martes, 18 de mayo de 2021

ANTUCO

 TVDpatagonia/ Televisión Digital Patagonia - Chile.

Un día como hoy 18 De mayo pero del 2005 en tiempos de paz, mueren de frío 45 Soldados del Ejercito de Chile durante una marcha en la Laguna del Laja Antuco.

Un tragedia que marcó para siempre a las familias quienes recibieron a sus jóvenes hijos muertos, sin explicaciones, en medio de una tozudez del mando de la época, evidenciando poco o nada de interés por el error evitable de haber enviado a los jóvenes conscriptos a una marcha de campaña sin ropa de invierno, contraviniendo las condiciones climáticas y el sentido humano para con sus sold

ados. 

REFLEXIONES


 

Todos pensamos diferentes y somos distintos, eso por voluntad del Creador, pero hay cosas que nos unen, y en nuestro encuentro de amistad, lo primero que nos une es el amor común a  Chile y su Ejército, no porque nos hallamos ganado la vida  por los siempre necesarios y “cochinos” pesos en ese “trabajo” tan distinto a los demás, al cual optamos en forma libre y voluntaria, sin  escatimar grandes esfuerzos personales y  valentía,  porque nos unieron sentimientos de vocación,  sin siquiera interesarnos la forma en que subsistiríamos, y en ese amor de hermanos de vocación, así como el sacerdocio a Dios, pero en nuestro caso el Servicio casi sacerdotal a la Patria,  nos abrazamos a las esperanzas de construir con nuestro esfuerzo, un “Chile Mejor”.


Y fue nuestra entrega, generosa y desinteresada,  llena de bondad, de sacrificio, de renuncias, y de humillaciones también, y de descalificaciones también, y de discriminaciones también,  de persecuciones también,  de juicios injustos también,  de colocarnos en la palestra frente a quienes juzgaron nuestro actuar también,  de esos que nos persiguieron también , de aquellos que nos expulsaron también, de aquellos que nos hicieron “pebre”, también, de esos que nos  “”sapearon” también,  de esos que  en el sumario nos hicieron pagar un camión también, y de todos esos que estuvieron a nuestro lado  siempre atentos a buscar la posibilidad de cagarnos, también.


Eso fue la muestra de nuestro amor a Chile, soportar por  esa vocación, todo lo que vivimos y todo lo que entregamos aunque otros hayan cortado las flores de nuestros jardines o de nuestra creación o de nuestra abnegación. Quizá eso que nos dejó marcado una herida interior personal y  dolorosa  que pudiera a veces causarnos  algún resentimiento frente a lo que cada cual sabe cómo lo vivió y cómo lo superó. 


Cada cual lo debe sabe medir: pero en lo que nunca podemos ser diferentes en el pensar, es que todo, pero todo lo hicimos “sanamente” convencidos que  aparte de cumplir las normas en las distintas áreas propias del sistema de la administración militar, también había una gran y profunda satisfacción personal y colectiva que se siente al servir honestamente a Chile, poniendo ese gran ideal en todo nuestro ser y actuar.


Los que robaron, metieron las manos,  callaron,  siguieron el juego eterno de la malversación o se hicieron los que “no” vieron o en lo que fueron testigos, a pesar de su vocación, callaron,   su mejor medicamento para lo que les quede de vida, debe ser su propio  silencio y vergüenza,  y la mejor opción que aprendieron,  mirar hacia el lado y “hacer la vista gorda”, mientras por su lado caminaban los “muertos cargando adobes”, frase tan recurrente entre nosotros, desconociendo su responsabilidad, o su acción honesta frente a esa visión. Ese es su cuento personal y como somos libres de albedrío según el creador,  están plenamente autorizados para seguir mirando el horizonte en el sentido contrario, hacia la espalda, opuestos al mar. En buen chileno, seguir haciéndose el huevón.


Lo mismo ocurre en estos tiempos. No debemos tener temor a que nos quiten el sueldo, nos enjuicien a todos,  nos corten la cabeza,  nos tiren a los leones del circo comunista romano, nos condenen a vivir en la pobreza o la indigencia, nos obliguen a salir a mendigar, nos  eliminen de las Avenidas y Alamedas  el homenaje a nuestros héroes, nos cambien la bandera, nos canten otro himno, nunca debemos temer eso, porque frente a Dios y frente a la historia estamos libres de polvo y paja, porque todo lo que hicimos lo basamos en la vocación, en la verdad que conocimos, y en el amor que sentíamos a Chile y a nuestras familias, y en ese sentido, somos y seremos en el tiempo juzgados, cuando la vida enseñe a las nuevas generaciones la verdad de lo que vivimos, que fuimos, somos y seremos siempre y para siempre: inocentes.


Para la edad que tenemos sin duda que lo fácil sigue siendo la “mejor opción”. Ya trabajamos, ya trasnochamos, ya cumplimos, tenemos nuestros hijos criados, de algún pequeño bienestar gozamos en medio de nuestras naturales dolencias, y  estamos casi asegurados por el resto y poco de vida que nos queda. Es realmente una muy buena opción. No estamos  con esa energía juvenil de correr por cerros con ametralladora al hombro o cajas de munición o esas cintas  atravesadas de hombro a cadera, para demostrar la eficiencia de nuestra función de comandantes. Eso es cosa del pasado, y fue  el valor que tuvimos que vencer, y el fruto de aquello fue cumplir heroicamente el ejercicio, la exigencia, demostrar lo que éramos y podíamos y hacer,  y sentirnos pletóricamente satisfechos, con una sencilla palabra que viniera de quienes nos comandaban: ¡¡BIEN LA ESCUADRA….!!  Y eso de verdad,  era nuestra mayor  alegría, porque servir así, con toda el alma  y recibir esa expresión tan simple y generosa de “¡¡BIEN LA ESCUADRA”!! Nos llenaba de natural orgullo (no soberbia) que  era, al final de todo,  el mejor pago de nuestro esfuerzo.


‘’ASI ÉRAMOS TODOS NOSOTROS QUERIDOS AMIGOS Y CAMARADAS, LLENOS DE SUEÑOS JUVENILES Y DE SUEÑOS!! Eso era nuestra alegría.


Quizás dejamos todo lo que teníamos que dejar en los cuarteles y al final, solo vivimos de estas alegrías, de nuestra amistad y de los recuerdos,  y cada cual con su propia libertad y actividad sabe y sabrá cómo vivir y desarrollarse en esta fase casi final, donde siempre está primera la familia.


Ya no podemos salir a las calles armados de palos, banderas chilenas, de pañuelos cubriéndonos la cara, como “primera línea de defensa real de Chile”, es lamentable, ya no podemos es nuestra triste realidad….


PERO……….


Lo que nunca debe dejar de ser el sentimiento que nos  une es Chile y su Ejército, y desde ayer, hemos saboreado el amargo brebaje o trago amargo  de esta injusto “PAGO DE CHILE” y que nos permiten creer que todo lo hecho ha sido en vano, que todo lo que  se construyó fue vacío, que todo lo que  creímos fuerte e inacabable,  se desploma  como se desploman los monumentos y se queman los ideales religiosos y militares  en los cuarteles y en las  iglesias. Estamos en medio de un mundo incomprensible para nosotros y muy desconocido.


 Pero saben?


Lo que más duele que entre nosotros: Nadie dice nada.


Quizás  la amargura es demasiado grande para hablar.


Quizás el dolor es  muy profundo  para expresarlo.


Quiero pensar que quedamos perplejos.


Pero lo que no puedo ni siquiera pensar, es que hayamos sido indolentes, irresponsables,  indiferentes a lo que debemos con el tiempo tratar de cambiar, aun cuando las tropas estén siendo atacadas en el frente de combate y nosotros, la reserva, estemos prestos a acudir al frente al llamado de esta “emergencia” de combate.


Este tema  tiene vuelta y no podemos quedarnos dormidos en los laureles


Debemos ser consecuentes con el principio de amar a Chile y su Ejército


Como buenos soldados deberemos enfrentar con valentía la dificultad pero no nos quedemos callados ni en silencio, aunque sea entre nosotros, los  que estamos “en el mismo bando” defendamos lo nuestro y si por comodidad  no hicimos nada y hasta quizás nuestros propios hijos que no entienden votaron por esa ideas totalitarias que ellos creen que son buenas para este Chile,  debemos recomenzar a reconstruir, a enseñar la historia, a educar,  a decirles con el alma lo que vivimos, a contarles a estas generaciones de tanto joven engañado casi idiotizado por la televisión y los juegos, que el Chile que vivimos ayer, no se compara a este Chile de hoy, que tiene comida,  que no pasa necesidades de vestuario, que  va y compra lo que quiere, que  no anda mendigando a medianoche en una larga cola un pan negro que vendían por medio kilo para asegurarnos el “pan nuestro de cada día” que nos enseñó el mismo Jesús.


 Tenemos poco tiempo, tenemos estos dos años, quizás algunos marchemos antes al cuartel celeste, para los que no creyentes, quizás nos pille la pandemia, quizás no  existamos en ese nuevo Chile, quizás las cosas que tanto atesoramos se quemarán en las hogueras del comunismo organizado o  atenten con nuestras familias, no lo sabemos y no es campaña de terror, pero los genocidas más grandes del mundo no fueron los Nazis fueron los comunistas en todo tiempo de la historia, y esto no es proselitismo político, si usted es comunista y cree que es el  mejor sistema, váyase a vivir a Venezuela o Cuba, y descubra esa verdad equivocada que aun lleva en su corazón.


Lo nuestro es Chile, es futuro, no importa que quedemos indigentes, no importa que nos arrojen a las mazmorras,  viejos e inútiles como estamos,  en venganza y  en deseos de vernos humillados, no importa eso.


 Una vez soldado siempre soldado y ponemos el pecho a las balas.


Nada de eso será importante cuando tengamos que morir mirando el cielo azul y dibujando nuestra bandera tricolor en algún mástil imaginario porque lo que hicimos fue amar a Chile y ese fue nuestro mayor pecado.


No se queden más en las sábanas, no se queden más en los laureles, no duerman el sueño de los que creen ustedes que vendrán a dejarles flores a los cementerios, ya ni nuestros héroes tienen paz, ya no habrá  emociones en un nuevo 18 de Septiembre,  ya no se celebrará la Guerra del Pacífico como acto de triunfo de Chile, porque los comunistas pintaron que esa guerra era para los intereses de algunos pocos, no tendremos donde gritar, donde cantar, donde vivir y si ustedes se quedaron en casa, al menos mientras tanto, vayan afilando la punta del lápiz que es la única herramienta legítima que tenemos por lo pronto, para  rechazar cualquier  Constitución que atente contra nuestra libertad, esa oportunidad será histórica tenemos dos años largos años, o dos cortísimos años,  estos infames e infelices años, para convencer  al amigo, al hijo al vecino, y  con nuestra acción “uno a uno”,  solidaria y amor a los que necesitan podremos decirles que los militares no somos asesinos, no nos preparamos para una guerra interna de chilenos contra chilenos, no gozamos del dolor de la muerte  ni disfrutamos del dolor ajeno, los militares servimos a todos los chilenos y   si en  algo nos equivocamos,  merecemos también la oportunidad del perdón y en justicia el olvido,  como  buenos hijos  y hermanos de un mismo país que nos acoge, porque si hoy nuestros templos son arrasados por los incendios, así serán incendiados nuestros cuarteles y las armas tomadas por las hordas llamadas “del pueblo”, que querrán hacer de Chile una revolución bolchevique y nosotros estaremos  sentados mirando el horizonte esperando morir, por cuanto no hemos tenido el valor de ir  y marcar una raya simple en un voto, y en ese gesto decir que no queremos  una patria comunista. 

Sin duda que nuestras familias nos aman, nos quieren nos respetan nos cuidan, y ya no tenemos esa fuerza y energía, pero no podemos nunca más,  SÍ,  “NUNCA MÁS” como “ellos” dicen, dejarnos amedrentar por el temor de que nos bajen una pensión que en el fondo sigue siendo miserable comparada con lo que ganan los que están en la Clase Política y  que en verdad debiéramos luchar porque los que menos ganan se igualen, pero no nos quiten nuestros derechos, y si así fuera, nunca temer, porque si no fuimos capaces de sacar un lápiz, menos sacaremos un arma en lo que pudiera venirse o tramarse en las oscuridades de los que odian la vida y odian a los que se superan,  una lamentable guerra civil.


Tengamos la fuerza de prepararnos para lo que viene, no nos olvidemos que la fe mueve montañas, invoquemos a nuestros héroes dormidos en el más allá, pidamos a la Virgen del Carmen, Patrona y Generala de las Fuerzas Armadas y de Orden,  para hacer de esta derrota una  triunfo, pero para eso debemos cambiar de actitud, ya no ser los críticos destructores de nuestros enemigos, sino más bien atraerlos por nuestras buenas obras.


No podemos dejar de pensar que uniéndonos tal vez en una idea común, en una agrupación que idealice nuestros pensar en beneficio de todos los chilenos, sea una excepción. 


Es legítimo luchar unidos, por eso que la “UNIÒN” hace la fuerza, y entre tantos colores, buscar el que más se asemeje a la defensa de lo que amamos Chile y su historia, pero no mirar para el lado y comprometernos con una línea común de unidad y acción.


Aún tenemos tiempo y vida.

Aún tenemos Patria,  y la esperanza de que hagamos lo que corresponde, sin dejarse amedrentar ni menos doblegarse ante la evidente soberbia y sed de venganza del adversario.


Feliz día camaradas.

sábado, 15 de mayo de 2021

Feliz Cumpleaños mi SOM. REMIGIO ROJAS PARRA

 A nombre de los "Esmeraldinos", repartidos en todos los lugares de Chile, y que conforman esa legión de soldados silenciosos pero llenos de recuerdos y emociones, saludamos al querido amigo y camarada  ejemplar, generoso, buen compañero y lleno de virtudes humanas que lo hacen un ser excepcional, el querido Instructor militar Suboficial Mayor Dn. Remigio Rojas Parra, a quien tenemos la dicha de tenerlo con juveniles 85 años y lleno de vitalidad y energías, un gran ejemplo, eximio deportista, dueño del balón del fútbol en su Regimiento "Esmeralda", el cual ahora le ha provocado algunas dolencias propias de futbolero eterno, sus rodillas, pero no deja de sonreír y y disfruta los regalos más hermosos de la vida: su esposa, hija y nietos que al final le regalan paz y tranquilidad pues ha sido, es y será siempre un hombre bueno íntegro y amistoso. Felicidades camarada y amigo.

Con el cariños de todos los "Esmeraldinos " de Chile y el mundo.
















martes, 11 de mayo de 2021

Amada Madre María

 


Gratitud a nuestra Amada Madre

 Fueron días de largas emociones tu inolvidable visita por Antofagasta, removiendo heridas espirituales y despertando corazones dormidos. Tu presencia simbólica Madre, escoltada por el “Baile Chino”, que jamás decayó una gota en tantas y  extensas esperas, fue siempre como tu alma: inalterable. Los  que estuvimos cerca como ciudadanos comunes, agradecemos tu visita, porque con ella se descubre la ferviente corriente de amor de tu pueblo chileno amado, que luciendo vistosos colores,  danzando como signo de  respeto  y gratitud, lo hicieron con esa fuerza energética que emana de los grandes espíritus y corazones nobles. Sabemos que el amor que se te profesa con desinteresado  sentimiento, es una muestra del amor y confianza a tu amado hijo Jesús y sabemos que  siempre está viva tu palabra en ese recuerdo del Santo Evangelio, en las boda de Caná: “Hagan lo que  Él les diga”, dejando toda tu confianza en ese Jesús que llevas pequeño en brazos y que acurrucas con maternal protección, y que nos hace sentir que siendo sus hermanos, TÚ nos protejes con idéntico amor y celo y de igual forma. Madre Admirable, Estrella de la Mañana y Estrella de Chile, nos bendices con tu amor, y sentimos que tu mirada nos penetra,  hasta tocar nuestras fibras de dureza humana, convirtiéndonos en seres sensibles  que vivimos con tu presencia una inigualable experiencia de amor.

Fueron muchas horas, interminables, agotadoras para quienes asumieron el acompañarte hasta pasada la tarde de este inolvidable domingo, “Día de la Madre”, y en que los ritmos de los bronces y las percusiones  invadieron todos los espacios y volaron junto a las palomas dejando sus ecos en los cerros y quebradas, y  anunciando que te vas, quizás hasta qué tiempo,  extrañando el no verte quizás en cuánto tiempo, ya que muchos nunca hemos podido visitarte en tu Santuario de “La Tirana”, habiéndote acercad humilde a nuestros hogares y sentir tan de cerca la historia de la Madre Celestial, que vino invitada por los Bailes Religiosos y recibida en todas partes con los brazos abiertos, como si con ello nos acercáramos al manto sagrado de tu hijo amado, para tocarlo y pedir con nuestro gesto, sanación espiritual, pero también mejoría de los dolores que van horadando nuestros débiles cuerpos y atormentando nuestras vidas en estos tiempos de nuestra propia existencia y que cada día se hacen más largos, difíciles y hasta dolorosos, pero siempre llenos de esa cierta y real esperanza que el día final nos acogerás con tu amado Hijo en ese cielo eterno y tantas veces prometido, donde todos nos amaremos con esa dulzura que nos mostraste hoy en tu despedida de nuestra  sufrida ciudad.

Debemos agradecer con nuestra humilde oración, por todos  aquellos que permitieron tu presencia entre nosotros, celebrando este día como algo inolvidable y especial y que nos permite aumentar en nuestro ser, esa débil fe que profesamos y que tú nos muestras que entre los humildes, florece y se alimenta de sanas alegrías, porque es precisamente allí, entre los más débiles, los siempre marginados, los que más sufren, los que han sido olvidados por los hombres,  donde tú estás cada día colaborando al milagro de la vida, la existencia y hasta la subsistencia.

Gracias María Santísima, por que aprendemos de tu humildad y tu grandeza a ser mejores Cristianos, protegidos  y férreamente unidos y apretados como a un solo cuerpo, recibiendo el calor protector de los pliegues de la tela de tu propio manto y unidos a tu corazón, que vibra como nosotros por el rostro de tu amado Hijo  Jesús.

Gracias Madre Divina y Eterna del Cielo.

Antofagasta, mayo de 2019

sábado, 8 de mayo de 2021

Mayonesa de mamá....

 Era  frecuente en los días de escuela de la pampa, a la que concurríamos los de cursos más pequeños solamente en las tardes,  que estuviéramos con mamá  toda la mañana, acompañándola en las rabietas del día y  obligadamente ayudándola en los quehaceres de la casa. Nadie estaba exento en nuestra casa de trabajar,  en lo que fuera, para el bien de todos. Siempre nuestra madre fue muy exigente, al menos con los que éramos los hermanos mayores.

Mientras ella cocinaba o picaba la cebolla, nosotros corríamos las sillas que se usaban en ese entonces en lo que llamábamos la “Sala” principal a la entrada de la pequeña vivienda.

 Con mi respetada “hermana mayor”, Ana Maria “jugábamos” a pasar el “chancho” con una virutilla bajo el  peso de ese armatoste de fierro que tenía apernado un escobillón a veces muy gastado, y que servía para sacarle brillo, después del encerado, al piso entablado. Nos entreteníamos desplazándonos como  campesino en el arado, arrastrando el pesado “chancho” sobre las tablas,  que ennegrecidas por la cera  acumulada en sus hendijas y porosidades  al transcurrir de las semana,  se tornaban opacas y oscuras. A veces en los pocos días libres que tenía mi padre, él hacia su gimnasia de piernas tipo boxeril, desplazándose a dos piernas y sacando como verdadera escofina  con las mallas del acero de la virutilla, toda esa grasa de la cera pegada y oscura,  y con ese ejercicio, iba floreciendo la madera viva, llena de hermosas vetas, entonces nos alegrábamos de esa limpieza que con tanta efectividad efectuaba en un juego de colaboración permanente a mi madre, y que nosotros en sus ausencias laborales, imitábamos,  con ese mismo entusiasmo con el pesado “chancho”, pero con un gran interés, puesto que después de hecho aquello, tendríamos el “permiso” y los “setenta pesos”  correspondientes al valor de la entrada, para arrancar alguna tarde a  sentarnos  a ver una película  en nuestro Teatro de Maria Elena. Debo ser sincero, yo  me ganaba los setenta pesos, ese billete azul con el rostro de OHiggins y esas dos monedas blancas para mi entrada a la  “Galería”; pero mi hermana, más fina y  no tan de pueblo como yo, había que darle el doble, porque ella se sentaba en la platea que tenía sillones cubiertos  y blandos en cambio nosotros los de abajo, sillones con tablas  bien moldeadas para las sentaderas pero por cierto más duras. Los de “arriba” en la platea, los de “abajo” en la galería.

En la faena del “Chancho” nuestro y en la de la cocina el picadillo de  las cebollas para los tallarines con salsa, oíamos a veces a mi madre  llorar de vez en cuando  y la sorprendíamos   cantando, mirando un papel con la letra escrita de la canción a lápiz grafito sobre su mesa de trabajo de cocina,  muy afinada como era ella, entre lágrimas de la cebolla o quizás de algún personal  recuerdo, entonando: “Era un triángulo, triángulo, triángulo (había allí una pausa: tatata - tan) y proseguía alargando el final del verso, “Nuestro quereeeer…”. Sus lágrimas entonces corrían por su hermosa y tostada mejilla,  la suponíamos siempre, por causa de la fuerte esencia de la cebolla,   no por algún sentimiento que le recordaba quizás un secreto triángulo de esos tan comunes  que se leían mucho en las revistas de “Fotonovelas”, o “Cine Amor”, o en  esos libros como “Pampa Desnuda” que en esas largas horas de biblioteca escribiera el Sr. Sánchez y que con los años vendía en las esquinas de la ciudad de Antofagasta o Santiago, con tanta ilusión y con un casco de minero, que algunos lo tildaban de loco, aunque fuera para honor de los pampinos, uno de los primeros escritores reales de nuestra pampa.

Para alegría nuestra, el olor a cebolla no nos alcanzaba en la faena de limpieza, arando con el chancho, puesto que los olores se disipaban rápidamente, aprovechando la corriente de aire  que entraba de la mosquitero de la  puerta hacia la calle Luis Acevedo,  y que se llevaba los olores de la cebolla y las notas de las canciones, por una hermosa “Claraboya”, que mi papito con ingenio y ayuda de unos maestros de la carpintería,  había construido en el tejado, con ventanales que se abrían tirando con una cuerda desde abajo, y que más allá de la utilidad práctica que muchos luego tuvieron en sus casa, nosotros como niños,  creíamos que eran ventanales o  puertas que nos llevaban al cielo.

En realidad los tejados estaban siempre cubiertos de gruesas capas de tierra y elementos de desecho, cajas vacías con botellas que alguna vez fueron de la cantina de nuestros vecinos del “Rancho Chuqui”,  algunas alpargatas  abandonadas o tiradas al techo a  propósito, pelotas de trapo ajadas por el sol inclemente, o juguetes de lata de sardinas, que eran nuestros mejores entretenciones.

Una vez fueron los maestros “plomeros” a instalar una chimenea para la cocina a leña del patio de mi casa,  subieron al tejado a la faena desde muy temprano en la mañana, y al parecer era solo perforar el zinc del tejado,  poner  la prolongación del tubo  metálico y sellarlo con brea y/o algo de  felástica con pintura, una sencilla tarea; sin embargo, aparte de la brea caliente, que fundían en un tarro con leños en la calzada de la casa, seguramente alguno de los  maestros de la “cuadrilla”, subió al remate final  con su botellón de vino oculto,  y ya muy tarde casi noche, sentimos los ruidos en el tejado, pensando que era un gato, y los gritos del  buen hombre nos pedían la escalera. Seguramente se durmió cansado y asoleado toda la tarde tapando el  orificio con brea y esperando  que se secara con su buen botellón de vino. Hubo que llamar  por teléfono desde el Pasaje “Orella”, a la “Oficina de Casas” para traer una escala y nuestro  buen trabajador, se fue con una sonrisa en los labios, descansado de la “mona”  y feliz con el resultado óptimo de su eficiente trabajo.

Yo me subía muy seguido al techo, por el palo del asta de la bandera, con esforzada destreza y cuidado, y entonces les decía a mis hermanas que allí había un mundo de muñecas y que  era todo hermoso, en especial sentirse como en las nubes pampinas que  a veces eran muy escasas en las tardes calurosas, pero que nos pintaban el cielo de crepúsculos arrebolados  multicolores en esos inolvidables atardeceres en su caída hacia el oeste de “nuestro sol” pampino que se retiraba a dormir  en alguna cama del lejano océano en las noches.

El tejado era otro mundo y cuando estábamos en la sala pasando el chancho mi hermana  menor me preguntaba que como sería subirse al cielo por esa ventana y cabalgar en las nubes,  esas que yo le hablaba que abundaban en ese espacio y que soñaba con conocer ese mundo de cuentos y acunar alguna bellezas de carey.

Limpiar  con el famoso y pesado escobillón de fierro, era toda una  odisea de movimiento en espacio tan pequeño:  corríamos las sillas que  eran de madera  noble y fina, como casi todos los muebles de los pampinos, construidos en la misma carpintería de la empresa, con esas perforaciones en su maderas de la sentadera como  bizcochos de naipe y  muy barnizadas  con un  cubre sillas de género para evitar  que se destiñeran y que mi mama  confeccionaba con algún  cortinaje o tela barata adquirida en  nuestra pulpería, para proteger . de la tierra nuestros humildes pero útiles  muebles.

Después de terminar la sala, venían los dormitorios, cada cual debía hacer “su” cama,  y allí trabajábamos toda la mañana sin antes terminar mi jornada,  subiéndome a una silla y  alcanzando la alta tabla de aplanchar y  mojar con una escobilla con té, mis pantalones cortos café para ir en la tarde a la Escuela, pues mi madre nos daba a todos pequeñas misiones y debíamos limpiar  y barrer toda la casa y  en mi caso eso era especial,  me gustaba aplanchar mis pantalones  cortos de la escuela. Así ayudábamos los habitantes del pequeño hogar mientras ella asumía mayores obligaciones mientras se paseaba afanosa y  diligente con su barriga “siempre llena”, esperando una cuarta o quinta niña. No creo haya sido fácil para ella asumir tanto con esos pampinos pequeños y buenos  para comer,  jugar y hacernos  cumplir las tareas escolares  o dejarnos después de cumplidas nuestras obligaciones,  recostarnos a descansar en las camas recién estiradas  con un libro de lectura o una revista de aventuras  disfrutando algunas veces del fresco aire que entraba en poca cantidad, pero fresco al fin, por las ventanas enrejadas.

Llegaba la hora de terminar el almuerzo y allí sí que mi mamá se tornaba una mujer casi religiosa, nos dejaba mirarla en silencio absoluto en su tarea que reiniciaría pronto, si queríamos permanecer en ella como espectadores,  o nos dejaba salir a la calle a jugar para no entorpecer más el urgente trabajo  del día.

Antes de ello inspeccionaba el aseo, secaba sus lágrimas de la cebolla, lavaba sus manos y entonces se sentaba después de poner la mesa con las cucharas, tenedores, cuchillos y las servilletas de género que ella, al igual que las tibias sábanas de invierno,  confeccionaba  con la tela los sacos de harina que se hacían pocos para tanta población, comprados clandestinamente  a algún panadero  de la pulpería, siempre albas y limpias y que antes de confeccionar sus paños de plato  o bolsas para el pan,  remojaba con agua y jabón gringo rallado y  mezclado con “Agua de Cuba” , en  agua hirviendo, dentro de unos  tarros cuadrados metálicos, donde se envasaba la manteca,   a fuego lento pero intenso  del carbón de nuestra amada cocina a leña de nuestro pequeño patio. Y en ese ambiente de tranquilidad  y  mientras calculaba la hora para el “pito” de la “Una y cuarto”, que anunciaba la hora del almuerzo, se sentaba en la esquina de la mesa, más tranquila, lavada sus manos, todo revisado y acorde a lo que le gustaba el orden y la limpieza, y empezaba su maravillosa tarea, la última de la mañana antes del almuerzo: su artística, ceremoniosa, llena de oraciones y buenos pensamientos: “Su” apreciada y deliciosa “mayonesa”.

Dos  yemas de huevos, un plato hondo blanco de esos de loza  que se usaban en la pampa,  medio limón cortado listo para exprimir su jugo,  un poco de  ajo picado y entonces, y el salero a mano. Nos decía que para éxito de esa mezcla, debía estar  sola y tranquila y entonces nos dejaba elegir: permanecíamos mirando para aprender silenciosos y sin hablar sin mirar el plato por temor a que nuestra vista le hiciera “ojo” a su manjar,  o salir arrancando a jugar a la calle. Más preferíamos la calle, pero alguna vez  me quedé allí para aprender la  obra de su manos.

La más rica y sabrosa mayonesa  que hayamos comido como niños de la pampa, y hasta hoy como adultos,  la confeccionaba en casa mi mamá, y como ella muchas mamitas de nuestra querida “oficina salitrera”.

Comenzaba con un tenedor engañando a las yemas,  dándole vueltas lentamente y con la otra mano, tomaba su botella tradicional de aceite, que comprábamos por litro y a granel”, en la pulpería y lentamente, mirando siempre al centro, casi sin respirar,  con un  sentimiento casi de retiro espiritual, le daba vueltas y vueltas a las yemas de huevo y  poco a poco vertía muy sutilmente el aceite mezclando y  tomando esa consistencia que después de mucho rato, de girar incansable y constante, recién comenzaba a tornarse cremosa y firme dándole todo su cariño y concentración a esa delicia aceitosa casera que le había enseñado a hacer nuestra adoptiva abuela Anita, que tanto la quería, y que le enseñó a cocinar,  a  hacer queques,  a confeccionar el pan y hasta   a coser sus propias cortinas.

Entonces  el tenedor danzaba la ronda interminable de la vueltas de la vida y ella concentrada, casi absorta, sin bulla, sin niños, sin ollas que mirar, sin camas que estirar, sin el “chancho” que limpiar,  aprovechaba ese silencio para sus Rosarios diarios, dándole vueltas y observando los círculos y óvalos que dibujaba con su tenedor entre la yema y el aceite,  imaginando galaxias amarillas, estrellas y nebulosas  que  agitadas se movían en el firmamento de sus sueños y de su mano,  dándole a esa arremolinada mezcla, sabores de polvos de estrellas y caminos de lunas, que cantaba balbuceando casi en sordina, y  tarareando silenciosamente para no despertar los crueles demonios de las yemas que al verse descubiertas  destruían  su danza armónica cremosa y cambiaban sus esencias a  débiles y aguachentas espumas aceitosas. A veces el cansancio  la hacía agitar sus hombros para no  acalambrarse, y no se daba cuenta que la   mirábamos oculto  desde la ventana y captábamos la melancolía de su mirada , que entre giros de tenedor y aceite, dejaban escapar alguna lágrima pequeña sin saber si de alegría o de tristeza, pero que la llevaban en sus recuerdos a su dura, sacrificada, pero feliz infancia, y a las nostalgias de su familia y madre ausente y lejana allá  en la capital, limpiándose las lágrimas cuidadosamente con un gran pañuelo de seda, para no mezclarlas con el aceite y  entre tantas vueltas, recuerdos, galaxias y nubarrones celestiales,  en menos de media hora,  el volumen del plato sobrepasaba el círculo verde  que marcaba su máxima capacidad y lentamente iba deteniendo su impulso, y dejando de a poco  su constante girar, hasta detener silenciosamente  su trabajo y comenzaba la tarea lenta del ajo, la sal y el limón, girando ya más tranquila y relajada la ya cremosa materia,  con esa paz que le daba hacer su buena, y su “mejor” mayonesa.

En otras ocasiones, en medio de la bulla de nuestros juegos, ella nos hacía callar, y entre tanto girar la mezcla, de pronto se detenía abruptamente  y gritaba impotente y  enojada:

- ¡¡ Se me cortó la mayonesa. Ustedes tienen la culpa!!”

Y nosotros que ignorábamos esos lenguajes de cocina,   y para ser conciliadores buscábamos los trozos de la mayonesa que suponíamos cortada a pedazos entre medio de las sillas y entonces nos lanzaba con un nuevo grito a que fuéramos a jugar un rato a la calle, y volvía a comenzar con nuevos ingredientes una nueva  mayonesa, hasta cuando ya tenía su mezcla  casi lista, volvía lentamente  a echar sobre aquella, esa espumosa  mezcla de mayonesa cortada,  así entonces  iba salvando la vieja mayonesa y convirtiendo todo en un mágico bálsamo amarillo,  sonriendo, al final, satisfecha de su ingenio de cocinera.

Terminada su tarea,  nos convocaba a la mesa  del almuerzo. Algunas veces papá podía estar con nosotros,  otras  no. Cuando así era, compartíamos  las crujientes marraquetas pampinas, cortadas  en la panera, las que con  gusto y satisfacción, nos llenaban la boca de deliciosos y aromáticos  jugos cremosos de la  rica mayonesa, hasta hacíamos  un sorteo: El primero que se comiera su plato de comida, limpiaba el plato de la mayonesa con deliciosas migas de pan, dejándolo reluciente y limpio, sin quedar en él partículas de aceite, huevos, limón o sal y ajo. Daba gusto rezar esos días,  la oración del Padrenuestro, pidiendo que “el pan nuestro de cada día”, fuera  siempre así: crujiente y con esa rica mayonesa.

¡Ah!, ni decir  de lo delicioso, hasta hoy, las papas cocidas o fritas  con mayonesa. Los “locos” traídos  desde el puerto de Tocopilla con mayonesa; Perejil y salsa verde, con mayonesa. Huevos duros con mayonesa, y siempre había esa mezcla para  regalarnos esos sabores tan de sus manos que  nos acompañaron en las mejores  y humildes comidas, porque pareciera que esa crema  mejoraba todo, las sopas de lenteja, las sopas de porotos, la sopas de garbanzo, el puré de papas,  el pan del té de las 5 en punto,  la ”once”, con pan con aceitunas….y mayonesa..o el resto del pollo fiambre, molido,  con un poco de sal….y mayonesa…¡¡Ay Dios!! Cuántas cosas  nos alimentaron con esa fresca y  refrescante crema de los dioses que mamá (y las madres de los niños pampinos)  nos preparaba, y jamás nadie se enfermó de “salmonella” ni nadie tuvo que correr  de carreritas al baño, porque la  que ella hacia estaba llena de amor, de caridad, de oraciones, y hasta parecía nuestra comunión del almuerzo pues  con tantos padrenuestros y aves marías  no había mejor sabor que esa exquisita mayonesa.

Mañana celebramos el Día de las Madres, de todas esa esforzadas mujeres y madres  pampinas que nos regalaron tanto amor y tanta vida.

Estaremos unidos los mismos de ayer en cada hogar, a pesar de la pandemia,  deseosos de compartir un pan, una taza de té pampino y una tertulia de conversa y de recuerdos.

Mañana será propicio en la sencillez de los encierros de la “Cuarentena” obligada, aprovisionarse de algunas marraquetas crujientes, un buen plato de aceitunas, quizás unos canapés de huevos”, o de  “paté de ternera”,  adornados con trozos cuadrados de zanahorias cocidas y ojalá,  como un homenaje a nuestras esforzadas madres, sentarnos  en la tranquilidad de la tarde,  con la televisión apagada, para dibujar en círculos o en  elipses, las dos sagradas yemas, vertiendo el aceite lentamente, hasta conformar esa pasta maravillosa, llena de estrellas ,  nebulosas o  galaxias amarillas, y que nos traerán el sabor de nuestra amada infancia, que  fue tan simple, tan  delicada y tan noble, como esa rica y amarilla masa de crema de sueños que confeccionó mi madre, sus madres, y nuestras amadas madres: la más rica, única, verdadera y deliciosa  mayonesa.

 

 















martes, 4 de mayo de 2021

 Nostalgias escondidas……

Día de nostalgias escondidas,
De tristezas que nunca afloran
de recuerdos pampinos en el alma,
de risas, alegrías, o recuerdos que lloran.
De tenida limpia para ir a misa
de zapatos humildes, pero bien lustrados
evitando en el camino el polvo de la brisa,
Para llegar a conversar con el Cristo resucitado.
Día de vender “LA VOZ” en la puerta de la iglesia
O esperar la tarde para ir a la retreta
a la magia del odeón de nuestra plaza
mirando enamoradas, a tantas parejas,
y buscar en nuestros ojos inocentes de niño,
entre tantas, que “ella” apareciera,
o quedarse sentados en ese banco de cemento
a sentir los sones marciales de trompetas,
y agitando su batuta, el Maestro Guardia
que dirige los compases de memoria
y la alegría bullanguera de la tarde vespertina,
hasta los gorriones, asustados, se despiertan.
Huelo el polvo, que recorre como niebla
La calle agreste que nace en los Molinos,
y nos impregna de polvo salitrosos
esos sueños que teníamos de niños.
Es domingo, siempre hay nostalgias
La vida se nos va, tenemos los recuerdos
Crecimos en el paraíso de la tierra
Y quizás no tuvimos tiempo para darnos cuenta.
Cada cual escribió su propia historia
Con la pluma de los rayos del sol incandescente
Con los viejos remolinos que giraron a la gloria
Llevándose los volantines hacia el cielo celeste.
Nunca aspiramos a tener riquezas
La vida era simple, como el agua
Y en el sudor del trabajo
de las curtidas manos de nuestros padres,
nos fuimos envolviendo en esa magia
Que hoy con tantos recuerdos nos alumbra
con los faroles luminosos del alma…
Quizás mañana no nos veamos
Tal vez marchemos, - como tantos-
a la desconocida morada
hoy podemos regalarnos sonrisas
Para honrar a nuestra tierra amada,
Mañana, quizás nuestros huesos se disuelvan
Y sirvan de abono a la flor de la esperanza
y en las noches la cruz del sur nos envuelva
y nos cubran las silenciosas camanchacas
esas que se quedaron para siempre en nuestra vida
y que aún nos acarician con sus suaves manos blancas.
Hay que afinar hoy más que nunca
los instrumentos del alma
Los timbales de nuestros corazones
Las venas de nuestras guitarras
Para seguir con nuestras canciones
Y en el tren de la “una” agitando las palmas
Nos iremos soñando con nuestros tiempos mejores
Sin dejar nunca de amarnos,
Llevándonos el tesoro de nuestros amores,
Y en esas nubes de los sueños inmortales
encontrarnos para abrazarnos,
alguna otra y definitiva tarde….
Madrugada del 03. MAY. 2020…

UN CUENTO DEL TIO

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