domingo, 12 de julio de 2020

BENJAMIN....

Eras un niño, como yo en ese entonces. Tú eras  afanoso y lleno de vitalidad, pequeño gran colaborador en tus tiempos libres de escuela,  con las tareas domésticas de tu madre. Te veía casi siempre sonriente, con tu  juguetón  “copete” colorín que cubría desordenadamente tu frente y tus grandes ojos verdes,  "bajando" del campamento hacia la estación de María Elena, con un ritmo acompasado en tu caminar y jugando con el galón metálico vacío de parafina, el cual movías en tus brazos simples y frágiles, pero también fuertes, al ritmo de tu acompasada caminata de inocente  sencillez y que te llevaban con esa natural alegría, a la "carbonera", donde el "Negro Muza", a comprar el carbón y a veces solamente los tres litros necesarios de parafina para abastecer la cocinilla a mecha de tu casa y que se usaba en muchos hogares de la pampa, y cuyo olor característico  rondaba por los aires, entre balones de trapos y medias viejas  o juegos de escondidas,  por los pasillos de las largas hileras de casas, que llamábamos en nuestra lenguaje de infancia, el sector de "las cocinas", el sitio eriazo trasero de las casas de sinuosas calaminas, donde usualmente se colocaban como  medida sanitaria, un "medio tambor" con manillas,  colocado al centro, para reunir  los desperdicios de desechos y basuras hogareñas que incluían también algunas veces en la noche, la fiesta de ladridos de los perros y el maullar hambriento desde los tejados de los gatos,  que buscaban afanosos la oportunidad de saltar a los restos de comida, o provocar el ruidoso cacareo de las gallinas ponedoras junto al gallo cantor y despertador  de la "corrida", y que se criaban encerrados entre los artesanales gallineros, donde alguna madre recogía somnolienta alguna madrugada, la graciosa bendición de obtener algunos "huevos frescos", que ayudaban a la economía doméstica de nuestros humildes hogares.

Mi amigo Benjamín Honores Diaz, a veces se quedaba conversando conmigo en mi calle Luis Acevedo, donde reíamos de la vida y soñábamos solamente con jugar y encontrar en la amistad de niños esa pureza tan propia de tantos amigos pampinos,  recorriendo en la alegría del compartir  esos manantiales de hermandad que surgen en los sentimientos ante el sincero afecto y dábamos rienda suelta a nuestras  acumuladas energías, para correr tras un balón roñoso y descosido  que soltaba entre sus correrías, una serpiente  calcetinera rota, con sus “papas “ como bocas abiertas que nos regalaban también en la alegría de vivir  su  opaca sonrisa.

Alguna de esas media mañanas de juego, salía de pronto “disparado” Benjamín,  transpirado y sudoroso corriendo a la carbonera, puesto que se le pasaba la hora y  sin lugar a dudas, se hacía merecedor a una “chancletada” de su madre,  como reprimenda por su infantil demora, quedando  ambos preocupados  y confiados como en tantas otras oportunidades que ella en su gran amor de madre, le perdonara y comprendiera.

Años posteriores, nos juntó el destino como compañeros de sala de ese "Séptimo Año “A” inolvidable,  con tantos buenos pampinos y entre ellos mis amigos y vecinos Leonardo Gatica y Fernando Castillo.  Del barrio “alto”,  ese que colindaba con la calle Santiago muy arriba, cerca de los Montivero,  el locuaz Lito Roco, el gringo Poblete, Luchito Marambio,  por allí atrás del Teatro "Los Paniagua",   o cercanos al estadio la Dániza Sibilà, la Maria Arce  o la Raquel Silva - la del rancho “Chuqui”-,  y  ese ángel tan distinto que hacía latir no solo mi corazón sino también mis nacientes “sentidos”, esa  alta y espigada, (por lo mismo imposible de alcanzar),  la del “amor platónico”, la bella Blanca Contreras, uno de los amores imposibles de  esa vida de niños, y que ya se anidaba en el infantil corazón, tan pequeño,  pero también lleno de una incipiente poesía.

 Una mañana de esas de escuela, surgió una idea brillante por parte de los que hacen de líderes alegres del curso. Se propuso que cuando llegara a la clase nuestro profesor de historia, cigarro en mano y vozarrón de soldado,  Dn. Leoncio González y comenzara a pasar la “lista”, (fue un solemne “juramento de honor” y con sangre de valientes” de nosotros los alumnos,)  que no diríamos el tradicional : ¡Presente Señor!

    Cuando leyera la lista, conociendo su reciente pasado de ex oficial de Carabineros de Chile, y cuyo carácter estaba siempre presente en su personalidad, le diríamos alegremente (ya no sé si “alegremente”), levantándonos individualmente del pupitre, con voz marcial y casi de soldados: 

    ¡Firme Mi Teniente!”…

     Estábamos nerviosos, pero el profesor era “paleteado” y alguna vez se reiría antes de comenzar sus clases que nos hablaban de la invasión de los Mongoles y la historias de las guerras, y en esa confianza  tan normal y común y en medio del silencio, comenzó, aspirando con delicadeza su  recién encendido cigarrillo, los apellidos sin nombre de su extensa lista:

“Avalos”…..(“No está”-  espetó una voz del fondo de la sala.)

“Araya”…..(Justificativo,  fue al doctor, dijo alguien por allí)

“Barraza”…Ausente

“Castillo”…Ausente

(Era larga y tediosa la lista, más de cuarenta y cinco  pero ya llegaba luego la “H” de Honores..

….Y comenzaron las traiciones al gran juramento).

Gatica……(Mmm Firmmm…¡Presente Señor!)

Garcia….(Leal a mi “vecino”…¡Presente Señor! (Con la cara roja de vergüenza sintiendo en la sangre de mis venas la traición de Judas….…)…(Venía la  HACHE..)

 

    ¡¡“HONORES”…!!

    ¡¡¡¡ Firmeeeeee mi teniente!!!!!!

    (Al mismo tiempo que esbozaba en su albo rostro esa característica sonrisa  que yo de niño  conocía,  y con su “copete” ya más peinado y fijo con “limón” , y con su alegre mirada de sus grandes ojos verdes…)

 …Silencio sepulcral…..

…Risas contenidas…..

…Silencio sepulcral otra vez…

     Un recién encendido cigarrillo “Hilton”, se quebró vigorosamente hundido, casi con furia ardiente, en la “concha” de cenicero…

 

        El querido maestro Dn.  Leoncio Gonzàlez, (a quien después de muchos años le conté la verdad de esa broma),  miró en lontananza, lejanamente, con su vista perdida  y llena de ira al fondo de la sala….

     Nadie sabía si reír o llorar, o morir en el intento con “nuestro“ ya traicionado “juramento”, pues no circulaba ni aire para respirar, por esa sala que parecía un gran estadio lleno de  partículas de tiza e  infame y cobarde “silencio”…

     Nuestro héroe Benjamín aún sonreía de pie al lado de su pupitre, como quien dice :  "Al pie del cañón" como buen soldado: orgulloso, valiente, enhiesto, altanero,  puesto que había gritado con “honor” (como su apellido) y hasta casi con cariño su viril:  

    ¡¡Firme Mi Teniente!

    Tan suyo, tan leal, tan amigo, tan buen educador, tan agradable, tan….tan….

 ¡¡¡¡FUERAAAA!!!!!..y

¡¡Mañana con el APODERADO…!!!

….

(Siguieron los “traidores” que se enumeraban en el llamado de la  Lista…)

¡¡“Paniagua, Marambio, Gòmez, Sibilà, Roco, etc…!!”

¡¡Presente Señor!!

……………………………….......................................................................

 

    ¡Ay querido amigo y hermano Benjamìn!

    Los traidores como nosotros, miramos de soslayo, casi “sorprendidos” de tan irreverente afrenta  y en un simple lenguaje de estudiantes de todos los tiempos, todos nos hicimos los “huevones”…

    Lo que pasó, nunca supimos, pero la broma no resultó y en verdad se puso pesada la pista con nuestro  profesor González, ”el amigo del camino”, que  por nada ni para nada se rió.

……………………….........................................................................................................

 

    Fue una mañana de esas casi de madrugada, (como esas mañanas  que esperábamos ansiosos y hasta hambrientos a la Sra.  Eva Castañeda, mamá de la Daniza Sibilà,  que desde abajo del balcón de la sala, furtivamente pasaba por entre las rejas de la ventana, un pequeño thermo con el “desayuno” de café con leche para nuestra compañera, y que nosotros “sus” amigos y compañeros de banco también nos beneficiábamos y que  llenábamos nuestras ansiosos olfatos y estómagos, con ese olor a marraqueta tibia de la panadería de la pulpería y con ese sabor a mantequilla, “la  verdadera”,  que nos aguaba en líquidos salivales,  la boca…) .

    Fue una de esas mañanas de ansiedad estomacal, en que no llegó el desayuno, ni la marraqueta, ni el café con leche, ni tampoco se presentó Benjamín  a clases,  el valiente soldado del curso y de la escuela.…

    Hubo mucho silencio

     Casi nadie hablaba

     Los profesores entraban y salían y se notaba un ambiente extraño de obligada ausencia….

     Esa madrugada, Benjamín, hacendoso hijo y colaborador de las tareas de su madre, fue a la panadería a comprar el pan muy temprano.

     No conozco los detalles. Muchas versiones existen, pero…

     El camión del pan se aculató hacia la puerta de la entrada de la panadería, por la puerta donde a veces se compraban las javas de cervezas y bebidas, cuando su frágil cuerpo fue aprisionado en un  desgraciado accidente que se lo llevó, con tanto amor, sonrisa y lleno de hermosa vida….

 

    No llegó a clases esa mañana.

     Y los ríos del dolor de nuestros frágiles corazones se volcaron en lágrimas dolorosas y cayeron por las tablas blanquecinas de la sala,  sus recuerdos, su sonrisa, su copete medio rubio y sus grandes ojos verdes…

    Lo que pasó posteriormente  es recuerdo de todos.

    En su casa humilde de pampino, fue velado su cuerpo de niño. Toda la oficina salitrera sufrió la desgracia.

    Se veían coronas y uniformes de tantos estudiantes que concurrieron a entender qué pasaba y a enfrentar el duro destino de nuestro amigo y nuestro hermano. Nuestros compañeros y compañeras montaban una "Guardia de Honor" de niños  al lado del féretro....

    Desde el campamento “Americano”, ("Los de Arriba"),  también llegaron conformando  delegaciones solidarias  de esos jóvenes extraños para muchos de nosotros, que vestían distintos uniformes y que parecían ser tan diferentes,  pero que en la sensibilidad y en el dolor estaban también sufriendo con la partida accidental de “uno de los nuestros”.

     Se nos fue esa madrugada Benjamín y ya nunca sentimos su voz alegre y bulliciosa, comprometido y leal con “su” juramento  diciendo convencido: ¡¡ Firme mi Teniente.

    En mis años de adulto, en mis primeras  vacaciones en que tuve la oportunidad de gozar de unos días de libertad en mi desconocido (para muchos), arduo trabajo, al que nunca le podíamos  robar  horas para nuestras personales preocupaciones,  me fui en bus hasta el cruce de Coya.

    Por allí me indicaron el lugar del cementerio.

    Busqué toda una mañana y casi toda una tarde. Recé muchas oraciones, por los cientos de  hombres y mujeres cuyos nombres  se enredaban entre coronas coloridas  de papel y de latas,  y en ese silencio en que sólo era posible  oír los silbatos del viento.

    Seguí rezando y buscando esperanzado.

    Antes de volver mis pies a la carretera, con el sabor amargo de sentirme fracasado en mi intento de rendir mi saludo de recuerdo a mi amigo de la infancia  y seguir caminando para hacer “dedo” hacia María Elena,  me senté un rato en un tumba celeste,  desteñida  y que ya borraba el paso del tiempo.

     Miré en ese lugarcito donde se inscriben los nombres y vi entonces una placa de bronce, pequeña, de esas que escribían los maestros pampinos con buril y fierro, grabado su metal  con el nombre de nuestro compañero: “Benjamín Honores Diaz”. ¿La fecha? En verdad, ahora no me acuerdo….

     Hoy es San Benjamín.

    Estamos en la Pandemia del Virus desconocido e infame que nos ataca  la vida.

    Nadie sabe si habrá mañana, aunque tenemos santas esperanzas.

     Todos queremos vencer a este enemigo porque si lo vencemos, tendremos esa otra oportunidad tan necesaria para seguir amando  las pequeñas cosas y las màs importantes de la vida.

     Para olvidar  y erradicar de nuestras almas los rencores.

     Para sentirnos mejores.

     Para amar a las personas y no combatirlas  por sus distintas ideas o credos.

     Para descubrir que cada cual en su sexualidad, somos todos humanos, mujeres y hombres.

     Y sentirnos hermanados como hijos de la pampa y el desierto, del campo y la ciudad, de los que tienen y son ricos o los que no tenemos y somos pobres, pero que sentimos en el corazón el valor de vivir y amarnos como nos manda el Hijo del Hombre.

 Quizás alguna tarde podremos descansar también gustosos, aprendices de la vida, y entonces,  reconocer con humildad  y sabiduría que todo los que somos o tenemos, nada importa, y solamente es Dios lo justo, real y verdadero.

     Yo tengo la esperanza, mañana o quizás  en algunos años, que me encontraré  con mis seres que tanto amo, y entre ellos  mis amigos de la vida, como Benjamín, corriendo por esos cielos eternos, jugando a buscar esa pelota de medias, con serpientes de calcetines que se desarmaban en los “chutes” por el aire en las locas mañanas futboleras de mi calle: Luis Acevedo.

     Feliz Santo Benjamín.

     No nos olvides,  y si quieres prepara  también nuestra morada junto al Padre, para abrazarnos como pampinos niños o ya viejos, pero llenos de entusiasmo y alegría, porque  aunque han pasado los años, nunca dejamos en el olvido, el deseo de alguna tarde,  junto al Padre eterno, vernos.

     Seguimos cantando y soñando, pampinos  en las estrellas de la noche del desierto.


(reescrito el año 2020 en plena "Pandemia".)

 

 


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