domingo, 12 de julio de 2009

Capítulo VI

La vida de la frágil Alicia se estaba tornando, desde hace un tiempo, insoportable. En la última jornada de trabajo, a su llegada, después de la medianoche, su esposo tuvo un nuevo ataque de violencia. La vez anterior, habían quedado de acuerdo que no se repetiría, y comprensiva y amante de su familia, como era ella, y por sobretodo creyente que estas cruces eran la voluntad de Dios, descubrió que ya no era ésta la primera, ni la segunda, ni la tercera vez que, entre lágrimas de hombre arrepentido, le juraban mejorar su conducta y tratarla con el mejor de los cariños. Esa noche llegó como siempre, sonriente y relajada. A la entrada fue recibida a golpes con los pocos enseres que aún se conservaban. Volaron dardos hacia los cristales de las ventanas, destruyendo lo poco y nada que aún tenía carácter de “servible”. El llanto de las pequeñas, las exigencias de silencio de los vecinos, la tormenta de los celos eran extremadamente graves. La silla de ruedas se agitaba por todos los rincones y los gritos e improperios insultaban hasta el aire. De pronto se sintió tomada con violencia desde el cuello, al mismo tiempo que un golpe le marcaba un doloroso moretón en pleno rostro. Esta fue la gota que rebasó el vaso. Estaba desde hace tiempo sufriendo. No hablaba con nadie de su drama, pero el trabajo que ella con tanto sacrifico ejercía, tenían un único objetivo, la tranquilidad de su amada familia.
Vino un tiempo de silencio. Las niñas permanecían y dormían diariamente en la casa de una de sus amigas. Juan debió ser internado por un par de semanas con un diagnóstico reservado, pero que no cabía duda que tenía que ser sometido a un tratamiento siquiátrico, por esas reacciones inusitadas de violencia, aumentadas desde hace tiempo, y que dibujaban en su rostro y dura mirada las huellas de los celos y las desconfianza.
No se puede acceder a lo que no se puede, ni se deben crear falsas ilusiones.
Una nueva tercera semana, comenzó para el huaso. -Esta será de grandes decisiones-, pensó para sí, mientras se encaminaba, como siempre, después de la jornada del trabajo en el molino, al Rancho.
Allí estaba como siempre sonriente y servicial la amada del silencio. Sus lentes oscuros ocultaban las peores marcas de sus últimas horas de tristezas. Los cantos de las mesas continuaban en esa historia de nunca acabar del cada día, las cazuelas humeantes y olorosas seguían su camino, las jarras de vino vaciadas rápidamente, como siempre, y en el viejo pic up sonaba el vals de Agustín Lara “Noche de Rondas” :”Luna que se quiebra sobre las tinieblas, de mi corazón”. – Quién se come más rápido un pernil- - Apuesto a que meo más largooooo- hip – hip. .Más vino pa juntar el aguaaaa….
Al anochecer, cuando ya quedaban los últimos parroquianos en el boliche, el huaso la esperó como siempre, respetuoso e impaciente. Sonaban en su mente, “Que triste pasas”… Caminaron por la calle hacia el galpón “Que triste cruzas por mi balcón.”
Muchos silencios hubo en el camino… “Noche de ronda, cómo me hieres”. La casa de Alicia estaba solitaria. Entraron con el mismo silencio de esa caminata. Entraron a oscuras a tientas, un par de lágrimas o muchas más rodaron por su dolido rostro …“Cómo lastimas mi corazón”… Un par de brazos fuertes la cobijaron, la estrecharon, la protegieron, brazos vigorosos, sinceros, afectivos, llenos de un tímido temblor, la acariciaron con respeto, con confianza, con amor, con pasión… “Luna que se quiebra, sobre las tinieblas de mi soledad…”. Deslizábanse los dedos curtidos por el trabajo, pero suavizados por la magia del jabón, por su golpeado rostro, le besó dulcemente, entre la frente, y poco a poco, con todo el tiempo del mundo a su disposición, comenzó a beber con su labios las salobres lágrimas, y en cada sorbo, se alimentaba el amor oculto con cada peca, cada lunar, cada partícula de ese rostro para llegar buscando con dulzura, la fuente donde florecían las redes que le habían atrapado inevitablemente, que como un cofre de perlas cultivadas se abrían generosamente, limpiamente, silenciosamente, llenas de una ansiedad oculta, con un sentimiento que le haría sentirse esa noche, por las nubes…
-¡¡No puedo ni debo….!!- (¡Oh Dios!, líbrame de esta tentación…) dijo con un sobresalto Alicia.
El la escuchó con respeto. No iba a violentarla, la amaba con la más profunda pureza de su corazón, la amaría por siempre en el más grande de los silencios, había bebido de la magia de sus labios, eso le bastaba, aún cuando su cuerpo estaba exaltado de emociones, respiró profundamente, le besó en la frente en un gesto de amor o de amistad, como sellando con un pacto de amor ese secreto, imposible e inolvidable para los dos. Esa sería su riqueza, un amor limpio, sin exigencias, sin sometimientos, un amor que rondaría como la luna de la canción por todas sus futuras noches, un amor que era también doloroso e irresistible, un amor que…

Dicen que después del tratamiento, Juan mejoró. Estaba dispuesto a comenzar una vida diferente. Los celos eran infundados, su mujer trabajaba por él, por sus hijas, y juntos continuarían escribiendo la más hermosa poesía de amor a su familia.
Su llegada desde el hospital fue de agrado, un beso en la mejilla de Alicia y el abrazo de las hijas selló esa parte de la historia.

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