Eras un
niño, como yo en ese entonces. Tú eras afanoso y lleno de vitalidad, pequeño gran
colaborador en tus tiempos libres de escuela,
con las tareas domésticas de tu madre. Te veía casi siempre sonriente,
con tu juguetón “copete” colorín que cubría desordenadamente
tu frente y tus grandes ojos verdes, "bajando" del campamento hacia la
estación de María Elena, con un ritmo acompasado en tu caminar y jugando con el
galón metálico vacío de parafina, el cual movías en tus brazos simples y frágiles, pero
también fuertes, al ritmo de tu acompasada caminata de inocente sencillez y que te llevaban con esa natural
alegría, a la "carbonera", donde el "Negro Muza", a comprar
el carbón y a veces solamente los tres litros necesarios de parafina para
abastecer la cocinilla a mecha de tu casa y que se usaba en muchos hogares de
la pampa, y cuyo olor característico rondaba por los aires, entre balones de trapos
y medias viejas o juegos de escondidas, por los pasillos de las largas hileras de
casas, que llamábamos en nuestra lenguaje de infancia, el sector de "las
cocinas", el sitio eriazo trasero de las casas de sinuosas calaminas, donde
usualmente se colocaban como medida
sanitaria, un "medio tambor" con manillas, colocado al centro, para reunir los desperdicios de desechos y basuras
hogareñas que incluían también algunas veces en la noche, la fiesta de ladridos
de los perros y el maullar hambriento desde los tejados de los gatos, que buscaban afanosos la oportunidad de saltar
a los restos de comida, o provocar el ruidoso cacareo de las gallinas ponedoras
junto al gallo cantor y despertador de
la "corrida", y que se criaban encerrados entre los artesanales
gallineros, donde alguna madre recogía somnolienta alguna madrugada, la
graciosa bendición de obtener algunos "huevos frescos", que ayudaban
a la economía doméstica de nuestros humildes hogares.
Mi amigo
Benjamín Honores Diaz, a veces se quedaba conversando conmigo en mi calle Luis
Acevedo, donde reíamos de la vida y soñábamos solamente con jugar y encontrar
en la amistad de niños esa pureza tan propia de tantos amigos pampinos, recorriendo en la alegría del compartir esos manantiales de hermandad que surgen en
los sentimientos ante el sincero afecto y dábamos rienda suelta a nuestras acumuladas energías, para correr tras un
balón roñoso y descosido que soltaba
entre sus correrías, una serpiente
calcetinera rota, con sus “papas “ como bocas abiertas que nos regalaban
también en la alegría de vivir su opaca sonrisa.
Alguna de
esas media mañanas de juego, salía de pronto “disparado” Benjamín, transpirado y sudoroso corriendo a la
carbonera, puesto que se le pasaba la hora y sin lugar a dudas, se hacía merecedor a una “chancletada”
de su madre, como reprimenda por su
infantil demora, quedando ambos preocupados y confiados como en tantas otras
oportunidades que ella en su gran amor de madre, le perdonara y comprendiera.
Años
posteriores, nos juntó el destino como compañeros de sala de ese "Séptimo Año “A”
inolvidable, con tantos buenos pampinos
y entre ellos mis amigos y vecinos Leonardo Gatica y Fernando Castillo. Del barrio “alto”, ese que colindaba con la calle Santiago muy
arriba, cerca de los Montivero, el
locuaz Lito Roco, el gringo Poblete, Luchito Marambio, por allí atrás del Teatro "Los Paniagua", o cercanos al estadio la Dániza Sibilà, la Maria Arce o la Raquel Silva - la del rancho “Chuqui”-, y ese
ángel tan distinto que hacía latir no solo mi corazón sino también mis
nacientes “sentidos”, esa alta y
espigada, (por lo mismo imposible de alcanzar),
la del “amor platónico”, la bella Blanca Contreras, uno de los amores
imposibles de esa vida de niños, y que
ya se anidaba en el infantil corazón, tan pequeño, pero también lleno de una incipiente poesía.
Una
mañana de esas de escuela, surgió una idea brillante por parte de los que hacen de líderes alegres del curso. Se
propuso que cuando llegara a la clase nuestro profesor de historia, cigarro en
mano y vozarrón de soldado, Dn. Leoncio
González y comenzara a pasar la “lista”, (fue un solemne “juramento de honor” y
con sangre de valientes” de nosotros los alumnos,) que no diríamos el tradicional : ¡Presente Señor!
Cuando leyera la lista, conociendo su reciente pasado de ex oficial de Carabineros de Chile, y cuyo
carácter estaba siempre presente en su personalidad, le diríamos alegremente
(ya no sé si “alegremente”), levantándonos individualmente del pupitre, con voz
marcial y casi de soldados:
¡Firme Mi Teniente!”…
Estábamos
nerviosos, pero el profesor era “paleteado” y alguna vez se reiría antes de
comenzar sus clases que nos hablaban de la invasión de los Mongoles y la
historias de las guerras, y en esa confianza tan normal y común y en medio del silencio, comenzó,
aspirando con delicadeza su recién encendido cigarrillo, los apellidos sin
nombre de su extensa lista:
“Avalos”…..(“No
está”- espetó una voz del fondo de la
sala.)
“Araya”…..(Justificativo, fue al doctor, dijo alguien por allí)
“Barraza”…Ausente
“Castillo”…Ausente
(Era
larga y tediosa la lista, más de cuarenta y cinco pero ya llegaba luego la “H” de Honores..
….Y
comenzaron las traiciones al gran juramento).
Gatica……(Mmm Firmmm…¡Presente
Señor!)
Garcia….(Leal
a mi “vecino”…¡Presente Señor! (Con la cara roja de vergüenza sintiendo en la
sangre de mis venas la traición de Judas….…)…(Venía la HACHE..)
¡¡“HONORES”…!!
¡¡¡¡ Firmeeeeee
mi teniente!!!!!!
(Al mismo
tiempo que esbozaba en su albo rostro esa característica sonrisa que yo de niño conocía,
y con su “copete” ya más peinado y fijo con “limón” , y con su alegre
mirada de sus grandes ojos verdes…)
…Silencio
sepulcral…..
…Risas
contenidas…..
…Silencio
sepulcral otra vez…
Un recién
encendido cigarrillo “Hilton”, se quebró vigorosamente hundido, casi con furia ardiente,
en la “concha” de cenicero…
El
querido maestro Dn. Leoncio Gonzàlez, (a
quien después de muchos años le conté la verdad de esa broma), miró en lontananza, lejanamente, con su vista
perdida y llena de ira al fondo de la
sala….
Nadie sabía
si reír o llorar, o morir en el intento con “nuestro“ ya traicionado
“juramento”, pues no circulaba ni aire para respirar, por esa sala que parecía
un gran estadio lleno de partículas de
tiza e infame y cobarde “silencio”…
Nuestro
héroe Benjamín aún sonreía de pie al lado de su pupitre, como quien dice : "Al pie
del cañón" como buen soldado: orgulloso, valiente, enhiesto, altanero, puesto que había gritado con “honor” (como su
apellido) y hasta casi con cariño su viril:
¡¡Firme Mi Teniente!
Tan suyo, tan leal, tan
amigo, tan buen educador, tan agradable, tan….tan….
¡¡¡¡FUERAAAA!!!!!..y
¡¡Mañana
con el APODERADO…!!!
….
(Siguieron
los “traidores” que se enumeraban en el llamado de la Lista…)
¡¡“Paniagua,
Marambio, Gòmez, Sibilà, Roco, etc…!!”
¡¡Presente
Señor!!
……………………………….......................................................................
¡Ay
querido amigo y hermano Benjamìn!
Los
traidores como nosotros, miramos de soslayo, casi “sorprendidos” de tan
irreverente afrenta y en un simple
lenguaje de estudiantes de todos los tiempos, todos nos hicimos los “huevones”…
Lo que
pasó, nunca supimos, pero la broma no resultó y en verdad se puso pesada la
pista con nuestro profesor González, ”el amigo del camino”, que
por nada ni para nada se rió.
……………………….........................................................................................................
Fue una
mañana de esas casi de madrugada, (como esas mañanas que esperábamos ansiosos y hasta hambrientos
a la Sra. Eva Castañeda, mamá de la
Daniza Sibilà, que desde abajo del
balcón de la sala, furtivamente pasaba por entre las rejas de la ventana, un
pequeño thermo con el “desayuno” de café con leche para nuestra compañera, y
que nosotros “sus” amigos y compañeros de banco también nos beneficiábamos y que llenábamos nuestras ansiosos olfatos y
estómagos, con ese olor a marraqueta tibia de la panadería de la pulpería y con
ese sabor a mantequilla, “la verdadera”, que nos aguaba en líquidos salivales, la boca…) .
Fue una
de esas mañanas de ansiedad estomacal, en que no llegó el desayuno, ni la
marraqueta, ni el café con leche, ni tampoco se presentó Benjamín a clases, el valiente soldado del curso y de la
escuela.…
Hubo
mucho silencio
Casi
nadie hablaba
Los
profesores entraban y salían y se notaba un ambiente extraño de obligada ausencia….
Esa
madrugada, Benjamín, hacendoso hijo y colaborador de las tareas de su madre,
fue a la panadería a comprar el pan muy temprano.
No
conozco los detalles. Muchas versiones existen, pero…
El camión
del pan se aculató hacia la puerta de la entrada de la panadería, por la puerta
donde a veces se compraban las javas de cervezas y bebidas, cuando su frágil
cuerpo fue aprisionado en un desgraciado
accidente que se lo llevó, con tanto amor, sonrisa y lleno de hermosa vida….
No llegó
a clases esa mañana.
Y los
ríos del dolor de nuestros frágiles corazones se volcaron en lágrimas dolorosas
y cayeron por las tablas blanquecinas de la sala, sus recuerdos, su sonrisa, su copete medio
rubio y sus grandes ojos verdes…
Lo que
pasó posteriormente es recuerdo de todos.
En su
casa humilde de pampino, fue velado su cuerpo de niño. Toda la oficina salitrera
sufrió la desgracia.
Se veían
coronas y uniformes de tantos estudiantes que concurrieron a entender qué pasaba
y a enfrentar el duro destino de nuestro amigo y nuestro hermano. Nuestros compañeros y compañeras montaban una "Guardia de Honor" de niños al lado del féretro....
Desde el
campamento “Americano”, ("Los de Arriba"), también llegaron conformando delegaciones solidarias de esos jóvenes extraños para muchos de
nosotros, que vestían distintos uniformes y que parecían ser tan diferentes, pero que en la sensibilidad y en el dolor
estaban también sufriendo con la partida accidental de “uno de los nuestros”.
Se nos
fue esa madrugada Benjamín y ya nunca sentimos su voz alegre y bulliciosa,
comprometido y leal con “su” juramento diciendo convencido: ¡¡ Firme mi Teniente.
En mis
años de adulto, en mis primeras
vacaciones en que tuve la oportunidad de gozar de unos días de libertad
en mi desconocido (para muchos), arduo trabajo, al que nunca le podíamos robar
horas para nuestras personales preocupaciones, me fui en bus hasta el cruce de Coya.
Por allí
me indicaron el lugar del cementerio.
Busqué
toda una mañana y casi toda una tarde. Recé muchas oraciones, por los cientos
de hombres y mujeres cuyos nombres se enredaban entre coronas coloridas de papel y de latas, y en ese silencio en que sólo era posible oír los silbatos del viento.
Seguí
rezando y buscando esperanzado.
Antes de
volver mis pies a la carretera, con el sabor amargo de sentirme fracasado en mi
intento de rendir mi saludo de recuerdo a mi amigo de la infancia y seguir caminando para hacer “dedo” hacia
María Elena, me senté un rato en un
tumba celeste, desteñida y que ya borraba el paso del tiempo.
Miré en
ese lugarcito donde se inscriben los nombres y vi entonces una placa de bronce,
pequeña, de esas que escribían los maestros pampinos con buril y fierro, grabado
su metal con el nombre de nuestro
compañero: “Benjamín Honores Diaz”. ¿La fecha? En verdad, ahora no me acuerdo….
Hoy es
San Benjamín.
Estamos
en la Pandemia del Virus desconocido e infame que nos ataca la vida.
Nadie
sabe si habrá mañana, aunque tenemos santas esperanzas.
Todos
queremos vencer a este enemigo porque si lo vencemos, tendremos esa otra
oportunidad tan necesaria para seguir amando las pequeñas cosas y las màs importantes de la
vida.
Para
olvidar y erradicar de nuestras almas los
rencores.
Para
sentirnos mejores.
Para amar
a las personas y no combatirlas por sus
distintas ideas o credos.
Para
descubrir que cada cual en su sexualidad, somos todos humanos, mujeres y
hombres.
Y
sentirnos hermanados como hijos de la pampa y el desierto, del campo y la
ciudad, de los que tienen y son ricos o los que no tenemos y somos pobres, pero
que sentimos en el corazón el valor de vivir y amarnos como nos manda el Hijo
del Hombre.
Quizás
alguna tarde podremos descansar también gustosos, aprendices de la vida, y
entonces, reconocer con humildad y sabiduría que todo los que somos o tenemos,
nada importa, y solamente es Dios lo justo, real y verdadero.
Yo tengo
la esperanza, mañana o quizás en algunos
años, que me encontraré con mis seres
que tanto amo, y entre ellos mis amigos
de la vida, como Benjamín, corriendo por esos cielos eternos, jugando a buscar
esa pelota de medias, con serpientes de calcetines que se desarmaban en los “chutes”
por el aire en las locas mañanas futboleras de mi calle: Luis Acevedo.
Feliz
Santo Benjamín.
No nos
olvides, y si quieres prepara también nuestra morada junto al Padre, para
abrazarnos como pampinos niños o ya viejos, pero llenos de entusiasmo y alegría,
porque aunque han pasado los años, nunca
dejamos en el olvido, el deseo de alguna tarde,
junto al Padre eterno, vernos.
Seguimos cantando y soñando,
pampinos en las estrellas de la noche
del desierto.
(reescrito el año 2020 en plena "Pandemia".)