“De los Alpes, Solitario,
Suena un melodioso son,
que conduce a nuestras voces,
repitiendo una oración”…
…Cantaban las voces de los niños
de la Oficina salitrera Maria Elena, en la sala “Brasil” de la Escuela Consolidada “América”, donde el joven y apuesto profesor, Señor
Sergio Montivero, nos organizaba para el
Festival de Coros de América que se
realizaría en Viña del Mar.
Esa tarde fue triste para mí,
puesto que en el recreo que nos diera nuestro querido Maestro, nos pusimos a “disparar” el borrador con
tiza, quedando con grandes “parches blancos” en nuestros uniformes de vestón
azul, siendo sorprendidos por don Sergio, quien
hallándome culpable, me hizo caer
el peso de su disciplina dejándome suspendido del ensayo y sobretodo del
anhelado viaje.
Siempre le admiré, por su calidad
humana y sus virtudes de gran educador. La música era su principal fuente de
inspiración y proyección educacional y en ella volcaba todas sus capacidades.
No dejaba de lado su violín para enseñarnos el canto en su clase, y en toda
velada tocaba armonioso su guitarra, acompañando a los “hermanos Garcia”, que
cantaban: “Qué bonito que cantaba la
palomita en su nido…” guiando simultáneamente a tres y hasta cuatro distintos conjuntos musicales de estudiantes que formaban pequeños coros de voces blancas y entonaban sus cantares en los homenajes a
la Patria en la escuela o en la Plaza ,
donde celebrábamos orgullosos las festividades de la Independencia o
corrigiendo y escuchando a Juanito Córdova que destacaba con su voz y sus cantos de México.
Después de mucho trabajo coral y
afiatamiento, más las actividades para reunir los necesarios fondos, el Coro de
Maria Elena con su director titular y otros maestros, como el recordado “Pelao Morales” , quien era
también el de la disciplina y el
respeto, partimos (me incluyo, puesto que fui perdonado a última hora por el Consejo de Profesores como premio a
mi abnegado trabajo en la Kermesse) a la
aventura más grande de nuestra vida: Un
viaje interminable en “góndola” que nos
llevó a recorrer este bendito desierto , avanzar y ver por vez primera el verdor de nuestros campos, soñando con los frutos que colgaban de los árboles
, según nos contaban a los niños
pampinos de entonces . En fin, a conocer parte de nuestro amado Chile.
Recuerdo a Rubén Gómez Quezada
(“Buena base”, ) flaco y espigado, serio y caballeroso tomando fotografías
apegado al parabrisas , captando en su máquina las novedades del paisaje y anidando ya en su mente la crónica
simpática y futura de sus vivencias pampinas. A Leonardo Gatica, con quien conformábamos la pareja menor del viaje y las
recomendaciones de cuidado de nuestros
padres.
La Escuela Industrial de Viña del
Mar, fue nuestro alojamiento. No entendíamos bien aquello de que se encontraba
en el límite. Si subías al comedor estabas en Viña; si bajabas al baño estabas
en Valparaíso. Saltábamos las baldosas del patio para sentirnos en ambos
lugares a la vez. La guerra nocturna de alcayotas fue la más anecdótica experiencia y don Carlos Morales ponía orden al desorden mientras las pepas del fruto se esparcían en las zonas de impacto: la cama
del inocente alumno Mejías.
Noche de estreno. El Estadio “Sausalito” iluminado para la presentación del Coro de niños de Maria Elena, y nosotros
sacábamos de nuestro equipaje, empolvados trajes, agitándolos orgullosos para dejar en esos verdes pastos alguna partícula salitrosa y sobretodo el afán de representar con lo mejor de nuestro orgullo en ese campo deportivo los colores de la amada pampa salitrera.
Nunca habíamos visto la
televisión. Por primera vez, nos detuvimos en una sala a ver la caja mágica en blanco y negro, donde un sembrador tiraba semillas en un campo.
El aplauso generoso de nuestros
hermanos “sureños” fue el mejor regalo y nosotros adquirimos la promesa de
portarnos bien y no ser causales de una injusta
“cana verde” a nuestro querido maestro…
“María a la pradera
fue y al niño en el rocío lavó,
Ave Maria, Ave
Maria…”
Don Sergio Montivero
Zenteno, fue nuestro mejor ejemplo de
amor y vocación a su profesión de maestro. De aquellos destacados
“normalistas” que abrazaban su
carrera llamados por un profundo
sentimiento de servir a los demás en ese
difícil e incomprensible campo en que se
desenvuelven tantos heroicos profesores
de hoy. Un gran sentido de vocación, disciplina
y cumplimiento del deber.
Los años transcurren tan rápidos
como el paso de las nubes por el éter celeste y desde las tierras frías del
Canadá, nos llega el hielo de su partida inevitable.
Estará cantando sus tonadas
chilenas o formando un Coro de
Àngeles en ese bendito lugar donde nunca dejó de creer. En ese cielo que
soñó tantas veces en la tierra, en esa
morada celestial donde Dios ama, perdona y acoge a todos sus hijos.
Gracias, y recuerdos eternos a nuestro querido Maestro Don Sergio
Montivero Zenteno, a quien lloramos en el silencio de hombres maduros su
ausencia, elevando nuestra oración al
Padre Todopoderoso que está en los cielos, por su eterno descanso.
(Publicación aparecida en el Diario “La
Estrella del Norte”, y cuyo recorte de prensa, guardo con especial cariño, no
por lo que yo escribiera, sino por lo que significó para mí este querido y
recordado Profesor, al que tanto quisimos.)
CARLOS E. GARCIA BANDA
No hay comentarios:
Publicar un comentario