Hace un par de
días atrás, el Jueves 7 por la noche de este ya caluroso Septiembre de 2023, nos enteramos de
labios de su propia madre, del fallecimiento de
“Gustavito” Adolfo Veas Pizarro (Q.E.P.D.), que a sus treinta y cuatro años, con cara de niño, con
alma de niño, con sentimientos de amado y querido “niño”, y con esas dulces
alas de “niño”, fue llamado a las
huestes celestiales, a continuar su servicio angelical que prodigó con su
dulzura natural durante todos los años
de su vida, a toda una querida familia de nuestra pampa, y que seguramente ustedes recordarán con
cariño y afecto, como es el caso de mi sentimiento personal, gran respeto y admiración, al conocer de tantos años los
orígenes de tan dilecta familia, que fuera iniciada por el
recordado Diácono de la Parroquia “San Rafael Arcángel” Sr. Enrique Pizarro
(“Baquelita”) y su distinguida esposa la Sra. Silvia Plaza, ambos protagonistas
de un importantísimo rol de servicio
pastoral, a través de la catequesis y distintos servicios de amor a Dios, en esos
pujantes y comprometidos años que se vivieron en nuestra niñez, en la
amada Parroquia “San Rafael Arcángel” de María Elena y de cuya unión ante el
Señor, nacieran Olga, la madre de Gustavito, Enrique y Antonio, ("Toño"), mi ex compañero “Monaguillo” y más tarde, curiosamente junto a Alberto Veas, soldados conscriptos
del Regimiento “Esmeralda” en Antofagasta.
Olga Pizarro, la madre de Gustavo,
hija mayor de ese inolvidable y querido matrimonio pampino, vivió estos 34 años
de su vida, dedicada con una atención y delicados
cuidados a su querido “niño” Gustavo,
que padeciera por largos años una
enfermedad invalidante, pero que
nunca fue un obstáculo o limitación que
le impidiera sonreír y llenar todos,
pero absolutamente todos los espacios de
su hogar y ambientes con su alegría,
amor, y emoción no tan solo a su
madre, sino también a sus cinco hermanos, que
compartieron esta vida en la que
solo el amor, la comprensión y el convencimiento de servir a Dios en sus
actitudes y servicio amoroso, les permitió “regalarse”
el corazón de ese pequeño ángel que les acompañó tantos años de su vida, y que bajo
ninguna circunstancia se permitieron jamás en no atender, no ayudar, no servir, siendo la preocupación total de la familia,
la que pudo en estos años, escribir las historias de amor más hermosas que puede uno vivir y que nos hablan
de su grandeza espiritual, de su cariño, de su compromiso y de recibir en cada gesto, en cada rictus, en cada movimiento,
ese regalo de los hijos que, con una
pequeña sonrisa, agradecen todo el amor
que se les entrega, y que en caso de Gustavo, pudo gozar por toda su
larga vida, postrado y con
dificultades de movilidad, pero sin
que jamás aquello resultara ser un
impedimento para amar, socorrer, ayudar, sonreír y gozar de esos encantos que
poseen esos “niños ángeles” que nos envía el Señor a nuestras vidas, para
hacernos mejores personas y para acrecentar el valor de la fe, y mostrarnos que el camino del vivir feliz, no está en el tener, en ostentar, ni siquiera en desear más de lo que tenemos, sino que, más allá de cualquier circunstancias, servir, con amor, con compromiso con
generosidad y con una renuncia total a nuestra propia vida, lo que también nos hace Santos, y que en caso de Gustavo,
por su naturaleza propia de su ser, volcó todos los dones que pudo el Ser Supremo de la vida otorgarle con su frágil y débil contextura, y a través de su presencia, ser siempre el principal motivo y motor generador de la fuerza, la abnegación, el
trabajo de todos los integrantes de esta familia hermosa que sin ninguna queja, sin ningún dolor, sin
ninguna insoportable sobrecarga, pudo jamás dejar de prodigar amor, atención y
preocupación, y que en su sueño
final, dio inicio a ese viaje silencioso a la eternidad, con su sonrisa a flor de labios y con su alma
asida a las alas de esos seres de luz
que le acompañaron en medio de su
partida inevitable, y con la alegría y sanop privilegio de haber sentido en toda su vida ese
cariño de madre, ese amor inconmensurable
y ejemplar de Olga, quién le regaló en todos estos años que pudo compartir con él junto con sus hijos, sin lágrimas, sin tristezas, y que pudiera expresar, con sencillas palabras
propias de una buena madre, con su siempre tranquila y serena voz y actitud: “Mi hijo se quedó dormido”, venciendo todas sus
debilidades y afrontando como en tantas otras oportunidades esta noticia
infausta, que nos muestra a una mujer de Dios convencida que su tarea fue
nuevamente cumplida con esa característica virtud tan propia de pampinos, ("hijos del rigor"),
pero que en medio de ese contenido dolor, le permite también respirar paz,
porque no hay mayor paz en el alma, cuando
heroicamente se ha dado todo, por el más necesitado, por el que más amor
requería, por el que no fue nunca
posible desatender ni dejar y que en ese ejemplo esta hermosa mujer de alma
noble, supo mostrar
todo su amor a esa criatura que le acompañó durante una larga vida.
Olga se casó con otro pampino, muy conocido
en nuestro tiempo, “Castorcito” le
decíamos con cariño, y que fuera también
mi compañero de servicio militar como decía más arriba, al
igual que Toño en nuestro Regimiento “Esmeralda”. Lamentablemente en esta dura
vida que ella supo enfrentar, el padre de Gustavito, ALBERTO VEAS RIVERA
(Q.E.P.D.) sufrió también una abrupta y dolorosa partida en un lamentable accidente, que hizo que el
temple de Olguita creciera en valor y tuviera
que enfrentar con estoicismo un primer gran dolor, al borde del abismo, pero el cariño de
Gustavo, su hijo y sus hijos la fortalecieron con gran vitalidad
y supo sacar a su familia siempre
adelante. Esos ejemplos de mujeres valientes y pampinas, nos conmueven, nos llegan al fondo del corazón, nos hacen sentir emoción, nos hacen pequeños ante sus gestos y valentía.
Puede ella, por Gracia de Dios, seguir mirando esa
inmensa familia, colmada de amor, con sus otros cinco hijos, que aun necesitan
de ella y el mejor regalo que posee también hoy, son sus nietos, que multiplican
la fuerza y la entereza para seguir con esperanzas construyendo un siempre
optimista y esperanzador mañana.
Y así entonces es que desde hoy, en ese llamado definitivo a la otra vida, Gustavo o "Gustavito", como ella amorosamente le ha llamado, ha marchado en esa paz propia de ángel de bien, que vio en
toda su vida de niño amor, sonrisas, delicadeza, finura y tantas virtudes que nunca lo hicieron un niño infeliz, todo lo contrario, colmado de
amor y de cariño y cuidados, se marchó a
sus 34 años de feliz y prolongada niñez, porque nunca creció, ni necesitó
crecer, se quedó con ese corazón y esa alma blanca, pura e inocente de niño,
tan propia de los ángeles que nos acompañan en esta inigualable aventura que es
la vida y de quienes tanto aprendemos.
Mis respetos a Olga, a sus hijos, a
su familia toda, y mis humildes oraciones para que Gustavo, el ángel de la vida,
siga sonriendo cada noche o cada día desde ese desconocido pero hermoso cielo.
Mis agradecimientos a Bernardita Paola, que me permitió la delicada misión de compartir esta nota y estas fotos tan íntimas, tan de familia, tan personales, pero que no pueden quedar en los cajones del recuerdo, sino en el alma pampina, con una nueva historia de una heroína de la vida, de una familia, que vence y venció cada día los dolores y las penas y que ha tenido la fortuna, en medio de las dificultades de compartir todos estos años, con esa sonrisa alegre de "Gustavito" que, más que dolores, trajo alegrías, sosiego, paz y tranquilidad y que sigue desde hoy iluminando la vida de ese mejor lugar, donde seguirá volando con sus alas de niños buscando entre las flores, ese aroma del amor que recibió a manos llenas en su vida, y que le permiten seguir haciendo el bien en esa otra dimensión.
Descansa en Paz, y gracias por todo tu amor y alegría.
Tu familia y amigos que te aman.
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