Un gran dolor afecta el corazón de los "Esmeraldinos" cuando uno de los nuestros se marcha de la vida.
Nadie olvida el paso de nuestro camarada Sergio Castro, (Q.E.P.D.) por el cuartel del Glorioso "Esmeralda". Lo recuerdo con cariño, pese a su carácter y por el cual se ganó el apodo de "El Idiota Castro", pues parecía que estaba todo el tiempo enojado y su rostro era siempre de una sola forma y línea.
Al compartir
su mesa, en esas tardes de comedor o "Rancho" en el casino, en la
colación del mediodía, siempre estaba
con su ceño fruncido y preocupado de la tarea más importante e inmediata del
momento, como era el "alimentarse". De vez en cuando, cruzaba su casi azul mirada como un rayo a los cabos
jóvenes que le acompañábamos, y había
que "poner atención", para no enojarlo, y entonces nos lanzaba un
sano dardo de un buen consejo, sin muchas
palabras de afecto, pues no era cariñoso, sino escueto y muy
directo. No daba rienda suelta a su
emoción por su fuerte carácter.
Luego de la
conversación breve y simple, seguía
impávido mirando al frente, masticando su propio "genio" lo que al final,
era su propia y auténtica
personalidad de la que no podemos emitir juicio, por respeto,
por “jerarquía” y por no entrar al equipo de los
"perseguidos"; no había otra posibilidad.
Fue un gran
"Morterista", de excelencia. Nervioso en su hablar, cansino en su caminar,
hasta tartamudeaba a veces, pues sus palabras querían ser tan rápidas como
la agilidad de su mente. En medio de ese panorama característico de
tenedores, cuchillos, platos y carreras para conseguir un platito de ají
picante y pan, de pronto se levantaba airoso y con su mirada casi perdida
apuntando la ventana de la cocina, plato en mano, se lo llevaba a la dulce y esforzada
cocinera, la humilde y servicial María,
y con alguna brusquedad propia de su
ser, le espetaba su enojo por que los huevos "no estaban bien
fritos", pues él era mañoso y los quería quizás como se los hacia su mamá.
Entonces la respetable cocinera, le miraba
compungida y nerviosa y le daba
curso a su petición un tanto fuera de lugar, entendiendo que debía freír y soportar el carácter de los más
de cien comensales del mediodía, con la fritura de los más de 200 huevos
considerados por el ranchero para el almuerzo , y accediendo humildemente, se
daba a la tarea de reemplazarle, con
algo de temor para que no se le “subiera” el mal carácter que le enrojecía su tez,
y entonces “Castrito” (para que no se enojara de nuevo),
llegaba casi sonriente, satisfecho, y disfrutaba de sus huevos con arroz con su
mirada perdida al frente, preocupado de su principal tarea del día:
Alimentarse.
Era así su
carácter. Había que quererlo como era, y compartir y tolerar con humildad
su recontra "mal genio". Era mejor
abstraerse de opinar y aconsejarle que no había sido muy atinado con su tema de
los huevos.
Y así como
él, todos tenemos una personalidad diferente y en este tiempo de la vida, en
que ya nos vamos despidiendo, porque el “día
y la hora” solo la sabe Dios, es mejor
recordar las cosas buenas de los
hombres, pues en la hora de la instrucción, de la campaña, del compartir en la Compañía
con superiores y subalternos, “Castrito”
ya actuaba normal y se integraba como todos en las tareas y responsabilidades
propias de su cargo y puesto, y en eso,
teníamos siempre la confianza de su acertado conocimiento, el que a veces se nublaba por ese tan especial carácter.
Descanse en
paz camarada y amigo, y en medio de su partida, rogamos al Señor de los
Ejércitos por el eterno descanso de su alma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario