sábado, 2 de noviembre de 2024

LA GRUTA DE COYA SUR

 


El "Mes de María", que comenzaba en noviembre de cada año,  era la fiesta religiosa “Mariana”  de gran convocatoria en nuestra Parroquia “SAN RAFAEL ARCÁNGEL” de María Elena.

            La fe era la que movía las montañas de necesidades, falencias, preocupaciones e inquietudes y deseos de una mejor vida, y esas fiestas de oración nos regalaban entusiasmo, alegrías y confianzas, y la seguridad que la vida sería siempre un caminar lleno del Señor en nuestros corazones, siempre protegidos por su Santa Madre, a la que venerábamos con respeto y cariño, recitando en esas largas jornadas de caminata casi nocturna, todos los Misterios del Santo Rosario que no eran otra cosa que la vida misma de Jesús  en esta tierra.

            Recuerdo  esas madrugadas de ansiosas preparaciones. Ya a las seis de la mañana mi mamá con sus atuendos invernales que le enviaba mi abuela desde Santiago para enfrentar los fríos del norte,  y que guardaba delicadamente en la parte superior del ropero en esas cajas de cartón con  embalaje de saco harinero y grandes letras azules que llegaban a la Estación cercana de la calle Luis Acevedo,  vistiendo su abrigo y gorro, Rosario y Oremus en mano,  nos llevaba con mi hermana  al punto de partida e inicio de la marcha del “Santo Rosario”, reuniéndonos con muchas personas que  con sus sonrisas y  acogida,  se juntaban en pequeños clanes familiares que incluía hasta los perros pampinos de  la época,   para emprender juntos esa “larga” caminata, quizás las primeras experiencias místicas de nuestra niñez, que nos sorprendían aun  con las estrellas del amanecer dibujadas en el cielo, y preocupados del “humo” de vapor que salía del aliento de nuestras bocas. Bien abrigados con esos chalecos de lana regalados por nuestros primos más grandes y calzoncillos largos de tibias telas de saco,  con nuestros pequeños pasos cansinos casi trotando, para alcanzar a los más “grandes”. Las bufandas enredadas en el cuello, los gorros de lana y esos zapatos  baratos, enteros de goma, con los cuales sentíamos claramente  las pinchadas de las piedras del camino en nuestras frágiles plantas de los pies, pero que no  significaban ningún obstáculo frente a lo que era marchar por ese oscuro y largo camino, meditando los misterios dolorosos del camino de la cruz, con esos matrimonios  dedicados a la vida de la iglesia encabezados por la voz grave y  de profundo contenido de  Don Jorge Nef y su esposa Lidu,  con el apoyo de los Rojas, (los papás de la Juanita),  los Cancino, el matrimonio Salinas,  los Pizarro, (el “Baquelita”), los Valdés, las hermanas Molina que tocaban el armonio en el coro de la iglesia, y tantos otros que quisiera recordar pero que ya se han quedado ocultos en los mejores baúles del recuerdo.

            Fueron mis primeras experiencias de caminata de madrugada, después vinieron muchas marchas a pie al Rio Loa, muy de madrugada, con los Scouts con nuestro “jefe” Rubén Vargas  y otras por paseo y diversión, para llegar a ese remanso de agua cristalina y fría que bajaba de la cordillera, para bañarnos en calzoncillos en esos recodos frondosos de  alfalfa, esquivando esos tábanos que nos aguijoneaban traicioneramente en las espaldas y cabeza.

            Ya más adulto, me propuse realizar un viaje a pie a Coya Sur para visitar mis viejos amigos que descansan en su cementerio, entre ellos el inolvidable Benjamín, el René Ovalle  y los muchos que fueron mis compañeros de esta larga y hermosa vida que Dios me ha dado.

            Era una odisea  esa marcha del “Mes de María”. El temor a perdernos en la oscuridad de la mañana, nos hacia  estar pegados a nuestras madres, pero ya cuando el crespúsculo comenzaba a  clarear  junto a lo gorriones, divisábamos de lejos el punto de llegada, donde habría alguna golosina o un rico té pampino, para  volver luego a la segunda fase de ese largo camino que tenía como punto de peregrinación la “Gruta de la Virgen del Carmen”  que se ubicaba (aún hoy lo está), en la “mitad del camino” a Coya Sur, y que  era   el mejor sacrificio ofrecido entre cantos y oraciones del Ave María, acompañados por la comunidad que encabezaban los curas de entonces, el Padre Leonel ó el P. Luciano,  en esas  inolvidables amanecidas de esos años….

            Con el amigo  y vecino, con quien no nos veíamos hace más de sesenta años, Sanfor Aracena, (que es una biblioteca de conocimientos pampinos) estuvimos allí hace poco, en ese paseo  que emprendimos como  reencuentro con nuestras raíces pampinas y que aun no  logramos escribir  la crónica del viaje, pero  fueron momentos de emoción compartidos con la amistad que nos une de tantos años y sumando a ellos el traspaso  del “testimonio” de la maratón de  conocimiento de nuestra cultura pampina, a los  nietos,  en esa posta de carrera que nos lleva ya a pensar que  la vida se ha desenrollado  con tanta rapidez y que pronto llegaremos a tener que dejar  todas estas hermosas experiencias que nos hicieron amantes de nuestra tierra pampina.

            Estos días de noviembre son de nostalgias, por los que ya han partido, por los que están enfermos, por los que luchan por la vida, pero también de optimismo por los que quedan, los que son las nuevas generaciones y que no solo mantienen la esperanza y la fe vivas en sus vidas sino que además siguen  haciendo realidad el sueño de vivir  eternamente generosos y  dichosos de haber sido  nacidos, criados o simplemente hayan  sentido  en su corto pasar por la pampa, que han quedado enredados en las redes  mágicas tejidas por esa maravillosa forma de vida  que nos hace  ser y sentirnos siempre y por siempre, y donde estemos, los eternos hijos pampinos….

            Que tengamos un noviembre lleno de alegrías



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