domingo, 12 de julio de 2020

AL MAESTRO CON CARIÑO...


“De los Alpes, Solitario,

Suena un melodioso son,

que conduce a nuestras voces,

repitiendo una oración”…

 

…Cantaban las voces de los niños de la Oficina salitrera Maria Elena, en la sala “Brasil”  de la Escuela Consolidada “América”,  donde el joven y apuesto profesor, Señor Sergio Montivero,  nos organizaba para el Festival de Coros de América  que se realizaría en Viña del Mar.

Esa tarde fue triste para mí, puesto que en el recreo que nos diera nuestro querido Maestro,  nos pusimos a “disparar” el borrador con tiza, quedando con grandes “parches blancos” en nuestros uniformes de vestón azul, siendo sorprendidos por don Sergio, quien  hallándome culpable,  me hizo caer el peso de su disciplina dejándome suspendido del ensayo y sobretodo del anhelado viaje.

Siempre le admiré, por su calidad humana y sus virtudes de gran educador. La música era su principal fuente de inspiración y proyección educacional y en ella volcaba todas sus capacidades. No dejaba de lado su violín para enseñarnos el canto en su clase, y en toda velada tocaba armonioso su guitarra, acompañando a los “hermanos Garcia”, que cantaban: “Qué bonito que cantaba la palomita en su nido…” guiando simultáneamente a  tres y hasta cuatro distintos  conjuntos musicales de estudiantes  que formaban pequeños coros de voces blancas  y entonaban sus cantares en los homenajes a la Patria  en la escuela o en la Plaza , donde celebrábamos orgullosos las festividades de la Independencia o corrigiendo y escuchando a Juanito Córdova que destacaba  con su voz y sus cantos de México.

Después de mucho trabajo coral y afiatamiento, más las actividades para reunir los necesarios fondos, el Coro de Maria Elena con su director titular y otros maestros,  como el recordado “Pelao Morales” , quien era también el de la disciplina  y el respeto, partimos (me incluyo, puesto que fui perdonado a última hora  por el Consejo de Profesores como premio a mi  abnegado trabajo en la Kermesse) a la aventura más grande  de nuestra vida: Un viaje interminable  en “góndola” que nos llevó a recorrer este bendito desierto , avanzar y ver  por vez primera  el verdor de nuestros campos,  soñando con los frutos que colgaban de los árboles , según nos contaban  a los niños pampinos de entonces . En fin, a conocer parte de nuestro amado Chile.

Recuerdo a Rubén Gómez Quezada (“Buena base”, ) flaco y espigado, serio y caballeroso tomando fotografías apegado al parabrisas , captando en su máquina las novedades del paisaje  y anidando ya en su mente la crónica simpática y futura de sus vivencias pampinas. A Leonardo Gatica, con quien  conformábamos la pareja menor del viaje y las recomendaciones  de cuidado de nuestros padres.

La Escuela Industrial de Viña del Mar, fue nuestro alojamiento. No entendíamos bien aquello de que se encontraba en el límite. Si subías al comedor estabas en Viña; si bajabas al baño estabas en Valparaíso. Saltábamos las baldosas del patio para sentirnos en ambos lugares a la vez. La guerra nocturna de alcayotas  fue la más anecdótica experiencia  y don Carlos Morales  ponía orden al desorden  mientras las pepas del fruto  se esparcían en las zonas de impacto: la cama del inocente alumno Mejías.

Noche de estreno. El Estadio “Sausalito”  iluminado para la presentación  del Coro de niños de Maria Elena, y nosotros sacábamos de nuestro equipaje, empolvados trajes, agitándolos orgullosos  para dejar en esos verdes pastos  alguna partícula salitrosa  y sobretodo el afán de representar  con lo mejor de nuestro orgullo  en ese campo deportivo  los colores de la amada pampa salitrera.

Nunca habíamos visto la televisión. Por primera vez, nos detuvimos en una sala  a ver la caja mágica  en blanco y negro,  donde un sembrador tiraba semillas en un campo.

El aplauso generoso de nuestros hermanos “sureños” fue el mejor regalo y nosotros adquirimos la promesa de portarnos bien y no ser causales de una injusta  “cana verde” a nuestro querido maestro…

“María a la pradera fue y al niño en el rocío lavó,

Ave Maria, Ave Maria…”

 

Don Sergio Montivero Zenteno,  fue nuestro mejor ejemplo de amor y vocación a su profesión de maestro. De aquellos destacados “normalistas”  que abrazaban su carrera  llamados por un profundo sentimiento de servir  a los demás en ese difícil e incomprensible campo  en que se desenvuelven tantos heroicos  profesores de hoy. Un gran sentido de vocación, disciplina  y cumplimiento del deber.

Los años transcurren tan rápidos como el paso de las nubes por el éter celeste y desde las tierras frías del Canadá, nos llega el hielo de su partida inevitable.

Estará cantando sus tonadas chilenas  o formando un Coro de Àngeles  en ese bendito lugar  donde nunca dejó de creer. En ese cielo que soñó  tantas veces en la tierra, en esa morada celestial donde Dios ama, perdona y acoge a todos sus hijos.

Gracias, y recuerdos eternos  a nuestro querido Maestro Don Sergio Montivero Zenteno, a quien lloramos en el silencio de hombres maduros su ausencia, elevando nuestra oración  al Padre Todopoderoso que está en los cielos, por su eterno descanso.

 (Publicación aparecida en el Diario “La Estrella del Norte”, y cuyo recorte de prensa, guardo con especial cariño, no por lo que yo escribiera, sino por lo que significó para mí este querido y recordado Profesor, al que tanto quisimos.)   

CARLOS E. GARCIA BANDA

 

 

 


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