sábado, 2 de septiembre de 2017

¡Qué pequeños somos!


Hace algunos años, venia de mi trabajo, lleno de preocupaciones y muy cansado. Me pasó esto que escribí ese mismo día, y que hoy al encontrarlo me produjo la misma sensación de tristeza, al comprobar que los que debemos ser más generosos, los que somos supuestamente el mejor testimonio de lo que decimos que somos, a veces nos hundimos en las mareas de lo humano y nuestro amor al prójimo no se condice en la práctica con nuestra acción. Decimos pero no actuamos. Bueno, aprendí la lección de ese día, y sobretodo es que a veces el que menos tiene, lo da todo, sin esperar recompensas. " Inmerso en la locura de las calles atiborradas de vehículos y un bullicio infernal, con locas carreras de autos y violencia vial innecesaria, contagiado por las actitudes de quienes cambian su personalidad arriba de un coche, y que expresan sus signos de mala educación y violencia extrema, con dedos alzados al aire en son de protesta, u otros choferes descuidados e irresponsables, enfrascados en sus amenas conversas por el celular y también peatones indiferentes, que cruzan por cualquier parte, inmersos un sus canciones de moda, ajenos a toda preocupación, sin siquiera respetar su propia integridad, sumado a ello las sirenas de las ambulancias de emergencia o la luz del radiopatrullas que señala que en la curva siguiente hay un nuevo control, el tercero que paso en el día, alterando los sistemas nerviosos, y que son suficientes ingredientes para hacer del conducir un desagrado que produce un estrés que hace muy mal para la salud mental. En tales circunstancias me encontré la tarde de ayer, frente a un obligado y necesario respiro momentáneo, detenido en un semáforo en rojo interminable, donde un joven malabarista se explayaba con su arte de lanzar cuchillos encendidos al aire. De pronto por el lado izquierdo, se acerca un humilde hombre, de ropaje sucio y mal vestido, me ofrece lo único que tiene para ganarse la necesaria comida del día: una tira de seis “parches curita” que si bien no los encontramos necesarios, son de utilidad extrema en pequeñas emergencias. Acusé con mi agudo olfato, un fuerte olor a alcohol, y un rostro consumido por las largas trasnochadas o el sometimiento a una vida dura y abandonada. Me palpo los bolsillos en ademán de comprobar si hay algunas monedas disponibles, las que no encuentro, pero me acuerdo del único billete de “Luquita” escondido en el bolsillo superior de mi uniforme de soldado. El desgreñado hombre joven me sonríe: -“Mi Subificial”- me dice. Le devuelvo la sonrisa, y haciéndome el simpático le explico brevemente en lo restantes segundos disponibles del semáforo, y que ahora se hacen una eternidad: -“Me pillaste mal”- (le miento). Agregándole: - “Pa la otra me porto bien-, indicándole de ese modo que en otra oportunidad le daría algunas monedas. Entre la embriaguez, la necesidad o entre la bondad y la alegría de su humilde condición, la pequeña y deteriorada figura del hombre deshecho por la vida, me dice: -“No se preocupe mi subificial, usted tiene un buen corazón y en su sonrisa se nota (¿?)” Acelero y le digo: - Gracias -, y el borrachito, saca una última fuerza de su gastada energía y me deja sobre la bandeja del parabrisas al interior del auto, su "tira" de parches curita, como “regalo” inmerecido, a la vez que me dice: “Que le vaya bien, y que Dios le bendiga”, mientras me quema la piel el desgraciado billete de mil pesos oculto en mi bolsillo y tan cerca de mi corazón… Las calles atiborradas de vehículos y violencia. Miro por el espejo retrovisor, su mano aun se agita en el aire en ademán de adiós, entre los autos que desenfrenados corren sus propias carreras. Me miro en el espejo buscando alguna respuesta, y de mis ojos que han visto tantas cosas en la vida, caen silenciosas gruesas lágrimas escapadas por la emoción, o tal vez la vergüenza de ser parte de ese conjunto de seres pequeños y miserables, y el peso de la conciencia de negar muchas veces lo que tenemos para los que más necesitan y recibir de quien menos tiene, toda su fortuna. Me limpio las lágrimas delos ojos, tratando de mirar la carretera con la vista casi nublada y que trae sin duda a una acción de peligro. Más calmado, doy Gracias al Ser Supremo, por que me miró hoy con bondad en los ojos del borrachito y me dijo algo bueno que alimenta mi ego, pero que en la realidad, me duele profundamente, porque esas sucias monedas que pudieron haber tenido un mejor fin, se marchitarán entre otros dedos, y pensar que podrían haber calmado el hambre o la sed de un ser que sufre. ¡Que pequeños y miserables somos!..." AL final de este relato de una vivencia que me tocó mi sentimiento y me significó dolor en su tiempo, quiero dejar como regalo, un gran regalo que me hicieron ayer, tan simple, tan pequeño, tan "fácil" y que si de ponerle valor se trata, es inconmensurable, por que tiene ese cariño, esa amistad, ese respeto, esa hermandad que es parte del"amor perfecto" a los ojos de Dios, y que en verdad nos lleva a pensar que en esa simple vista, está la mano del Supremo Creador y en el compartir como regalo, el deseo de que seamos cada día mejores personas y verdaderamente buenos ante los ojos del Cristo que nos ama, así pequeños como somos.

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