El año 1972, era muy popular entre los jóvenes del Grado Técnico Profesional de la Universidad Técnica del Estado de Antofagasta, participar por puro espíritu solidario y con el siempre eterno deseo de construir un ”mundo mejor”, en esos inolvidables períodos veraniegos o de fin de semana que se llamaban “Trabajos Voluntarios”, derrotando con ese esfuerzo juvenil la pobreza y haciendo con ello, un mundo de mayor justicia, entregando esa energía y fuerzas solidarias siempre para un buen fin.
En todo
tiempo de la historia ha habido jóvenes que creen que con solo la fuerza de su
amor y servicio se pueden cambiar las estructuras, bajo la inocencia de no
saber que los mañosos políticos de siempre utilizan ese impulso sano, para sus
propios intereses y conveniencias y
utilizan toda esa fuerza para sus propias ganancias tan personales y tan
poco solidarias.
No digo
que sea la tónica general, hay jóvenes también que encontraron en ese camino un
mejor lugar para impartir mejor justicia
y si muchos quisieron creer que ese era el camino, están exentos de castigo por
que creyeron de buena fe que eso les llevaría a un mejor lugar y a una mejor
consideración en la lucha por lo que todos queremos en alguna oportunidad
pelear, y es hacer un mundo más justo, más generoso y de mayor ecuanimidad, donde
los que más tienen, sin arrebatarles el fruto de su inteligencia y trabajo, o
sueños de su esfuerzo, puedan también compartir con los que sufren con el
sacrificado trabajo y las miserias económicas
que reciben, sin muchas veces poder
definir los estudios y proyectos
de familia de sus hijos, en medio de una sociedad que es exigente pero también
discriminadora e inhumana.
Aun así,
hay gente linda y buena de buen corazón que da mucho más de lo que uno espera.
El año
72, lo decía en el inicio, estaba en
pleno auge el trabajar como estudiantes en los llamados “Trabajos Voluntarios”,
que se organizaban entre las Federaciones
de estudiantes para ayudar a los pobladores
de distintos barrios, y hasta en las empresas donde se notaba muchas
veces la injusticia social, y la falta de recursos familiares para una mejor
calidad de vida. En tal sentido, eran
muchos los que concurrían, pala en mano y entusiasmo desbordantes, a cumplir en
aras de un buen fin y a materializar obras de bien por los demás y a juzgar por esos tiempos de
compromiso social de los estudiantes, estos
trabajos no estaban ligados a ideas o líneas políticas de algún bando, puesto
que como jóvenes, todos iban con ese buen sentido de ayuda al prójimo y de
dejar algo de su esfuerzos para el bien de los demás.
Resalta
en mi memoria, una jornada que se hizo como Federación de Estudiantes de la
U.T.E., en la Oficina Alemania, donde sin duda el privilegio mayor de nuestro trabajo favorecía
a los arreglos de la Escuela básica de
dicho lugar y un par de casas donde vivían y pernoctaban en su tiempos de
docencia, las profesoras que desde la
ciudad de Antofagasta debían concurrir y vivir allí con algunas muy malas
condiciones sanitarias y de calidad de vida, para cumplir su vocación de
educadoras, en esos colegios carentes de
comodidades, y de verdad que faltaban esas manos de obra mágicas que pintaban,
arreglaban, construían y entregaban todo
su descanso de verano, para adaptar los
ambientes y recibir, en los meses de Marzo a Diciembre, a los hijos de los pampinos de esa
oficina en un mejor lugar para
desarrollar sus estudios.
La
misma escuela en esa oportunidad, nos cedió los pisos de tablas blancas de
polvos ocultos y de tierra de sus salas de clases, para que se transformaran en
nuestros cómodos lechos, donde poníamos cartones de cajas vacías para aislar el
frío, y nuestras humildes frazadas para defendernos de las la helada nocturna;
dormíamos vestidos, lo poco que podíamos y antes que cantara el gallo, y con las manos pegajosas de pintura y sucias del trabajo del día anterior, no impedían
que tomáramos rápidamente un tacho de té caliente y un pan
sin grandes lujos, al menos con dulce membrillo o mantequilla, para seguir en
las cuadrillas veraniegas pintando, arreglando las instalaciones eléctricas, carpintereando
otros y un equipo mínimo en las cocinas,
para procurarnos alguna colación de mediodía y
mantener los tambores de agua
dulce, un poco más fría con
cubiertas de sacos de arpillera húmeda
y que nos refrescaban en las tardes de calor intenso.
Fue una
experiencia asombrosa trabajar por el
prójimo en pos de una mejor calidad de vida. No tengo muchos recuerdos claros
de quienes fuimos o estuvimos, solo me acuerdo de mi amigo Juan Amas, que
siempre me invitaba a esas obras de bien y que asegurando a mi madre que me
cuidaría, por ser el más maduro y casi más responsable, me llevaba como convidado de piedra. Lo mismo me
ocurría con Carlitos Gutiérrez, que era siempre movido de hacer solidaridad con los que más necesitaban
y que yo veía en ellos gente de bien y
de corazón generoso, dispuestos a dejar tanto por conseguir un mejor pasar a los más humildes y
desposeídos de esos campamentos casi en abandono, a pesar de pertenecer a
empresas establecidas y que reunían
grandes ganancias económicas pero
que tan poco les alcanzaba para arreglar la calidad de vida de sus propios
trabajadores.
Eso es
un tema para muy largo aliento y difícil de tratar. El tema es que finalizados los
trabajos de ese verano volvimos en esas micros salmones de la UTE, y arribamos
muy contentos, cansados, agotados, sucios y maltrechos, pero habiendo
dejado nuestros sudores y voluntad en bien de la comunidad,
depositado en las pinturas y paredes, y en los arreglos que habíamos realizado
todo el deseo de construir un mundo mejor.
El “Chico”
La Rosas fue el cocinero alegre que nos bailaba en las horas de tertulia
después del trabajo. El “Chico” Diaz,
con sus alicates y destornilladores se subía a las escaleras, y nos enseñaba
los secretos de la electricidad, mientras otras cuadrillas pintaban y
arreglaban pisos y tejados. La última noche antes de venirnos a la ciudad, fue de baile tibio en medio de la cocina con
las dos únicas maestras que habitaban la
oficina al lado de la Escuela, y siendo tantos jóvenes impetuosos se convirtieron
en nuestras agradecidas maestras, que
nos acompañaron como nuestras alegres compañeras de baile, hasta altas horas de la madrugada en medio del
frio nocturno de la Oficina Alemania. En los preparativos previos de esa tarde,
me vi cuchillo en mano persiguiendo por el patio de una casa vecina que nos
regaló un par de patos para la merienda,
corriendo tras los resbaladizas aves, que nos miraban desesperadas y que caían con sus
cuellos cercenados por mi mano, en el terrible
sacrificio sobre un tronco propicio para
tan dramática tarea, que más que una
aventura nos provocaba la necesidad de que en esa carne emplumada y sudorosa, obtendríamos una comida decente en
esa última noche.
Los
patos fueron asados, no recuerdo si servidos con puré o arroz, escaseaban en
forma desmedida también los alimentos y eso todo el mundo lo sabía y sin
siquiera tener pan, también escaso, disfrutamos en la amistad de jóvenes con
las maestras, de esa comida que mágicamente,
por no tener muchos medios cocinara el
chico La Rosa, poniendo leña de durmientes viejos de ferrocarril, en esas cocinas de carbón antiguas donde cada
mañana nos esperaba algún fondo con te o café para la jornada.
Fue
tanto el entusiasmo que con Carlos Gutiérrez, en ese entonces integrante de
la Directiva de la Fetepro, (Federación
de Estudiantes del Grado Técnico
Profesional de la U.T.E.,) que
decidimos, con el permiso correspondiente de los profesores, concurrir a
Maria Elena, para concertar directamente una cita con las autoridades de la empresa, y coordinar un trabajo voluntario
de verano para ese final de año y organizar cuales serían los focos que requerían
nuestra mano de obra gratis, contando si con un lugar de alojamiento y algo
para poder preparar nuestros propios alimentos, y quizás conseguir algún
financiamiento para los materiales de pintura o electricidad y víveres menores, y de esa forma también
comprometer nuestros esfuerzos de jóvenes en la construcción de hacer un mejor
mundo con el esfuerzo y el sacrificio de nuestras propias manos.
Esa tarde
fue un poco complicado para mí pedir el permiso correspondiente. Siempre hubo
en mi familia aprensión y temores por
nuestra integridad y por tener absolutamente claro nuestro destino y jamás pudimos
hacer nada sin el control de nuestros padres.
Es así
que como a las 19 horas me vino a buscar Carlitos Gutiérrez, y decidimos ir a Maria Elena, y como no
teníamos recursos, irnos a dedo, sin que supieran mis padres de esa aventura,
llegando ya muy tarde a Pedro de
Valdivia en esos viajes de buenas personas que nos dejaron por allí cerca, para
organizarnos y al otro día en la mañana poder seguir a Maria Elena.
Nos
fuimos con la mejor tenida puesta, por supuesto
una tenida delgada casi tipo terno, y nuestros calzados, los mejores
como quien asiste a una reunión importante de ejecutivos con la diferencia que
nosotros éramos estudiantes y así lo avalaban nuestros documentos otorgados por
la Dirección del GTP más nuestros carnets de estudiantes.
Allá
será fácil, me decía Carlitos Gutiérrez refiriéndose a Pedro de Valdivia;
iremos a una Comisaría y los Carabineros de la oficina que tienen buen carácter y
fama, nos cobijarán aunque sea en una sala, esperando nuestro viaje de
madrugada a Maria Elena.
Después
de deambular y buscar algún rostro conocido, y ya exhaustos de no encontrar
nada, ni menos que alguien nos alojara sin conocernos, aparte que no llevábamos
ni siquiera un escudo para alimentación porque éramos jóvenes aventureros y
creíamos en la generosidad del mundo, nos fuimos muy tarde, cuando ya el frio
comenzaba a hacerse dueño de la oficina, a la Comisaría donde un Carabinero,
con esa cara propia de policía desconfiado, cansado del servicio y con esa mirada
propia de tener mucha rabia en su corazón nos preguntó que queríamos y al
contarle nuestras intenciones -no digo que fuera despectivo-, pero en una palabra bien chilena, nos echó cagando
de la Comisaria y dijo que nos fuéramos a otro lugar pero que si nos sorprendía
por la plaza o sus calles nos llevarían detenidos.
Sin
duda ese mensaje fue realmente violento para nuestras sanas intenciones, hoy en
día no sé cómo lo llamaríamos, pero de tal forma, nos alejamos caminando de
Pedro de Valdivia en medio de la medianoche y ya con nuestros cuerpos fríos del
hielo pampino y nuestras camisas delgadas y zapatos de colegio en los que
comenzaban a entrar clavándonos de fuerzas los que yo siempre llamo “cuchillos
de hielo” de la noche gélida y mortal de la pampa.
Caminamos
muchas horas. En un momento divisamos una camioneta Ford antigua desarmada
y abandonada que al menos tenía una cabina y
allí nos sentamos con Carlitos Gutiérrez
Carlos
tenía esa personalidad de hombre de fe, más que yo. Tenía confianza en todo lo
que hacía, y me decía tranquilo chico ya
pasará la noche y seguiremos con el plan de los trabajos voluntarios.
A todo
esto yo ya ni quería saber ni de nada de esas cosas y mis pies se helaban en cada
momento más y no había como soportar el frio. Una caja de fósforos que llevaba,
la encendía y ponía mis dedos fríos en su llama y no lograba entibiar nada
de esos pies tan helados que al contrario
enfriaban las llamas y se apagaban con la frialdad de la noche. Hice muchas
maniobras para doblarme entre esa cabina fría de camión abandonado, los metales eran
verdaderas cubetas de hielo y ya no había ni siquiera la posibilidad de hacer
un fogón con los poco que pudiera servir de combustible puesto que el par de asientos que nos asilaban del metal
era nuestra única esperanza de abrigo, y
afuera no brillaba ni una
estrella para saber en qué lugar nos encontrábamos alejado ya de la luces de Pedro de Valdivia y temerosos también
que nos llevaran detenidos, ante la amenazas del delgado y aburrido policía que
nos recibió muy poco amable en esa comisaría.
Aclaraba
ya en la cordillera y el crepúsculo nos
invitaba a vislumbrar un poco mejor el paisaje, de modo que nos fuimos
caminando para abrigarnos un poco las frías
extremidades que se doblaban de inertes
y nuestra sangre coagulada y fría como el alma activándose un poco con la
caminata y ese corazón de jóvenes impetuosos que nunca temen a nada. A esta edad actual de mi vida me habría muerto
congelado y “empampado” en esas áridas y frías tierras pampinas.
Nos
acercamos con cara de frio a la salida de la faena de los trabajadores que terminaban
su turno a las siete de la mañana y ya la pulpería tenia esos olores calientes
de panadería y nosotros jóvenes sin rumbo y deseosos de ayudar, nos paseábamos
como almas errantes y hambrientas, y
muertos de frío por el campamento y ya
estábamos casi moribundos cuando apareció entonces el ángel que nos salvó de
morir en esa amanecida.
Miguel Ledezma,
nuestro compañero de escuela, ese fin de
semana estaba en su casa. Quizás lo encontramos camino a la panadería en una
larga callecita que en el fondo llegaba a una plaza. Venía con su bolso de
compras desde muy temprano y al
divisarnos nos saludó con ese sentimiento efusivo de pampino cariñosos y vio
quizás nuestra triste condición de seres presentables para la reunión ejecutiva, pero muy poco razonable para el
clima del momento que nos hubiera exigido como mínimo, dos abrigos, dos bufandas
y gruesos pantalones y botines para el frio.
Entonces
junto a su saludo vino su cordial invitación:
Vamos a tomarnos un café a la casa de mi madre…
Y allí
vimos entonces ese letrero que en medio de la soledad del abandono y del mar de
la incomprensión de quienes pudieron ayudarnos, o también en nuestra irresponsabilidad de no organizar las
cosas como debían ser, nos sentamos asustados
y entumecidos en una mesita de mantelitos de cuadrillé y la madre de Ledezma nos regaló esa taza de dulce chocolate,
y esos huevos fritos con ese pan de panadería tibio, que ha sido y fue la mejor
comida de nuestra vida a punto de morir de frio y nos regaló su generosidad,
puesto que Miguel le dijo seguramente:
“Mamá son mis compañeros del colegio y luego me pagarán la cuenta”.
Quizás
haya sido un gran abuso, aun no pagamos esa cuenta, ese chocolate y ese
sándwich y esos huevos deben tener hoy
incluido los intereses un valor incalculable porque nos salvó la vida, y
en esa situación pudimos concurrir prontamente hasta Maria Elena donde tratamos
de organizar esos trabajos y ante el trato indiferente de esos jefes nuevos que
no tenían mucho intelecto o mucha voluntad de atender a dos pendejos que querían
servir al prójimo, nos mandaron sencillamente, al igual que el carabinero de la
Comisaria, a la mierda.
Si no
fuera por el desayuno de la madrecita de Miguel Ledezma, aparte de la mierda ofrecida
por los políticos del turno, nos habríamos comido la soledad y la indiferencia de
los que no comprendieron que los jóvenes también tendríamos algo que hacer y aportar
para ese mejor mundo que tanto pintaban.
Esto
fue un buen intento, un debut y despedida, y
no tengo memoria haberme acercado nuevamente a ese intento de construir
un mejor Chile, lo que vino todos los sabemos y sin juzgar el tiempo, ni de uno
otro lado, yo solo quería agradecer a Miguel Ledezma, a su madre, que nos tendió
la mano en ese negocito de cafecitos y desayunos llamado “LA ISLITA” y que fue
una verdadera isla donde nos salvamos de tanto nadar en la noche y de tanto
correr por las oscuras aguas, hasta caer en su regazo y beber la primera agua
tibia del día y con ello sentir que vivíamos y que hoy quisiera agradecer, al menos por mi parte, pues de
Carlitos yo hace tiempo que no sé nada de él, a pesar del cariño que le tengo,
y decirle a la madre de Miguel “Gracias Mamà”, porque nos tendiste la mano en medio de tus propias
preocupaciones, y luchas nos recibiste en tu Islita pampina y nos regalase ese “Pan
Nuestro de cada Día”, y sin duda que
fuiste un Jesús o quizás “María, la Santísima” la que nos llenó de amor,
paz y sosiego en esa aventura que estuvo a punto de matarnos de frio en esa
noche inolvidable de Pedro de Valdivia,
en esos años de idealismos en que
creíamos que el mundo sería así de bueno con nuestras manos y que pasados los
años nos damos cuenta que éramos soñadores pero que otros, como en todas épocas
de la historia, se comían y se comen, las ganancias de los esfuerzos juveniles, a
través de cremosas tortas y pasteles……
Gracias
Miguelito y un abrazo a tu madre….
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