La carretera se extendía recta como una alargada e interminable lanza hacia la profundidad del camino, el sol, menos ardiente que en la jornada de la tarde, caía poco a poco entre los cerros del poniente, dando sus rayos el efecto de un paisaje de colores a esa parte del desierto marcando el inicio del crepúsculo.
El “rucio” Garcia, era chofer de experiencia, varias horas de “vuelo” en el “ranking”. Formado en rudas faenas mineras, comenzó limpiando camionetas, entre huaipes, franelas y cueros de “ante” en el garaje, pasando en breve tiempo a cumplir el rol de “oficial mecánico”, aprovechando oportunidades que, generosamente brindaban los jefes de la empresa, a quienes demostraban espíritu de superación y voluntad de aprendizaje. Su condición de obrero, lo hacía un hombre solidario y compasivo. Atento a un buen consejo a los jóvenes que comenzaban su vida laboral entre aceites, motores y ruidosos compresores..Era feliz, considerado por quienes le mandaban y, sobretodo, buen compañero, gran amigo. Nunca sentía envidia por que otros alcanzaran mejores metas, al contrario, se alegraba. De sonrisa afable. Ocupaban su vida, su mujer y sus hijos. No faltaban los que por allí le cuestionaban ser demasiado “apegado” a su familia, lo motejaban cariñosamente como “yunito”, por ser faldero y “mandoneado”, (decían los infaltables mal hablados) por su esposa, evitando en lo posible esas tardes de juerga y de cervezas.
Esa tarde estaba cansado. Acostumbrado a recorrer, hasta tres veces en el día esa ruta, en jornadas de agotadora labor, motivado únicamente por los beneficios económicos de las horas extras del “sobretiempo”, que pagaban en la oficina salitrera. Mantener seis críos y la “iñora”, eran motivos suficientes para someterse a tanto sacrificio y no había otra mejor posibilidad en “cartelera”.
El paisaje hermoso y desolado que se reflejaba en las verdes pupilas del chofer y el canto del silencio en los recuerdos de su mente, unido al monótono compás del motor que se desplazaba en esa carretera, hacían aflorar en su voluntad la necesidad humana de un breve descanso.
No era su costumbre detener su marcha. El Chevrolet Biscayne confiado a su responsabilidad eran su herramienta de trabajo. Un accidente, por cansancio sería de una irresponsabilidad extrema.
Las luces altas iluminaban las líneas intermitentes marcadas en la acera, y de vez en cuando algún compañero de ruta pasaba haciendo señales con un respetuoso y cordial cambio de luces, dando paso luego, a la soledad profunda con figuras calichosas y siluetas engañosas. Todo un aire de sepulcros a la noche.
Con mirada escudriñadora, bajando un tanto la cortina de los párpados por una sensación de sueño extremo, decidió, abandonar un rato la carretera.
Cerca de la abandonada oficina “Chacabuco”, encontró un camino secundario, de esos que abundan en direcciones a lugares de faena. Exento de cualquier temor, con la confianza de encontrarse en terrenos muchas veces recorrido. Detuvo la marcha, inclinó su cabeza y cerrando sus ojos de cansancio se dio a la tarea de un “reparador” descanso., sin antes recitar, un breve Ave María, que se extinguió sin terminar en sus sonrientes labios.
Sabe solo Dios de los insondables caminos que recorre la mente en los túneles interminables de los sueños.
¿Realidad? ¿Ficción?, ¿Cansancio?
El Rucio no supo explicar aquello.
El Chevrolet comenzó de pronto a saltar, a agitarse como herido estertorosamente, a brincar como una pelota de básquetbol, boteando entre sus cuatro neumáticos. El “rucio” se sintió a bordo de una rueda del parque de juegos de su infancia. Afloraban recuerdos de agitados “manteos” de sus recreos escolares. Se vio bajando desde el cerro “rajado” en carros de madera confeccionados con cuatro rodamientos, tirando de la rienda a modo de volante, sintiendo la caía dolorosa en el término de su loca carrera, enredado entre cuerdas, palos y golpes en la berma, natural reacción a la sensación que experimentaba en ese instante.
De pronto su mirada se tornó indescriptible.
La noche que era estrellada hasta ese instante se tornó una película terrorífica, con una polvareda o niebla que rodeaba el vehículo. Golpes que lo sacaron abruptamente de un aletargado sueño, saltos desesperados articulando con dolorosas maniobras el cuerpo, procurando cerrar los seguros interiores, mientras desde el parabrisa resbalaban unas manos monstruosas, de uñas largas, y una bestia, quizás mitad hombre, pero ciertamente con rostro de perro, abría sus hambrientas fauces, escupiendo entre su lengua un líquido baboso y amarillo que opacaba la visión por los cristales. Fue una tormentosa hora, quizás un siglo, tal vez sólo un minuto ….No lo supo, nunca lo supo…. Accionó la llave colocada en el contacto, y la marcha en la palanca lateral del volante y arrancó, arrancó, arrancó acelerando desesperadamente por la ruta nocturna solitaria, mientras la bestia de la pampa emitía guturales y alardeantes quejidos.
Una alta cuota de adrenalina y un interminable rosario de avemarías le acompañaron en la loca carrera del regreso por el deserto.
Las luces de Maria Elena le daban una cuota de confianza. El “rucio” llegó callado, pálido, nervioso. Una profusa indigestión le humedeció sus intimidades. Lavó el auto, extrañamente, a medianoche, incómodo por la sensación desagradable y mal oliente de su humano traspié, resultado inevitabe otorgado por su colon irritable. Dejó el auto brillante, sacó a uña las vscosidades amarillentas y fétidas de parabrisas, ante la sorpresa e incredulidad del jefe de turno. Luego, terminada la faena, se encaminó por las calles, cerca de la esatción para llegar a su casa asignada con el inconfundible "94".Una ducha fría le refrescó y aseó sus delicadas partes. Todos dormían. Se acostó en silencio, casi en la esquina del lecho, sin hacer ruidos.No fue posible conciliar en sueño durante toda la noche. Los ojos pegados a la blanca pintura del cielo interior de la alcoba.
Al día siguiente, los rumores de una matanza de gallinas, chanchos y hasta un burro, en los corrales del “Cuchillón”, corrieron como reguero por las pulperías, la plaza y las faenas.
Después de treinta años, el rucio lee el diario "La Estrella" del norte" con sus grandes titulares: “Nuevas correrías del “chupacabras” y sigue en silencio la lectura.
Los nietos que el acompañan a la hora del almuerzo, comentan entre risas: - Son tonteras. Ese animal casi mitológico no existe. Es la prensa, la gente. Son sencillamente perros.-
Un vaso de áspero vino tinto remoja la sequedad de su garganta. Sus lindos ojos verdes, emiten un especial brillo. Traga al seco un nuevo sorbo y un nerviosismo recorre con escalofríos su cuerpo y le inquieta la conciencia y el alma.
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