Un gran matrimonio de Maestros Pampinos
Para quienes deseen saber un poco de la historia de un distinguido matrimonio de maestros de nuestra querida y recordada Escuela Consolidada, Don Enrique Maldonado Rückoldt (así como suena, de origen alemán), y que fue también su Director, casado con la Sra. Perla Diaz, otra maestra distinguida y de excelencia, de cuyo matrimonio nacieron Enrique, (Kiko), Ximenita, Mónica, (mi querida compañera de enseñanza básica), y ese pequeño, de cabellos colorines como el padre, que fue un regalo de crianza final, y a quien conocimos cuando recién comenzaba a balbucear algunas palabras, el recordado Marcelo.
Nuestro querido profesor, Don Enrique, por muchos años, y después de dejar la docencia en María Elena y ejercerla también como la pasión de su vida en Antofagasta, dedicaba sus tiempos a la pasión de su vida, el deporte en todas sus gamas. Era un activo y destacado cultor en muchas disciplinas deportivas, alcanzando siempre niveles de alto rendimiento en las pruebas atléticas en la ciudad, defendiendo su categoría "Seniors" en toda oportunidad.
Era un asiduo y reconocido nadador del Balneario Municipal, invierno o verano daba lo mismo, allí estaba su figura nadando entre el oleaje de las frías o tibias aguas de la estación, y tenía notables records de rendimiento físico en las pruebas de atletismo de largo aliento. Nunca dejó de obtener galardones deportivos importantes, de hecho participaba todos los años, en el mes de Febrero, en la conocida, esforzada y muy disputada prueba llamada "Carrera de Ascensión al Cerro el Ancla" organizado por el Comité Patriótico de la Población Oriente, y que reunía los mejores deportistas institucionales y particulares de todo Chile, movilizando gran cantidad de participantes y largas premiaciones con el apoyo del ejército y las autoridades deportivas, todo ello para dar un realce importante al aniversario de la ciudad.
En todos los eventos habidos y por haber, siempre estaba Dn. Enrique presente, sorteando las pruebas de ciclismo, atletismo y tantas otras. Era incansable, jovial y enérgico el querido profesor al cual nunca dejamos de aplaudir, apreciar y admirarle por toda su vitalidad y entereza en muchas de estas actividades a las cuales alguna vez fui de espectador.
Nadie destacó nunca el valor deportivo de nuestro querido profesor, que tuvo el alto honor de coronarse “Campeón Sudamericano” en el “Salto de Garrocha” en su categoría Seniors, lo cual no ha quedado mucho en los registros históricos del deporte nacional, pero que alguna vez lo mantuvo como noticia de primera plana en algún periódico local.
En esa fotografía que tengo el honor de compartir, y que guardo con mucho respeto y cariño en mi álbum personal, tuve el gusto alguna vez de saludar e intercambiar un breve instante de conversa, en medio de sus elongaciones y ejercicios de precalentamiento físico con el Maestro antes de iniciar esa prueba de alta resistencia como lo es la conocida “Ascensión al Ancla”, y en esa misma oportunidad pedirle el permiso correspondiente, (nunca dejó de ser para mí, la “autoridad” de mi escuela,) y entonces con su venia, retratarlo.
No era muy amigo de hacerse protagonista de ningún evento deportivo, pues con solo participar y estar allí, “donde las papas queman” se ponía a prueba a si mismo y con solo participar, se sentía desde ya triunfador y más que satisfecho. Era una forma generosa de humildad que siempre conservó y trató de mantener en todos sus desafíos deportivos, pues era así el maestro, quería y podía y se esforzaba por dar y darse por entero a lo que le parecía bueno y sano para su propia vida.
El recuerdo del dilecto profesor y su esposa Perla y su hermosa familia, son parte de nuestras historias pampinas que nunca se cuentan, y siempre es justo traer sus recuerdos a nuestras mentes, para que rescatemos de ellos su valor, sus enseñanzas, sus ejemplos y mantengamos siempre vivos en nuestras memorias su justo recuerdo.
Conversando con mi amiga de infancia y compañera de colegio Mónica Maldonado Díaz, sobre las desventuras que significa perder a su padre, me decía que “él fue un maestro de vocación, de esos que daban todo por cumplir sus tareas y obligaciones educativas”, y además agregaba: “Curiosamente, una tarde de un 16 de Octubre,” (quizás recordando esas tremendas jornadas educativas y de tanta actividad como lo eran la “Semana del Niño”, en ese día 16, consagrado en esa semana como “El Día del Maestro”, en el que saludábamos a todos nuestros profesores), “Decidiera sumisamente acatar la voluntad del Divino Maestro y partir en el silencio”,con los saludos y vítores de esos cientos de niños de distintas generaciones y épocas que coreaban en su mente y sus recuerdos su nombre de “Maestro”, y que le dieron consuelo y emoción en el preciso instante del inicio de su viaje a la eternidad, camino al “recreo celestial”, y sentir profunda paz en medio de esos bullicios y algarabías que le regalaron sus memorias como ofrenda final, cientos o miles de niños pampinas o de la ciudad, que conocieron sus bondades.
Poco tiempo después, sumida en las nostalgias de la ausencias obligadas que se anidan en el alma de las personas y que las hacen caminar y vivir de los recuerdos, especialmente en esos silencios prolongados de esas noches de insomnio e incertidumbre, en que muchas veces fueron, en otras circunstancias de masiva actividad educativa, de análisis y corrección de pruebas, planificaciones, programas, largas jornadas de estudios, (y en esos tiempos sin tecnología como hoy), y preocupaciones por sus alumnos, en esas noches de dolor ausente y enfermedad presente entonces también le tocó el momento de partir a nuestra hermosa y tierna maestra Perla Diaz, gran esposa, madre y amiga de sus hijos, que era todo dulzura, delicadeza y una profesora ejemplar de nuestra pampa.
La vida me regaló la oportunidad de conocerlos y el placer de divisarles muchas veces, llenos de entusiasmo por la vida, en los años que vivieron cercanos al barrio de la Avenida Argentina, aledaño al antiguo hospital regional, en la ciudad de Antofagasta.
Quiso la Divina Providencia que pudiera, gracias a la confianza y cariño de la familia Maldonado, participar en sus exequias, y estar allí, en medio de muchos pampinos y familias despidiendo sus sagrados restos un inolvidable y también triste 11 de febrero de 2015.
Se reunieron finalmente Enrique y Perla, en esa Escuela celestial que reúne las almas de todos aquellos lindos Maestros que alguna mañana nos invitaron a cantar emocionados y comprometidos con los valores de la educación, esos versos que no se olvidan y cuyas notas son también nuestro mejor regalo de las enseñanzas recibida:
“ Vibre ya la canción que proclama,
de la Escuela Supremo Ideal,
elevemos el himno que llama,