jueves, 15 de junio de 2023

Un sentido adiós a mi instructor y amigo Luis Carvajal. (Q.E.P.D.)

                                Camarada y amigo Luis Carvajal Ulloa (Q.E.P.D.)



            Recordarte en este minuto de tu partida, significa traer al recuerdo de la mente tu invalorable apoyo  cuando fui soldado conscripto del Regimiento “Esmerada”, y donde compartimos muchas horas de servicio allá en la lejana cordillera, cercanos a Monturaqui e Imilac, y en esas soledades, donde la vida transcurre silenciosa junto al viento frio  de las montañas, y donde las estrellas se dibujan majestuosas cada noche en un paisaje de constelaciones y luces que  escapan fugaces del manto negro a cada instante, surcando sus caminos luminosos que se encienden brevemente en un  corto segundo de vida perdiéndose en los abismos, nos enseñabas, entre tus cualidades de líder y soldado y también de hombre de campo, los “trucos”  aprendidos en tu vida de “huaso” sureño,  trayendo en tus memorias tu amado Temuco. Eras un “Cabro Montañés” por excelencia, y tantas veces nos deleitaste con tus hermosas historias en lenguaje coloquial y de raíz amena, sincera y afectiva.

             Cuando en un tiempo de esos largos de comisión en la frontera, vivimos la emergencia producida por  los cambios  imprevistos del clima y quedamos aislados por la nieve  y la inseguridad de los campos minados de ese tiempo, y  sin comunicación  radial ni menos física, por  la imposibilidad de contar con el servicio de trenes de ferrocarril que hacían sus viajes hacia Socompa y ya transcurridos varios días en que se acabaron las provisiones de víveres, logramos a tu consejo y experiencia,  reunir lo poco que nos quedaba en un solo fondo común para subsistir, empleando sistemas de  alimentación restringida.           Enfrentamos unidos la emergencia y necesidad, y gracias a tu espíritu de hombre de la montaña, preocupado de tus “jóvenes” soldados niños que nada sabíamos de subsistencia ni menos de supervivencia,  sorprendidos de tus capacidades de líder, alguna tarde cocinaste entre unas latas viejas, un zorro lánguido y flacuchento faenado a escondidas, y tuvimos sopa caliente con esos huesos casi pelados y poco carnudos que hervían espumosamente  en un par cascos de acero y que nos sirvieron, con  generosidad y necesidad extrema, como un manjar para calmar nuestra hambre, abandonados en medio del aislamiento del abastecimiento involuntario por causas climáticas, compartiendo esas experiencias con nuestro recordado suboficial Calameño, el “viejito” Miranda ó el impetuoso joven teniente Gortázar que se paseaba ufano y orgulloso con su boina de infantería por los carros de pasajeros que alguna vez lograron pasar hacia  Argentina por los pasos de Jama en esos fríos y tan poco acogedores coches de ferrocarril.

            No puedo dejar de recordar esas salidas furtivas en la emergencia alguna tarde, en esos difíciles caminos y quebradas, sorteando los obstáculos y la nieve con esas maravillas de máquinas como lo eran los camiones Unimog, marchábamos nerviosos con la esperanza de cazar algún burro salvaje de esos que a veces cruzaban las cordilleras desde Argentina o se desplazaban casualmente por tantos cerros y quebradas. Alguna vez tuvimos la suerte de atravesarnos con un animal  que en el día de hoy,  pensando con el corazón, nos  produce mucha tristeza, pero que en medio de las circunstancias de la vida militar, teníamos que sacrificar en bien de la supervivencia, alimento que compartíamos con el cuidador de la estación, el entonces maduro Señor Vargas, que custodiaba  ese lugar y en cuyo patio principal de su casa instalábamos la central de telecomunicaciones, considerando  algún dormitorio de esas casas casi vacías  para el Comandante de la Sección y en otro espacio el Suboficial Miranda y varios clases en algún otro lugar cercano o contiguo a la casa principal.

            En ese sitio el Sr. Vargas tenía esas salamandras a leña para el frío y cocinaba también en ella parte de lo que le donábamos después de la cacería, (por cierto no muy a “gusto” por lo obrado), pero ante la necesidad, nos salvó el momento algún guiso de carne y que “Varguitas”, como le motejábamos con cariño, mostrando su mejor sonrisa dibujada con su único diente disponible en su boca, preparaba con sus manos diestras en medio de su  agradable y amena charla, trozando en un viejo tablón algo de la carne  que  cocinaba con muy poco aderezo y/o condimento que le quedaba de sus raciones escazas de víveres, considerando un poco de sal, para superar el  mal gusto. En esas horas nos entrelazábamos junto al fogón del Sr. Vargas, para recibir el calor de la salamandra, y a veces nos quedábamos dormidos en la tibieza de ese cuarto de la estación, apegados por el frio gozando de su fogón de leña en el que se consumían trozos de madera de viejos durmientes, reemplazados por las cuadrillas de reparaciones de trabajadores carrilanos, en el largo camino de la línea férrea que atravesaba todo el desierto. También compartíamos lo poco que teníamos con algunos trabajadores vecinos, también “aislados”, y era nuestra única forma de comunicarnos con la ciudad, ese antiguo teléfono a magneto de la oficina principal de la estación, que requería darle innumerables  vueltas a la manivela para activar las señales de timbre y oír desde muy lejana distancia, hablando a  “grito pelado”, para tratar de  escuchar alguna voz lejana que contestaba  con gran dificultad y que nos servía como retransmisión y enlace con el telefonista del Regimiento, para enviar mensajes que a veces las radios BLU de 20 Watts, por temas de energía o complicación del aire, fallaban.

            Para ese efecto de comunicación radial,  funcionábamos como Central y teníamos solamente un generador manual, la llamada “bicicleta”,  accionado el rotor del motor con nuestras manos, pero a veces fallaba y quedábamos aislados.

            Fue fundamental tu impulso a la tropa desconfiada y llena de temores pero tú,  el ”Montañés” que se enorgullecía de su “boina” verde, te chantabas frente a todos nosotros y  con ese característico sonsonete y tu lenguaje de campesino bonachón nos interpelabas: “¡PELAOS…PONER ATENCIÓN!, y  nos hablabas de la “Misión” y la tarea que debíamos cumplir, y   tu palabra se entremezclaba con la convicción del deber y era tan clara tu expresión que nos convencías paternalmente como líder, a poner todos nuestros esfuerzos y juvenil entusiasmo en asumir las tareas por las cuales cumplíamos esa misión  de protección cercanos a la frontera.

            Alguna tarde nos enseñaste a descuerar y reír también con el tema de los “locos altiplánicos” utilizados también en otras circunstancias, en especial aquellas cuando llegaban en visita ocasional de conocimiento a la zona, Cabos recién  egresados de la Escuela, o jóvenes oficiales, a los que también se les vacunaba con la “antipúnica”, a fin de evitarles el mal de la “Puna”, en medio de las muchas sonrisas ocultas de quienes atribuían a esos tratamientos  como serias bromas.

            Te vimos marchar muchas veces con tu fusil de infante que parecía liviano como el plástico. Jamás mostraste debilidad frente a la fortaleza de soldado pues tu orgullo de ser soldado de infantería, te hacia superar toda debilidad o situación de fuerza. Con tu mochila y fusil te vimos correr en muchas oportunidades, integrando las fuerzas de la infantería,  integrando como líder indiscutido, las tradicionales ”Competencias de Patrullas”.  

            En ese bendito pasar en el desierto nos hiciste crecer como niños que recién estábamos aprendiendo lo que era la sacrificada vida de soldado.

            Tuve, en años posteriores a mie experiencia de soldado,  la fortuna de ser acogido por tu amistad en mis tiempos de “Reservista”. Allí nos hicimos más  amigos, y más tarde, como colegas y hermanos de armas, siendo tu nuestro líder “más antiguo”, en mi reciente destinación como Cabo 2do de Infantería al Glorioso “Esmeralda”, cumplimos juntos roles de guardia en muchas ocasiones en nuestro cuartel. Recuerdo que a veces estabas sereno y tranquilo, tu mirada fija en el horizonte oscuro de la noche y de pronto te dabas a la necesidad del control  del Infante y gritabas con toda tus fuerzas a los soldados: ¡¡ASALTO AL CUARTEL!! y golpeabas la mesa y quedaba la loca carrera de muchachos, agarrando fusiles, cascos, fornituras y todos intrépidos y audaces,  corríamos, (Comandante de Relevo incluido),  a tomar las posiciones defensivas de combate, porque entrenábamos el plan dos o tres veces en la larga noche y así nos mantenías despiertos,  preocupados y atentos a la misión y  disfrutábamos cuando ya la noche volvía a ser día y estabas intacto, impávido lleno de la misma energía y volvíamos  a la amena charla con quien fuera tu “Comandante de Relevos” y que  periódicamente en le transcurso de la noche,  me enviabas a controlar los puestos de los centinelas. Vivimos muchas acciones en esas interminables horas del siempre interminable “servicio”.

            Cuando trabajamos en la “Cancha de Obstáculos”, en la construcción de ese circuito de instrucción donde el Armero Núñez Guerrero me enseñó a soldar las pesadas vigas de fierro de los obstáculos en construcción, en el primer obstáculo donde pendían las cuerdas  de ascenso  de cinco metros de altura, tú me enseñaste a escalar y como buen montañés me  ayudaste a dominar la técnica, la que aprendí con facilidad,  y cada vez que había que pasar esa cancha, al menos en ese primer obstáculo  no tenía grandes problemas no así en la “Mesa Irlandesa” que me dejaba los brazos morados y que tanto me costaba sortear y  que el “Negro” Belenguer, 2do. Comandante,  pasaba casi soplado como rauda pluma, por su gran capacidad física y destacado espíritu deportivo.

            Pero fueron muchas historias que compartimos, sobre todo en la cordillera donde de verdad eras experto. Pasamos muchas horas conversando y eras ameno, agradable y lleno de energía y cuentos.

            Hace un tiempo atrás, en medio de la pandemia, hablamos por teléfono: Tu misma voz,  tu mismo entusiasmo, tu permanente orgullo de ser soldado y patriota, me contabas de las dolencias de tu cuerpo, de tu enfermedad, de esa situación que se vive en el dolor del alma, y aun me contabas con tu voz emocionada de tus hijos, los famosos “Mellizos” que  no tuve  ni tengo el gusto de saber ni conocer.

             Cada vez que volvías del Calama, de la Montaña, llegabas al” Esmeralda” y teníamos la oportunidad de estrecharnos en un abrazo fraterno,  y   entender que la vida militar es un camino de hermanos que parten juntos, que se dividen en los senderos, pero que siempre permanecemos unidos, unos por el norte otros por el sur, otros por los cielos y los más  viviendo y luchando por nuestra subsistencia con los más hermosos recuerdos en esta amada tierra.

            Un soldado, para hablar de lo que es la vida militar, debe estar allí. Nadie puede ni tiene la autoridad moral ni la capacidad para hablar de lo que no ha vivido ni menos conoce ni menos sabe de nuestra entrega, integridad, lealtad, de nuestra jerarquía respetuosa, pero sin dejar jamás de cultivar la sana amistad.

            Es por eso que, en este día en que las tristezas consumen el corazón y el alma por tu partida definitiva al cielo de los infantes “Esmeraldinos” de siempre, no puedo dejar de expresarte el cariño y el recuerdo de tantos momentos compartidos como hermanos de armas y amigos del combate y del silencio nocturno.

            Aprendí a conocerte en esas largas noches de vigilia, al calor de un ardiente fogón, con un tacho de café para amainar los pesares del frío, (que entendemos los que “hemos” estado allí), sintiendo esos pies helados, congelados, inertes, tratando de tomar el calor de las llamas para entibiarnos y quedar desde siempre y para siempre, empapados del sentimiento más puro que es la amistad y liderazgo de un soldado.

            Descansa en paz amigo y hermano soldado de siempre y para siempre.


Fotografías aportadas por  Raúl Carvajal Escobar 














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