De soldado a “General” de Tropa
En este día tan especial, tan íntimo
y personal, en que se celebra el “Día del Suboficial Mayor”, y para quienes vestimos el uniforme del
Ejército de Chile, sin ningún otro sentido que no fuera el de servir a Chile,
su historia, su gente, sus valores y tradiciones heredadas del alma de un pueblo
generoso, fundido en el amor a la tierra y al trabajo, a su libertad y
desarrollo, con ansias y sueños permanentes de volar y de ser siempre un país
donde el sol brille para todos, y que en
la diversidad de razas que componen su estirpe de guerreros innatos, y que
Alonso de Ercilla le cantara en La Araucana: “La gente que produce es tan granada, tan soberbia, gallarda y
belicosa, que no ha sido por rey jamás regida ni a extranjero dominio sometida”,
rendir un homenaje a los que hicieron de
esta vida militar y casi religiosa en sus valores, toda una vida de entrega y
sacrificio como lo es la vida del soldado, tantas veces incomprendido, vilipendiado, odiado, amado, rechazado o admirado, pero que en medio de la tormenta constituye siempre un
servicio honesto, generoso, educativo y formador sin ningún afán que opaque el sano brillo de la
luz interior del alma que se llama vocación
y que obliga a adquirir un estado de permanente disciplina, renuncia, entrega y sacrificio perenne que te lleva “hasta rendir la vida si fuese necesario”,
y que toca el alma de todos quienes alguna vez, pudieron por propia decisión y responsabilidad individual, abrazar la noble carrera de las armas y sin mirar atrás, como en el arado del
evangelio, seguir adelante en los destinos inciertos que llamamos futuro, con la clara convicción de marchar
en el rumbo correcto de la brújula que la vida te regala y que nunca fue
fácil sortear, enfrentar y vencer,
sabiendo siempre que tu única realidad fue, es y será cumplir la promesa sagrada del Juramento
a la Bandera, y que tu consigna más clara era, es y será siempre, la de vencer
o morir.
Nadie entiende, (porque “nadie
ama lo que no conoce”), si no ha vivido, la esencia del ser militar. Los
sentimientos que nos unen son siempre valóricos, llenos de amor, de servicio y
amor por la paz, y eso lo puedo corroborar en mis casi cuarenta años de vida
consagrada a la vocación de ser soldado, la que nunca fue fácil, ni menos regalada, y en la que hoy puedo decir con
clara convicción, que siempre estuvimos convencidos
que la mejor defensa, es y será siempre, un compromiso con el más hermoso bien moral
del mundo como lo es la paz.
Por ello que hoy, saludo respetuosamente
a quienes tuvieron esa suerte del destino de coronar su carrera militar con el
máximo grado que otorga la Institución a sus soldados, y que no por ello los
hace diferentes o dueños de una especial consideración, sino más bien los obliga a ser doblemente humildes y servidores, educadores por excelencia,
pues es solo un reconocimiento que a
veces no todos logran alcanzar aunque méritos
les sobren. La vida militar, para todos y en todos los escalones de la
jerarquía, es un caminar descalzos entre campos de espinas y a veces éstas se clavan e incrustan en la fragilidad de
tu piel y te hacen rodar y caer y no
tienes la opción de enmendar los rumbos. Es vida incierta desde el toque de la
diana de cada día, hasta la hora de la oración en cada retreta, en que nada puedes
prever, saber ni conocer.
Por eso que, en el final de esta
reflexión tan personal, damos Gracias al Señor de la Vida, al General de los Ejércitos
celestes, porque nos acompañaste y guiaste siempre en las dificultades y las
penas y las dudas, y nos diste la luz necesaria del discernimiento para actuar
siempre con justicia y equidad.
Gracias porque en el otoño de la
vida, todas esas preocupaciones, desafíos, dolores, incertidumbres, temores,
desengaños, desilusiones, golpes bajos o
gratificantes aciertos nos enseñaron que
la única función loable fue siempre la de servir, y hoy guardamos en los
imborrables recuerdos del alma, un cúmulo de experiencias que nos hacen sentir
satisfacción plena, de un deber cumplido, sin daños, sin dolor, sin error, ni
horror, porque Tú estuviste Señor acompañándonos siempre en el centro de nuestra
sacrificada vida de soldados, orientando nuestros pasos en nuestra noble, sencilla y clara vocación
de amor a Chile y sus valores.
¡¡Gracias por tanto amado Señor!!
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