Gratitud a nuestra Amada Madre
Fueron días de largas
emociones tu inolvidable visita por Antofagasta, removiendo heridas
espirituales y despertando corazones dormidos. Tu presencia simbólica Madre,
escoltada por el “Baile Chino”, que jamás decayó una gota en tantas y extensas esperas, fue siempre como tu alma:
inalterable. Los que estuvimos cerca
como ciudadanos comunes, agradecemos tu visita, porque con ella se descubre la
ferviente corriente de amor de tu pueblo chileno amado, que luciendo vistosos
colores, danzando como signo de respeto
y gratitud, lo hicieron con esa fuerza energética que emana de los
grandes espíritus y corazones nobles. Sabemos que el amor que se te profesa con
desinteresado sentimiento, es una
muestra del amor y confianza a tu amado hijo Jesús y sabemos que siempre está viva tu palabra en ese recuerdo
del Santo Evangelio, en las boda de Caná: “Hagan lo que Él les diga”, dejando toda tu confianza en
ese Jesús que llevas pequeño en brazos y que acurrucas con maternal protección,
y que nos hace sentir que siendo sus hermanos, TÚ nos protejes con idéntico
amor y celo y de igual forma. Madre Admirable, Estrella de la Mañana y Estrella
de Chile, nos bendices con tu amor, y sentimos que tu mirada nos penetra, hasta tocar nuestras fibras de dureza humana,
convirtiéndonos en seres sensibles que
vivimos con tu presencia una inigualable experiencia de amor.
Fueron muchas horas, interminables, agotadoras para quienes
asumieron el acompañarte hasta pasada la tarde de este inolvidable domingo,
“Día de la Madre”, y en que los ritmos de los bronces y las percusiones invadieron todos los espacios y volaron junto
a las palomas dejando sus ecos en los cerros y quebradas, y anunciando que te vas, quizás hasta qué
tiempo, extrañando el no verte quizás en
cuánto tiempo, ya que muchos nunca hemos podido visitarte en tu Santuario de
“La Tirana”, habiéndote acercad humilde a nuestros hogares y sentir tan de
cerca la historia de la Madre Celestial, que vino invitada por los Bailes
Religiosos y recibida en todas partes con los brazos abiertos, como si con ello
nos acercáramos al manto sagrado de tu hijo amado, para tocarlo y pedir con
nuestro gesto, sanación espiritual, pero también mejoría de los dolores que van
horadando nuestros débiles cuerpos y atormentando nuestras vidas en estos
tiempos de nuestra propia existencia y que cada día se hacen más largos,
difíciles y hasta dolorosos, pero siempre llenos de esa cierta y real esperanza
que el día final nos acogerás con tu amado Hijo en ese cielo eterno y tantas
veces prometido, donde todos nos amaremos con esa dulzura que nos mostraste hoy
en tu despedida de nuestra sufrida
ciudad.
Debemos agradecer con nuestra humilde oración, por
todos aquellos que permitieron tu
presencia entre nosotros, celebrando este día como algo inolvidable y especial
y que nos permite aumentar en nuestro ser, esa débil fe que profesamos y que tú
nos muestras que entre los humildes, florece y se alimenta de sanas alegrías,
porque es precisamente allí, entre los más débiles, los siempre marginados, los
que más sufren, los que han sido olvidados por los hombres, donde tú estás cada día colaborando al
milagro de la vida, la existencia y hasta la subsistencia.
Gracias María Santísima, por que aprendemos de tu humildad y
tu grandeza a ser mejores Cristianos, protegidos y férreamente unidos y apretados como a un
solo cuerpo, recibiendo el calor protector de los pliegues de la tela de tu
propio manto y unidos a tu corazón, que vibra como nosotros por el rostro de tu
amado Hijo Jesús.
Gracias Madre Divina y Eterna del Cielo.
Antofagasta, mayo de 2019
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