domingo, 12 de julio de 2009

Capítulo VII

Desde la garita del jefe de turno del molino, se podía controlar, visualmente, tras los sucios cristales de las ventanillas, la faena completa que cumplían los trabajadores salitreros en el molino.
El huaso era delicado en el trabajo, drástico con quienes no respetaban las normas de seguridad, siempre atentas y diestras en el manejo de las palancas de emergencia.
Las toneladas de rocas llegadas en los carros desde el rajo, estaban en el proceso de molienda. La “mula” empujaba los carros al molino, y una vez allí, se volteaban produciéndose la más enceguecedora y oscura polvareda, mientras los chancadores trituraban las grandes rocas en pequeños guijarros de tamaño regular, trasladando el mineral por las correas directamente a los cachuchos.
El huaso estaba contento. Tenía un secreto. Miró al cielo, buscando al sol maravilloso y quemante de la pampa. El mismo que le había acompañado tantas horas de las jornadas interminables de trabajo.
Quedaba un día para el cambio del turno, sería un nuevo martirio la espera, eterna, incomensurable, a partir de mañana.
Miró sus manos empolvadas, la nube oscurecía la faena y la conciencia, los carros se volteaban uno a uno, y los chancadores trituraban y trituraban las rocas, en una cadena sin tregua en la interminable y permanente molienda.

Cuando se disipó el ambiente de polvos y partículas, el jefe de turno observó la maniobra de la cuna por las sucias ventanas. No divisó al huaso.
De pronto las sirenas estridentes lanzaron sus aullidos estertorosos hacia el aire de la pampa, como un grito ensordecedor que anunciaba un nuevo y trágico "accidente"en la faena del molino...
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En el Rancho, una mesa con un asiento quedó esperando vacía.
Volaban otra vez las cazuelas olorosas de choclos frescos y amarillos.
Por los parlantes del viejo tocadiscos sonaba la voz de Javier Solis …”Amanecí otra vez, entre tus brazos, y desperté llorando de alegrías, me cobijé la cara, con tus manos para seguirte amando, toda la vida…”
Alicia, renovada, tranquila y trabajadora, esperaba como todos los días, la llegada de la clientela al rancho.
(............)


Dedicado a mi dulce amada esposa Mónica y mis hijos Carolina y
Tim y la que viene en camino, Samanthita,
a mis amados padres y hermanas, en especial a Yunia,
a las familias pampinas, amigos y amigas…

Con cariño…

Carlos Eduardo Garcia Banda

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