lunes, 9 de enero de 2023

El "John Kennedy"

 

                                                        Foto colección Sr. Misael Tapia.

El “JOHN KENEDDY”  

(Carlos Garcia Banda)

            Hay tantos personajes famosos de nuestra pampa salitrera y que fueron nuestros héroes de la niñez; quizás en mis recuerdos haya muchos otros nombres grabados con sus historia simples y sencillas, como lo era todo en la pampa, pero esta pequeña historia, puede que algunos la hayan vivido o la hayan experimentado y que duerma en sus recuerdos. Como no tengo “memoria” de elefante, puede que la podamos reconstruir entre todos, puesto que para mí hay algunos fragmentos olvidados, pero no así la esencia heroica de este alumno de la Escuela Consolidada, uno de los hijos menores del matrimonio Cancino,  que vivían por allí por nuestra calle Luis Acevedo, más apegaditos a la estación y que tenía un hermano mayor, que era como el más serio de ”los Cancino”.

            Esa familia era muy piadosa y ambos padres, se dedicaba en esas pocas horas del descanso y del hogar, con gran dedicación y entrega, a las actividades de la Parroquia “San Rafael” con un gran impulso y compromiso adquirido voluntariamente, y que unían sus espíritus, bondad y generoso servicio, tal cual lo hacían otros grupos numerosos de familias como lo fueron los Nef, los Calderón, los Yupanqui,  los Salinas, los Rojas con la Sra.  Isolina a la cabeza, los Valencia, Alfonso Espinoza, los Pizarro con Dn. Enrique y la Sra. Olga, los Ramos, los Rodríguez, los Valdés,y tantos hombres y mujeres que nos dieron ejemplos de sus vidas al servicio de la Evangelización, comprometidos en tareas de catequistas, guías de matrimonios, Cursillistas, JOC, (Juventud Obrera Católica), y que lo dieron todo desinteresadamente para la gran obra del Señor.

            Por mi edad de aquellos años, veía ocasionalmente al “John Kennedy”  “subir” desde el fondo de la calle Acevedo, muy cercano  la Estación, con su invariable e impecable camisa blanca y su pelo colorín y una hermosa sonrisa alba, tenía un gran parecido, hasta en la forma de su cabeza y corte de cabello y peinado al entonces Presidente de Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy, y tengo la memoria clarísima de  ese joven,  caminando rápidamente  hacia  la plaza, pues era  muy entusiasta  para caminar y no sé si habrá pertenecido  a la Academia de Gimnasia Cuadro Blanco por sus características físicas y  atléticas,  pero que lo hacían todo un personaje  importante a nuestra mirada de niños en mi barrio;  vivía cercano a los “Miño”, que también eran una familia muy ligada a la  iglesia, y en  esa misma acera, los Vargas, cuyos padres  eran de misa diaria  y servicio permanente a la Parroquia.

            Recuerdo un importante acto desarrollado frente a la Escuela  Consolidada,  tiene que haber sido un homenaje a algún héroe de algún acto de la efeméride nacional, o me atrevería a  decir, que era toda una celebración exclusiva por la Independencia Nacional, pues se realizó en el  monolito dedicado a la Independencia de Chile y no en el tradicional  Busto a OHiggins,  que daba  a la avenida principal de la plaza.

            La Banda Instrumental bajo la siempre disciplinada “batuta” del querido Maestro  Don Florencio Guardia,   después de los saludos protocolares del locutor de la ceremonia al cuerpo de profesores y autoridades presente, iniciaba con sus inconfundibles sones marciales, el Himno Nacional, el que era siempre bien coreado y con gran entusiasmo por nosotros, los estudiantes, y entonces había un par de alumnos que se habían preparado convenientemente, con guantes blancos,  y su mejor tenida de escuela, para  lo que era sin duda  la más importante acción del acto patriótico cultural de celebración: El Izamiento de nuestro bello  emblema nacional.

            Los protocolos de estos actos, eran muy estrictos para nosotros los estudiantes;  siempre fuimos bien educados y guiados en el respeto a nuestros símbolos patrios, en especial el reconocimiento a nuestros valores de la historia, y el inmenso amor a Chile, representado por la sagrada e insigne  bandera tricolor y  a ella, de verdad, le rendíamos un  hermoso culto  de respeto por lo que representa, y  cuando cantábamos el himno patrio, era la efervescencia sanguínea de grandes emociones las que sellaba todos los rincones de esos cursos que formados en ordenadas filas, con sus profesores encabezando las pequeñas columnas de los cursos,  queríamos gritar  a todo pulmón, con nuestro canto  de voces blancas,  que  sentíamos en lo profundo del corazón, ese gran orgullo y amor a nuestra patria, representada  a través de la tricolor bandera.

 

            Mirábamos con gran orgullo lo que acontecía en la tribuna frente a nuestros ojos, dando inicio al acto desde el inicio del himno, observando el alto mástil enhiesto frente a la escuela  y ubicado en un monolito en la vereda superior de la plaza, donde se desplazaría la bandera ceremoniosa y flameante por la driza,  que  guiaban esas manos enguantadas de los alumnos seleccionados, con tanta delicadeza y finura, que aquel era un momento casi religioso,  que  hacía hervir el alma de patriotismo y recuerdos de la historia.

            Sonaba entonces en el aire, los sones marciales y las voces cantaban: “Puro Chile, es tu cielo azulado, Puras brisas te cruzan también y tu campo de flores es bordado, es la copia feliz del edén….”

            ¡Qué maravillosa experiencia de unirnos todos en esa muestra de amor tan patriótico, tan nuestro, tan orgullosos, y mientras las  gargantas respiraban profundas bocanadas de aire salitroso para alcanzar las notas y expulsar ese aire con la melodía patriótica,  seguía subiendo la bandera impulsada por la driza paralela al mástil, arrullada también con alguna leve brisa tan necesaria en medio de tan caluroso día. Calor, temperatura alta, alguna corriente de aire leve, y el roce de la cuerda en la roldana superior, seguía su lenta marcha de llevar la bandera a hasta su  cima:  “Dulce Patria, recibe los votos, con que Chile en tus aras juró. Que o la tumba serás de los libres, o el asilo contra la opresión… y justo en el “bis”  de: ¡O la tumba!, vino entonces  la desgracia, de esa mañana, casi mediodía,  que nos dejó perplejos, sin aliento, mientras la Banda  Instrumental seguía con su notas interpretando nuestro amado himno patrio, y las voces opacadas por el “susto”, seguían la interpretación.

            Sencillamente la driza se cortó, y entonces esa bandera que subía  orgullosa hacia la máxima altura del mástil, como un ave  con el ala herida, y titubeante, comenzó a caer, a desplazarse en caída libre lentamente, acompañada del leve viento,  que quería  acunarla y soportarla,  y llevarla en “andas” para no hacerla caer y revolcarse en los jardines de ese sector de la plaza y  fue entonces una caída lenta, eterna, silenciosa, expectante,  diría: “sin palabras”,  como cuando viene un paracaidista desde el cielo con su cúpula inflada, y la bandera se movía como esos volantines heridos de septiembre, o esas “cambuchas” pampinas  vacilantes, y en su caída, se movía en sus intentos de equilibrio, y se desplazaba lentamente como una gigante pluma de tres colores, con su tamaño mágico y   la cuerda  fláccida y ya inerte, se doblaba como esas derretidas vigas  metálicas que se someten a altas  y mortales temperaturas, de  algún fuego.

¡Dios Mio!  Dijeron los cientos de miradas en silencio.

¡Se cae la bandera! ¡Se cortó la driza°! 

            Y entonces, surgió de esa muchedumbre infantil de cientos de estudiantes, con su característica camisa blanca, pulcra como su dentadura siempre  alba, el pequeño o gran niño pampino: El  “John Kennedy” y  corrió presuroso traspasando las barreras de estudiantes y cordones policiales,  con ese ímpetu de los héroes de nuestra  historia patria  que dieron su vida en los campos de batalla, y sobrepasando todos los obstáculos, rápido como un rayo, y en el segundo final en que la gravedad habría consumado su obra  evitando el tumulto de niños y maestros, y aún oyendo los cantos del: ¡Oh el asilo contra la opresión”, tomó truinfante, antes de que cayera al suelo, ese trapo santo, que sostuvo con sus manos y  no solo evitó que la bandera cayera   humillada al suelo polvoriento,  despojada de sus honores junto a los músicos del Maestro que soplaban con mayor potencia sus instrumentos, sino que el “John Keneddy”, se envolvió la bandera con respeto en su cuello, tomó la driza cortada, y  jamás en mi vida supusimos  ni de sueño lo que haría: Comenzó a subirse por el mástil enhiesto,  recién pintado, y subía y subía con una destreza de puma, con la bandera como gran bufanda afirmada en su cuello y la   soga de la driza entre sus manos. Y apretaba sus piernas fuertes al fierro del mástil, y sus manos heroicas y poderosas, sólo  subían y subían y alcanzaban cada vez más altura, y el himno no cesaba, continuaba y los instrumentos de viento y los compases de la Banda, ya no miraban  las partituras, estaban clavados sus ojos en la valiente maniobra, casi o muy heroica del pequeño o grande “John Kennedy” y comenzaron todos los presentes de nuevo a entonar el himno nacional: ¡Puro Chile es tu cielo azulado…”, para darle más tiempo. ¡Todos unidos, todos los “pampinos” haciendo fuerza y apoyo espiritual, todos impregnados de un  espíritu heroico que rasgaba el aire con esas notas del himno patrio, porque el John Keneddy en medio de la batahola  y la emoción contenida,  seguía en su personal esfuerzo, en su gran intento, lo amamos en ese instante como héroe, todos queríamos ser “él”, todos queríamos estar allí subiendo el mástil, adoramos ese momento  cuando  en ese último impulso, llegó a la cima, llegó a la cúspide, llegó al “cenit” tan cercano al cielo,  y allí con la sencillez y calma,  arregló la cuerda, pasó la cortada soga por el orificio de la roldana, la ató, y entonces desplegó en esa altura inmensa, el gallardo tricolor que en ese minuto ondeó con una brisa fresca  que surgió de la nada   y con las notas del himno aún latiendo por los aires, hasta los pimientos se doblaron  satisfechos, cuando el John bajó, con su alba sonrisa y con esa sencillez y virtud heroica de pampino al sentir muy en el fondo de su alma esa satisfacción interior que sienten las personas que hacen el bien y con su hermosa sonrisa volvió por el sendero que había sorteado, se ocultó de las autoridades,  de la gente, y  terminó cantando como todos  el final de nuestro himno:  “¡O el asilo contra la opresión”.

            Nadie pudo aplaudirlo, nadie pudo agradecerle,  había que seguir la ceremonia, y nunca nadie dejó de cantar por un instante en todo ese larguísimo y casi eterno tiempo  en que nuestro pequeño o grande John Kennedy  salvó la bandera, de caer en manos del polvo del olvido, subiéndose como  puma poderoso o enrabiado, sin dejar de sonreír, por ese mástil que está allí aun, que se mantiene silencioso  y que fue esa mañana testigo del mejor ejemplo de heroísmo de un simple joven estudiante de nuestra escuela.

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            Ya no supe nunca más  del “John Keneddy”  que veía  “subir” desde el fondo de la calle Acevedo, muy cercano  la Estación, con su invariable e impecable camisa blanca y su pelo colorín y una hermosa sonrisa alba, y que tenía un gran parecido, hasta en la forma de su cabeza y corte de cabello y peinado al entonces Presidente de Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy.

            Cada vez que pasaba por la calle Luis Acevedo, subiendo desde la estación hacia la plaza, mi mamá nos decía muy orgullosa y sonriente : ¡¡Ese es el John Kennedy el que salvó  de la humillación y la derrota de la caída de nuestra amada y tricolor bandera!!

 

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