sábado, 9 de septiembre de 2017

EL “YAYO SILVA”


       No había tenido la ocasión de compartir con ustedes, por razones de no estar muy al día en estas “modernidades” cibernéticas de los llamados computadores o en estas “redes sociales” que a veces nos dejan en “jaque”, obligándonos a llamar a los “nietos” para que nos ayuden buscar el “Word”, o descubrir en qué lugar quedó guardado nuestro valioso documento. Sin embargo, esta tarde de septiembre, he tenido el agrado de recordar, en medio de tantas notas que se publican en los conocidos “Muros”, a ese hombre, sencillamente maravilloso, al cual tuvimos la oportunidad de conocer, y del cual guardamos los más hermosos recuerdos de nuestra vecindad en María Elena.
    
     Fue el amigo, el querido vecino, el inteligente "Yayo" Silva, que compartía las grandes responsabilidades como hijo en todas las tareas que emprendía su querida madre, para mí la muy amada y recordada Sra. Raquel, (“casi” mi madre adoptiva.) No es propicio decirlo, pero tampoco puedo callarlo y lo digo en tono convincente y muy afirmativo que ella para mí fue también como un angelito enviado del cielo en esos tiempos de la feliz infancia: ¡En verdad, no hubo ninguna navidad pampina en mi hogar, en que ella no se hiciera presente!, (éramos, muchos hermanos y el esquivo “viejo pascuero”, a veces tenía otros más importantes “pedidos” que cumplir y se pasaba por alto nuestros deseos). Como yo estaba ya acostumbrado a esa ausencia del pascuero y sus tacaños renos, que tampoco conocía y que más me parecían ser como esos bicharracos plomos llamados burros, que atravesaban una larga senda nocturna desde los corrales de “Cuchillón” y que conocí cuando los sorprendíamos con los amigos del barrio de Luis Acevedo, buscando algún alimento en los tarros basureros de los cercanos callejones. Muy en el fondo de mi corazón de niño, abrigaba siempre esa esperanza cierta, que la Sra. Raquel me regalaría - y como todos los años - ese tan necesario “entrepiernas”, (short de baño) y esa toalla que me acompañaría en la temporada de baños veraniega ó en los paseos de ensueños al rio Loa, generalmente a las piscinas y en el tradicional paseo estudiantil al litoral tocopillano, “Punta Blanca”. No debo ser mal agradecido, pero también la “Compañía” y su comité de navidad, nos regalaban casi todos los años, esos “palitroques” de monos plásticos embolsados con pelotas reventadas, que duraban sólo una tarde de nuestros eternos juegos. Nuestra relación familiar más directa en esta historia del “Yayo” Silva, fue con la entonces pequeña "Quela", la amiga de nuestros juegos y también en años posteriores mi compañera de colegio. Sus hermanos, Eduardo y Julio, eran muy famosos en María Elena. Los vimos creciendo sobre nosotros, educarse, entregados al deporte, a la docencia, y al trabajo administrativo desarrollados con excelencia. El “Yayo” tenía una letra espectacular y escribía a pulso los más hermosos letreros y Diarios Murales de colegio o “avisos” de casa, con una envidiable caligrafía que solamente hoy se puede ver en las cómodas y caras impresiones a tinta de las máquinas modernas conectadas a los computadores. Era un artista en vivo y en directo. De hecho, y recuerdo como hoy, varios cursos que nos hizo como alumnos de la escuela, enseñándonos distintos tipos de “letras” y formas de escritura, que no eran su ramo fuerte o principal, pero que dominaba con pasión extrema. Siempre fue para nosotros un gran ejemplo. Como le decía, porque además de ser muy trabajadores, se prepararon con mucho sacrificio. Don Eduardo Silva Valencia, el profesor, era serio tal vez estricto, como lo eran todos nuestros amados y recordados maestros “Normalistas”, pero un maestro distinguido, noble y muy buena persona. Además de tener fama de ser buen educador, tenía esas condiciones innatas de líder natural, que con sólo mirarnos uno sabía que nos llevaría siempre por un buen camino; fue un gran y eximio deportista. No hay ninguna forma,- si se es pampino- no saber de ellos, no haber oído nunca de los hermanos Silva y en especial del querido Yayo, porque está en el alma y la retina de los recuerdos de los pampinos. Entre sus tantas virtudes, estaba la de ser un muy buen jugador de básquetbol; Ágil, buena “puntería” para “encestar” y fuerza para “contener”, luchador incansable y trabajador en la cancha, compartiendo las acciones de sus juegos como parte del equipo. Su hermano Julio, también desarrolló y practicó con mucho corazón y garra esa pasión deportiva y que en nuestra “Oficina” Salitrera, para nosotros nuestro “pueblo”, nos permitían reunirnos algunas tardes de solaz y esparcimiento, en la gran diversidad de deportes que allí se practicaban, y que eran la actividad más importante que realizaban los hombres y mujeres de la pampa después de entregar sus horas generosas al trabajo. Ni hablar de ser padres ejemplares y que se daban el tiempo para pasear con nosotros los domingos por la plaza, comprarnos el terno y los zapatos nuevos para el “Dieciocho” o  vernos en las representaciones artísticas en los actos culturales de la biblioteca o del colegio. Hay, en la vida del profesor amado y admirado, una historia que para mis ojos de niño de ese ayer y sobre todo en la madurez de hoy cobra gran importancia especialmente para quienes son hoy sus hijos de los cuales sólo tengo el gusto de conocer a quien fuera nuestro Conscripto como estudiante en el Glorioso “Esmeralda” en la ciudad de Antofagasta, el pequeño Eduardo. Esta parte de su vida tan personal y de la cual no tengo ni un derecho de tocar pero que está en la verdad de la historia, es que en la vida del maestro, hubo un sol, que le llevó por esos senderos del más puro amor; de ese amor del bueno, del puro, del que se rodea de encantos y de ilusión, de ese amor de las historias que a veces disfrutábamos en esas tardes de matineé en el Teatro, especialmente esas con príncipes y princesas que despertaban de sus largos letargos con un beso y cantaban las aves y florecían las flores animadas. Sé que estas palabras no debiera escribirlas, tal vez por ser tan íntimas, pero es que no puedo dejar de pensar en lo grande que fue el YAYO SILVA....Él construyó en esa pampa, y como todo ser mortal que desea proyectar su amor, una hermosa familia, con mucha alegría e ilusión. Le conocimos en los días que feliz "pololeaba" con la más bella dama que hubiéramos tenido la oportunidad de conocer los pequeños pampinos de esos años. Una Reina por cierto y cuya belleza fuera publicada en alguna contraportada de la revista “Pampa”, que tanto disfrutábamos, sobretodo en el tema de la página dedicada a “Nuestros Niños” y que si mal no recuerdo tenía como distintivo la silueta de un pequeño soldado con gorro de papel marchando sin destino. La más bella novia, de la cual también podríamos escribir interminables palabras, porque más allá de su belleza, era bella de alma, mujer tremendamente noble y muy querida, que en verdad yo conocí solo a la distancia, en esas horas que los veía felices paseando en dirección a alguna casa. A veces, y como soy un hombre absolutamente creyente, esas cosas de Dios nos impresionan. Encontrarse el tal para cual, no fue casualidad, fue la historia más romántica de la época. Quiera Dios que exista algún cronista con aires de escritor, para que rescate de la pampa esas cosas maravillosas y únicas historias; esas que hablan de amor, de familia, de trabajo, de compromiso de conquistas sociales: De esas situaciones que forjaron al hombre y la mujer como seres de bien construyendo vidas de esfuerzo y de ilusiones, y no aprovechen el tan bajo recurso de esas historias mundanas que nosotros muy bien conocemos, pero que no eran lo más importante de nuestras vidas, salvo aquellas acciones que significaron conquistar temas de equidad y justicia social tan necesarios para una sociedad equlibrada y correcta, en un mundo que ya en ese entonces era injusto y que por la experiencia de los años, sigue siéndolo, aun cuando los que gobiernen se pongan como título pertenecer a esa clase explotada, y que en el fondo se burlan de esas aspiraciones y sueños. Los más desvalidos y pobres, siguen esperando.
     El Yayo Silva, era de figura afable, su caminar siempre agitado, “hiperkinético” dirían hoy. Nunca se cansaba. Al parecer siempre emprendía una búsqueda en su marcha siempre afanado, marcando “deportivamente” su tranco y avanzando en un compás que era su principal característica de hombre siempre ocupado, enhiesto, seguro, muy tranquilo y confiado de su camino. Fue siempre para nuestra familia un ejemplo en el largo tiempo que pudimos vivir como vecinos a su lado, frente a frente de nuestras casas, separados por ese característico pasillo, llamados “las cocinas”, y en donde lo vimos cada tarde, cada mañana, o cada noche en una carrera que iba y venía, subía y/o bajaba, a veces oíamos su risa y su vozarrón característico, o lo veíamos apoyado en el pequeño bar del Rancho “Chuqui”, siempre acogedor y limpio, y con esos aromas deliciosos que surgían de los grandes fondos donde se cocinaban las más deliciosas cazuelas y donde salían a mediodía esas viandas humeantes y olorosas, llenas del alimento necesario para renovar las fuerzas de esos brazos fuertes del trabajador minero, que sí hacía honor a su condición de hombre fuerte puesto que horadaba las rocas de caliche, con más esfuerzo humano que tecnólogico. Esos olores, llegaban a bocanadas a nuestro humilde comedor, tan cercano, donde nunca nos faltó el alimento, pero, que en medio de esa fantasía de aromas, nos aumentaba el apetito.     El maestro Silva era un gran profesor y un caballero de “tomo y lomo”, cooperador, sencillo, correcto. Un hombre de bien. Lamentablemente lo dejé de ver en un tiempo importante porque tuvimos que venirnos a la gran ciudad, buscando mejores esperanzas y horizontes para nuestra familia. Muchos años pasaron, diría más de veinte de nuestra salida de la pampa. La última vez que lo ví, me enteré de algunos detalles referidos al dolor de la pérdida de su esposa, la bella pampina que le cautivó el alma y de la cual él fue su siempre eterno enamorado. Ese encuentro de tantos años, estuvo ligado a su hijo, que como decía más arriba, cumplió su servicio militar en el Glorioso Regimiento “Esmeralda”. ¡Qué gran padre era también don Eduardo! Concurrió muchas veces a las ceremonias que se desarrollaron en el “Patio de Honor” de la Unidad. Le vi siempre optimista, sonriente, lleno de vida, pero marcado en el rictus de sus labios, la ausencia de su esposa amada, nos abrazamos con ese cariño propio de pampinos en el reencuentro. Para ser sincero, fue la última vez que lo vi, lleno de entusiasmo y esa alegría de sentirse orgulloso de su hijo soldado. Nos dejamos de ver. Por esas noticias que trae a veces el viento me enteré de su partida. Una partida muy repentina tal vez, porque no sé si alcanzó a disfrutar a alguno de sus nietos. En varias ocasiones he visto en las páginas y grupos pampinos, sus fotos. Fue siempre el mismo y así lo recordamos. Coloquial, amoroso en su trato, orgulloso de su origen y raíz, un gran pampino que hizo de su vida lo que quiso, y entiendo, porque tampoco conozco en detalle el desenlace de la partida prematura de su bella esposa, es que fue siempre un hombre feliz criando al parecer a sus hijos con la siempre marcada sonrisa de sus labios y ese espíritu paternal, que lo caracterizó como una bella y hermosa persona. No sé si decirle que descanse en paz querido maestro. Porque sé que está junto a quienes más amó en su vida y que está cada día contemplando desde el cielo a todos esos amores que le quedaron pendientes en caricias y cariño, pero que lo recuerdan con ese amor de hijos agradecidos y de amigos para siempre. No sé cómo decirles a sus hijos, que lo vieron como niños y que disfrutaron de sus caricias y del calor de sus manos, que su padre fue un hombre fiel e inmortal para sus amigos. No sé qué decirles a los nietos, que tienen como herencia en las huellas de su propio ADN, el sacrificio de su abuelo, como herramienta para surgir, el trabajo como única forma de conquistar los sueños, y sobretodo el amor, como mágico encanto para amar sin condición a todos quienes le rodearon y ene special a su amad esposa, y tampoco sé decir la importancia de que nos ha dejado el recuerdo inolvidable de un personaje activo, sencillo, hasta humilde porque nunca negó sus raíces, pero fue tremendamente importante para esa pequeña sociedad pampina de nuestro ayer, y que seguirá siempre, hasta la hora de nuestra partida, revolviendo los pensamientos del recuerdo y que se enredan con historias infantiles o adultas, deportivas o de amor, en esa masa gris de nuestro cansado cerebro….

 

 

9 DE SEPTIEMBRE DE 2017….
















1 comentario:

  1. Que lindo y hermoso tu relato de vida, de esas historias de la pampa y nada menos de Eduardo "yayo" Silva Valencia, mi cuñado que conoci y convivi, solo decir de un gran hombre y orgulloso de ser pampino.

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