domingo, 12 de julio de 2009

Capítulo III

No había mejor forma de alegrar la vida en familia, entre las entretenciones que se prodigaban en cantidades abundantes a los trabajadores, aquellas de carácter deportivo. El béisbol en el diamante reunía domingo a domingo a los más entusiastas cultores del deporte gringo, con vistosos equipos formados por los mismos trabajadores de las distintas secciones de la empresa, con sus cátcher, pitcher, jardineros, bateadores, y completos equipos adquiridos en U.S.A., daban una colorida fiesta al deporte que se jugaba en medio de la pampa, bajo los inclementes rayos del sol, buscando los horarios preferentemente matinales, dando vida a un espacio abandonado y mejorado, al lado del “Salón de bailes”. Grandes jornadas deportivas se vivieron en ese “Diamante”, campeonatos nacionales y hasta equipos internacionales mostraron lo mejor de sus destrezas y participaron en grandes encuentros y conquistas, reconociendo al poderoso equipo de los “Campeones de siempre”, Tocopilla.
El fútbol, pasión de multitudes, reunía a los equipos infantiles, juveniles y de adultos. El Royal, Estrella Roja, Tocopilla, Cóndor, Caupolicán; los representantes laborales del Garage, Maestranza, Molinos, Lixiviación, etc… y, especialmente, la gran convocatoria de esos campeonatos que llamaba “Inter Office”, que obligaban a unos encuentros inolvidables entre pampinos de las distintas oficinas, transformados en verdaderos clásicos, que terminaban casi siempre con vítores y gritos de alegría de los triunfadores, y hasta ofensas y pedradas en las difíciles derrotas. Más allá de las pasiones momentáneas que despierta el fútbol, siempre había también un espacio para reconocer hidalgamente la superioridad del contrincante. Gran labor desarrollaron en la pampa deportistas y dirigentes, especialmente aquellos que servían en la Asociación Social y Deportiva, que reunía a socios voluntarios, y que contaba con apoyos e infraestructura de la empresa.
Ciclismo, box, atletismo, waterpolo, deportes para jóvenes, niños y adultos, actividades culturales, sociales, religiosas, daban todo un marco de una organización pensada en el bienestar de los trabajadores, sin esquivar con esto la realidad paralela de los problemas y de las luchas sociales, que en cada tiempo han permitido buscar optimizar la calidad de vida y mejoramiento sustancial y de justicia a los trabajadores.
Pero nosotros, los niños de ese entonces, vivíamos en nuestra propia burbuja, de sueños e ilusiones. Veíamos el trabajo abnegado de nuestros padres, pero en realidad no teníamos tiempo para involucrarnos en sus problemas. Lo nuestro era el estudio, las tareas y por cierto, aprovechar al máximo el tiempo para nuestra mejor aventura y diversión.
Pedro de Valdivia era la sede de la “Olimpiada de Verano” de estudiantes de ese año. Equipos de vóleibol, tenis, fútbol, tenis de mesa, juegos de salón, como dominó y cacho, juegos de naipes, más los que no jugaban a nada, como en mi caso, pero que servíamos para colaborar en la coordinación de tantas actividades, nos aprestábamos a viajar en las góndolas que regularmente salían de la plaza. En algunas oportunidades, contábamos con el apoyo de los hermanos Araya o el señor Urbina empresarios de transportes. A Coya Sur, viajábamos sufriendo entre las latas y los asientos duros del “Galgo Azul”, que de galgo tenía las puras costillas de los fierros que sonaban golpeteando las latas del piso de la máquina. Cuántos viajes habrá efectuado ese fláccido viejo galgo, llevando bolsones, maletas, coronas, gallinas enjavadas sacando entre los palos sus cogotes.¡ Al Rio, al Rio…! en esas tardes de paseos veraniegos, con pesadas carpas de lona, canasto llenos de pan y té, unas javas de cervezas y unos chuicos de 15 lts. forrados en mimbre, para ahogarse y no morir de cualquier sed que sobreviniera.
Finalmente y como buena opción, juntábamos los pesos uno a uno, para cancelar el combustible y al chofer de la micro del conocido empresario y gran colaborador, el señor Carrasco.
Era la mejor aventura del fin de semana de los jóvenes estudiantes que conformábamos distintos grupos juveniles. En nuestro caso, con un nombre poco decoroso pero de alegre sentido juvenil, heredado de una primera agrupación de jóvenes con los mismos gustos y aspiraciones de años anteriores: “Los Finaos” de Maria Elena, v/s los “Escorpios” de Pedro de Valdivia, unidos todos por puras afinidades y lazos de amistad sincera, reforzado con nuestras charlas vespertinas a la sombra de los altos pimientos en la salida del Rancho “4”. Había espacios para todos en nuestra cofradía y primaba en nosotros el sentido natural de divertirnos en buena compañía. Era la oportunidad de conocernos, de soñar con proyectos personales, de cultivar la amistad, y de ser solidarios entre todos. No cabe dudas que de allí surgieron amorosas relaciones sentimentales, estaban todos los elementos a nuestra disposición para divertirnos y nos dimos, como en tantas ocasiones, a la tarea de compartir con espíritu generoso y competitivo nuestra olimpiada, poniendo en la mesa del deporte, las mejores capacidades, ocupados en obtener los mejores resultados de este nuevo encuentro de verano.

Era una elite de jóvenes con talento deportivo los que representaban a nuestras oficinas. Pedro de Valdivia y Maria Elena, los “eternos rivales”, se enfrentarían nuevamente, en esta verdadera lid de competencias. Lo curioso y pintoresco es que, al llegar a esa hermosa oficina, que entre las existentes parecía ser de un mayor orden, con mejor ordenamiento de sus calles, con mejor protección de sus entradas, se nos acogía de inmediato por su calle de entrada alargada, que llegaba hasta puntos importantes cercanos a la plaza, donde sus edificios bien cuidados y una población viva y bullanguera, daban la mejor muestra de una gran ciudadela del desierto. Allí, éramos generosamente acogidos por las mismas familias de quienes eran nuestros adversarios deportivos, las cuales nos prodigaban su desinteresada amistad, cariño y nos atendían en sus propias casas, con lo mejor de su voluntad, a fin de economizar gastos de alojamiento y de comidas. Al verano siguiente, se intercambiaban los papeles y, en una justa retribución, se desarrollaban las mismas competencias en nuestra oficina.
Hablar de ello sería bastante extenso. Basta decir que eran la mejor oportunidad de compartir sentimientos de hermandad pampinos. Las justas deportivas alteran las pasiones, y cada uno quiere, por el amor que le tiene a su terruño, sentirse ganador de algún preciado trofeo. En esa suerte de anhelados triunfos, nos jugábamos por entero defendiendo el color anaranjado por nuestra parte o blanco de nuestras distintas camisetas. Mentiría si no dijera que en más de una oportunidad caímos en el juego violento de las descalificaciones recitando en voz alta palabras soeces y “limpias”, groserías.

- ¡¡Guuenaaa, “mojón” de pantera!!!”-, sonó de pronto con un grito estridente apuntando hacia le entrada del estadio de tenis donde se disputaba el campeonato de singles, con una voz oculta entre tantas de la galería, al momento que entraba un inocente joven de rostro de color, tal vez peruano o brasileño, que quería disfrutar como espectador del encuentro pero que, sin dudas, era simpatizante del equipo “adversario”, uniéndose al grito una risotada burlesca que a cualquiera aplasta. En cambio, los ojos del joven moreno, con su orgullo herido, buscaba al culpable de tremenda ofensa, a fin de retarlo a un duelo. Mirar el desplazamiento de la pelota de tenis de un lado para otro, siguiendo con momentos exagerados su movimiento, borrando toda sonrisa acusadora de nuestros rostros, fue la mejor distracción del instante, evitando con ello comprometerse directamente en el entredicho, al mismo tiempo que entre los apretados dientes, se contenían las sonrisas que aprobaban jocosamente el grito.
Eran los aditivos extras de la afrenta deportiva, que incitaban a un oculto deseo de utilizar, en cualquier oportunidad las armas de la violencia de pies o manos, como si con ello sintiéramos en propiedad, que éramos los escudos de nuestros propios bandos. En otras fases del encuentro, primaban la serenidad y las confianzas mutuas y al calor de los últimos resultados, terminábamos todos abrazados gritando por nuestras propias oficinas.
En una de esas tantas fases de la olimpiada estábamos molestos. No recuerdo por qué circunstancias discutía con uno de los jóvenes líderes y dirigente deportivo del grupo “Escorpios” de Pedro de Valdivia. Ambos éramos, en lo personal, amigos de muchas jornadas de la infancia. Nos criamos casi juntos un tiempo en un mismo barrio de Maria Elena, y sentía un gran respeto y admiración por sus padres y su distinguida familia, aparte que con Roberto, uno de sus hermanos menores, éramos compañeros de un mismo curso, con los mismos intereses. De vez en cuando, como caballeros, rifábamos el honor y “derecho de conquista” de las mismas candidatas, aspirantes a pololas, disputándonos en juegos las mejores chiquillas, aunque éstas, finalmente, nos señalaran su absoluta indiferencia y nos ignoraran a ambos.
No es ésta la hora de pedir perdón, ya el hecho por los años está prescrito, consumado y olvidado; pero esa tarde de sol y pasión deportiva, discutíamos tan acaloradamente, con tanta fuerza y convencimiento de la veracidad de nuestras legítimas razones, haciendo esfuerzos inhumanos por controlar la rabia que en un segundo se transformaría en un claro, injustificado y doloroso intercambio de golpes. Hubo un momento de miradas abismantes, cuando ya no quedan palabras para el convencimiento de tus razones, de esas que disparan odio absurdo desde las entrañas, de esas que si fueran cuchillos alargados, nos romperían mutuamente con profundos cortes, rostros y piernas. Sentimientos incontrolables de una mal entendida pasión que nos envolvió con mi amigo Wilfredo. La tentación, se asomó diabólica por entre ambos contrincantes( -“Hospital” o “Cementerio” - me resonaban esas voces de niños, avivando el fuego, para otros encuentros y peleas, detrás de la escuela). Era la tentación en ese instante, un animal incontrolable, sacando sus tentáculos de pulpo, alargados y dominantes. Era el minuto de uno de los dos. Una situación que hace que los hombres caigan en los laberintos ocultos del pecado bastando solamente el impulso de tan solo una brizna de aire para consumar la violencia. Todos los presentes, eran testigos de nuestra acalorada discusión, tal vez por alguna descalificación o punto de castigo en la competencia. Había que morir hidalgamente en el intento. Era una lucha de palabras y gestos entre David y Goliat. No quiero ser la víctima. Pero Goliat era el más grande, con unas manos gigantes que me hubieran triturado el pescuezo. Salir de allí sin honor, era evitar lo inevitable, estábamos en el punto álgido de trenzarnos en un encuentro de golpes personales, una situación casi cavernícola, inadecuada y de muy poca cultura. Pero uno de los dos sería el ganador, uno de los dos sería el perdedor. Ambos estaríamos en el libro de lo tonto e inexplicable. Así que mirando el lugar donde nos encontrábamos, en una situación que aún no logro comprender, observé a la derecha, el mundo de jóvenes ávidos de ver el desenlace a golpes del desencuentro, terminé entonces la discusión, ya perdida tal vez en palabras o convicción, usando el último recurso posible y disponible hacia el otro extremo, empujando a mi adversario a un acantilado, profundo, alto, casi como un abismo, pasando mil cosas diferentes por la mente de esos largos y eternos segundos, arrepintiéndome ipso facto de la debilidad de mi carácter, o de la violencia injustificada del mismo. Wilfredo entonces, miró de un lado para el otro. Tiró sus manos esperanzado en asirse a cualquier punto de contacto. Él era un caballero, valiente, decente y educado. Quiso cogerme con sus grandes manos para arrastrarme al mismo destino definido e inevitable en las tristes circunstancias, caldeados por un ánimo de pelea reinante. En esa maniobra salvadora, justa de su parte, perdió entonces su equilibrio y cayó y cayó en una interminable caída, contorneando con fuerza su cuerpo, tratando en las últimas instancias de salvar, al menos su reloj o sus lentes, cayendo finalmente a la profundidad de las aguas refrescantes, que ahogaron los rencores, de la piscina de Pedro de Valdivia, chapoteando en las aguas molesto, furioso, enojado y poniendo al fin y al cabo, con una risotada de la audiencia juvenil pampina, un fin absoluto a un desaguisado coloquio. No supe que pasó después. Me tomaron y sacaron, entre los más grandes, no sé si para levantarme en andas, o bien para ocultarme o protegerme de la fase vengativa que irremediablemente se venía. Pensaba nervioso en mis adentros: - Tal vez vendrán los Carabineros -, - Quizás, la expulsión inmediata de la oficina -. No sé, todo un mundo de tormentosa elucubraciones que nublaron también mi mente y mi conciencia.
Después de la tormenta viene la calma, y esa misma noche le busqué en la fiesta final muy arrepentido, para extenderle la diestra del perdón de hermanos pero no lo hallé en ningún lado. Y, desde esa tarde, de hace casi treinta y tantos años, nunca más divisé al Wilfredo. Una vez se me cruzó en frente, atiné a sonreírle con un ademán de encogimiento de hombros, para decirle con todo eso que era posible el reencuentro; pero me dio vueltas su cara. Mastiqué la amargura. Ya no quise saber más del dolor que causa la falta de mesura por un simple desencuentro de opiniones, irremediablemente se disolvió en al agua de la piscina, lo mejor de su amistad, en esas cosas tan absurdas de jóvenes o niños.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

MAYONESA CASERA

Un homenaje a  nuestra mamá.   Carlos Garcia Banda p n e o t r s S d o 3 a 9 m o f 1 a 0 a 6 2 u 3 0 2 m 5 8 2 d e 0 f   i 2 c h h 2 c 4 h 1...