Foto colección Sr. Misael Tapia.
El “JOHN
KENEDDY”
(Carlos Garcia Banda)
Hay
tantos personajes famosos de nuestra pampa salitrera y que fueron nuestros
héroes de la niñez; quizás en mis recuerdos haya muchos otros nombres grabados
con sus historia simples y sencillas, como lo era todo en la pampa, pero esta
pequeña historia, puede que algunos la hayan vivido o la hayan experimentado y
que duerma en sus recuerdos. Como no tengo “memoria” de elefante, puede que la
podamos reconstruir entre todos, puesto que para mí hay algunos fragmentos olvidados,
pero no así la esencia heroica de este alumno de la Escuela Consolidada, uno de
los hijos menores del matrimonio Cancino,
que vivían por allí por nuestra calle Luis Acevedo, más apegaditos a la
estación y que tenía un hermano mayor, que era como el más serio de ”los Cancino”.
Esa
familia era muy piadosa y ambos padres, se dedicaba en esas pocas horas del
descanso y del hogar, con gran dedicación y entrega, a las actividades de la Parroquia
“San Rafael” con un gran impulso y compromiso adquirido voluntariamente, y que
unían sus espíritus, bondad y generoso servicio, tal cual lo hacían otros grupos
numerosos de familias como lo fueron los Nef, los Calderón, los Yupanqui, los Salinas, los Rojas con la Sra. Isolina a la cabeza, los Valencia, Alfonso
Espinoza, los Pizarro con Dn. Enrique y la Sra. Olga, los Ramos, los Rodríguez,
los Valdés,y tantos hombres y mujeres que nos dieron ejemplos de sus vidas al
servicio de la Evangelización, comprometidos en tareas de catequistas, guías de
matrimonios, Cursillistas, JOC, (Juventud Obrera Católica), y que lo dieron
todo desinteresadamente para la gran obra del Señor.
Por mi
edad de aquellos años, veía ocasionalmente al “John Kennedy” “subir” desde el fondo de la calle Acevedo,
muy cercano la Estación, con su invariable
e impecable camisa blanca y su pelo colorín y una hermosa sonrisa alba, tenía
un gran parecido, hasta en la forma de su cabeza y corte de cabello y peinado
al entonces Presidente de Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy, y tengo la
memoria clarísima de ese joven, caminando rápidamente hacia
la plaza, pues era muy
entusiasta para caminar y no sé si habrá
pertenecido a la Academia de Gimnasia
Cuadro Blanco por sus características físicas y
atléticas, pero que lo hacían todo
un personaje importante a nuestra mirada
de niños en mi barrio; vivía cercano a
los “Miño”, que también eran una familia muy ligada a la iglesia, y en
esa misma acera, los Vargas, cuyos padres eran de misa diaria y servicio permanente a la Parroquia.
Recuerdo
un importante acto desarrollado frente a la Escuela Consolidada, tiene que haber sido un homenaje a algún héroe
de algún acto de la efeméride nacional, o me atrevería a decir, que era toda una celebración exclusiva
por la Independencia Nacional, pues se realizó en el monolito dedicado a la Independencia de Chile
y no en el tradicional Busto a OHiggins,
que daba
a la avenida principal de la plaza.
La Banda
Instrumental bajo la siempre disciplinada “batuta” del querido Maestro Don Florencio Guardia, después de los saludos protocolares del
locutor de la ceremonia al cuerpo de profesores y autoridades presente, iniciaba
con sus inconfundibles sones marciales, el Himno Nacional, el que era siempre
bien coreado y con gran entusiasmo por nosotros, los estudiantes, y entonces
había un par de alumnos que se habían preparado convenientemente, con guantes
blancos, y su mejor tenida de escuela,
para lo que era sin duda la más importante acción del acto patriótico cultural
de celebración: El Izamiento de nuestro bello
emblema nacional.
Los protocolos
de estos actos, eran muy estrictos para nosotros los estudiantes; siempre fuimos bien educados y guiados en el
respeto a nuestros símbolos patrios, en especial el reconocimiento a nuestros
valores de la historia, y el inmenso amor a Chile, representado por la sagrada
e insigne bandera tricolor y a ella, de verdad, le rendíamos un hermoso culto de respeto por lo que representa, y cuando cantábamos el himno patrio, era la
efervescencia sanguínea de grandes emociones las que sellaba todos los rincones
de esos cursos que formados en ordenadas filas, con sus profesores encabezando
las pequeñas columnas de los cursos, queríamos gritar a todo pulmón, con nuestro canto de voces blancas, que
sentíamos en lo profundo del corazón, ese gran orgullo y amor a nuestra
patria, representada a través de la
tricolor bandera.
Mirábamos
con gran orgullo lo que acontecía en la tribuna frente a nuestros ojos, dando
inicio al acto desde el inicio del himno, observando el alto mástil enhiesto
frente a la escuela y ubicado en un
monolito en la vereda superior de la plaza, donde se desplazaría la bandera
ceremoniosa y flameante por la driza,
que guiaban esas manos enguantadas
de los alumnos seleccionados, con tanta delicadeza y finura, que aquel era un
momento casi religioso, que hacía hervir el alma de patriotismo y
recuerdos de la historia.
Sonaba
entonces en el aire, los sones marciales y las voces cantaban: “Puro
Chile, es tu cielo azulado, Puras brisas te cruzan también y tu campo de flores
es bordado, es la copia feliz del edén….”
¡Qué
maravillosa experiencia de unirnos todos en esa muestra de amor tan patriótico,
tan nuestro, tan orgullosos, y mientras las
gargantas respiraban profundas bocanadas de aire salitroso para alcanzar
las notas y expulsar ese aire con la melodía patriótica, seguía subiendo la bandera impulsada por la
driza paralela al mástil, arrullada también con alguna leve brisa tan necesaria
en medio de tan caluroso día. Calor, temperatura alta, alguna corriente de aire
leve, y el roce de la cuerda en la roldana superior, seguía su lenta marcha de
llevar la bandera a hasta su cima: “Dulce Patria, recibe los votos, con que Chile
en tus aras juró. Que o la tumba serás de los libres, o el asilo contra la
opresión… y justo en el “bis”
de: ¡O la tumba!, vino entonces la desgracia, de esa mañana, casi mediodía, que nos dejó perplejos, sin aliento, mientras
la Banda Instrumental seguía con su
notas interpretando nuestro amado himno patrio, y las voces opacadas por el
“susto”, seguían la interpretación.
Sencillamente
la driza se cortó, y entonces esa bandera que subía orgullosa hacia la máxima altura del mástil,
como un ave con el ala herida, y
titubeante, comenzó a caer, a desplazarse en caída libre lentamente, acompañada
del leve viento, que quería acunarla y soportarla, y llevarla en “andas” para no hacerla caer y revolcarse
en los jardines de ese sector de la plaza y
fue entonces una caída lenta, eterna, silenciosa, expectante, diría: “sin palabras”, como cuando viene un paracaidista desde el
cielo con su cúpula inflada, y la bandera se movía como esos volantines heridos
de septiembre, o esas “cambuchas” pampinas
vacilantes, y en su caída, se movía en sus intentos de equilibrio, y se
desplazaba lentamente como una gigante pluma de tres colores, con su tamaño
mágico y la cuerda fláccida y ya inerte, se doblaba como esas
derretidas vigas metálicas que se
someten a altas y mortales temperaturas,
de algún fuego.
¡Dios Mio! Dijeron
los cientos de miradas en silencio.
¡Se cae la bandera! ¡Se cortó la driza°!
Y
entonces, surgió de esa muchedumbre infantil de cientos de estudiantes, con su
característica camisa blanca, pulcra como su dentadura siempre alba, el pequeño o gran niño pampino: El “John Kennedy” y corrió presuroso traspasando las barreras de
estudiantes y cordones policiales, con
ese ímpetu de los héroes de nuestra historia patria que dieron su vida en los campos de batalla,
y sobrepasando todos los obstáculos, rápido como un rayo, y en el segundo final
en que la gravedad habría consumado su obra
evitando el tumulto de niños y maestros, y aún oyendo los cantos del: ¡Oh
el asilo contra la opresión”, tomó truinfante, antes de que cayera al
suelo, ese trapo santo, que sostuvo con sus manos y no solo evitó que la bandera cayera humillada al suelo polvoriento, despojada de sus honores junto a los músicos del
Maestro que soplaban con mayor potencia sus instrumentos, sino que el “John
Keneddy”, se envolvió la bandera con respeto en su cuello, tomó la driza cortada,
y jamás en mi vida supusimos ni de sueño lo que haría: Comenzó a subirse
por el mástil enhiesto, recién pintado,
y subía y subía con una destreza de puma, con la bandera como gran bufanda afirmada
en su cuello y la soga de la driza
entre sus manos. Y apretaba sus piernas fuertes al fierro del mástil, y sus
manos heroicas y poderosas, sólo subían
y subían y alcanzaban cada vez más altura, y el himno no cesaba, continuaba y
los instrumentos de viento y los compases de la Banda, ya no miraban las partituras, estaban clavados sus ojos en
la valiente maniobra, casi o muy heroica del pequeño o grande “John Kennedy” y
comenzaron todos los presentes de nuevo a entonar el himno nacional: ¡Puro
Chile es tu cielo azulado…”, para darle más tiempo. ¡Todos unidos,
todos los “pampinos” haciendo fuerza y apoyo espiritual, todos impregnados de
un espíritu heroico que rasgaba el aire
con esas notas del himno patrio, porque el John Keneddy en medio de la batahola
y la emoción contenida, seguía en su personal esfuerzo, en su gran
intento, lo amamos en ese instante como héroe, todos queríamos ser “él”, todos
queríamos estar allí subiendo el mástil, adoramos ese momento cuando
en ese último impulso, llegó a la cima, llegó a la cúspide, llegó al
“cenit” tan cercano al cielo, y allí con
la sencillez y calma, arregló la cuerda,
pasó la cortada soga por el orificio de la roldana, la ató, y entonces desplegó
en esa altura inmensa, el gallardo tricolor que en ese minuto ondeó con una brisa
fresca que surgió de la nada y con las notas del himno aún latiendo por
los aires, hasta los pimientos se doblaron
satisfechos, cuando el John bajó, con su alba sonrisa y con esa
sencillez y virtud heroica de pampino al sentir muy en el fondo de su alma esa
satisfacción interior que sienten las personas que hacen el bien y con su
hermosa sonrisa volvió por el sendero que había sorteado, se ocultó de las
autoridades, de la gente, y terminó cantando como todos el final de nuestro himno: “¡O el asilo contra la opresión”.
Nadie
pudo aplaudirlo, nadie pudo agradecerle,
había que seguir la ceremonia, y nunca nadie dejó de cantar por un
instante en todo ese larguísimo y casi eterno tiempo en que nuestro pequeño o grande John
Kennedy salvó la bandera, de caer en
manos del polvo del olvido, subiéndose como
puma poderoso o enrabiado, sin dejar de sonreír, por ese mástil que está
allí aun, que se mantiene silencioso y
que fue esa mañana testigo del mejor ejemplo de heroísmo de un simple joven estudiante
de nuestra escuela.
……………………………………………………………………………………………………………………..
Ya no
supe nunca más del “John Keneddy” que veía “subir” desde el fondo de la calle Acevedo,
muy cercano la Estación, con su
invariable e impecable camisa blanca y su pelo colorín y una hermosa sonrisa
alba, y que tenía un gran parecido, hasta en la forma de su cabeza y corte de
cabello y peinado al entonces Presidente de Estados Unidos, John Fitzgerald
Kennedy.
Cada vez
que pasaba por la calle Luis Acevedo, subiendo desde la estación hacia la plaza,
mi mamá nos decía muy orgullosa y sonriente : ¡¡Ese es el John Kennedy el
que salvó de la humillación y la derrota
de la caída de nuestra amada y tricolor bandera!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario