había sido también presentado en alguna olimpiada veraniega por jóvenes del grupo de estudiantes en Pedro de Valdivia, y contando con quienes trabajaron como Directores y Libretistas, Pato Valenzuela y Juan Carlos Arqueros, fue adaptado y presentado con un gran despliegue de medios, y distribuidos los cuadros de las escenas por las distintas especialidades técnicas de nuestros compañeros, alumnos y profesores del querido Grado de Técnicos Profesionales de la U.T.E.
Hay muchas historias, largas, de grandes momentos vividos con el Mono Curuta. De hecho era el amigo de mi familia, por allí cruzó también sus lazos románticos de “Mono” conquistador con una de mis hermanas, hoy también fallecida, y que fue quizás para él y para ella el “primer amor de la vida”, pero el Mono era muy diablazo y duró poco el romance. Se terminó un día que llegó, (como era de chistoso y comediante), muy elegantemente vestido, con aromas de colonia Inglesa, y la fatal decisión de hacerse el “lindo”, con una “PELUCA” frondosa y larga, para quizás darse el aire de joven “lolo” de la época y parecerse un poco a los pelucones y coléricos que usaban en el paseo tontódromo de la calle Prat, sus blue jeans “pata elefantes” y, en eso el Mono, tenía un padre muy amoroso, pero estricto, como buen ex uniformado de Carabineros, y no le permitía esos deslices de dejarse el pelo largo, ni vestirse como muchos jóvenes de ayer, a la “moda”. Así que el romance se destruyó rápidamente con la llegada de su nuevo “look”, y esa peluca casi “femenina” por su cabellos largos, desilusionó y produjo definitivamente el desenlace del incipiente romance que recién volaba por los aires juveniles y primaverales de la vida de juventud. Después de todo, eso fue su primer gran y desastroso “chiste”, y seguimos siendo grandes amigos, y luego con el tiempo dejamos de vernos, pero vivimos otra gran experiencia que no puedo dejar de nombrar.
Fuimos llamados a cumplir el Servicio Militar al Glorioso Regimiento “Esmeralda”, y acuartelados en Abril de ese año 1974.
Para mí, que era un tanto distinto, sería quizás una nueva y hasta hermosa experiencia y casi un vehemente deseo interior de conocer la vida militar que sólo había experimentado por conversaciones amenas y enseñanzas de mi amigo Carlos Gutiérrez que había hecho el Servicio Militar como estudiante y otros compañeros como el "Flaco" Ramón Lazo, y el otro "Flaco" Manuel Cordero y el "Mateo" Norberto Morgado, que nos hablaban en largas tertulias de casino estudiantil, acompañados de largos e interminables desayunos de té con leche condensada y pan con huevos, de las armas, de los regadíos de patios extensos con cuchara, de los plantones en medio de los patios con el colchón y toda la ropa de cama al hombro y con pijamas, lo que parecía en su totalidad, una agradable estadía que se complementaba con las enseñanzas propias del mundo militar. Siempre he sido un hombre que se adapta a toda situación y asume lo que debe en toda circunstancia.
Estuvimos vestidos con uniforme "verde oliva" de reclutas con el Mono en la misma escuadra y sección de la Compañía de Morteros. Éramos desde ese día del acuartelamiento soldados, de la misma escuadra.
Pasamos alguna noche conversando en medio de los gritos y los “palos” que volaban en la Cuadra de Soldados, y corrimos por los patios haciéndonos “soldados por un día”, y tratando de entender la disciplina militar, a la cual yo me pude adaptar, como hijo del rigor, y de sacrificada vida, (aunque no se crea), pero el “Mono” me dijo esa noche, con su lenguaje natural y sincero, característico de su honestidad con que siempre le conocí y muy en sordina, casi entre dientes, susurrando muy cercano a mis oídos: ¡¡Esta “weá”, no es para mí!!
El tema es que ya estábamos vestidos, uniforme entregado a la “medida” (A la medida que nos iban tirando desde un viejo almacén, lleno de uniformes viejos y botas destartaladas y llenas de clavos en una interminable fila arreados como ganado con palos y gritos para garrar lo que fuera y ya en medio de un galpón al “aire libre” , nos gritábamos entre todos: ¡¡Quien tiene calzado 40!! ¡¡Yo tengo un 38, no me entra!! Y otro decía: ¡Me tiraron un pantalón de guagua!, de modo que además de los gritos y de los palos que lanzaban “al aire” para darnos casualmente directo en las sufridas nalgas los instructores para apurarnos, el “Mono” transpiraba y yo a su lado, tratábamos de arreglarnos lo mejor posible con las inmundicias de uniformes rescatados de esa bodega infame y antihigiénica, y mi madre, tan dulce y soñadora, me había dado un bolso hasta con talco para mis delicados pies y “flaño” oloroso para mi piel, y un poco de bencina blanca para desmanchar las posibles pequeñas manchas del uniforme y andar “elegante” dentro de la sobriedad y pobreza, y allí, en medio del tierral y el griterío y tratando cada cual de vestirse intercambiando especies, con algún marcado palo en la espalda por andar “lento”, se nos fue la “DIGSNIDAD”, y quedamos hechos corderos agachados y sumisos en medio de tanta cosa nueva que, al final de los tiempos de mi vida, fueron nuestra mejor experiencia.
Esa noche el “Mono”, que con el uniforme se veía más "negro" (de allí venía el apodo cariñoso y materno de "Curuta"), y que se notaba que le quedaba todo ancho, me dijo, antes de formar en la “Retreta”, que era la formación final del día antes de dormir, en que nos descubríamos para orar y dar gracias al Supremo por el día, y pasar al sagrado y necesario descanso: “No te asustís Eduardo, porque desde hoy ….comienzo a irme…”
Yo no entendí muy bien eso de que “recién se comenzaba a ir”. Temía por su integridad física, por su conocida inmadurez y que tal vez lo llevaría a actuar y tal vez en medio de la problemática, atentar sobre su propia vida.
Le dije desesperado: “No hagai weás Mono-, a lo que él con una sana y sarcástica sonrisa, de esa que eran siempre su mejor arma de alegría, y que conocíamos solo los amigos, me dijo: - “Espera, desde hoy me comienzo a ir.”
Y estábamos entonces en la formación y hablaba el joven teniente Valenzuela Samhaber, del “orgullo que debíamos sentir de ser soldados de la patria, y que los primeros tres meses de adaptación y primera campaña, no eran fáciles, porque el soldado se forjaba en el sacrificio, en el dolor, en la ausencia, en el duro bregar del cada día, y entonces estábamos recibiendo la mejor charla formativa, de nuestro “bautismo” de reclutas, casi mágicas palabras que nos iban permitiendo abrir el corazón y el alma y entender que eso no era eterno, solo el principio de la experiencia más importante de nuestras vidas, cuando un grito gutural se sintió cercano a la última fila donde formábamos los más chicos, y se tuvo que hacer un círculo alrededor del caído, y corría el teniente, en el caos y el sargento y el mono saltaba tiritando desde el suelo botando abundante espuma por la boca y con los ojos desorbitados, perdidos en el cielo, y no gesticulaba palabras, tenia los ojos echados a propósito para atrás, y tiritaba intencionadamente haciendo el “loco” en la mejor actuación que pude ver en mi vida, y que de no saber desde antes del inicio de la escena, me la habría inocentemente creído en su totalidad, y luego de un rato de convulsiones y salivas que le brotaban de su boca, el mono lanzó un suspiro como si dejara este mundo, y llegaron los enfermeros de turno, y lo llevaron en una camilla a la enfermería, y mientras el mono era trasladado a la enfermería “DE URGENCIA”, como que quiso abrir un ojo para buscarme, con un guiño casi imperceptible, y dejó caer cercano a mí, la llave de su casillero, para asegurarse que los "amigos de lo ajeno" no pudieran aprovecharse de su ataque y lo dejaran en “Pelotillehue” con su “cargo”.
Luego vinieron las preguntas de rigor del teniente, especialmente a mí, que era como su “yunta”, y se indagaba si sabía yo de alguna enfermedad, a lo cual dije que en realidad “primera vez” que veía en él, ese ataque de epilepsia y que quizás se había gatillado por lo sacrificado y esforzado del día.
Al día siguiente, desde las seis de la mañana, ya andábamos trotando en los patios, cantando el “ANDAR EL TREN, ES LO MEJOR….”preparando el cuerpo para ser soldados, y corriendo a todas partes. Correr para levantarse, correr para ducharse (y solo la pasada bajo el túnel de la lluvia o sea para “mojarse”, sin jabón sin shampú, el tema era estar bien mojados y despiertos,) correr al desayuno y quemarnos con esos tachos de aluminio con té caliente y comernos ese hallulla con dulce de membrillo, y seguir corriendo para hacer las camas, correr con la escoba para limpiar la cuadra, limpiar con brasso la chapa de bronce que debía estar siempre brillante, y salir con el cuaderno y lápiz a la instrucción….¡¡.Ay Dios!! …Cómo pudimos sobrevivir a ese intenso período.
Los dos días siguientes el Mono estuvo tranquilo, lo fui a ver en un minuto disponible a la enfermería y me dijo nuevamente: “Me estoy yendo”… y ya entonces quedé aliviado que en nada ni por nada intentaría suicidarse para salir de ese trance, lo que me decía que el Mono ”amaba” la vida.
Pero había dudas de su estado y alguien de esos enfermeros que tenían más autoridad que médico dijo: ¡¡Este soldado está haciendo teatro”, y parece que la voz de “Teatro” despertó en mi amigo Sergio sus dotes de actor, que guardaba en su corazón, y ese mismo día, después de haber sido enviado a la “fila” de “Alta”, a comenzar de nuevo su instrucción, nuevamente en la noche, antes de pasar al reposo en la formación de la “Retreta”, el “Mono”, ahora nominado para el Oscar de la Academia como actor, me miró de reojo, con esa mirada clara y profunda de que no quería estar allí, y luego de sonreírme a la distancia, lanzó el grito gutural de guerra de los epilépticos y el:¡¡ Agggg! sonó de entre medio de las escuadras, y nuevamente él tuvo que sacrificarse, pero con estudiada violencia y se fue directo y de “hocico” al suelo. Y allí saltaba, y se golpeaba la cara en el cemento, y ya entonces instructores, teniente, enfermeros y cabos, no dudaron ni un instante que este “Mono Curuta”, estaba enfermo y que debía irse. No servía como soldado de la patria, y como recién habíamos llegado hace pocos días y aún no se cuadraban las Unidades con su dotación, a la mañana siguiente, después de dormir más cómodamente en la enfermería, me ordenaron desde la Cuadra de la Compañía de Morteros, que tenía que llevarle el bolso con sus pertenencias, su candado y sus llaves y retirarle para devolver al almacén de “excusados” el cargo militar, las botas rotas, las tenidas con más de mil usos, y esas calcetas verdes, que era lo único “nuevo” que habíamos recibido, y entonces llegó a la enfermería, donde permanecía al lado de mi amigo con el bolso y sus pertenencias, el Teniente Comandante de la Compañía de Morteros y le dijo muy caballerosamente:
- Lo siento mucho soldado Espinoza, usted no puede seguir en el Servicio Militar, pues su enfermedad sería un grave riesgo para su propia vida y un factor que impediría a nosotros contar con sus destrezas. ¡¡Que le vaya bien y queda eximido de esta obligación, por enfermedad, lo cual será registrado en su Hoja de Acuartelamiento!
Y acompañamos al “Mono” que de pronto caminaba como si le fuera a dar un ataque, y ya entonces, con solo mirarlo caminar, era un “cacho” tenerlo, y salió por la Guardia del Glorioso “Séptimo de Línea”, con su sonrisa oculta, escondida para no ser sorprendido, y se subió a la micro y se fue, diría yo, muerto de la risa, machucado, golpeado, casi perdió un par de dientes, y sin demostrarlo, se fue silencioso y respirando entrecortado y aliviando sus tensiones interiores, y nosotros quedándonos con el recuerdo de quien habiendo estudiado tantos años juntos, fuera para nosotros los que continuamos la experiencia más hermosa de la vida, como lo fue nuestro Servicio Militar, un compañero soldado, por sólo algunos días.
En la primera visita del primer domingo después de algunas semanas de acuartelados que teníamos con nuestras familias, nos vino a ver el Mono, nos trajo un par de cajetillas de cigarros Hilton, estaba con el pelo corto pues lo primero que nos hicieron fue raparnos, y este cara de raja llegó sonriente a saludarnos con esa irónica mirada de gran actor y me dijo al oído casi imperceptible: - -Ya me fui, ahora te toca a ti-……
Y han pasado cuarenta y nueve años de esa experiencia de soldados, pero también más de cincuenta años de amistad, de haber compartido tantos sueños y alegrías, sobre todo en nuestros tiempos de estudiantes y en los proyectos que cada uno quiso libremente emprender.
Después de mi Servicio Militar, estuve tres años en la Industria, trabajando arduamente y dedicando mis descansos a la Reserva Militar; pero en esos años, descubrí que mi pasión y vocación estaba en el Ejército, lo cual no fue fácil postular e ingresar, lo que constituye otro largo capítulo de mi vida pasando por todas las dificultades y obstáculos que me permitieron superarme y hacer de mi vocación de soldado lo mejor que la vida me haya regalado.
Hoy vengo a recordar a mi amigo, diría mejor “nuestro amigo” y compañero “Carruncho” SERGIO ESPINOZA MATURANA (Q.E.P.D.), y representarle a su familia, a su esposa, hijos, a sus hermanas, entre ellas la siempre recordada Margarita, Clarita y su esposo Pedro, y todos quienes le sobreviven, para decirles que está desde hoy en un mejor lugar, que de sus historias, tenemos cientos de páginas que escribir, y en eso cada uno de sus amigos conoció la virtudes de Sergio, en sus conversas, en sus bromas, en su forma tan especial, que a veces lo hacia demostrar que era un niño inmaduro, alegre y pequeño, que nació para morir riendo de tantas cosas de la vida, y que le dio siempre mucha importancia más al SER que al TENER, y en eso nos enseñó su humildad y su gran sentido del humor.
Se nos fue el amigo de la cerveza, el "Señor" de las Cantinas, el hombre que nunca dejó que lo manipularan, ni menos sentirse que alguien lo mandara, porque era un hombre libre, como el viento, como las aves, como los pájaros que surcan el cielo, y por que cuando tenia sed tomaba, cuando tenía hambre comia, y cuando algo le faltaba, trabajaba con ahínco, con esfuerzo, con inteligencia y astucia, nunca se dejó dominar por la vida ni por nadie, fue gobernador de su propia existencia, y se fue riéndose, con un pie cortado, con una enfermedad irremediable, ("en su ley" como dijera su hermana Maggie) y siempre sonriente y lleno de vitalidad para exigir que cuando se muriera, sólo quería música, rancheras, canciones y boleros, y es así que en su urna de madera, pidió le dejaran una copa de vino tinto, para que al partir pudiera brindar junto a los amigos, los que le despidieron y los que se fueron antes, y reencontrarse allí en esa cantina oculta, que precede el cielo para seguir la jarana de "su" vida, la que vivió en plenitud, a "concho" y que sabiendo que pronto moriría, hasta último instante, nunca dejó de llevar oculto en su silla de ruedas, el tónico de uvas y el jarabe de cebada, que le daban vida y alegría en medio de sus dolores, y con el cual alzaba alegre, para hacer su gracioso ¡¡¡SALUD!!!! al cielo.
Descansa en paz amigo de siempre.



































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