Un “brindis al cielo…
Y nos decía siempre: “¡¡CUESTA TAN POCO SER FELIZ!!”… y brindaba con su media “cañita” de vino tinto.
Nos enseñaba en las tardes después de su trabajo, a rezar el Santo Rosario y sufría en carne propia, los martes y viernes, los Misterios Dolorosos. (Los vivía intensamente en su oración y se veía allí en los azotes de Jesús atado a la columna.)
Nos aconsejaba el “ser personas de bien”, y entre consejo y conversa, entre hilvanar y expresar sus sentimientos interiores, aprovechaba las "pausas" del coloquio y nuevamente empinaba el codo y llenaba otra vez el vaso con su media “caña” de vino tinto.
Era trabajólico como nadie, muchos hijos y poco sueldo, había que trabajar “sobretiempo”, siempre andaba con “pocos” pesos; vivía agobiado de deudas y con los dolores propios de la escasez económica y redoblaba su trabajo en dos o tres jornadas, para tener un mejor pasar y otorgarnos mayor calidad de vida. ¡Nunca! “salió” de vacaciones, jamás lo vi tomar una maleta y planificar algún viaje de placer, excepto sus viajes trabajo. “Vendía” su descanso vacacional a sus empleadores, y aunque siempre andaba corto, "pato", sin “ni cobre”, igual se las ingeniaba y siempre tenía para brindar en la soledad de sus descansos, su vinito tinto.
Nos hablaba mucho de Jesús y sobre todo de su Madre María. Era Mariano, siempre fiel. Su mejor recuerdo, sus tiempos de alumno “Seminarista”, internado en los “Hermanos Maristas”; Era buen alumno, ordenado, delicado, (pero "enamorado"), hablaba inglés, y estaba encargado de arreglar los ornamentos florales y los jardines del Seminario para el “Mes de María”, y entre tanto sudor y oraciones, quizás allí también brindaba con alguna tapita de vino tinto “dulce”, que debe haber sacado a escondidas de los estantes donde se guardaban los ornamentos para la liturgia, sin ser sorprendido por el cura.
¡Ahhh!, pero cantaba lindo, amaba la música, le gustaba llevar el compás musical golpeando con la palma de su mano alguna vacía botella de “tintolio”con cucharas que replicaban como sonajeros el ritmo para darle "sonido de campanadas" a la música de salsas o merengues. Con mi mamá hacían un buen dúo. (Era tanto su amor de esposo, “mandoneado”, que le decían, los de más confianza y con sarcasmo: “El Yunito”.)
Con su Rosa “Yunia” unían sus voces armónicas y afinadas en toda reunión familiar, con el fondo musical de la guitarra rasgueada por mi “hermana mayor” (autoridad jerárquica de la familia), Anita María, y se inspiraban mirando a la distancia con la eterna balada “Tu Olvido”: “Han brotado otra vez los rosales, junto al muro del viejo jazmín…"
Nos lavaba los pies y cara con sus ásperas manos jabonosas, en la “arteza” de madera pampina, enjuagándonos con agua tibia calentada en un tarro de manteca en la salamandra a carbón del patio, y nos llevaba en brazos a la cama, sin quejarse de sus días interminables de trabajo. Nos envolvía en sábanas de albos sacos de harina y nos besaba la frente, y a veces a medianoche, yo despertaba y lo divisaba entre los sucios cristales de la ventanita que daba al pequeño comedor, sonriente y muchas veces solitario, tomándose la vida, las penas, las falencias económicas y las alegrías, con su media cañita de vino tinto.
Los domingos “pampinos” nos mandaba a Misa temprano, antes del Catecismo, porque a veces jugaba béisbol con “Los Piratas” o lo “goleaban” como arquero del Royal, y por la noche él iba también a Misa y en su retorno nos “interrogaba” del contenido del Evangelio, y nos dormíamos apaciblemente en nuestras tibias camas, aplanchadas o calentadas a veces con “guateros”, mientras el reposaba sentado en su silla pampina (hecha por sus propias manos como obrero de la “Carpintería” ), aliviando su garganta de tensiones, penas o dolores, sueños o ilusiones, con su amado elixir de vino tinto.
Nos dio, de vez en cuando y sin ser brusco ni violento, un correazo cariñoso y constructivo, (que todavía "duele"), o nos mandó algunas tardes a acostarnos “castigados” sin hablar y sin “comer”) (aunque en las tardes nunca "comíamos", sólo tomábamos el té con hierba Luisa y pan con "chancho" si es que había), pero luego, nos conseguía algunas historietas que leíamos debajo de las tapas de la cama, en ese territorio donde expiábamos nuestras culpas y pecados que le enojaban. En ese hermoso silencio del castigo que más parecía descanso, , volvíamos a sentir a lo lejos el eco del ruido de la botella chocando con su vaso, en un ceremonial mágico de ruidoso cristal y rios de líquidos morenos. ¡Tanto amor, tanta dulzura!, pero también tanto carácter: Era el centro de la disciplina y el orden de la casa y sus sanos consejos era sagrado cumplirlos día a día.
Una tarde, la silicosis y el polvo acumulado en sus años de trabajo, comenzaron a bloquear silenciosamente el aire en sus pulmones, y se hacía dolorosa su tos y sus desgarros, los que mitigaba cada noche con ese líquido de las “Bodas de Caná” que le traía paz y sosiego.
A veces no tenía ni un peso en sus bolsillos, pero “fiaba” en el boliche de la esquina y se organizaba para traer oculta entre sus ropas, alguna dosis del néctar tinto de las uvas como jarabe para sus largas tardes de tos, de cantos, de amor y de tanta vida, quizás bailando con mi madre un viejo tango arrabalero o abrazando a sus nietos primeros que eran su mayor alegría.
Se lo fue comiendo la mezcla de polvo de salitre y vino en sus pulmones, y en esa larga espera en su lecho de enfermo, una tarde cualquiera, con sus recuerdos enredados en su amada pampa, se fue valiente, silencioso, sonriente y agradecido y quizás pudo beberse a escondidas, su última pero tan necesaria “caña” de vino tinto.
Varios años se cumplen hoy querido padre de tu partida.
¡¡Salud!! al cielo, con sonido de cristales y cantos celestiales.
Hoy elevaremos una sentida oración por ti, quizás podamos ir a Misa, (hay tantas Capillas y Oratorios cerrados), y brindaremos como lo hacías tú, en tantas ocasiones, porque sabemos que estás también alzando tu copa tibia de amistad , amor y compromiso por nosotros desde el cielo, quizás al lado del Señor, bebiendo tu siempre saludable y generosa media caña del más dulce, o el más amargo, da lo mismo, pero infaltable en las mesas de la pampa, el amado y tan vital para tu vida: el néctar de vino tinto.
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